viernes, 30 de octubre de 2009

-Hay días en los que a uno le apetece despertar lo menos posible.

-Me dijeron que hay gente -poquísima- que puede morir de la angustia que le provocan las pesadillas que no puede evitar soñar.
-El sueño de la razón produce monstruos. Ya lo dijo... alguien antes que yo.
-Es una enfermedad mortal. Como la vida. Como algunas vidas. Pero esta enfermedad te garantiza morirte de miedo. O de pánico. No sé cuál es la más alta gradación del miedo. Morirte del miedo más alto. Soñar despierto con no tener sueño. Terrible.
-Hay días en los que a uno le apetece despertar lo menos posible.
-Pues hay que irse a la cama con un background muy extenso, entonces. ¿Cómo es la vigilia de esos soñadores de pesadillas asesinas? ¿Soñarán despiertos con que el sueño no los venza? Casi tan terrible como dormir. No hay diferencia. A veces no hay diferencia entre vivir, dormir, soñar y no despertar. Que toda la muerte es sueño, y los sueños sueños eran.
-Para enfermedad terrorífica, la inmortalidad.
-De buena nos ha librado el creador -con C mayúscula- al habernos creado mortales.
-¿Qué creador?
-Da igual, no me jodas los finales de exhuberantes aires bíblicos.
-Perdón.
-Voy otra vez. De buena nos ha librado el creador -con C mayúscula- al habernos creado mortales.


martes, 27 de octubre de 2009

-Acabemos con este duelo.

-Era una actriz de poca monta. Todos estaban de acuerdo en eso, menos quienes habíamos pasado por su cama.
-Ocultaba sus defectos desnudándose.
-Ahora prefiero las que saben vestirse. Ésas son las que te hacen abandonar tu abandono.
-Hace años que no parto hacia una mujer. Me cansa moverme.
-A mí también. Pero tendrá que haber alguna que haga que canse más esperarla que correr a su encuentro.
-Acabemos con este duelo.
-¿Quién se ha muerto?
-Este duelo entre lamentables espadachines que somos. Tirándonos a matar frases a cuál más efectista. No matan a nadie. Son frases con la punta de la espada redondeada. Con el corchito en la punta.
-Recursos, amigo. Nunca minusvalores los recursos.
-Tonterías.
-¡Touché!
-Qué touché ni que hostias.


lunes, 26 de octubre de 2009

-Qué tema el retrogusto.

-El retrogusto son aquellos sabores que no recuerdo. O los vinos que nunca bebí. O el recuerdo de una botella vacía que -no sé muy bien por qué- el contenedor de los cristales decidió que era mejor no beberse.
-Yo recuerdo perfectamente los tamaños, colores y formas de la mujer con la que consumí mi borrachera de tetrabrick, aunque no recuerdo si -antes de no desnudarse- me quitó la ropa para que mi mona durmiera.
-Es imposible que tengamos tan semejantes retrogustos semejantes: somos semejantes, pero no tanto.
-Efectivamente, no somos tantos. Pero tampoco somos tan pocos.
-Qué tema el retrogusto.
-Si lo llego a saber, me lo bebo todo sin respirar. Sin volver a respirar.
-El retrogusto: ese gusto que ya no tenemos, porque uno, con el tiempo, cambia más que el vino.
-Tenemos que aprender a beber como cuando éramos abstemios.
-¿Estás seguro? ¿Qué será de este blog, entonces?
-¿Y antes de entonces, eh, qué será de este blog antes de entonces, cuando creíamos que el retrogusto era el eterno retorno de las faldas plisadas?
-Un placer.
-El retrogusto es mío.
-...O era.

-Tu amigo el boxeador.

-Mi amigo boxeador, a principios -a mediados también- de los años noventa, me enviaba desde Buenos Aires cintas de casete grabadas con su voz medio naturalmente hecha mierda, medio artificiosamente hecha mierda. Mensajes larguísimos -una vez me llegaron de una tacada tres cintas de noventa minutos- en las que me contaba lo que le venía a la cabeza, que era siempre -exactamente- lo que a mí me venía al corazón.
-Tu amigo el boxeador.
-Al que intimamente tanto envidias. No sé por qué.
-Ni yo. Siempre perdía sus peleas.
-Prácticamente todas. Me pegaron hasta en los recuerdos. Me pegaron hasta en el apellido. Me pegaron hasta en la memoria. Siempre me decía una o más de una de estas frases. Nunca le grabé una cinta. Yo le devolvía cartas que me iba a escribir al macdonals de Gran Vía y Montera. Odio los macdonals -¿por eso lo escribo así?-. Ahora. Le escribía cartas de un folio apenas. También hablábamos de vez en cuando, de bimestre en bimestre, por teléfono. Siempre era yo quien lo llamaba, desde una cabina. Juntaba monedas de cien pesetas, que alcanzaban para hablar bien poco. El que se quedaba con la palabra en la boca, siempre era él.
-...
-Conservo sus cintas -sesenta y dos-. Todas. Incluso la última. En la que nada me decía acerca de que sería la última.
-...
-Diez años. Más o menos. Cada tanto vuelvo a marcar su número de teléfono. El que fuera su número.


miércoles, 21 de octubre de 2009

-¿Qué será lo que busca el nadador que no para de nadar?

-El nadador parece estar hecho un mar de dudas. Sabe que uno no se baña dos veces en la misma piscina. Por eso no deja de entrar en sucesivas albercas que forman el río que Heráclito -que no vivía en un barrio acomodado de las afueras- y constructores y arquitectos del sueño americano –y de la siesta española- han trazado para él.
-¿Qué será lo que busca el nadador que no para de nadar?
-No parar de nadar. Eso busca. Porque sabe –lo sabe desde que se lanzara a las aguas de la primera piscina- que cuando salga del último de los estanques de la decadencia y llame a las puertas de su casa, nada –de nadar en la nada- de lo que había entonces saldrá a su encuentro.
-A mí me parece que Cheever está sobrevalorado.


-El lugar esquivo de tu cerebelo se llama cama.

-En un lugar de mi cerebelo, de cuyo nombre ya no consigo acordarme por mucho que lo intento, no hace muchas mañanas amanecía una moza que por toda armadura poseía una piel dormida sin recelos.
-El lugar esquivo de tu cerebelo se llama cama.
-Gracias.

martes, 20 de octubre de 2009

-¿Desatascar?

-No quieres saber lo que me pasa. Tampoco quieres que te lo oculte. Haga lo que haga, te molestas. Te enfadas. Te cargas todas las normas de entendimiento. Los ordenamientos que rigen las discusiones. El reglamento de la convivencia. Te vuelves insoportable. Ni comes ni dejas comer. Estoy atrapado en tu histeria. No entiendes ni quieres entender. Olvidas quién eres. O quizá es que sólo entonces, en el punto culminante de estas desquiciantes divergencias, eres completamente tú. No lo sé. El resto del tiempo, luchas contra ti misma. Tampoco quieres dejar de intentarlo. Tal vez porque sabes perfectamente quién y cómo eres. Insoportable.
-¿Literalmente, se lo dijiste literalmente?
-El concepto. El concepto era ese.
-¿Y ella qué contestó? Lo más literalmente que puedas, por favor.
-¿Eres víctima o victimista? Y yo: No entiendes nada. Y ella: ¿Histérica yo? ¿Tú recuerdas la semana que me diste cuando no encontrabas el sinónimo de desatascar que buscabas?
-¿Desatascar?
-Literalmente.
-No termino de comprenderte.
-Me da igual que no me comprendas. Son planos diferentes. A ti puedo mandarte a la mierda. Tú puedes mandarme a la mierda. Lo que se juega en la pareja no se juega en el plano de nuestra amistad. Mas-cu-li-na, además. Lo mismo ya no es lo mismo si te lo cuento a ti. Si me escuchas tú y no ella. ¿Es necesario que te aclare estas obviedades?
-Obviedad no tiene plural.
-Joder.
-¿Cómo acabó todo?
-Le dije que seguía teniendo unos pies preciosos.
-¿Así, sin venir a cuento?
-¿Que no venía a cuento? No entiendes nada.


lunes, 19 de octubre de 2009

-Pobre mujer.

-A mí sólo  me pega mi marido.
-Es una frase demasiado jodida. Empieza por contar otra cosa, y si eso, ya la cuelas promediando el relato. Esas cosas que haces, y que hacen creer a algunos -entre ellos a ti mismo- que eres bueno escribiendo diálogos.
-A mí sólo me pega mi marido.
-Y dale.
-La escuché yo. En su habitación. Me la dijo a mí. Mientras volteaba la foto de la mesilla -parte del ritual-. Te lo juro.
-¿Ibas a pegarle?
-No, idiota. Fue una advertencia. Por si se me ocurría. Una especie de declaración previa. Un preámbulo. Un aviso antes de empezar a quitarse la ropa.
-Pobre mujer.
-Eso pensé. Pobre mujer.


-No puedes necesitarlo.

-No lo consigo, papá.
-Tápate, hija.
-Perdona.
-Debes ocuparte más de ti. Estar pendiente de ti. Mírate.
-Me sé.
-¿Qué?
-No necesito mirarme.
-Deberías volver a vestirte. Vestirte y salir a la calle. Como si alguien te esperara. Como si alguien esperara verte bien. Debes dar señales de vida.
-Deberías oirte.
-Sólo quiero lo mejor para ti.
-Lo sé.
-Paciencia. Tiempo.
-No es eso. Sé lo que me falta.
-No puedes necesitarlo, hija.
-Crees que no debería necesitarlo, pero es lo único que me falta.
-Tienes todo el tiempo del mundo para recuperarte. La experiencia del secuestro ha sido terrible. Todos lo sabemos. Tu madre. Yo. Tienes toda nuestra comprensión.
-Lo tengo todo menos lo que necesito.
-No puedes necesitarlo.
-Cada día más.
-No puedes necesitar a ese hombre.
-Cada día.
-Ya han pasado seis meses. Tienes todo el tiempo del mundo, pero ya han pasado seis meses desde que pagamos el rescate. 
-...
-¿Cuánto tiempo necesitas para ponerte a olvidarlo, para comenzar a intentarlo, para volver ?
-Papá...
-Tápate, hija, por favor.
-Perdona.


jueves, 15 de octubre de 2009

-Sólo en algunos.

-Aprendiendo la vida en ninguna parte. Lecturas. Experiencias. Susurros. Imágenes. Genética. Malas canciones de compositores que predican con el mal ejemplo haciendo buenísimas pésimas canciones.
-Y hojas parroquiales cayendo del árbol de la vida sobre la acera del otoño.
-También.
-Blogs sobre sexo. La sensibilidad de los pezones derechos para los diestros y los izquierdos para los siniestros. La larga y corta cuestión del tamaño de los miembros masculinos de la Asociación de Damnificados por las Miradas Femeninas. La postergación de la eyaculación precoz para tiempos mejores. Etcétera.
-Etcétera, sobre todo.
-La vida está en todas partes.
-En la tele.
-Sobre todo.
-Y en los sobretodos.
-Sólo en algunos.

-De la última cena.

-No conduzco por carretera alguna sacando el brazo por alguna ventanilla.
-La publicidades tienen un lejano parecido con la realidad remunerada de los publicistas de éxito.
-Yo me creo que bebiendo ese whisky las mozas me merodearán.
-No me cabe ninguna duda.
-No hay más que comprobar el poder limpiador del lavavajillas a quien nadie es capaz de distraer de tan concentrado que está en lo suyo.
-Limpiando los restos.
-De la última cena.

miércoles, 14 de octubre de 2009

-Esto no lo lee nadie.

-Preferiría no hacerlo.
-Pues no lo hagas.
-Me obligo a tres o cuatro por semana.
-Esto no lo lee nadie.
-Gracias.
-Nadie echará de menos no encontrar nada hoy.
-Ni ayer, ni anteayer.
-Eso es. Nadie echará de menos no volver a encontrar nada.
-Creo que alguien, tal vez, perciba la sequía.
-No te preocupes por eso.
-Me preocupa mi sequía.
-Date una ducha.
-Tengo que colgar una entrada. Hoy.
-Escribe lo primero que se te ocurra.
-Siempre escribo lo pirmero que se me ocurre.
-Eso es mentira.
-O lo segundo.
-¿Y el dibujo? ¿La sequía llega a tu tableta gráfica?
-Puedo colgar alguno de los que ya tengo hechos.
-¿Aunque nada tenga que ver con la entrada?
-¿Qué entrada?
-Es cierto.
-Tengo un perrito y una chica desnuda.
-Cuelga la chica.
-Vale.


jueves, 8 de octubre de 2009

-Todas las fantasías sexuales son largamente acariciadas.

-Se trata de una fantasía sexual largamente acariciada por mí.
-Todas las fantasías sexuales son largamente acariciadas. 
-Esta, entonces, amor, muy largamente acariciada.
-Lo del trío ha sido un fracaso.
-Lo reconozco. En parte fue mi culpa, como bien sabes y sé que sabes. En parte por esa chica y su empeño en centrarse en
-Vale, vale. Ya sabes por qué ha fracasado. Por qué todas fracasarían.
-Discrepo, amor.
-El ámbito natural, el lugar sano en el que deben vivir y desarrollarse las fantasías sexuales, ese reducto en el que las largas caricias pueden ir y venir largamente a lo largo, ancho, y dentro de ellas, es, precisamente, el de la fantasía. Parece obvio. Es obvio. ¿Por qué te empeñas en sacarlas a pasear?
-Sólo una. Quiero sacar a pasear una de mis tantas fantasías. Y contigo. Quiero sacarla a pasear contigo. En este caso no habría terceras personas. Ni terceras tetas.
-Es imposibe. Además de ilegal. Es irrealizable. Además de inviable.
-Si irrealizable e inviable no son sinónimos...
-Sabes que me encanta ese lugar. Lo mucho que disfruté cuando estuvimos allí. Lo que significó y significa haber estado en esa habitación. Ese rato ya es inolvidable. Forma parte de la iconografía imborrable de nosotros como pareja.
-Así es. Sólo nos falta hacerlo sobre el diván.
-No puedes estar hablando en serio.
-Estoy deseando en serio, amor.
-Es como allanar la propiedad privada. Allanar la historia. Es como echarle una lata de pintura a la Gioconda.
-Lo dejaremos tal y como está.
-¿Cómo podría quedar como está después de haber follado sobre él? Nada quedaría igual después de eso. Debes admitirlo.
-Siempre alabas la increíble ausencia de arrugas cuando hago la cama.
-Eres muy buena alisando. Soterrando los rastros de la noche. Pero esto es diferente. Es imposible.
-No veo la imposibilidad por ninguna parte. Prometo soterrar como nunca.
-No.
-Conocemos la dirección.
-El número 20 de Maresfield Gardens.
-Los horarios. Tenemos el dinero para viajar. Londres es una ciudad que nos encanta. Disfrutaríamos de nuestra estancia.
-Ni siquiera voy a considerarlo.
-Hampstead es un barrio precioso. Además, podríamos pasar la noche en el museo y por la mañana visitar la parte norte del barrio. Nos debemos una visita a lo alto de la colina de Hampstead Park.
-Jamás accederé a cometer esa locura. Fracasaríamos. Nos frustraríamos.
-¿Qué mejor lugar para frustrarse que el diván de Freud?
-No insistas.
-Tienes la sexualidad aún más pequeña que el sexo.
-¿Eh?


miércoles, 7 de octubre de 2009

-Por fin un juguete roto sin paliativos.

-El boxeador –si es que los boxeadores, como los toreros o los diputados, de algún modo, siguen siéndolo aunque ya no lo sean- es atropellado por un autobús. A la salida de un partido en la cancha de Independiente de Avellaneda. Agoniza largamente sobre los adoquines. Pide que no lo dejen solo. Muere en un hospital del sur de la provincia de Buenos Aires. Fue, a un tiempo, Mono y Tigre. Los señoritos del ring-side lo despreciaban rebajándolo hasta primate. Para ellos era el Mono Gatica. Para la popular, para el pueblo -esa masa deseosa de supuestos malos ejemplos para tomar de ejemplo- en cambio, era el Tigre Gatica. En la memoria popular, paradójicamente, pervive como el Mono. Tal vez porque la derecha, a la larga, siempre se sale con la suya. El Mono fue un juguete roto.
-Por fin un juguete roto sin paliativos.
-Lustrabotas. Empezó peleando por unos pesos rápidas peleas regladas por una ordenación sin cláusulas escritas. Tres rounds en un tugurio, territorio de marineros desgajados del mar y putas adheridas a paredes pintadas de humedad.
-Al grano.
-Cuando le presentaron a Perón, Gatica le dio la mano diciéndole “Dos potencias se saludan”. De la mano del entonces presidente, Gatica llegó a Estados Unidos. Ike Williams lo facturó de vuelta desde el Madison Square Garden estampillándole tres expeditivos sopapos. Perdió el favor oficial, pero no el fervor popular. Escenificó junto a Alfredo Prada -que sí llegó a campeón argentino y que cuando se bajó del ring podía ir al banco a interesarse por sus ahorros- una especie de extraña amistad. En empate cerraron su estadística de golpes: ganaron tres peleas cada uno. Aunque El Mono perdió la última de las seis. Volvió a la villa miseria a empezar a cerrar el círculo. Prada puso un restaurante y le pagó a su viejo rival por dejarse humillar a la puerta del local, exponiéndolo como abrepuertas. Algunos le dejaban unas monedas de propina como antes le  habían dejado insultos y gestos de burlas simiescas desde las filas más cercanas al ring. Otro “amigo”, Martín Karadajián, empresario y luchador que regentaba una troupe de luchadores de catch –toda mi infancia y adolescencia viendo en la tele las peleas de Titanes en el Ring con todo su batallón de luchadores: El Mercenario Joe, El payaso Pepino, el
-Perdón, mejor guárdate a los titanes estos para La hora de la Nostalgia, un blog que, por lo que veo, no deberías tardar en inaugurar. Cómo estamos…
-El fotógrafo oficial de Karadajián y su mundo era el padre de un compañero de clase, a mis diez u once años.
-¿Ya?
-Por otras cuatro monedas, Karadajián representó otra derrota parodiando la parodia del Mono roto. Karadajián le ganó la farsa de pelea. Una inundación se llevó su chabola. El agua de los pobres empeñada en borrarlo todo. El Mono, años después de cobrar por perder, y mientras apenas si ganaba para sobrevivir, murió en la calle. En más de un sentido murió en la calle. El último músculo de su dignidad rogando que no lo dejaran solo. Tenía treinta y ocho años. Seguro que llovía lentamente. Treinta años más tarde, Osvaldo Soriano escribió una semblanza sobre su vida que hay que leer, como todo lo escrito por Soriano.



martes, 6 de octubre de 2009

-Te pongas como te pongas, son juguetes rotos.

-El boxeador le aguantó diez rounds a Alí. Hasta que no se aguantó más en pie. Recuerdo haber visto la pelea por la tele. Antes, le había hecho besar la lona -no pude resistirme a escribir esa expresión- a uno de los más grandes boxeadores de la historia. Poco, pero lo tiró. Lo llamaban Ringo. Encarnaba la versión tópica –muchas veces paródica- del porteño. Un poco la imagen que tienen en España de “lo argentino”. Para ser menos injusto habría que hablar siempre de “lo porteño”. Me parezco poco al boxeador. Pero tal vez lloré cuando ya no se pudo levantar a tiempo. Ringo era de Parque Patricios. Entrenaba en el club Huracán. Yo fui centenares de veces a jugar al fútbol a Parque Patricios, frente a Huracán, del que fui socio durante algunos años. Íbamos a la piscina y después a comer pizza a El Globito. Cerca, en el mismo barrio, con mi amigo, frecuentábamos el cine Rivas. Sesión continua. Ya no está. Ya no están. Ni el cine ni el amigo. Aunque para entonces el boxeador ya no se entrenaba en Huracán, o yo nunca lo ví. Aún no lo habían asesinado.
-Otro juguete roto.
-No exactamente.
-Todos tus juguetes rotos parecen estar en el límite de lo roto, o en el límite de lo juguete. Nunca son exactamente.
-Sí, son tipos limítrofes en más de un sentido.
-Te pongas como te pongas, son juguetes rotos.
-Dos frases del boxeador: 1. La experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado. 2. Cuando suena la campana te quedás solo. Te sacan hasta el banquito. Su familia tenía, y tal vez siga teniendo una funeraria en Parque Patricios. La regentaba un hermano. Tuvo fama, dinero, mujeres, Mercedes, y ese lujo hortera –allá diría grasa- con el que se embadurnaban los triunfadores de barrio. Seguía yendo a comer los ravioles del domingo a casa de su madre con la tranquilidad de que nadie, ninguno de los pibes que jamás conseguirían despegar, le harían un mínimo arañazo al cochazo inalcanzable aparcado en su casa de siempre.
-Estamos subiendo. Ahora viene la caída, ¿no? El típico recorrido del valle a la cima y de la cima a bajo tierra.
-El dueño de un burdel de Reno, el Mustang Ranch –continúa funcionando-, lo mandó a matar. El tipo se llamaba -continúa llamándose- Joe Conforte, nombre de mafioso difícilmente superable. El asesino, Willard Brymer, salió de rositas. (Shakespeare escribió el destino de todos nosotros. Después, un día, un sicario o uno que va por libre se encarga de ejecutarlo.) Los hechos permanecen en la nebulosa legal y literaria. Parece ser que Ringo se estaba tirando a la mujer del mafioso.
-Tirando no me parece una expresión muy apropiada. Es machista.
-Tirando es apropiadísima. Sexo. Infidelidad. Celos. Venganza. Etc. Todos los componentes de una buena o mala tragedia. De una buena o mala novela o película. La vida misma. La misma muerte.
-Vas de la pretensión literaria a la pretensión ensayística, al reportaje, a la pretensión sin pretensiones.
-Voy. El boxeador estaba casado, en Argentina. Tenía hijos. A su vez se había casado con una camarera del Mustang Ranch. Se había ti-ra-do a la mujer de Conforte. Desconozco en qué orden. Vivía en una casa rodante. Se lo cargaron a las seis de la mañana. (Siguiendo los designios establecidos por Shakespeare.) Joe Conforte está huido -¿puede uno estar huido?- de la justicia de EEUU. Vive en Brasil. ¿Qué habrá sido de la esposa del dueño del burdel? Tengo un cartel anunciando la pelea con Clay. Lo compré en un mercadillo de San Telmo. Es un souvenir de mi infancia.


lunes, 5 de octubre de 2009

-Un juguete roto.

-El boxeador tenía por mote El Intocable. Bajaba la guardia. Las manos sobre los muslos. O a las espaldas. Ofreciendo su cabeza. Los rivales no daban con ella. Los exponía al ridículo. Solían quedar como peleles. Como torpes atletas del desacompasamiento. No bailaba como Alí, aún siendo un peso welter. Se desplazaba poco. Sólo su cintura, su cabeza iba y venía huyendo de golpes que dejaban en el aire fugaces líneas cinéticas. Como en una viñeta de cómic. Acabo de volver a ver retazos de sus peleas en Youtube, y de comprobar que la mitificación continúa teniendo su irreprochable correspondencia con la realidad de aquel entonces. Fue campeón mundial. El doce de diciembre –el día que yo cumplía seis años- del ’68. Dicen que antes de la pelea se quedó dormido mientras le daban un masaje. Lo despertaron para subir a pelear. Después de nueve rounds, el rival japonés, desquiciado, desistió de seguir tirando zarpazos a la nada circundante. Defendió cinco o seis veces el título. Hasta que uno sí que encontró su cara. Su última pelea antes de retirarse fue una velada patética en un hotel de Bariloche –recuerdo haberla visto por la tele. Mientras él peleaba contra no sé quién -un paquete cómodo- la gente cenaba en mesas dispuestas alrededor del ring. Se hicieron chistes con las gotitas de sudor regando los platos de los comensales.
-Un juguete roto.
-No diría tanto.
-Un juguete roto, me encanta esa expresión.
-Nunca estuvo en la indigencia. Recuerdo una entrevista en la revista Goles. Vagamente. Tenía una mueblería. No se había convertido en un empresario más o menos exitoso. Eso sí. No tenía por qué, claro. La guita que había ganado la fue perdiendo en negocios volátiles. Más tarde leí que le habían asignado una subvención. No sé si vitalicia.
-Pues ya me dirás si eso no es un juguete roto.
-Recuerdo que se le entendía con mucho esfuerzo. Parecía como si jamás se quitara el protector bucal. Era de respuestas cortas. No creo que reflejo de una inteligencia corta. (¿Sus reflejos en el ring eran muestra de una cierta forma de inteligencia, o una inequívoca expresión instintiva?) Tenía fanáticos desatados. Otros lo criticaban porque le faltaba pegada. Porque interpretaba el boxeo de un modo “femenino”. Como si un torero utilizara el estoque sólo para rascarse la espalda. Evitaba las carnicerías. Chico Novarro incluyó un verso delicioso en una de sus canciones, una especie de tango más o menos moderno: Total esta noche, minga de yirar/que hoy pelea Loche en el Luna Park.
-Minga de yirar se podría traducir como paso de perder el tiempo por ahí.
-Algo así. Del gimnasio, cuando no le quedaba más remedio, entraba y salía arrastrando los pies. Nunca dejó de fumar. Murió en el 2005. Yo era fanático de El Intocable.
-Siempre te han gustado los juguetes rotos.
-Pesado.


viernes, 2 de octubre de 2009

-¿Más añicos pasados?

-No lo recuerdo con exactitud, pero todas las anécdotas ocurrieron entre los siete y los once años. Más o menos. Me estrellé contra la puerta de cristal. Se hizo añicos -los cristales no se rompen, se hacen añicos-. Mi cara no. Mi padre al otro lado, en la calle, puso cara de inevitabilidad. Todo porque corrí a abrirle la puerta, a recibirlo, y no pude frenar a tiempo. Rompí una enorme botella de aceite.  Llena. También la hice añicos. En el patio colindante al taller familiar de confección de pantalones en el que trabajaban mi madre y mi padre. Ella se mostró menos comprensiva que mi padre. No era de cristal -sino de cerámica, o material similar- la lámpara de pie que hice añicos al pretender cambiar de lugar, no recuerdo el motivo. Pero a efectos de este recuento de objetos desmenuzados en objetitos informes por mi torpeza o la de otros, cuenta como el cristal. Mi madre encarnando la imagen viva de la tragedia. Pegando ambos los pedacitos. La rearmamos y si no pretendías verla en detalle, apenas si se notaba que alguna vez la lámpara se había hecho añicos. Más cristal. Los sifones de soda, por aquél entonces, eran de cristal. Luego tuvieron una protección plástica o metálica. La chica que limpiaba, cargada de sábanas para colgar en la terraza, pasó junto al montón de sifones dispuestos ordenadamente en el descansillo de la escalera. La punta de una sábana tiró uno de los sifones que se hizo añicos escalones abajo. Explotó y un trozo de cristal viajó por el aire hasta morir sobre la mesa en la que yo dibujaba o escribía, mientras veía a ¿Ana? subir las escaleras. Mis reflejos me alejaron de la silla, de la mesa...  de la herida. Perdón por el remate exageradamente dramático.
-¿Más cristales?
-No recuerdo más cristales.
-¿Más añicos pasados?
-No por hoy.



jueves, 1 de octubre de 2009

-Y dejar las drogas, en serio te lo digo.

-Desaparecer.
-Sí, el suicidio es muuuy literario. Te pega todo el suicidio. Hablar, escribir acerca de él, romántico malditismo, blablablá...
-No entiendes. Desaparecer. Mezclarme con las cosas hasta hacerme invisible. Disolverme pero estar. Estar en todas partes.
-Dejar las drogas, ese debería ser tu cometido en la vida. No es muy literario, pero es que no quisiera que acabaras siucidándote.
-Estar donde no estoy. En todas las partes en las que no estoy. Ser todos los que no soy. Es un lastre tener mi historia, mi cara, mi pasado. Hacerme presente en todas y cada una de las... partículas exteriores a mí.
-Y dejar las drogas, en serio te lo digo.
-¿Cuándo me has visto drogarme, imbécil?
-Discreto si que eres.
-Lentamente. La lentitud es esencial. Pretender que se tiene toda la vida por delante es necesario. Reparar en cada minúscula situación. En cada cosita. Ser cabalmente consciente de cada paso que das.  Atento a los detalles. Todo son detalles. No hay más que detalles. Apreciar las posibilidades de ser un observador solemne. El matiz del matiz.  Las ventajas de una contraventana que no cierra. La luz que se filtra y te permite ver y no ver a un tiempo. Así durante el inexplicable, el inabarcable tiempo que sea necesario. Hasta desaparecer felizmente. Hasta conseguirlo por fin.
-Escribe, anda, escribe. Vuelvo más tarde.



Related Posts with Thumbnails