jueves, 29 de noviembre de 2012

Rumor

Se dice que ha vuelto.
http://calla-para-siempre.blogspot.com.es/
Cualquiera sabe.

miércoles, 11 de abril de 2012

¿Alguna nota?

-¿Qué tenemos?
-Otro que lo deja.
-¿Alguna nota?
-Sí.
-Lea.
-¿Todo?
-Hasta que le diga que pare.
-Acá pone que lo deja por que se le agotó.
-¿Qué se le agotó?
-Eso no lo pone. Las ideas. El afecto por el formato. Lo de siempre, supongo.
-Suponga menos.
-A lo mejor ya no siente lo que tiene que sentir.
-A trabajar se viene sin corazón, Gutiérrez, se lo he dicho mil veces.
-Sí, perdone. Hay un listado de nombres.
-Lea.
-Daniel Domínguez. Lena Yau. José Lorente. Thornton. Esgarracolchas. Cabopá. Postriziny.
-¿Pos qué?
-Postriziny. Ossip. Lowon. Dani Estimado Seseña. Baldanders. Antonio Misas. Xibeliuss. Jordi. Majo. Sol Paul. Pepi. Ángel. Manuela. Scafati. Fontenla. Madison. Oscar Grillo. José Luis Martin. Lanita. La Fée. Paisajes Escritos. Recuerdos Perdidos. Stultifer. Risk Compatriota. Almalaire. Raúl Rey.
-Vale.
-Hay un montón de nombres más.
-Déjelo.
-...
-¿Dibujo?
-No. Lo último que pone es que seguirá visitando los blogs que le gustan y
-Y seguirá comentando en ellos.
-Eso es.
-Eso dicen todos.

jueves, 29 de marzo de 2012

-Piedras.

-Primero borré la última frase, la de la costumbre de mi amigo. Luego la frase anterior, la del aroma que le sobrevino a mi memoria cuando regresé al colegio treinta años más tarde. Dudé un momento, quité la otra línea, la que hacía referencia a los dibujos cambiantes que solía encontrar en las baldosas del baño. Releí luego la del mensaje que ella había dejado pegado en la puerta de la nevera. No dudé en eliminar la bobería ésa de la tarde melancólica. Sólo dejé escrita la primera oración. En la que digo desconocer por qué estoy reteniendo el llanto. Menos es más, pensé, no demasiado convencido de haber hecho bien. Deseché, antes de escribir, lo de las piedras de la pecera vacía.

miércoles, 21 de marzo de 2012

-Dinosaurios.

-Encuentro dibujitos de Miguel y mensajes de Carmen entreverados en su momento -cada uno de ellos en un determinado momento- por mí entre las hojas de los libros. Mi madre guardaba (no sé si lo sigue haciendo) billetes, dinero, en bolsillos de camisas y chaquetas colgadas en las perchas del armario. Se sorprendía al reencontrarse con veinte pesos olvidados -en su momento- entre la ropa. Pretendemos olvidar que no olvidamos esas señales traspapeladas (post-it, billetes) entre libros y ropas.  A mi padre, que nunca leyó un libro entero, y -desconozco la conexión- tenía una caligrafía excelente y unas ortografía y sintáxis dignísimas, la ropa le duraba muchísimos años. Recuerdo un par de camisas, una chaqueta gris, en concreto; unos zapatos. Y un aroma propio que no se le fue nunca. Nada se pierde. Todo cambia de lugar. Le digo que la quiero y después la noche. Acabo por encontrar sus viejas amorosas respuestas a mis suspiros entre páginas de libros escritos por otros. Papá se murió hace casi veinte años. Comienzo a comprender vagamente que este turbio vagabundeo por el teclado va reflejando un desorden que en realidad es un plano para perderme al volver. O es un dinosaurio. Uno de esos miles que dibujó Miguel hasta hace tres o cuatro años, y de los que ahora acabo de hallar -sin necesidad de desenterrar nada- un ejemplar perdido entre las hojas de Memoria de elefante, del gran Lobo Antunes.

martes, 13 de marzo de 2012

-Ya.

-Me miró como si escrutara la inmensidad del universo. Me susurró como si recitara la profundidad de la historia. Me tocó como si acariciara los fondos abisales con mano marina. Me amó como si amara todas las madrugadas de los amantes.
-...
-Paso de volver a llamarla.
-No te preguntaré por qué.
-Porque no soporto no salir ileso.
-Ya.

viernes, 2 de marzo de 2012

-Eliseo.

-Eliseo vivió una vida no sé yo qué decirte. Tenía otras vidas para elegir, pero los recién nacidos están bastante limitados a la hora de seleccionar su destino. (Se viene frase de lo más filosófica.) Los hombres -y las mujeres- se equivocan pronto. (Fin de frase de lo más filosófica.) Poco se sabe de Eliseo antes de entrar a trabajar en la pizzería de las afueras de Oslo. Puedes verla aún si vas lo suficientemente borracho por esas calles osloscences de dios. Contaba con veintinueve años -no la pizzería, sino Eliseo-, aunque tenía más. A la semana de entrar a trabajar allí, ya estaba harto de despachar pizzas Cuatro Quesos y Cuatro Estaciones. Inventó la pizza Cuatro Jinetes, y eso marcó el comienzo del fin, acaecido veintitrés minutos después. Vagó por la ciudad sin conocer el idioma. Los idiomas. Ningún idioma. Esa carencia, todo hay que decirlo, había potenciado sus habilidades gesticulatorias. ¡Cómo gesticulaba Eliseo! No le servía para hacerse entender, pero, eso sí, ¡cómo gesticulaba Eliseo! Una joven invidente se lo llevó por delante, y, enseguida, se lo llevó a su casa -a la casa de ella-, y convivió con él sin ver la hora de que Eliseo se aprovechara sexualmente -también de ella-, hecho que ocurrió ni bien traspasar el umbral de su piso oslotense. Cuando la joven recuperó la vista, decidió cambiar de postura ante la vida que tenía encima, que era la vida de Eliseo.  Vivieron felices durante una década, o, como le gustaba decir a Eliseo, durante ciento cuatro años. La ex ciega decidió recuperar el tiempo perdido y volvió a no ver. Culpable, Eliseo se arrojó desde lo alto del cabecero de la cama que compartían -un día dormía él, otro día dormía ella- después de preguntarle -a través de la mímica- a la joven cuál era su nombre -el de ella-. Ella respondió: Eliseo. Éste le aclaró -mímicamente otra vez-: El tuyo. Ella sonrió con esa sonrisa que tenía y le dijo: Nunca digo mi nombre en la primera cita. Respetuoso, Eliseo no gesticuló ni mú. Respiró hondo y se arrojó, entonces, desde lo alto del cabecero -de hierro-. Cayó de pie sobre suelo osloeta. Ella creyó percibir el típico ruido que hacen los suicidas al caer, pero negó con la cabeza en silencio. Y en oscuridad. Pasados los años, Eliseo dijo Ay, bajito, moviendo las manos muy poco. Ella, que por entonces compartía su vida -de ella- con un lanzador de jabalinas -esas mamíferas- se acordó de un novio que tuvo. Aunque no consiguió recordar su nombre. El de él.

 

viernes, 24 de febrero de 2012

-Quería dejarle este folleto.

-El día que vino Dios a verme yo no estaba presentable. Antes me había llamado por teléfono, pero, siguiendo mi costumbre, no cogí la llamada del Número Desconocido. Tampoco habría cogido de haber sabido cuál es el número de Dios. Me puse los calzoncillos y una camiseta y antes de que Dios llamara a mi puerta por tercera vez, después de observar a través de la mirilla -no era la primera vez que veía su careto por el bloque- y comprobar que quien estaba a punto de apretar nuevamente el timbre era Dios, entreabrí la puerta.
-Perdone la molestia -dijo Él.
-Es imperdonable -respondí Yo.
-Le perdono su mayúscula porque es argentino y sé que no puede evitarlo.
-Sí que puedo -respondí Súper Yo.
-Quería dejarle este folleto.
-No leo narrativa fantástica, excluyendo a Borges y a otros ciento cincuenta.
-Bueno, este texto es bastante poético, no crea.
-Tranquilo: no creo.
-En cualquier caso, se lo dejo.
-Cogí el librillo porque siempre me dan algo de pena los repartidores, y no sólo los  repartidores peruanos de comida china, también los repartidores de otras latitudes de comidas de otras latitudes.
-Gracias por su atención -me dijo Dios.
-No hay de qué -dije sin mayúsculas.
-Una cosita: ¿no sabe si la chica del A está en casa?
-Encogí los hombros por toda respuesta. Pensé que si el fulano este todo lo sabe, sabría también que ella atiende en su casa todos los días a partir de las seis de la tarde. Cerré la puerta. Me quité la ropa. Me metí en la cama a ojear el pasquín. Tenía unas ilustraciones muy malas. Comencé a leer pero no conseguí concentrarme. Siempre me pasa que, cuando estoy en casa y escucho los ruidos provenientes de la casa de al lado, dejo lo que estoy haciendo y hago lo que no puedo evitar hacer. Cada vez que oigo sus auténticos falsos gemidos siento que ella sabe hacer sentir a un hombre como si fuera un dios.  
-Pienso un título para cuando escriba todo esto que me acabará de ocurrir cuando acabe. 
-La chica del Ah.
-Otro.
-Dios sin sacarla.
-Ay, no sé.

No parece que la fotografía de la gran Carmen Díaz tenga mucho que ver con el texto. Pero cualquiera sabe.

miércoles, 22 de febrero de 2012

-Pobre tipo.

-Con las manos en la masa.
-La muerte tiene una paciencia limitada. En este caso, limitada al interior de su caja.
-Cuando subió, la desescombró y la abrió...
-Después de todos sus años -ahora que ha muerto todos esos años son suyos- se quedó con lo que había en la caja. Verás cómo los de la científica nos dicen que tocó todos los objetos por una última vez. El tesoro de un hombre es lo que atesoró de niño, antes de empezar a ocultar sus tesoros en otras partes. El niño guarda, el hombre esconde.
-Pobre tipo.
-La muerte nos vuelve a todos paupérrimos.
-El asa de una tacita de porcelana... un billete del metro de Londres... una nuez... Yo me como una nuez todos los días, dicen que es bueno.
-¿Bueno para qué?
-...
-Hace veinte años que estoy empezando a hartarme de esta profesión.
-Pero mientras tanto siguen esperando que investiguemos.
-Que les den por culo.
-Tranquilo, ya me ocupo yo del papeleo, jefe.

jueves, 9 de febrero de 2012

-El flaco.

Muchacha pequeños pies,
no corras más. Quédate hasta el alba.

Luis Alberto Spinetta.

-Me estaba duchando cuando me dijo Carmen que acababan de decirlo en la radio. Emití un No de sorpresa. Pregunté de qué había muerto. Qué preguntas inapropiadas hace uno en esas circunstancias. Me enjuagué triste.
-Esta última nochebuena, mi mujer y mi hijo me regalaron una guitarra eléctrica y un amplificador. Un regalo precioso e inesperado. No sé tocar la guitarra. Prometí aprender algo con algún método de esos que prometen que aprenderás algo sin saber nada de música. Pero por ahora...
-A mis quince o dieciséis años, en un partido en el Parque Patricios, un amigo y eventual rival, me rompió el dedo medio (dedo corazón, en España) de la mano izquierda. Cosas que le pueden pasar a un arquero. Seguí jugando. Más tarde, me enyesaron el dedo y la mano en el Hospital Español, a la vuelta de casa. Pasado un mes fui a que me quitaran el yeso. El médico, al descubrir mi dedo ya soldado, rió al comprobar que "Te quedó un poco torcido". Me sugirió risueño que podía volver a quebrármelo, volver a enyesarlo. Decliné la oferta. Desde entonces, cuando doblo el dedo corazón (medio, en España) se evidencian las consecuencias de aquella anécdota. 
-Es complicado aprender a tocar la guitarra a mi edad (49). Mucho más con mis dedos de arquero viejo.
-El chico que toca la guitarra eléctrica a los pies de las escaleras mecánicas de la estación de Plaza de España del metro de Madrid nunca toca una de Spinetta.
-Cuando todo duerma, te robaré un color.

miércoles, 8 de febrero de 2012

-Está a las dudas y a las maduras.

-Endocrino aficionado a la pintura pinta la hormona lisa.
-Grupo de amigas se apunta a jornadas de gilipuertas abiertas.
-Empleada dice estar coartada por el mismo patrón.
-Hace curso intensivo para dejar de pensar en inglés por fonética.
-Confiesa que la tiene en alta estigma.
-Se compra un adjetivo de gran angular.
-Ni fríos ni calientes: los calendarios le gustan del tiempo.
-Antes de lanzarse a pintar naturalezas muertas pinta naturalezas en coma.
-Pone una excusa para no ir a misa que va a misa.
-Confunde el culo con las témporas y manda todo a tomar por témporas.
-Funambulista con diarrea camina por la cuerda floja.
-Célula madre hay una sola.
-Tiene dedos a manos llenas.
-Encarcelan a verso libre.
-Leen testamento de ángulo muerto.
-Tenista juega con una Barbie para mejorar su juego de muñeca.
-Profeta en su tierra decide ducharse.
-Se pone el mundo por montera y comprueba que no le favorece para nada.
-Esposa celosa quema fascículos del coleccionable Coños del Mundo de su marido.

lunes, 30 de enero de 2012

-De un planeta lejano.

-Pero... ¿qué te has hecho en el pelo?
-No quiero ser la típica rubia que entra al despacho del detective para dar comienzo a la trama.
-¿Las morenas también pueden hacer eso por un relato negro?
-Calla, no pierdas el tiempo, que tu secretaria cada vez tarda menos en almorzar.
-Llámame sentimental, pero antes de que te quites la falda me gustaría que me besaras, rubia.
-...
-...
-Puedes seguir.
-Ayúdame a dejar atrás a la que era.
-No volveré a llamarte rubia. No sé si puedo hacer algo más.
-Gracias.
-Haré como si no me importara que pretendas ser una morena artificial.
-¿Sábes de dónde viene eso de monte de venus?
-De un planeta lejano.
-¿Te gusta cómo me ha quedado?
-Es inquietante.
-Más inquietante es ser morena arriba y rubia abajo.
-¿Sí?
-Deja de mirármelo. Ven.
-...
-No temas, sabe igual que siempre.
-Eso lo tendré que decir yo, morena.
-Date prisa. Tu secretaria...
-...
-no tardará...
-...
-en llegar...


jueves, 26 de enero de 2012

Mi hermana.

-Tercera casa desconocida que visitaba por primera vez esa semana. Sus ligues nunca acaban en la casa de ella. No le inquieta su promiscuidad. Conoce íntimamente hombres y casas. Se considera una aventurera. El sexo le gusta, pero interpretar cómo vive la gente le gustaba tanto o más. Los episodios lésbicos que vive esporádicamente -dice que las mujeres a ella...-  son igualmente propiciados por el interés que le despiertan las casas de los otros. Quiere saber también cómo son las de las otras. Cuando le preguntas si es necesario acabar en la cama, el sofá o el suelo de la casa que dice pretender conocer, no sabe qué contestar, y cada vez te da una respuesta diferente. La tercera casa estaba plagada de cactus. Los había de todas las clases y tamaños. En el dormitorio donde acabó con el tipo había uno enorme. El cactus la distrajo durante largos minutos. Pero él no pareció percatarse. Ella tampoco. Durante el cigarrillo que sólo ella fumó, hablaron acerca de los cáctus. Él dijo que ya estaban en el piso cuando lo alquiló. Le gustaban mucho a la novia que ya no tenía y con la que se había mudado. Ella, cuando ya se había hecho una idea cabal de la casa y del tipo, dejó la casa de madrugada. Nunca se queda a dormir. Todo el proceso había sido bastante desangelado. La mecánica del ligue propiamente dicho. El bar. El sexo. La casa. Sólo se llevó un bonito recuerdo de esa noche. Este cactus que es lo primero que ahora ves cuando entras en su casa.  Una casa a la que probablemente nunca entres. Mi hermana es una mujer bastante extraña. Se acuesta con alarmante frecuencia con desconocidos. Le gustan las casas de los demás y las plantas. A veces la aborrezco. Siempre después de certificar el matiz incestuoso de nuestra relación. No me deja fumar en su casa. Mucho menos en su habitación. Dice que no es bueno para ningún ser vivo respirar el aire viciado. Sé que, sobre todo, lo dice pensando en sus plantitas. Me echa enseguida. Siempre dice que ha quedado, que tiene que cambiarse, que llega tarde. En realidad, sabe que quedará, pero cuando lo vaticina, aún no sabe con qué desconocido. No es agradable tener una hermana tan pero tan puta.

martes, 24 de enero de 2012

142.

-Hizo el amor tres veces en la 142. Después, hizo el crimen. Sólo una vez. Las matemáticas del amor y la muerte. La culpa apareció oculta bajo una cifra indescifrable en el avión que lo llevaba de regreso. O lo traía al exilio. Tal vez la cara de la azafata tecleó el número que escondía la palabra a-n-o-c-h-e. Los ojos de la azafata. Él no veía la hora de llegar. No la veía por ninguna parte. Tal vez la hora de llegar había quedado olvidada en la habitación del hotel. Seguramente, una de las chicas que limpian -o uno de los forenses que limpian- ya la habrían encontrado. Y se la había quedado. Lo que para unos es ocultación de pruebas, para otros es un adornito para la mesilla de noche. 
-La mujer del asiento de al lado, la del 7B, pensando lo siguiente: Los hoteles me excitan. Tantas horas del día fuera del hotel, tantas horas con la idea caliente de volver para volver a hacerlo. Todo el tiempo preguntándome por qué he venido sola hasta aquí. Me caldean sobremanera las habitaciones de hotel. Lo hago mal. Lo hago sola. ¿Qué mira este tío?
-Hizo el amor tres veces en la 142 y ahora va a pedirse el segundo whisky. Las gradaciones de la temperatura y el alcohol.
-La mujer del asiento de al lado coge la revista de Iberia. No tiene ningún interés en hojearla. Es una especie de acto reflejo tendente a abandonar la idea de que lo ha hecho todo mal y acabará peor porque si en algo confía es en su poder de seducción. Piensa lo siguiente: Mi vida es una mierda. ¿Qué coño hago yo intentando ligar con un borracho. Iremos a un hotel. Me excitan.
-Hizo el amor tres veces en la 142 y sonríe a la azafata antes de abrir la boca para decir esta boca es mía. Y calla para siempre, porque sabe que cualquier cosa que diga, después de decir Un whisky, podrá ser usada en su contra en el juicio final. 
-La mujer del asiento de al lado mira su reloj y no ve la hora. Antes de retirarse, la azafata le pregunta a la 7B si necesita algo con una sonrisa que dibuja una puerta. La mujer la mira a los ojos y le contesta abriendo la puerta en silencio.
-Antes de entrar, los tres miran el número de la puerta. Él sonríe para sus afueras.

martes, 17 de enero de 2012

-Copenhague.

-Hay un par de fotos, de las muchas que ha hecho la pareja viajera, en las que no sale ninguna bicicleta.
-Como en España no se come en ninguna parte. Pero como en Copenhague tampoco.
-La pareja viajera elige al azar un restaurante. Lo creen italiano. Con encanto -esto no lo creen, es evidente-. Vuelven la noche siguiente. Siguen creyéndolo italiano.  Hasta que Carmen pregunta por qué creen que es italiano. No lo es. Es un encantador restaurante de comida tradicional danesa. La comida tradicional danesa vete a saber tú lo que tiene de italiana.
-Los mantelitos eran de cuadros rojos y blancos. Eso pudo haber llamado a confusión. A confuzzione.
-La última noche fueron a otro restaurante -las noches anteriores también cenaron, ¿eh?- de similares características del que durante un par de días creyeron italiano. Esta vez no se dejan engañar por ellos mismos. Y eso a pesar de que los manteles también resultan ser de cuadrados rojos y blancos. Es un antiquísimo restaurante de cocina tradicional danesa. Estupendo.
-En las tiendas de souvenirs, extrañamente, no vieron manteles de cuadrados rojos y blancos. Tan de Copenhague, al parecer.
-Cenaron el 31 de diciembre en un bistró francés -enseguida supieron que no era una cantina italiana-. Un lugar encantador. Manteles blancos -o tal vez de cuadrados blancos combinados con cuadrados blancos, hecho que hacía imposible distinguir los cuadraditos-. Cena deliciosa que incluia, entre otros manjares, un plato de foie con carpaccio de algo similar a vieiras que las glándulas salivales de la pareja aún rememoran babeantes.  
-Bebieron dos (2) botellas de vino francés -sí, especifico utilizando una generalización, que es como aclarar Bebimos un vino español. ¿Matarromera? ¿Don Simón? ¿Reserva o crianza?- creyendo, hasta el final de la larga cena, que el precio del vino era el que era, y no el doble de lo que creían que era. El error fue propiciado -aducen chisposos- por una equívoca disposición tipográfica en la carta al leer los precios. Riquísimo el vino. Francés. Así, en general.
-Siempre tuvieron claro que no era italiano.  
-Penumbra en los restaurantes. En los bares. Muchos libros decorándolos, antiguos, verdaderos, en estanterias a las que acceder desde las mesas. Velas, velas... Penumbra en la calles de la tarde. Oscuridad en las calles nocturnas. Es decir, a partir de las cinco de la tarde. Calles en las que puedes escuchar tus pasos. Gusto por lo nórdico confirmado. Seguridad. Tranquilidad. Amabilidad.
-Tal vez Copenhague sea menos evidentemente bonita que Estocolmo, pero a la pareja viajera le ha gustado tanto como Estocolmo.
-Aunque no lo parezca han hecho más cosas que comer y beber.
-¿Caro?
-Sí.

Fotografía de Carmen Díaz
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