-En Lisboa hay ancianas asomadas a sus ventanas. Algunas, acompañadas por sus tal vez también ancianas mascotas. Parecen reclamos turísticos auspiciados por el ayuntamiento. La pareja viajera robó una foto a una de las ancianas al borde de su ventana subrayada por una de su bragas tendidas justito delante de ella.
-En Lisboa las cuestas te machacan los gemelos. Por contra, a pesar de lo irregular de sus veredas, de las calvas en el empedrado, de los tropezones que éstas propician, se resbala menos que, por ejemplo, en las piedras que pisas al cruzar la, por otro lado preciosa -tal vez no se lo parezca a los mendigos que duermen bajo sus soportales- Plaza Mayor de Madrid. La pareja viajera, cuando no viaja, atraviesa por lo menos un par de veces al día el emblema madrileño. Siempre, sobre todo por las mañanas, con la plaza recién baldeada, el integrante varón de la pareja resbala dos o tres veces al cruzarla.
-En Lisboa se pueden comer y beber manjares. Elaborados y vulgares. Hay sapateiras enormes que parece que nunca acabarás de comer. Hay vinos de denominaciones de origen que, por sus nombres, parecen cercanas -Douro, Alentejo, Ribateixo-, que le dejan al paladar de uno ganas de abrir otra botella.
-En Lisboa hay camareros que no se dan prisa.
-En Lisboa hay barrios y lugares en esos barrios -Príncipe Real, Plaza de las Flores, Lapa- en los que a la pareja viajera no le importaría morar.
-En Lisboa hay gente serenamente amable.
-En Lisboa hay preciosas casas decadentísimas.
-En Lisboa hay azulejos que parecen más o menos similares y ninguno es igual.
-En Lisboa hay tiendas extrañas.
-En Lisboa hay cinco o seis puntos clave que todo turista no puede dejar de visitar y que la pareja viajera, en este viaje, desdeñó.
-En Lisboa Pessoa, Tabucchi, Lobo Antunes.
-En Lisboa Pessoa, Tabucchi, Lobo Antunes.
-En Lisboa fueron felices disfrutando, además de el uno del otro, de una ciudad que parece a punto de disolverse, o de comenzar finalmente a concretarse.
-En Lisboa se encarna el Limbo.
-En Lisboa se encarna el Limbo.