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martes, 26 de enero de 2010

-Papá.

-Gracias por la Play.
-¿Qué?
-Gracias por la Play.
-¿Qué dices?
-Que ya lo sé.
-¿Qué sabes?
-Ya lo sé.
-No sé de qué me hablas.
-Que lo sé.
-¿Y qué es lo que sabes?
-No te hagas el tonto.
-No, en serio, ¿qué es lo que sabes?
-Sé que sois los padres.
-¿Los padres?
-He hablado con mamá, ¿vale?
-De qué.
-Papá.
-...
-Gracias por la Play.


martes, 24 de noviembre de 2009

-Más oscuros.

-Cuando volví a verla, en uno de mis viajes al regreso imposible, en pleno necio empeño por recuperar lo para siempre perdido, cuando volví a verla, quiero decir, es decir: no quiero decir pero aun así digo, porque le va muy bien a mi melancólico estilo, cuando volví a verla después de tanto no haberla visto, ni extrañarla, cuando volví a verla ella tenía los dientes más oscuros.
-Más oscuros.
-Sí. O sólo más borrosos. Más borrosos que entonces.
-El sarro o la niebla.
-Cuando volvimos a vernos, estábamos a ambos lados del sarro o la niebla. Su sonrisa, paradógicamente, fue lo que me impidió dilucidarlo. Quise consolarme desesperadamente creyendo que era la luz, incidiendo malevolente sobre ella. Sobre nosotros. Pedí otro café esperanzado en que el tiempo cambiara la luz. Pero el tiempo no cambia.

viernes, 2 de octubre de 2009

-¿Más añicos pasados?

-No lo recuerdo con exactitud, pero todas las anécdotas ocurrieron entre los siete y los once años. Más o menos. Me estrellé contra la puerta de cristal. Se hizo añicos -los cristales no se rompen, se hacen añicos-. Mi cara no. Mi padre al otro lado, en la calle, puso cara de inevitabilidad. Todo porque corrí a abrirle la puerta, a recibirlo, y no pude frenar a tiempo. Rompí una enorme botella de aceite.  Llena. También la hice añicos. En el patio colindante al taller familiar de confección de pantalones en el que trabajaban mi madre y mi padre. Ella se mostró menos comprensiva que mi padre. No era de cristal -sino de cerámica, o material similar- la lámpara de pie que hice añicos al pretender cambiar de lugar, no recuerdo el motivo. Pero a efectos de este recuento de objetos desmenuzados en objetitos informes por mi torpeza o la de otros, cuenta como el cristal. Mi madre encarnando la imagen viva de la tragedia. Pegando ambos los pedacitos. La rearmamos y si no pretendías verla en detalle, apenas si se notaba que alguna vez la lámpara se había hecho añicos. Más cristal. Los sifones de soda, por aquél entonces, eran de cristal. Luego tuvieron una protección plástica o metálica. La chica que limpiaba, cargada de sábanas para colgar en la terraza, pasó junto al montón de sifones dispuestos ordenadamente en el descansillo de la escalera. La punta de una sábana tiró uno de los sifones que se hizo añicos escalones abajo. Explotó y un trozo de cristal viajó por el aire hasta morir sobre la mesa en la que yo dibujaba o escribía, mientras veía a ¿Ana? subir las escaleras. Mis reflejos me alejaron de la silla, de la mesa...  de la herida. Perdón por el remate exageradamente dramático.
-¿Más cristales?
-No recuerdo más cristales.
-¿Más añicos pasados?
-No por hoy.



lunes, 1 de junio de 2009

-No conozco a ninguna Claudia. (2)

-Te hace mal, sí.
-No, recordarte no me hace ni bien ni mal. Pero comprende que puede hacerme mal si continúo demorándome en esta conversación.
-Sigues sin querer enfrentarte cara a cara con la verdad.
-La verdad es que sí, pero no es nada personal.
-Te conozco muy bien. Y nuevamente debo decirte que no has cambiado nada. Esas frases.
-Perdona, Claudia, no quiero parecer descortés, porque no lo soy, pero si mal no recuerdo
-Es que recuerdas mal.
-Bien, sí, pues si mal recuerdo, sólo estuvimos juntos una vez, una noche, de hace
-Doce años, semana arriba, semana abajo.
-Entonces, digamos que no somos personas que tengamos un trato de... no nos conocemos de nada, Claudia.
-Probablemente yo sea una de las personas que más te conoce en el mundo. Además de aquella intensísima relación que tuvimos
-Una noche.
-Además de aquella intensísima relación que tuvimos, he leído y releído todas y cada una de tus novelas. Por no mencionar nuevamente lo de la pajarita. ¿Le has regalado alguna otra pajarita roja a alguna otra?
-Claudia.
-¿Has homenajeado a alguna otra convirtiéndola en un personaje eterno como has hecho conmigo al encarnarme en la puta Claudia?
-Esto es muy incómodo para mí.
-Me recuerdas, tú también me recuerdas. Me recuerdas y me conoces. Mi marido tiene motivos para sentirse celoso de ti.
-No, dile que no los tiene. Por favor, dile que no.
-Le mentiré, no te preocupes. Le mentiré. Aunque es muy sensible. Es un escritor muy sensible. Mejor que tú, pero muy sensible. ¿No quieres saber su nombre?
-Lo siento, debo irme.
-Puedo decirte su nombre. Tal vez lo hayas leído.
-Ha sido un encuentro curioso.
-Seguro que lo has leído. Es bastante conocido. Tiene obra publicada en español.
-Adiós, Claudia.
-Aquí es muy famoso. Bastante famoso.
-Adiós.
-¿Puedo decirte su nombre?
-...
-¡¿Puedo gritártelo?!

-No conozco a ninguna Claudia.

-¿Qué haces aquí?
-...
-No has cambiado nada.
-Eso no es verdad.
-¿Cuánto tiempo ha pasado?
-Perdona.
-Ya te lo digo yo: doce años. Semana más, semana menos.
-Creo que te confundes.
-¿Crees que no te acuerdas de mi?
-No. Sí.
-Haz memoria, por favor. Estoy algo más gorda, pero sólo algo.
-Yo te veo igual: no te recuerdo.
-No has cambiado nada. Eras un cínico encantador.
-Eso tampoco es verdad.
-¿Por qué lo has hecho?
-Creo que me tengo que bajar en esta.
-Yo también. ¿Te importa que vayamos charlando? Te invito a un café.
-No, gracias.
-Te agradezco mucho que lo hayas hecho.
-Mira, creo que hay un error.
-Nadie me había convertido en personaje. Ni siquiera mi marido.
-...
-Y eso que escribe bastante mejor que tú. Bueno, tal vez por esa razón es que mi marido no me ha convertido en persnaje.
-¿Cómo sabes que escribo?
-Te sigo.
-¿Por qué me sigues, adónde me sigues?
-Desde que comenzaste a publicar. Es un honor, en serio. Aunque me hayas convertido en puta.
-¿En puta?
-¿Vas a decirme que el personaje de Claudia no está basado en mí?
-¿Quién es Caludia? ¿Quién eres tú?
-Mi nombre es Claudia, y el de mi personaje también.
-No conozco a ninguna Claudia.
-En tu primera novela, El bufón hierático -vaya título-, el prota se encuentra a su vecina de escalera ejerciendo la prostitución en la calle, nunca se habían dirigido la palabra, hasta que él la aborda en la calle, y aunque ambos saben quién es quién, hacen como que no, y él se convierte en su cliente, y con frecuencia casi diaria
-¿Yo he escrito esa mierda?
-Sí. Y no es una mierda. Claudia es un personaje muy bien construído.
-Discúlpame, no quise ofenderte, no quiero, pero ese personaje no está basado en ti, ni siquiera sé quién eres.
-Sé que no me has olvidado, nunca podrás hacerlo, porque yo soy la puta Claudia y eso ya no puedes cambiarlo ni tú, que eres el autor.
-No he vuelto a leer esa novela. Es horrible. No recuerdo ese personaje. Tampoco a ti. Gracias por leerme, en cualquier caso.
-A mi marido tu última novela es la que menos le gusta. Empezando por el titulo. A mí me gusta, bastante: La lección del insomne.
-¿Ya la has leído?
-No es la mejor.
-Gracias.
-Pero tampoco es la bazofia que dice mi marido. Lo mueven los celos.
-Tracción a celos.
-No has cambiado nada.
-Bueno...
-¿No quieres saber por qué mi marido siente celos de ti?
-Claudia...
-¿Me recuerdas, ya me recuerdas?
-Recuerdo que acabas de decirme que te llamas Claudia.
-Ahora me dirás que te están esperando.
-Si no te digo eso tendré que mentirte.
-¿Cómo te ha ido la vida?
-¿La vida?
-Desde que lo dejamos.
-Estoy un poco aturdido. No creo haber dejado nada que fuera tuyo o mío.
-Conservo la pajarita.
-No me ayudas.
-La pajarita roja que me regalaste la primera noche.
-...
-Me la pusiste después de...
-Sé quien eres. Sí, lo recuerdo. Única noche.
-¡Qué alegría!
-Ya. Lo que pasa es que creo que tu memoria ha seguido trabajando conmigo desde entonces.
-Y la tuya me ha hecho desaparecer.
-No, desaparecer, no, ya ves que recuerdo que tuve una pajarita roja, que ya no la tengo, que se la regalé hace mucho tiempo a una chica que conocí una noche.
-¿Qué haces en Londres?
-Pues... he venido a visitar a alguien.
-¿Dónde paras?
-No. No paro. Voy de aquí para allá.
-¿Te hace mal recordarme?
-No te recuerdo.
-¿Te hace mal no recordarme?
-Discúlpame, recuerda que llevo prisa.

viernes, 22 de mayo de 2009

-Tienes más razón que un hijo.

-Tus años de dibujante ya han pasado.
-Tienes más razón que un hijo.
-Pero no pasa nada.
-No.
-Seguro que todavía no se te han pasado los años de hacer otras cosas.
-¿Tú crees?
-Puede ser.
-No, dime si lo crees o no.
-Lo voy a pensar.
-¿Cuándo me lo dirás?
-No lo sé. Tengo mucho tiempo por delante.

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