miércoles, 23 de febrero de 2011

-Séalo.

-No sabe usted con quién está hablando.
-Lo sé perfectamente Esmit.
-Señor Esmit, si no le importa.
-Me importa, sí. Creo que podríamos ser amigos, si usted no fuera quién es, y, sobre todo, cómo es.
-Mire, Guolquer, permítame ser sincero.
-Séalo.
-Lo seoleré.
-No se exceda en el absurdo, Esmit, recuerde que esta conversación está siendo grabada, y, a pesar de nuestras diferencias, no quisiera que quedara usted como un absurdo excedido en el absurdo.
-No tema por mi reputa reputación, Guolquer.
-Somos pura puta reputación, no lo olvide, Esmit.
-No recuerdo la última vez que olvidé recordar dónde dejé olvidada mi puta pura reputación. No tema.
-Me temo que el tema no es el temor.
-Me temo que temo no ser temido.
-Vamos llegando al meollo del asunto, Guolquer.
-Puede llamarme Yoni, Smit, así me llaman mis amigos, y, llegados a este punto, creo que puede usted considerarse mi amigo.
-Eso debería decirlo yo, Yoni, y yo ni sé si yo soy mi amigo, amigo mío.
-Creo que de un momento a otro ocurrirá lo inevitable.
-Bésame entonces, tonto.
-Llámame Yoni, Guolquer, que tonto sólo me lo llamaba mi madre cuando mi padre no estaba en casa, cuando estaba, era él quien me llamaba tonto. Cuando estábamos los tres en casa... recordar me hace tanto daño.
-Te besaré sólo si tú me llamas Piter, Yoni.
-Piter.
-Yoni.
-...
-Necesitaba este beso.
-Sí, siempre es conveniente ser besado antes de que el diálogo nos explote en la boca.
-...
-He tenido una erección.
-No es evidente.
-Es que no la he tenido ahora, sino en diciembre del '85, Yoni.
-Yoni eres tú, yo soy Piter.
-No sé si creerte.
-El amor se basa en la confianza, Piter.
-Y dale con Piter.
-¿Qué estabas haciendo cuando lo del 23-F?
-Me alegra que me hagas esa pregunta, Piter.
-...
-...
-Cada vez me besas mejor, Yoni.

domingo, 20 de febrero de 2011

-Hay que ver.

-¿Así era el camino de piedritas? ¿Así se traducía a la vista el cris, cris de las pisadas? ¿Así era la forma de la discreción de la casa paterna? ¿Así era de serenamente imponente la puerta de entrada? ¿Así de madera eran las sombras que se proyectaban sobre el suelo antiguo al entrar? ¿Así era la pecera? ¿Así de colorines y vivaces eran los pequeños peces que intuía tal vez rojos? ¿Así de equívocos eran los caminos a seguir una vez puestos en la disyuntiva de ir hacia una de las habitaciones? ¿Así de mal elegía siempre? ¿Así de decidido me encamino ahora a buscarte? ¿Así era el cuerpo de Carmen? ¿Así la cara de Miguel? ¿Así era el tiempo pasado por las fotografías del recuerdo? ¿Así de negras eran mis gafas negras? ¿Así eran las cosas después de tantas preguntas a ciegas? ¿Así son?
-Hay que ver.

viernes, 11 de febrero de 2011

-Estás completamente loco.

-Tal vez ocurre que hemos dejado de vernos. De tanto convivir. Nos confundimos con nuestra vida. Nos nublamos. Nos nubarramos. Nos neblinamos. Hubo un día -pero no sabemos cual, yo arriesgo que aquélla tarde de hace dos años, cuando volvimos de la comida con Juan- en que comenzamos a eructar soterradamente la niebla que fuimos incorporando durante años. Diez o doce. Algunos de los cuales -estadísticamante, sumando horas de tardes, noches, etc.- fuimos felices y no sólo relativamente felices. Recuerdo la primera mañana en que fui consciente de la niebla. La niebla ya fuera de nosotros. Ocultándonos. Te entreví saliendo del baño. En realidad, estabas entrando.
-¿A qué viene todo esto?
-¿Ves lo que te digo? No estoy ahí, no estoy frente a ti. Estoy detrás.
-¿Qué dices?
-Que vivimos rodeados de espejos, por eso no sabes dónde estoy. Yo tampoco estoy seguro de por dónde andas ahora mismo. Aparentemente estás en todas partes. Estoy rodeado de vos y por eso no consigo verte entre esta turbidez.
-Estás completamente loco.
-Ojalá lo estuviera completamente. Pero no es mi culpa. Ni es tu culpa. Es culpa de la niebla.
-Duerme, anda.


viernes, 4 de febrero de 2011

-A algunos padres les cuesta hablar.

-Cuando yo tenía once años mi padre me ahorcó en un aeropuerto. Yo viajaba con mi madre. Él se quedaba. Mi vuelta estaba prevista para un mes más tarde. Pero él no pudo evitar ahorcarme entre lágrimas en el aeropuerto. Él sabía que era imposible evitar que me fuera. Pero también sabía que era imposible dejar de llorar y de abrazarme a la altura del cuello.
-A algunos padres les cuesta hablar.
-Mi padre habló esa tarde haciéndole una llave de amor a mi tráquea. Cada uno hace lo que puede con el idioma de que dispone. Yo abrazo a mi hijo casi a diario, para no verme abocado a ahorcarlo de amor una tarde en un aeropuerto.
-...
-Hay abrazos de donde no se vuelve. Si me permites la grandilocuencia.

martes, 1 de febrero de 2011

-Hacer un túnel.

-Hacer pan.
-Hacer el amor.
-Hacer el bien.
-Hacer el mal.
-Hacer lo posible.
-Hacer memoria.
-Hacer el tonto.
-Hacer un gol.
-Hacer tiempo.
-Hacer un lugar.
-Hacer más.
-Hacer pis.
-Hacer  las maletas.
-Hacer diana.
-Hacer aguadillas.
-Hacer el boca a boca.
-Hacer un truco.
-Hacer llover.
-Hacer llorar.
-Hacer reír.
-Hacer fuerza.
-Hacer sombra.
-Hacer un trato.
-Hacer algo.
-Hacer pesas.
-Hacer el vago.
-Hacer las paces.
-Hacer de tripas corazón.
-Hacer un dibujo.
-Hacer un gurruño.
-Hacer un mundo.
-Hacer huelga.
-Hacer reformas.
-Hacer burla.
-Hacer gracia.
-Hacer mutis por el foro.
-Hacer como que no.
-Hacer un túnel.
-Hacer sobremesa.
-Hacer la digestión.
-Hacer el trabajo sucio.
-Hacer de poli bueno.
-Hacer de tu capa un sayo.
-Hacer un nudo.
-Hacer saltar la banca.
-Hacer la "o" con un canuto.
-Acércate.

lunes, 24 de enero de 2011

-Buenos Aires dos.


¡No sabes las ganas que tengo de verte!
Aquí estoy varado, sin plata y sin fe...
¡Quién sabe una noche me encare la muerte
y, chau Buenos Aires, no te vuelva a ver!

Enrique Cadícamo

-Tango. La pareja viajera fue a ver el concierto del Quinteto Real en el Torcuato Tasso (compartieron mesa con una pareja de desconocidos); a ella se le cayó el primer lagrimón instantes después de la primera nota. Subieron a tocar sólo dos canciones Horacio Salgán y Ubaldo de Lío. Salgán -el flaco, el piano- tiene noventa y cuatro años. De Lío -el gordo, la guitarra-, tal vez tenga unos ciento ocho. Pero al piano y a la guitarra parecen lo que son, dos grandes músicos con historia saliéndosele por los dedos.  (se despidieron de la pareja desconocida con quienes sólo brindaron y se despidieron.) Cenaron en el Club Social, un sitio que les recomendó su amigo F. Les gustó todo. Hasta la tarjetita que les trajeron con la cuenta. Él contuvo un gracias a la camarera, recordando lo que le había pasado el día anterior con el camarero de la parrilla.  (volverían la última noche, y se encontrarían con que la oscuridad era total en toda la calle. Sólo podían ofrecerles ensaladas. Se tomaron a risa la absoluta oscuridad argentina.) Pidieron un taxi porque el barrio estaba oscuro. La pareja se mueve por la entrañable ciudad entre la iluminación precaria y la imprevista oscuridad total. La oscuridad argentina. La medialuz porteña. El oscuro taxista, tarareando con sentimiento un reguetón salido de la radio, no ayuda a tranquilizarla a ella. ¿O el taxista del reguetón fue el de la madrugada del primero de enero? Pasaron la noche de fin de año con su amigo F y su familia. Lo pasaron muy bien. Una de sus perras sobrellevó los largos minutos de explosiones de cohetes desatada a las doce metida en la bañera, el otro perro enfrentándose rabioso al ruidoso ente proveniente de la calle, defendiéndonos de la alegría  (o el alivio esperanzado de haber llegado al final, de seguir aquí, allí.) de los demás. Salieron a caminar por Puerto Madero, ese invento que quedó bien. Un sitio que no existía, que era maleza y río, hace veinte años, cuando él se fue a un sitio que sí existía, en su familia,  en las cartas, y, comenzó a saberlo hace veinte años, en su futuro. Hablaron acerca de las diferentes maneras de celebrar la llegada del año nuevo. O de despedir el viejo. Acá ni uvas ni campanadas. Más ruido. Menos luz. Calor. Se acostaron a las cuatro de la mañana. Pactaron la intensidad del aire acondicionado de la habitación del hotel -disfrutan tanto de esos sitios impersonales, de paso-. Perdió él. Ella cree que ganó él. Desde la ventana del hotel se ve el obelisco. Y el horrendo luminoso atrezzo navideño que le han puesto. Apagan la luz. Duermen felices porque nadie apaga la luz por ellos.  Los amigos L y M, y sus dos hijas, los llevaron nuevamente a Puerto Maderio, esta vez de día. Alegría por estar con ellos. Si necesitas familia él te recomienda a sus amigos. El viajero aspira una especie de razonablemente bucólico sentimiento familiar que le encanta. L y M eran amigos también de su amigo N, también conocido como El Negro (en Argentina no es necesario ser de raza negra para que te llamen negro), pero ya no lo son. Hubo intento, hubo fracaso, de reunificación. El Negro les hace un asado, en la misma parrilla de su casa de la última vez. Lo importante es el ritual, dice hoy como repitiera hace dos años. Tiene razón. Beben una botella de vino español (Rioja) que aporta la pareja, antes de dar el primer bocado a la carne. Y otra, de vino argentino (uva Malbec, Mendoza) durante el asado. Con  chorizo, mollejas y chinchulines, que, después de la inminente visita al médico, el colesterol del viajero recordará entre lágrimas. Qué rica la carne del ritual.
-¿Qué es esto, un diario?
-Yo qué sé.
-¿En tercera persona?
-Buenos Aires dos.


miércoles, 19 de enero de 2011

-Volverá a verla.


Reconozco el hecho de que volveré a ver a Ingrid.
Igmar Bergman

-De un momento para otro. De un momento de vida, para otro momento de muerte. Es así como nacen los fantasmas. El parto, estrictamente, -es decir, sin contar los preliminares, la gestación que es la propia vida, desde que nacemos, desde que nacen nuestros antepasados- ocurre en un chispazo de segundo. Había vida y ahora hay fantasma. Le gusta pensar eso al viejo. Le gusta pensar que es así de simplemente como ocurren las cosas. Necesita creerse esa teoría. Su mujer, la mujer de su vida, murió hace hoy exactamente un año. Y sabe desde aquél día, cuantos días, meses, han pasado, han ido pasando, desde su muerte. Ahora, ahora mismo, sentado en el sofá, iluminado por libros más o menos tristes, solo pero no más solo que nunca, se repite la querida idea de la muerte y el fantasma.
-Volverá a verla.
-Tiene esa seguridad. Es feliz porque su desgracia está matizada por su querido ayer, y por su certero mañana.
-Cuando él se transforme en fantasma.
-Recuerda cada día los mensajes, las llamadas, en que decía a su amor las ganas que tenía de volver a verla. Sabiendo que, si la muerte no le estafaba la vida cualquier tarde, el reencuentro ocurriría dentro de unas pocas horas, minutos.

sábado, 15 de enero de 2011

-Salió del hotel temiendo ser seguido.

-Salió del hotel temiendo ser seguido.
-No tenía motivos para sentir lo que sentía, puesto que su única perseguidora posible dormía como un tronco en la cama que habían compartido durante horas.
-Se trataba de un sentimiento paranóico del que el hombre era plenamente consciente: estaba acostumbrado a sentir lo que sentía.
-Se metió en el taxi y pidió ir hasta el otro hotel, donde, presumía, lo estaba esperando la otra.
-La otra transformaría en la otra a la que acababa de dejar en la cama. Esa mujer haría que su paranoia se volatilizara con el aliento del primer beso.
-Mañana por la mañana ya vería a qué nuevo hotel se dirigía. Acompañado de ya se sabe qué sentimiento. Dejando desnuda, durmiendo, a la nueva ex mujer de su pasado reciente.
-A la mañana siguiente, salió del hotel temiendo ser seguida.
-No tenía motivos para sentir lo que sentía, puesto que su único perseguidor posible dormía como un tronco en la cama que habían compartido durante horas.
-Se trataba de un sentimiento paranóico del que la mujer era plenamente consciente: estaba acostumbrada a sentir lo que sentía.
-Se metió en el taxi y pidió ir hasta el otro hotel, donde, presumía, lo estaba esperando el otro.
-El otro transformaría en el otro al que acababa de dejar en la cama. Ese hombre haría que su paranoia se volatilizara con el aliento del primer beso.
-Mañana por la mañana ya vería a qué nuevo hotel se dirigía. Acompañada de ya se sabe qué sentimiento. Dejando desnudo, durmiendo, al nuevo ex hombre de su pasado reciente.
-Salió del hotel temiendo ser seguido.

miércoles, 12 de enero de 2011

-Buenos Aires.


Si querés escucharé a la BBC
aunque quieras que lo hagamos de noche.
Y si quieres darme un beso alguna vez
es posible que me suba a tu coche.
Pero no bombardéen Buenos Aires.

Charly García


-Calor. Lo primero que les dicen al llegar al aeropuerto, después de doce horas de vuelo y, tal vez, una de esperar las maletas (las cintas transportadores tienen otra forma de medir el tiempo, son como extraños relojes imprevisibles) fue que tal vez no llegaran al centro con el coche. Había huelga de nafta, de surtidores de nafta. El chófer confiaba en que llegarían, pero la dueña del coche no lo tenía tan claro. Enseguida se les informó que estaban sufriendo imprevistos cortes de luz. ¿Quiénes? Algunos. Todos. Cualquiera. Al final llegaron, después de cargar nafta en una estación de servicio que, no le pregunten por qué, vendía el preciado combustible. También tuvieron que atravesar, previo pago, claro, dos peajes. Él leyó una indicación en el listado de tarifas que llamó su atención. Durante las horas pico (en España, horas punta), te cobran treinta centavos más. Se lo comentó al chófer. Sí, le respondió.  La cola para atravesar el segundo peaje se alarga (no sólo las cintas transportadoras manejan el tiempo con estilo particular) y el chófer comenta que la gente está tranquila. Enseguida agrega que si todos se ponen a hacer sonar las bocinas, levantan las barreras y dejan pasar a todo el mundo sin pagar.  Hay una ley que sentencia que un conductor no puede esperar más de cierto tiempo (él no recuerda cuánto, pero eran minutos, y no eran muchos) para abonar y entonces atravesar un peaje (la bocina contra el manejo arbitrario del tiempo de uno). Él es argentino, aún así, y tan sólo dos años más tarde de la última visita, hay cosas que le siguen resultando extrañas hasta la carcajada. Llegaron al hotel e hicieron el primer amor. Salieron a la calle que siempre suele ser Corrientes. Con las horas de más y de menos ralentizándoles y acelerándoles la marcha. Y no tardan en comprarse el primero de los veinticinco libros que se traerán a Madrid. La consabida pizza de rúcula en Los Inmortales fue el primer manjar en caer. No, el primero fue una deliciosa ensalada rusa, que ella llamó ensaladilla, porque es española (Extrañamente, a la comida china, los chinos la llaman simplemente comida. Les Luthiers). La mayonesa (con ese toquecito a limón), que ambos llamaron mayonesa diferenciándose sólo en el énfasis con que pronuncian la ye, antes conocida como y griega, la forma de cortar las patatas, las zanahorias, no sé, riquísima. Al amigo de él, P, siempre le falto un tornillo (¿a quién no?) ahora, además, le falta un diente. Dura un rato la conmoción, pero se va camino de las risas que les siembra el pasado. Cenaron en una parrilla de la calle Corrientes a la que no era la primera vez que la pareja viajera entraba. Seguramente la próxima vez que se vean se reirán de cuando aquélla noche el camarero creyó por un momento (y el viajero argentino también) que podría quedarse con ochenta pesos de propina por un “gracias” que malinterpretó o bieninterpretó, según se vea, en el momento de pagar. Finalmente, el camarero (en Argentina, mozo) se decidió a traerles el vuelto. Se quedó con casi treinta pesos de propina. A estas alturas, la pareja ya podía concluir que el precio de la comida había subido mucho y que el de los libros se mantenía, más o menos, como hacía dos años. Todos rieron mucho esa noche.
-¿A qué viene esta parrafada?
-Buenos Aires.
-...

sábado, 25 de diciembre de 2010

¿Entre vosotros?

-Le conté que había soñado con ella. Me creyó. Siempre creía mis mentiras.
-Tú creías que ella te las creía.
-Sí. Luego, cuando despertó, supe que era ella quien me había hecho creer que llevaba horas despierta.
-Bueno, a veces tú creías que te mentía. Y, a veces, no lo hacía.
-Era puntualmente sincera.
-Y tú puntualmente descreído. Sólo que en los momentos equivocados: le creías las mentiras y descreías de sus verdades.
-Esos malentendidos siempre dejaron claro lo que había entre nosotros.
-Y también entre nosotros.
-¿Entre vosotros?
-¿Nunca te lo contó?
-Sí, lo hizo. Pero no le creí.

domingo, 19 de diciembre de 2010

-El delfín justifica los medios.

-La posesión va por dentro.
-Papilla sixtina.
-Ahogar, dulce ahogar.
-Terapia de choped.
-Paladar y tomar.
-Emboca, cerrada.
-El Titanic no vió el hice ver.
-Ama de casa detenida por posesión de estupperfacientes.
-No espejo volver a verme.
-Órden de alojamiento.
-Nómadas lo que necesito.
-Falsa molestia.
-¿Estupras o trabajas?
-Hospedería que me hicierais un favor.
-Berlanga y después morir.
-Oveja preñada por lechal un polvo.
-En cuanto a la reproducción, no ha gonada.
-Comienzo a ser consciente de la ley de la grave edad.
-Curva serrada.
-Se fue sin despiadarse de mí.
-El delfín justifica los medios.

martes, 14 de diciembre de 2010

¿Ya?

-El nieto no llegaba a los dos años. El abuelo ya no cumplía los ochenta. Subieron con dficultad el alto escalón del tren, que la vejez y la primera infancia tornaron en altísimo. Sentó al niño -alzándolo con esfuerzo- en uno de los dos asientos contiguos. El abuelo se sentó a su lado. Le suspiró una sonrisa. El pequeño miró por la ventana. Miró a su abuelo y volvió a mirar por la ventana. Al aproximarse a la siguiente estación, el anciano se puso en pie. Esperó hasta que el tren se detuvo por completo. Ayudó al nieto a bajar de su asiento. Ya habían descendido cuatro o cinco viajeros, y comenzaban a subir otros dos o tres, cuando el abuelo y el nieto, trabajosamente, conseguían aterrizar en el andén. Una chica, desde arriba, les tendió una mano que ya no necesitaban. El abuelo -de aspecto joven, pero tal vez de interior maltrecho- le agradeció el gesto con un leve gesto de su mano y una sonrisa. El tren arrancó y ellos, lentamente, se encaminaron andén abajo. O arriba. La chica se sentó en el asiento que ocupara el abuelo. Nadie se sentó a su lado. Miró por la ventana. Todo el rato.
-¿Ya?
-Ya.

lunes, 6 de diciembre de 2010

-Esta vez no.

-Me llamó desde Nueva York como si aún la siguiera queriendo. Colgamos y no fue capaz de comprender que no era así. Que había dejado de ser así desde mucho tiempo antes de que se hubiera ido. Antes, incluso, de que me hubiera dejado. Me resultó extraño comprender que seguía comportándose como entonces. Tal vez porque esperaba que el tiempo la hubiera cambiado. Aunque fuera a peor. Pero seguía haciendo esas cosas. Continuaba comportándose como si los hechos, las conductas, los nuevos caminos que habían tomado su vida y las de las personas -los personajes- que se incluían en su radio de influencia no hubieran sido registrados por ella. No hubiesen hecho ningún tipo de mella en su inconmovible y desquiciante manera de ser.
-Siempre fue una mujer de convicciones fuertes.
-Y vacuas.
-Vacuas y fuertes. Eso, quieras que no, hacía de ella una mujer especial.
-Lo que hacía de ella una mujer especial es que hubiera pretendido huir de mi vida llevándose a mi hija. Era de esperar que después de cinco años llamara una tarde como si nada.
-¿Por qué hablamos de ella en tiempo pasado si es en este presente que vive en Nueva York junto a tu hija?
-Porque el pasado es algo que está ocurriendo.
-Bueno, piensa sólo en tu hija, en que dentro de una semana volverás a verla.
-Mi hija es la preparación del desembarco de su madre.
-Si tan bien la conoces por qué has dejado que las cosas llegaran tan lejos. Por qué no la dejaste cuando debiste haberla dejado. Antes de que se apropiara de ti. Antes de que se apropiara de tu hija. De su regreso.
-No te alcanzará la vida para agradecerme que se haya apropiado de mí. Eras su segunda opción.
-Era su primera opción, pero yo no dejé que se apropiara de mí.
-Después de la avanzadilla de mi hija, ella volverá a embadurnar esta casa. Será tu oportunidad.
-El pasado es algo que ocurrió. No cuentes conmigo.
-Dirá que finalmente lo ha comprendido todo. Que está dispuesta a cambiarme los años pasados por los años por venir. Se comportará como si tuviera nuevamente veinticinco años y todo estuviera por hacerse. Por hacerse bien. Como si el tiempo no hubiera pasado entre nosotros. Conseguirá tenderme la trampa. Tenderme la cama. Acabará suplicándome que volvamos a hacerlo. 
-Ya sabes lo que debes hacer. Y sabes que debes hacerlo solo.
-Sabe cómo hacerme creer que me hará feliz. Sé que sigue sabiendo cómo hacerlo.
-Pero esta vez no le darás ocasión, ¿verdad?
-Esta vez no. 
-Deberás ser fuerte y olvidar que tu hija estará durmiendo arriba.
-Esta vez no.
-...
-Esta vez no.
-Y por nada del mundo me dejes echarte una mano.

domingo, 21 de noviembre de 2010

-Durante unas pocas horas nocturnas.

-Las había de bronce, de mármol, de escayola. Algunas estaban completas. Había también restos. Partes. Se podía ver el polvo del ajetreo del día asentándose. Había que mirar fijamente la nada, pero se podía.
-...
-Se quedó encerrado ocho o nueve horas, pero sólo se sintió así durante la primera. Acabó rezando para que no amaneciera. 
-No te entiendo.  
-Cogió el llamador de bronce de la puerta pensando en el resto de cuerpo de bronce. Era una de esas manos que al cogerlas y golpearlas contra la puerta generan un extraño encadenamiento con tu mano. Sientes una especie de poder. Es tu mano, pero no es tu mano quien llama para que le abran. ¿Era la mano de un hombre o la de una mujer? ¿A qué otra puerta llama la otra mano de bronce del cuerpo de bronce del que se desgajó esta mano? Golpeó la puerta con el llamador de bronce con tal cuidado de no dañar la mano, que apenas si produjo algún sonido dentro de la casa.
-¿Por qué hablas de ti en tercera persona?
-¿Hago eso?
-Sí.
-Llamé muy tenuemente a tu puerta.
-Desde luego, no me enteré que habías llamado. Sólo una vez.
-Me fui, incapaz de volver a llamar a la puerta con la mano de bronce.
-Pues te estaba esperando. Me había cambiado. No tenía demasiadas esperanzas de poder trazar juntos una historia. Aunque fuera la historia común de unas cuantas horas nocturnas.
-Ni siquiera fue eso.
-No. Y eso que me había arreglado especialmente. Aunque no tan especialmente como para que hubieras notado que me había arreglado espcialmente para ti, claro.
-Claro.
-Pero ni siquiera pudiste alcanzar a presentir que tal vez me había arreglado especialmente para ti.
-No. Tienes una mano demasiado bonita como para que lo nuestro fuera posible ni tan siquiera durante... ¿cómo dijiste?
-Unas pocas horas nocturnas.
-Eso. Tienes una mano demasiado bonita que no quise dañar. Imagina que me hubiese quedado con tu mano de bronce en mi mano.
-Eres extraño.
-Eso dicen. En mi casa tengo un timbre de lo más vulgar...
-Creo que debo colgar.
-Aquella noche comprendí que no hay nada más suave y esponjoso que algunas partes de algunas estatuas.
-Yo podría haberme quedado muy quieta, quizás.
-¿Sigue entrando esa luz por la claraboya de tu escalera?
-Supongo que sí. Voy a colgar.
-No lo hagas.
-...
-Cuelgo yo primero.
-Como quieras.
-Me da escalofríos oír ese sonido.
-Eres muy extraño. Aún para mí.
-Ese sonido final.
-...


sábado, 13 de noviembre de 2010

-No importa, le contesté, yo soy psicoanalista de río.

-Cuando la rubia irrumpió en mi despacho me sentí como en la primera página de una novela negra.
-Lo primero que dijo la rubia fue que era rubia de bote.
-No importa, le contesté, yo soy psicoanalista de río.
-La rubia miró al psicoanalista sin ocultar que no había acabado de comprender su respuesta. Enseguida se quitó el abrigo, debajo del cual había una rubia de bote casi completamente desnuda.
-Si no fuera por sus medias y sus zapatos, diría yo que es usted una rubia de bote completamente desnuda, dijo el psicoanalista sin quitar ojo al triangulito rubio de bote.
-Ella dijo que hacía esas cosas. No podía evitarlo. Y no pudo dejar de encogerse levemente de hombros, ni de sentarse frente al psicoanalista como si no lo tuviera delante. Como si lo tuviera detrás.
-El facultativo -agota escribir psicoanalista tan seguido-, es decir yo, al ver el movimiento ejecutado por la mujer antes de sentarse, deseé haber estado -también- detras de ella. Delante y detrás. Desdoblarme. Ser dos. Es usted una mujer inabarcable por un sólo hombre, le solté antes de arrepentirme de haberlo hecho. Me sentí un pobre hombre al acabar de confesar que tal vez si hubiera sido dos... Pero me sentí, qué coño.
-Ella dijo que causaba esos efectos. También le dijo que él era muy bueno haciendo su trabajo. Y  también que era muy bueno ocultando su erección.
-Son años ejerciendo mi vocación, dije, y me creí de lo más ingenioso. 
-Preguntó si creía que podía hacer algo por ella, por esa conducta que, quieras que no, le complicaba la vida.
-Soy un simple detective del inconsciente, de los malos, además, le dije poniendo la más triste de mis sonrisas.
-Ella hizo suspirar a sus pechos antes de decir que se lo tomaría como un sí. La rubia, acto seguido,  puso de pie a su triangulito.
-Disculpe que no me levante.
-Toda ella dijo algo así como "Muy bueno, sí señor", o "Fui poemo, ruiseñor", o vaya el investigador psíquico a saber qué dijo la rubia de bote mientras se envolvía con el abrigo con una gracia que ya quisieran para sí las decenas de visones necesarios para fabricarlo.
-La espermo mañana. 
-La rubia creyó haber escuchado "espermo", pero enseguida comprendió que era imposible que ese hombrecillo hubiera emitido semejante expresión de deseos (pensó expresión de deseos porque desconocía la expresión acto fallido, pero, para el caso, ambas expresiones son sinónimos). Le dió la espalda como si esperara que se la devolviera y se dirigió a la puerta.
-Se va usted de un modo que no podré perdonarme en toda la noche, le dije.
-Ella no se volvió para echar una última mirada al tipo. Ni para cerrar el diálogo con una frase de ésas. Ni para preguntarle quién era el Freud de la foto. Ni para nada.
-Me quedé escuchando el sonido del ascensor. Sé perfectamente cuándo sube y cuándo baja. Estuve toda la madrugada sin poder moverme de mi silla. Oyendo cómo subía y cómo bajaba. Extrañado, sin querer desentrañar del todo cómo era posible que aquéllos engranajes sisearan como medias femeninas desvelando finamente unos muslos que jamás acabarán de desnudarse por completo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

-Otra.

-Encaró el largo pasillo, admirándose de la extraña sensación de atravesar la puerta sin abrirla. Avanzó lentamente, tocando las paredes lisas a ambos lados de su regreso. La madera del suelo no chirriaba y lamentó encontrarse en ese estado que no supo más que definir como gaseoso. Qué gaseoso. Sonrió la mitad de su boca. Allí, delante, había tenues almohadones de luz provenientes del patio interior. Miró hacia esa habitación, donde tantas veces había dormido la madre. Y el hijo. Siguió avanzando hasta llegar al segundo algodón de claridad. El escritorio. El ordenador. Los papeles que nunca en décadas había conseguido domar. El cuento sin comenzar. La novela sin acabar. Sonrió la otra mitad. Esta vez, de miedo. Olió la cocina sin olor. La sartén sin fregar. A punto estuvo de abrir la nevera. Llegó al salón. El sofá negrísimo. Los libros subiendose por las paredes. La mesita de mármol negra. El recuerdo de cómo ella y él la hicieron llegar hasta allí. Un pequeño pasillo al final del cual, a la derecha, el baño, a la izquierda el dormitorio (el amatorio). Obvió el baño. Las rayitas blancas subrayadas por los intersticios de las maderas de la persiana le recuerdan cuando abría los ojos a causa del amanecer, y las paredes, las sábanas, los cuerpos, dibujaban trazos impredecibles. (Piensa en la persiana herrumbrosa. Enseguida cree que no se le puede asignar herrumbre a la madera de la persiana. Pero el clima sí puede ser herrumbroso, como su pensamiento, que no le sugiere más que herrumbre para designarlo todo.) La gata mira -él sabe que sorprendida- como el hombre se ha adelantado, ha llegado antes de tiempo. (Piensa en la expresión antes de tiempo y le parece una redundancia, una falacia y una tontería.) Había muerto ayer, y, a saber por qué, la gata no lo esperaba hasta mañana. Los gatos llevan lutos que la muerte no comprende.
-Otra.
-No, la misma gata.
-Otra de fantasmas, digo.
-¿Fantasmas? No sé por qué lo dices.

viernes, 29 de octubre de 2010

-Y sin embargo.

-Vestía ropa de zorrita. Tenía la boquita húmeda de lascivia. Te miraba como una niñita que supiera sacarte lo que quisiera de los adentros más inaccesibles. Y sabía. Andaba con ese contoneo hecho de sutilísimos saltitos que no llegaban a ser del todo saltitos. Su cuerpo era forma y consistencia perfectamente equilibradas, es decir, llevadas exactamente hasta el límite, al milímetro, al gramo previo al desbordamiento total, a la catástrofe humanitaria. Todo lo tenía ceñido, estrecho, pequeñito, para jugar a que no podrías pasar por allí. Y también tú podías. En cuanto te acercabas, eso que parecía un casi inapreciable puntito nego se transformaba en un túnel negro en el que ennegrecerse por completo. Hacía el amor como, no hacía el amor, follaba como si acabara de aprender, como si aún llevara la L, como una alumna que quisiera impresionarte. Si preferías instalarte en lo tibio se encargaba de no sobrepasar los 30º. Pero también, si lo preferías -si ella hacía que lo prefirieras- podías pasar de lo glacial a la temperatura adecuada para malear el acero sin estaciones intermedias. Toda ella invitaba al diminutivo soez, promiscuo, bajo, golfo, despectivo, vulgar. Era la mujer que ninguna madre querría para su hija. Ni yo querría para mí. Nunca rompió un plato, sólo los ensuciaba. Y ese modo aterrador de entristecerme que tenían sus ojitos pidiéndome que no me ponga triste. Era la mejor de las peores. Me sacaba de quicio.
-Y sin embargo.
-¡Dios, cuánto la quise!
-Y qué mal.

sábado, 23 de octubre de 2010

-Sigue.

-Era la casa. Lo supe cuando salí para no volver. Comprendí que durante los previos meses de inercia, ella había desplegado una actividad frenética. Ya había comenzado mi mudanza. Lo supe después. Era la casa la que comenzaba a echarme. Sigue.
-No los habitantes de la casa. No ella. Ni yo. Ella, un encanto. Un encanto sibilino pero un encanto. Yo, un mueble bello. Bello de ver y de utilizar. Como el sofá que se hace favorito. Yo era su sofá favorito. Algo de lo que no quieres desprenderte. Tenía para ella un valor sentimental. Y semental. Fue la casa. Ni ella ni yo, ni el niño que llegó. Sigue.
-Cuánto quería yo a ese pequeño. Lo quise antes de ser pequeño. Creo que aún hoy que ha cumplido ya los cincuenta, lo sigo queriendo. Lo quiero más. Porque hay recuerdos que se hacen querer más intensamente cuando ya nada puedes hacer por ellos. No fue el niño, ni el adolescente. La que me echó fue la casa. A él, la última vez que lo vi fue de un modo fugaz, como una ráfaga de jean frente a la puerta de nuestro dormitorio, no dejándose enmarcar por el vano de la puerta. Ya se sabe, la típica rebeldia adolescente. Sigue.
-Su última carta la recibí hace diez años. Llena de rencor. Mantenía -y tal vez sea digno de elogio- aquél rencor juvenil que sigue dando de comer a mi recuerdo. Cuánto quise a aquel niño. Se notaba, en las letras, en las frases, en la caligrafía y hasta en la ortografía. Se percibía, aún ciego, que aquel niño aquel joven ese hombre vivió y vive convencido de que no fue la casa la que me echó de la casa. Él cree creer que de algún modo inconsciente o mágico, ha sido quien me echó. Sigue.
-Los años de deambular por la isla -tan cerca y tan lejos a un tiempo de la casa que me vió nacer, que vió nacer el amor y vio nacer a mi hijo- fueron terribles algunas noches y bellos algunas tardes. No tenía las llaves de la casa y eso, para bien o para mal, me liberaba de todo bien pero también de todo mal. Aprendí a vivir sin mi casa. Sigue.
-Sigue tú. Odio trabajar en equipo.
-Ella, ella, hay que decir que ella nunca me olvidó. Que es decir bien poco de ella y de mí.  
-¿Ella es la casa o es ella?
-No has querido seguir, no hagas preguntas.
-Sigo.
-Sigue.
-La isla sigue siendo una isla preciosa, aunque sólo las horas de los días que la niebla tiene a bien levantar los párpados. Se cree y no se cree que la casa permanece en pie y sus antiguos moradores son más antiguos cada minuto que pasa, cada recuerdo que se demora, cada vendaval que arrasa. Puedo verlos desde aquí atravesar, fugaces y lentos a un tiempo, el marco de las ventanas de la habitación, del salón, de las noches. Puedo verlos, pero evito hacerlo. Sigue.


domingo, 17 de octubre de 2010

-Eiti.

-Nombre.
-Eiti.
-Apellido.
-Leda.
-¿A qué se dedica?
-Esa pregunta es de cuestionario.
-No menosprecie mi trabajo.
-Con su pregunta está menospreciando el mío. Mi labor.
-Puede negarse a responder. Este no es un interrogstorio personal. Las respuestas, o la falta de respuestas, no tendrán consecuencias para usted. Ni para mí.
-Es usted quien menosprecia su trabajo, entonces.
-Tampoco es necesario que se esfuerce por resultar original o ingeniosa cada vez que abra la boca.
-Sólo intento comprender qué sentido tiene perder mi tiempo hablando aquí con usted.
-Desconozco el sentido que tiene para usted, para mí no es más que un trabajo que debo acabar antes de las cinco.
-Hago labores difusas. Influyo subrepticiamente. Convenzo de continuar o de abandonar. En algún sentido, realizo una acción creativa. Pongo en marcha. Desatasco. Promuevo esperanzas o suicidios. Nada demasiado reseñable.
-¿Es una especie de agente?
-Si un microbio portador de un virus es un agente, si un policía es un agente, si un disuelvemanchas es un agente, si una droga es un agente, si la acción erosionadora del pasado es un agente, tal vez usted pudiera encuadrarme en ese término.
-Pondré agente.
-Hace usted bien.
-Doy por descontado que su sexo es femenino.
-Sí, demos por descontado mi sexo.
-Pondré femenino.
-Póngase femenino.
-Su... perfil... necesito simplificar sus respuestas.
-Comprendo que eso sea un desafío para usted. Pero puede mentir. Si necesita hacerlo, puede mentir. Puede poner mujer de mediana edad con estudios universitarios complexión mediana y cosas por el estilo. Acabaremos antes, y usted acabará mejor.
-Es usted extraña.
-Ponga de extraña complexión mediana, entonces. O de edad extraña. Con extraños estudios extrañamente universitarios. En cualquier caso, acertará.
-¿Sus... padres viven?
-Presupone que tuve o tengo padres. Eso es mucho presuponer.
-Si hay algo que presupone no presuponer es preguntar si sus padres viven.
-Ése es el problema.
-¿En qué sentido sus padres son el problema?
-El problema que usted tiene renglones, casilleros, líneas punteadas, campos a definir. Y yo tengo una naturaleza esquiva, transparente. Usted tiene un boli, y yo tengo vaho.
-Mire, vamos a dejarlo aquí, que no puedo con tanta baja poesía. Usted se cree demasiado especial.
-Lo soy. ¿Cómo se sentiría usted si pudiera estar tecleando este diálogo desde la cabeza -por señalar un lugar geográficamente ubicable, un puntito perseguible por gps- de un tipo que no se cree nada especial, nada reseñable, un personajillo destinado a un olvido sin medallas, sin estatuas, sin discursos?
-¿Es usted una musa?
-¿Por quién me ha tomado?
-Mire, déjelo.
-Sí, voy a dejarlo, sólo cinco líneas más. Mientras guarda todo en su maletín me gustaría teclearle que, en ocasiones, hago el amor a lo Panenka.
-¿Cómo es eso?
-¿Usted no es muy futbolero, verdad?
-No.
-Ya veo.

domingo, 10 de octubre de 2010

-Todos menos él.

-Hay gente que se hace querer.
-Él no era de ésos.
-No, pero tampoco era de los otros.
-Tal vez por eso en su funeral todos los deudos eran deudos de la niebla.
-Menos nosotros, que carecemos de misterios.
-Sí, supongo que todos pensaron que nos habíamos equivocado de cadáver.
-Todos menos él.
-Habrá disfrutado de la escena.
-Tal vez ahora que ha muerto comience a disfrutar de la vida.
-A su áspero modo, creo que disfrutó de la vida.
-Nunca le escuché decir la palabra vida en vida.
-Pero tampoco se moría por matar sus ganas de pronunciar la palabra muerte.
-Era de pocas grandes palabras.
-Nunca una palabra de más.
-Ni de menos.
-Era un hombre de acción.
-Bien lo saben quienes lo sufrieron.
-Benedetti escribió que un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo.
-A él le hubiera gustado esa frase para su epitafio.
-No se ofendía cuando le gritaban que no tenía corazón.
-Sabía lo que la gente quería decir.
-Quería decir que sólo tenía un músculo.
-Era lo que los cabrones sin corazón llaman un verdadero cabrón sin corazón.
-En cierto modo, era un hombre sencillo.
-Un hombre de una pieza.
-Era un verdadero hijo de puta.
-...
-Qué miedo, ¿no?
-Sí, aterroriza haberlo conocido tan bien.

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