-Obviamente no creo en ellas. Encontré la sirena varada en la playa de San Bernardo. Después de escribir esto consultaré la RAE. Buscaré el vocablo varado. Tal vez deberé cambiarlo. La sirena estaba en la playa, tal vez sólo descansando. O meditando. Eran las cinco y media de la mañana. No quiero contar lo que me había pasado hacía algunas horas, esa noche, esa madrugada que estaba ya yéndose. Digamos que acababa de tomar consciencia de que había perdido algo. Algo querido que se oscurecía a medida que comenzaba a imponerse la luz que iluminaría aquel día. Desde lejos supe que aquello que estaba varado, o pensando, allí, era una sirena. Seguí mi camino. Acercándome a ella. No porque quisiera ir a su encuentro, sino porque la sirena tal vez varada estaba en mi camino. Yo volvía a casa. Ella también. Tal vez me observó de reojo. Se arrastró -si es que es eso lo que las sirenas hacen cuando se desplazan sobre la arena- hacia el mar. Tardó en perderse mar adentro. Creo no haberla incomodado demasiado. Lentamente volvió y yo volví. Me desnudé y dudé. Finalmente no entré en el mar. Me quedé en la orilla. Varado, cansado, meditando. Enseguida apareció en la playa una figura a lo lejos, tal vez proveniente del muelle. Acercándose hacia mí. Me vestí y me alejé de la sombra que se acercaba. Sin intentar descifrarla. Digamos que hacía un par de horas que acababa de perder algo. Y hacía dos minutos que acababa de confirmar que las sirenas no existen. Salvo en la ficción. Que es el sitio en el que la realidad se escribe al salir del mar, de la niebla, de la tierra, de los volcanes, del cielo, de los estómagos, de los vapores de la memoria, del desamor.
Las gratitudes.-Delphine de Vigan
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Contraportada
«Hoy ha muerto una anciana a la que yo quería. A menudo pensaba: ”Le debo
tanto.“ O: ”Sin ella, probablemente ya no estaría aquí.“ Pens...
Hace 1 mes