-El boxeador le aguantó diez rounds a Alí. Hasta que no se aguantó más en pie. Recuerdo haber visto la pelea por la tele. Antes, le había hecho besar la lona -no pude resistirme a escribir esa expresión- a uno de los más grandes boxeadores de la historia. Poco, pero lo tiró. Lo llamaban Ringo. Encarnaba la versión tópica –muchas veces paródica- del porteño. Un poco la imagen que tienen en España de “lo argentino”. Para ser menos injusto habría que hablar siempre de “lo porteño”. Me parezco poco al boxeador. Pero tal vez lloré cuando ya no se pudo levantar a tiempo. Ringo era de Parque Patricios. Entrenaba en el club Huracán. Yo fui centenares de veces a jugar al fútbol a Parque Patricios, frente a Huracán, del que fui socio durante algunos años. Íbamos a la piscina y después a comer pizza a El Globito. Cerca, en el mismo barrio, con mi amigo, frecuentábamos el cine Rivas. Sesión continua. Ya no está. Ya no están. Ni el cine ni el amigo. Aunque para entonces el boxeador ya no se entrenaba en Huracán, o yo nunca lo ví. Aún no lo habían asesinado.
-Otro juguete roto.
-No exactamente.
-Todos tus juguetes rotos parecen estar en el límite de lo roto, o en el límite de lo juguete. Nunca son exactamente.
-Sí, son tipos limítrofes en más de un sentido.
-Te pongas como te pongas, son juguetes rotos.
-Dos frases del boxeador: 1. La experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado. 2. Cuando suena la campana te quedás solo. Te sacan hasta el banquito. Su familia tenía, y tal vez siga teniendo una funeraria en Parque Patricios. La regentaba un hermano. Tuvo fama, dinero, mujeres, Mercedes, y ese lujo hortera –allá diría grasa- con el que se embadurnaban los triunfadores de barrio. Seguía yendo a comer los ravioles del domingo a casa de su madre con la tranquilidad de que nadie, ninguno de los pibes que jamás conseguirían despegar, le harían un mínimo arañazo al cochazo inalcanzable aparcado en su casa de siempre.
-Estamos subiendo. Ahora viene la caída, ¿no? El típico recorrido del valle a la cima y de la cima a bajo tierra.
-El dueño de un burdel de Reno, el Mustang Ranch –continúa funcionando-, lo mandó a matar. El tipo se llamaba -continúa llamándose- Joe Conforte, nombre de mafioso difícilmente superable. El asesino, Willard Brymer, salió de rositas. (Shakespeare escribió el destino de todos nosotros. Después, un día, un sicario o uno que va por libre se encarga de ejecutarlo.) Los hechos permanecen en la nebulosa legal y literaria. Parece ser que Ringo se estaba tirando a la mujer del mafioso.
-Tirando no me parece una expresión muy apropiada. Es machista.
-Tirando es apropiadísima. Sexo. Infidelidad. Celos. Venganza. Etc. Todos los componentes de una buena o mala tragedia. De una buena o mala novela o película. La vida misma. La misma muerte.
-Vas de la pretensión literaria a la pretensión ensayística, al reportaje, a la pretensión sin pretensiones.
-Voy. El boxeador estaba casado, en Argentina. Tenía hijos. A su vez se había casado con una camarera del Mustang Ranch. Se había ti-ra-do a la mujer de Conforte. Desconozco en qué orden. Vivía en una casa rodante. Se lo cargaron a las seis de la mañana. (Siguiendo los designios establecidos por Shakespeare.) Joe Conforte está huido -¿puede uno estar huido?- de la justicia de EEUU. Vive en Brasil. ¿Qué habrá sido de la esposa del dueño del burdel? Tengo un cartel anunciando la pelea con Clay. Lo compré en un mercadillo de San Telmo. Es un souvenir de mi infancia.