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martes, 13 de marzo de 2012

-Ya.

-Me miró como si escrutara la inmensidad del universo. Me susurró como si recitara la profundidad de la historia. Me tocó como si acariciara los fondos abisales con mano marina. Me amó como si amara todas las madrugadas de los amantes.
-...
-Paso de volver a llamarla.
-No te preguntaré por qué.
-Porque no soporto no salir ileso.
-Ya.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

-Qué elegancia.

-Le gusta ello. Prueba de ello es que siempre prueba de ello.
-Qué elegancia.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

-Teme a la blandurria actitud pseudo poética.

-No temas a la poesía.
-Teme a la blandurria actitud pseudo poética.
-Y, como decía aquella antigua sentencia que cerraba otras antiguas sentencias que la precedían, y que no hablaba de poesía sino de un antiguo tema que olvidé -creo que tenía algo que ver con Dios y con aceptación- como olvidé no sé dónde aquél póster adolescente -en donde venían impresas las sentencias- perdido hace tanto que tal vez jamás tuve y seguramente vi más de una y de cien veces en diez o cien tiendas, y, quizá, en la casa de algún amigo o amiga o conocida o conocido de mi primera juventud -¿cuántas juventudes hay y cuál es la sentencia última que la sentencia?-, ¿y por qué razón pienso ahora en ese galgo de tres patas que a veces veo en la Plaza de la Paja?: dame sabiduría para reconocer la diferencia.
-¿La sintáxis y tú en qué punto estáis?
-Ella y yo no estamos en punto alguno. Estamos en coma. En una coma.
-Deja la bebida, anda...

miércoles, 30 de noviembre de 2011

-Una fantasía común.

-Hay gente que se disuelve. Empieza a desenfocarse levemente. Mientras busca justificaciones en la niebla, las gafas, o la caprichosa luz envenenando las sombras, sigue desvirtuándose. El espejo comienza a devolver sólo partes arbitrarias de rostro y cuerpo, y hace pasar al otro lado rasgos que se creían definitivos. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Parece que fue ayer. Los demás ya no se extrañan. Tu madre no se justifica por no haberte llamado, y tu hija da por hecho que el trabajo te ha retenido para siempre lejos del hogar. Tu esposa deja de buscar coartadas y trae a su amante a la casa que ya no mantienes. La ropa colgada en sus perchas se entiende cabalmente como una escenografía pretendidamente nostálgica que no hace llorar a nadie. El sepia de las fotos acelera de cero a un siglo en pocas semanas. Finalmente, un buen día, hay gente que desaparece. Desaparezco.
-Una fantasía común.

viernes, 25 de noviembre de 2011

-De esto no se sabe.

-Me da miedo la esperanza.
-Bueno, es un comienzo.
-Tetas pequeñas y cerebro grande. O viceversa. 
-Es otro comienzo.
-¿Por dónde empiezo?
-No sé. Tú eres el que sabe de esto.
-De esto no se sabe.
-Empiezo yo, entonces: mi chica maneja los silencios como nadie.
-Mi chica los maneja mejor.
-Tumbada al sol durante toda la noche.
-Llevo mal que la compartamos, pero llevo peor los chistes al respecto.
-Yo tampoco sé de qué me río.
-De tu amargo humor.
-Me da risa la esperanza.
-Yo tengo mis esperanzas puestas en un banco suizo.
-¿No crees que exista alguna posibilidad de que se decida por uno de nosotros, por uno de sus amantes femeninos o masculinos, por uno de esos objetos suyos?
-La esperanza es lo primero que se pierde.
-Bueno, no cantemos victoria, entonces. Pero cantemos.
-Empieza tú.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

-La sirena.

-Obviamente no creo en ellas. Encontré la sirena varada en la playa de San Bernardo. Después de escribir esto consultaré la RAE. Buscaré el vocablo varado. Tal vez deberé cambiarlo. La sirena estaba en la playa, tal vez sólo descansando. O meditando. Eran las cinco y media de la mañana. No quiero contar lo que me había pasado hacía algunas horas, esa noche, esa madrugada que estaba ya yéndose. Digamos que acababa de tomar consciencia de que había perdido algo. Algo querido que se oscurecía  a medida que comenzaba a imponerse la luz que iluminaría aquel día. Desde lejos supe que aquello que estaba varado, o pensando, allí, era una sirena. Seguí mi camino. Acercándome a ella. No porque quisiera ir a su encuentro, sino porque la sirena tal vez varada estaba en mi camino. Yo volvía a casa. Ella también. Tal vez me observó de reojo. Se arrastró -si es que es eso lo que las sirenas hacen cuando se desplazan sobre la arena- hacia el mar. Tardó en perderse mar adentro. Creo no haberla incomodado demasiado. Lentamente volvió y yo volví. Me desnudé y dudé. Finalmente no entré en el mar. Me quedé en la orilla. Varado, cansado, meditando. Enseguida apareció en la playa una figura a lo lejos, tal vez proveniente del muelle. Acercándose hacia mí. Me vestí y me alejé de la sombra que se acercaba. Sin intentar  descifrarla. Digamos que hacía un par de horas que acababa de perder algo. Y hacía dos minutos que acababa de confirmar que las sirenas no existen. Salvo en la ficción. Que es el sitio en el que la realidad se escribe al salir del mar, de la niebla, de la tierra, de los volcanes, del cielo, de los estómagos, de los vapores de la memoria, del desamor.
-La sirena.
-Me metí en la ducha y pude ver un par de escamas tornasoladas desaparecer por el desagüe de la bañera. No me preguntes por qué, pero pensé en Bradbury.
-No necesito preguntarte por qué.
-Varada está bien.

viernes, 21 de octubre de 2011

-Encendido.

-Hay una oferta de hastío que me resisto a comprar.
-Pero llegan las rebajas del asco.
-Y es difícil contenerse.
-Te lo ponen tan asquerosamente fácil que no es fácil.
-Con los escudos de belleza y pasión que mis entrañas llevan maleando durante tanto tiempo peleo para no sucumbir.
-Pero el asco acaba manchándote un poquito o un mucho.
-Compro, sí, al final compro.
-Es repugnante, pero con esos precios, ¿quién puede resistirse a pasar toda la tarde delante del televisor?
-Encendido.
-Si no quedas satisfecho te devuelven a un estado irrecuperable.
-...

jueves, 29 de septiembre de 2011

-Gracias.

-Afuera puede que haya una ciudad frustrada. Tal vez un puente precioso del que solía arrojarse gente. Quizá cerca pase un río que casi no pasa. Hay gente que veo casi todos los días. Hay personajes que se encarnan a sí mismos cuando salen a la calle. Afuera puede que haya una ciudad que los turistas aprecian. Tal vez rincones en los que oculto un rincón para resguardarlo de mí. Quizá escalinatas alentadas por el dasaliento de un escalón tras otro. Hay mujeres que dicen querer lo que las contradice. Hay hombres que apuntan a no dar. Afuera puede haber una ciudad que mi hijo acaba de abandonar. Por primera vez en su vida y la mía, entra en casa con su llave estando yo dentro. Salgo de la cocina donde estoy preparando la comida para él y para mí, y nos encontramos en el pasillo. Acaba de llegar del instituto. Nos besamos. Dice que le ha ido bien. Pienso en lo inédito de la sensación de recibirlo a él que entra solo en casa. Parece que fuera lo más natural del mundo. Pero no lo es. Comemos. Hace los deberes. Escribo. Juega a la Play. Cae la tarde ciudad abajo. Hace unas pocas horas ha ocurrido algo que no había pasado nunca.
-Voy a decir algo para que sientas que no traicionas tu tantas veces traicionado formato diálogo.
-Gracias.
-De nada. Para qué están los amigos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

-Odia dibujar por encargo.

-El señor que no existe y que mi hijo Miguel dibujó displicentemente una tarde de sábado -como quien no quiere la biografía del que está dibujando- tiene una biografía entre un millón.
-Tiene cara de siglo 19.
-Y de tranvía 28.
-Ha sobrevivido a su esposa.
-Pero no a su hijo pequeño.
-Ni a la culpa de aquel accidente.
-¿Crees que el accidente ha devenido en ese rictus?
-A mí me parece evidente. Y también le parecía una consecuencia lógica a la que fuera su mujer.
-¿Sigue habiendo parejas cuyos integrantes mueren sucesivamente, con diferencia de meses, un año a lo sumo?
-Pídele a tu hijo que dibuje a una de esas hipotéticas parejas actuales. Y a ver.
-Odia dibujar por encargo.
-Eres su padre, sabrás obligarlo a que lo haga.
-Para ti es fácil decirlo.
-...
-Puedo acabar siendo pasto de sus trazos.
-No había pensado en eso.

Ilustración de Miguel Villar

jueves, 15 de septiembre de 2011

-Me siento a esperar.

-Antes de escribir lo que voy a escribir -si es que finalmente queda algo de lo escrito- me pregunto, me estoy preguntando, por qué escribo estas cosas aquí. En este formato. En lugar de no hacerlo en ningún otro.
-Me duele todo el cuerpo. No hay frase más vaga que me duele todo el cuerpo. Pues me duele todo el cuerpo. No exactamente todo. Sería imposible de soportar que realmente, en el grado que fuera, me doliera todo el cuerpo. Y yo sí puedo soportar este dolor de cuerpo. De todo el cuerpo. 
-Me duele desde hace dos días. Me duele desde después de la discusión. De la explosión de hace dos días. Exactamente, éste dolor, comenzó una noche más tarde.
-En cierto modo me duele todo el cuerpo porque en mi casa hay dos mujeres.
-Parecen tener sus dominios bien delimitados. Una, desde la entrada hasta la zona del salón. La otra, desde el salón hasta el balcón -incluye la habitación, la cama-. El salón es una especie de territorio difuso, tierra de todos y de nadie en la que ninguna de ellas se esfuerza por imponer su gobierno. Allí conviven. Convivimos.
-Me dolerá todo el cuerpo hasta que una de ellas -o ambas- haga algo por mi dolor.
-Sin proponérselo -porque no saben qué ni cómo ni por qué deberían firmarme el destino- el futuro de mi dolor está en sus manos. ¿Harán algo? ¿Me quedarán fuerzas para escribirlo?
-O muero de una lenta decadencia que me ablande por completo, que me ague, me licúe, y me permita,  finalmente, huir por el desagüe de la bañera; o exploto de explosión coronaria de una vez y para nunca.
-Me siento a esperar. 
-Una -o ambas- no puede tardar en decidirse.
-Cómodamente. Estoy tan cansado. Me duele tanto todo el cuerpo.
-Estoy a verlas venir.
-Se venía venir, decía mi hijo hasta hace bien poco.
-Hablo conmigo.
-¿Por qué me extraña tanto entonces que escriba en este formato en el que parece que somos dos quienes dialogamos?
-Escribo guiones, y otros signos de puntuación.

lunes, 5 de septiembre de 2011

-Qué gran mentira.

-Lo primero que encontró cuando salió a la calle fue una rata muerta en el portal de la pensión. Le dió una patadita displicente que la hizo descansar al lado del bordillo, en la calle, después de rodar suavemente por la acera. Pensó que el toque no se pierde nunca. Ese toque de derecha, con el exterior del empeine. No era la primera vez que encontraba una, y, como en ocasiones anteriores, su derecha mágica hizo lo que quiso con la rata muerta.
-Pensó en balones de fútbol y en cadáveres de ratas. Le pareció que esa conexión era una metáfora del recorrido de su vida profesional. Se rió para sus adentros ante un hallazgo que no pudo evitar apuntar en su libretita. Se detuvo a las puertas del bar de la esquina, entorpeciendo la salida a una octogenaria con malas pulgas: Toda mi vida es profesional. Cuando acabó se apartó de la puerta. Guardó la libreta y el lapicito mientras cruzaba una mirada con la señora. Y entonces supo que tenía malas pulgas.
-Como cada día le sobrevinieron cinco jugadas especiales. Especiales para él. Las recordaba todas. Y no sólo goles. También pases de gol. Y algunos toques que nadie registró ni siquiera en el momento en que ocurrieron, antaño. Cada día recordaba cinco jugadas diferentes. Más o menos trascendentes. Las recordaba con pelos y señales. Todo el día rememorando estas cinco, incluído algún que otro gol. Mañana volvería a marcar otros cinco goles, o a dar otros cinco últimos pases, o, simplemente cinco toques sutiles. Y pasado mañana otros cinco recuerdos con balón. Su vida era profesional tal vez porque cobraba por recordar lo que había sido. Le pagaban monedas anónimas. Bocatas lastimeros de los mismos bares de siempre. Cigarros de quienes decían recordar quién era el dueño de esa derecha mágica. Gente que lo había visto jugar, y creían haberlo visto mendigar.
-Algunos, a veces, le pedían hacerse una foto con él. Quisieran o no, él siempre les dejaba escrito en el aire El toque no se pierde nunca. 
-Qué gran mentira.
-Cuando volvió a su casa por la noche -medio borracho, porque lo primero que perdió cuando empezó a perder fue la posibilidad de emborracharse por completo- la rata ya no estaba. La acera parecía recién baldeada. Y la calle. Miró hacia arriba antes de meter la llave en la cerradura. Y se convenció de que llovía de un modo que, de no tener tantos toques bajo los que cobijarse, lo pondría muy triste a uno.


martes, 30 de agosto de 2011

-Te habrás quedado a gusto.

-En casa. Solo. Bobo. Aburrido. Ido. Desnudo. Peludo. En el pasado. Asado. Gordo. Torvo. Desganado. Malvado. Sudoroso. Pastoso. Maloliente. Hiriente. Haciendo un despreciable cadáver exquisito con partes arrancadas a pesadillas con mujeres. Así es como consigo sentirme el ídolo local.
-Te habrás quedado a gusto.
-...

martes, 23 de agosto de 2011

-Los pies.

-Empieza tú.
-Los pies.
-El título se lo ponemos al final.
-Vale.
-Empieza.
-El tipo mirándole los pies a la chica.
-La tiene enfrente.
-El vagón del metro está casi vacío.
-Yo también estoy allí.
-De pie.
-Al principio el tipo mira con disimulo.
-Al final, sin él.
-Ella juega con el señor.
-Mueve los deditos.
-Arquea el empeine.
-Oculta el pie derecho tras el izquierdo.
-Y viceversa.
-Tiene un gran dominio de la viceversa.
-Se quita el anillito que lleva en el dedo anular del pie izquierdo.
-Se lo vuelve a poner.
-Ahora tendría una visión suprema del escote.
-Pero sólo tiene ojos para sus pies.
-La cara del tipo es una oda al gesto desencajado.
-Suda.
-No quiero saber si hay evidencias de su inquetud a la altura de la bragueta.
-Vergüenza ajena.
-La chica se pone de pie repentinamente.
-El tipo sigue allí.
-Parece querer disimular su congoja quedándose helado.
-La chica se baja.
-Yo me bajo.
-Aquella señora del fondo se baja.
-Es el fin del trayecto.
-El tipo sigue allí.
-Parece una marioneta de hilos destensados.
-Se queda solo.
-Metido en su silencio.
-Un guarda jurado lo coge del hombro y lo sacude levemente.
-Lo cree dormido.
-Profundamente.
-Siempre hay uno que se queda dormido.
-Casi siempre se trata de un hombre.
-Lo llama.
-Señor...
-La marioneta parece haber perdido a su dueño.
-Fin de trayecto.
-Una expresión muy acertada.


sábado, 30 de julio de 2011

-Todas.

-Era fea, zafia, mala y sucia.
-Pero.
-Pero tenía estilo.
-Amigo.
-Un estilo único que se me hizo insoportable de sobrellevar.
-Como siempre.
-Sí.
-Te pasó lo mismo que con las guapas, elegantes, buenas y limpitas.
-Siempre acabo teniendo la culpa de que ellas sean como son.
-Ellas lo creen así.
-Todas.
-Y llevan razón.
-Tienen más razón que una santa.
-Y mucha más que una puta.
-Mi destino es repetirme.
-Y el de ellas.
-Entonces, ¿de qué coño me quejo?
-...

martes, 26 de julio de 2011

-¿Y cómo murió?

-Ya sé que Lucien Freud no inventó la carne.
-Ni su abuelo.
-Pero lo olvido cada vez que veo alguna de sus pinturas.
-Me caigo otra vez de culo siempre que recuerdo aquella exposición suya.
-La piel de gallina.
-Tampoco inventó la piel.
-Ni su abuelo esas miradas que no pueden ser salidas de un pincel. De una pintura. De un trazo.
-Me acerqué hasta casi tocar con mi nariz ese cuerpo.
-Y era mentira que lo estabas viendo, ¿no?
-Mi nariz al lado del lienzo parecía una falsificación de la naturaleza.
-¿Y cómo murió?
-¿Quién?
-Lucien Freud.
-No lo sé. Pintando una de sus venas imposibles de pintar.
-Creemos que no somos como él nos pinta.
-Que no estamos hechos de lo que su abuelo dice que tenemos dentro.
-Eso que nos traiciona.


domingo, 3 de julio de 2011

-Diálogo un poco fantasma.

-La casa llena de libros llenos de casas de fantasmas lectores de libros de casas encantadas por libros llenos de fantasmas leyendo en casas encantadas de estar llenas de libros de fantasmas.
-...
-Diálogo un poco fantasma.
-...

lunes, 30 de mayo de 2011

-Otra frase hecha.

-Seguramente antes de hacerlo pensó que la expresión acabar con su vida, era la apropiada para jugar antes de acabar con su vida.
-Le gustaba mucho desentrañar, o entrañar a su modo, las frases hechas.
-Quienes no le conocían decían que era un tipo solidario.
-Otra frase hecha.
-Creo que era un tipo solitario porque estaba rodeado de amigos solitarios que, como él, preferían no juntarse con nadie.
-Era más reconocido que famoso.
-Él no había aspirado a ser ninguna de esas cosas.
-Tal vez ese fracaso. Tal vez algún otro. Tal vez su exitoso modo de triunfar como perdedor. 
-Cualquiera sabe por qué alguien acaba con su vida o la de otro.
-La gente mata por razones sólidas: Raymond Chandler, creo.
-Y se mata.
-Ella cree que un día de estos dará con las razones que -ahí va otra frase hecha- lo empujaron hacia el precipicio.
-Lo vió aquella noche. Ella salía del restaurante, a las dos de la mañana, después de su jueves de trabajo. Ya era viernes, entonces. Él iría pensando que lloviznara en la ciudad que lloviznara, llamaba a esa lluvia garúa. Así en Praga como en Buenos Aires. Él no caminaba pegado a la pared, resguardándose bajo los salientes de las casas, las cornisas, los balcones. Bueno, llevaba su sombrero, claro, pero nunca lo concibió a éste como paraguas. Tampoco caminaba deprisa. Ni disfrutaba de la llovizna. Más bien le gustaba padecerla plácidamente. Todo lo contrario que ella. Él iba y ella venía. Y viceversa, claro. 
-Sabes como es.
-Sí, tal vez no sea verdad que él la mirara de reojo durante ese microsegundo que duró el cruce.
-Pero seguro que ella sí que lo miró.
-Y supo que era él. Por eso frenó en seco y se volvió, y por un instante se olvidó de la noche, del agua y del pasado que acababa de pasar junto a ella. 
-Y ella junto a él, claro.
-La noticia del día siguiente disparó la mitificación del momento. 
-Del genio.
-Del sabio.
-No sé si quiero verla, escuchar su teoría.
-Yo también prefiero leer el cuento que no tardará en escribir, que escucharla contar la experiencia que volcará en el cuento.
-Hay gente que es mejor por escrito.
-¿También lo dices por él?
-No lo sé.
-...
-No he dicho eso de pérdida irreparable en ningún momento.
-A mí también me ha costado bastante contenerme.

viernes, 20 de mayo de 2011

-A probar el agua.

-Si lloviera aquí dentro.
-Te pediría que te quedes.
-A probar el agua.
-Que dejaría la lluvia.
-Sólo tu lengua podría pasar.
-Sólo podrías pasar tu lengua.
-Pero tu excusa para no lamer.
-Es que aquí dentro ya no nos llueve.
-La escasez de goteras.
-Acabará con nuestro amor.
-Y con mis secas promesas de siempre.

martes, 26 de abril de 2011

-Es el mejor.

-¿Quién puede culparme por odiarlo? Es lógico que tenga este sentimiento. No concibo consumirme en otro. Sería un enfermo si no sintiera lo que siento. Si no lo sintiera en este grado. Lo odio con todas mis fuerzas. Lo odio con mi única fuerza. La que dedico a odiarlo.  Soy débil, inconstante, fláccido para todo lo demás. Nunca podré ser como él. Nunca. ¿No es motivo más que suficiente para odiarlo del modo en que lo odio? Tengo una sólida razón para odiarlo: Me dedico a lo mismo y... ¿lo has oído?
-Sí, claro.
-Por muy amigo mío que seas no puedes decirme que no es el mejor. No te creería. Creería que eres un necio. Un imbécil.
-Es el mejor.
-Ya puedo dedicar todas las horas de mi vida a superar su excelencia. Ya puedo hacer lo imposible. Ya puedo matarlo. Nunca seré mejor que él.
-Pero tú eres muy bueno. Eres brillante.
-No te patetices.
-No es que quiera consolarte, lo creo de verdad.
-Sé que lo crees. También yo lo creo. Soy muy bueno. Y comparado con casi todos, puedo, y más de una noche, resultar genial. Pero te estoy hablando de
-Ya lo sé.
-otra cosa.
-Ya.
-Te hablo de eso. Eso.
-...
-Eso que yo jamás tendré.

viernes, 25 de marzo de 2011

-Mal cuerpo me dejas.

-Amargo, como el envés de los payasos.
-...
-Creía que la frase era un comienzo. Pero empiezo a pensar que también es un final.
-Mal cuerpo me dejas.
-No me vanaglorio de ello, pero suelo dejar el mal cuerpo en mi afán de buscar el bueno.
-Cuando dejes de perderte en juegos de palabras...
-Las mujeres seguirán dejándome, de cualquier modo.
-Me gusta la mujer independiente. Pero no de mí. De ti.
-La última me mató bastante exitosamente.
-Yo me prevengo ante los abandonos soñando antes con ellos. Cada noche sueño que me deja. A veces, cuando despierto, ocurre. Me dirás que es casualidad. O estadística. Pero yo creo en el poder del deseo de mis sueños.
-Esta mañana he vuelto a no recordar lo que soñé anoche.
-¿Has vuelto a inventarte el sueño?
-Ambos mentimos cada mañana: Yo no sueño, y a ella, en el fondo, le importan un carajo los sueños que le cuento.
-Se ve que es de esas mujeres que se quedan para siempre.
-...


 
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