martes, 26 de abril de 2011

-Es el mejor.

-¿Quién puede culparme por odiarlo? Es lógico que tenga este sentimiento. No concibo consumirme en otro. Sería un enfermo si no sintiera lo que siento. Si no lo sintiera en este grado. Lo odio con todas mis fuerzas. Lo odio con mi única fuerza. La que dedico a odiarlo.  Soy débil, inconstante, fláccido para todo lo demás. Nunca podré ser como él. Nunca. ¿No es motivo más que suficiente para odiarlo del modo en que lo odio? Tengo una sólida razón para odiarlo: Me dedico a lo mismo y... ¿lo has oído?
-Sí, claro.
-Por muy amigo mío que seas no puedes decirme que no es el mejor. No te creería. Creería que eres un necio. Un imbécil.
-Es el mejor.
-Ya puedo dedicar todas las horas de mi vida a superar su excelencia. Ya puedo hacer lo imposible. Ya puedo matarlo. Nunca seré mejor que él.
-Pero tú eres muy bueno. Eres brillante.
-No te patetices.
-No es que quiera consolarte, lo creo de verdad.
-Sé que lo crees. También yo lo creo. Soy muy bueno. Y comparado con casi todos, puedo, y más de una noche, resultar genial. Pero te estoy hablando de
-Ya lo sé.
-otra cosa.
-Ya.
-Te hablo de eso. Eso.
-...
-Eso que yo jamás tendré.

lunes, 11 de abril de 2011

-En Lisboa hay tiendas extrañas.

-En Lisboa hay ancianas asomadas a sus ventanas. Algunas, acompañadas por sus tal vez también ancianas mascotas. Parecen reclamos turísticos auspiciados por el ayuntamiento. La pareja viajera robó una foto a una de las ancianas al borde de su ventana subrayada por una de su bragas tendidas justito delante de ella.
-En Lisboa las cuestas te machacan los gemelos. Por contra, a pesar de lo irregular de sus veredas, de las calvas en el empedrado, de los tropezones que éstas propician, se resbala menos que, por ejemplo, en las piedras que pisas al cruzar la, por otro lado preciosa -tal vez no se lo parezca a los mendigos que duermen bajo sus soportales- Plaza Mayor de Madrid. La pareja viajera, cuando no viaja, atraviesa por lo menos un par de veces al día el emblema madrileño. Siempre, sobre todo por las mañanas, con la plaza recién baldeada, el integrante varón de la pareja resbala dos o tres veces al cruzarla.
-En Lisboa se pueden comer y beber manjares. Elaborados y vulgares. Hay sapateiras enormes que parece que nunca acabarás de comer. Hay vinos de denominaciones de origen que, por sus nombres, parecen cercanas -Douro, Alentejo, Ribateixo-, que le dejan al paladar de uno ganas de abrir otra botella.
-En Lisboa hay camareros que no se dan prisa.
-En Lisboa hay barrios y lugares en esos barrios -Príncipe Real, Plaza de las Flores, Lapa- en los que a la pareja viajera no le importaría morar.
-En Lisboa hay gente serenamente amable.
-En Lisboa hay preciosas casas decadentísimas.
-En Lisboa hay azulejos que parecen más o menos similares y ninguno es igual.
-En Lisboa hay tiendas extrañas.
-En Lisboa hay cinco o seis puntos clave que todo turista no puede dejar de visitar y que la pareja viajera, en este viaje, desdeñó.
-En Lisboa Pessoa, Tabucchi, Lobo Antunes.
-En Lisboa fueron felices disfrutando, además de el uno del otro, de una ciudad que parece a punto de disolverse, o de comenzar finalmente a concretarse.
-En Lisboa se encarna el Limbo.
-Hay gente a la que Lisboa no le gusta nada.

martes, 5 de abril de 2011

-Eso explica algunas cosas.

-¿Nunca?
-Nunca, Esmit, nunca.
-Claro.
-¿Claro qué?
-Eso explica algunas cosas.
-¿Quieres decir, cosas, sexuales, cosas íntimas, nuestras, de cama?
-Eeehhh, no era eso en lo que pensaba, Guolquer, pero ahora que lo dices.
-Odio el psicoanálisis, Esmit, y las castañas asadas.
-Ah, se siente, recuerda el juramenteo: En la salud y en la enfermedad, hasta que las metáforas os separen.
-No sabes cuánto me arrepiento.
-No me extraña si es verdad lo que acabas de confesarme.
-No es una confesión.
-No me jodas, Guolquer: se trata de una confesión en toda regla. Una confesión de esas que
-¡No, por favor, apaga eso!
-Piensa un poco menos en ti y un poco más en la Posteridad, por favor.
-Dale al plei.
-Ya.
-Cuando niño, 
-Espera, espera.
-Joder, Esmit.
-Tenemos que comprar otra. Las teclas ya... Venga ahora sí.
-Cuando niño nunca marqué un gol. Nunca jamás. Y eso que era el dueño de la pelota. De las sucesivas pelotas con las que yo y mis interesados amiguitos jugábamos al fútbol.
-Es volver a oirte, Guolquer, es volver a oirte... y...
-Necesito curarme.
-Oye, lo que dijiste antes, de nuestro sexo y eso...
-Sí.
-Es una verdad como una casa así de grande.
-Sabes cómo hacerme sentir bien.
-...
-Una vez casi marqué. Lamiendo el poste pasó...
-Es una pena que no haya entrado. Todo hubiera sido tan diferente entre nosotros, Guolquer...

viernes, 25 de marzo de 2011

-Mal cuerpo me dejas.

-Amargo, como el envés de los payasos.
-...
-Creía que la frase era un comienzo. Pero empiezo a pensar que también es un final.
-Mal cuerpo me dejas.
-No me vanaglorio de ello, pero suelo dejar el mal cuerpo en mi afán de buscar el bueno.
-Cuando dejes de perderte en juegos de palabras...
-Las mujeres seguirán dejándome, de cualquier modo.
-Me gusta la mujer independiente. Pero no de mí. De ti.
-La última me mató bastante exitosamente.
-Yo me prevengo ante los abandonos soñando antes con ellos. Cada noche sueño que me deja. A veces, cuando despierto, ocurre. Me dirás que es casualidad. O estadística. Pero yo creo en el poder del deseo de mis sueños.
-Esta mañana he vuelto a no recordar lo que soñé anoche.
-¿Has vuelto a inventarte el sueño?
-Ambos mentimos cada mañana: Yo no sueño, y a ella, en el fondo, le importan un carajo los sueños que le cuento.
-Se ve que es de esas mujeres que se quedan para siempre.
-...


 

viernes, 18 de marzo de 2011

-Y nadie merece mi perdón.

-Ahora que el preso ya no tiembla.
-Y las bombillas no dudan si apagarse definitivamente.
-Ahora que elijo la penumbra pobrecita.
-Y vuelvo a la cama rondado por Bach.
-Ahora que ninguna foto me recuerda.
-Y me desgano por goleada.
-Ahora que mi gata no se atreve a pedirme nada.
-Y le doy exactamente lo que no me pide.
-Ahora que hay tanto afuera en mis adentros.
-Y nadie merece mi perdón.
-Ahora que todos los llantos provienen de un niño.
-Y ser mayor que yo es algo que me ocurre a cada instante.
-Ahora que el preso se apagó definitivamente.
-Y las bombillas ya no tiemblan.

martes, 15 de marzo de 2011

-Puede.

-Baja por las escaleras mecánicas de la FNAC y es la única que no se mira en el espejo del lateral. Todas las demás, los demás, los niños, se miran bajar por las escaleras mecánicas. ¿Tiene amigos? ¿Va al cine? ¿Al teatro? ¿Se pone lo primero que encuentra? ¿Tiene un color favorito? ¿Desea asesinar a su madre? ¿Mal beber? ¿Infancia? Ignoro todos estos detalles sin importancia acerca de ella. Pero que nadie me diga que no la conozco. 
-Eres la única que la conoce, ¿verdad?
-Soy la única.
-Claro.
-¿Puede llamarse celos lo que siento al presentirla paseando en su bicicleta -apuesto que de color negro-  silbando melancolías para sus adentros, dejando en la calle, hasta un momento después de doblar la esquina, la estela -como un vaho- de una sola mirada -¡no la mía!- que ahora vuelve a pestañar, turbada?
-Puede. 

miércoles, 9 de marzo de 2011

-Ahí te has pasao.

-Dejaste tan poca huella en la vida de tanta gente que, si alguno de nosotros recordara tu nombre, intentaríamos promoverte a Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
-Devuélveme mi séptimo sentido, ése que yo tenía no recuerdo para qué.
-Si duermes junto a mí, y de madrugada te despiertas con intención de abrirte un caminito a fuerza de acariciarme con tu pierna, deja tu mensaje después de oir la señal.
-Sólo una cosa se interpone entre tú y yo: tú.
-El secreto de tus pasadizos es que no son secretos.
-Si tienes un niño y le pones Rencor no le daré mis apellidos.
-Ahí te has pasao. 


martes, 1 de marzo de 2011

-Por eso, amigo.

-Olvidé todas las historias.
-Por eso te empeñas, vanamente, en recordarlas.
-Por eso no lo consigo.
-Por eso ninguna de las historias que escribes es verdad.
-Por eso no tiene ninguna importancia la cuestión de la mentira.
-Por eso las libretas de apuntes te pierden a ti.
-¿Por eso?
-Por eso, amigo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

-Séalo.

-No sabe usted con quién está hablando.
-Lo sé perfectamente Esmit.
-Señor Esmit, si no le importa.
-Me importa, sí. Creo que podríamos ser amigos, si usted no fuera quién es, y, sobre todo, cómo es.
-Mire, Guolquer, permítame ser sincero.
-Séalo.
-Lo seoleré.
-No se exceda en el absurdo, Esmit, recuerde que esta conversación está siendo grabada, y, a pesar de nuestras diferencias, no quisiera que quedara usted como un absurdo excedido en el absurdo.
-No tema por mi reputa reputación, Guolquer.
-Somos pura puta reputación, no lo olvide, Esmit.
-No recuerdo la última vez que olvidé recordar dónde dejé olvidada mi puta pura reputación. No tema.
-Me temo que el tema no es el temor.
-Me temo que temo no ser temido.
-Vamos llegando al meollo del asunto, Guolquer.
-Puede llamarme Yoni, Smit, así me llaman mis amigos, y, llegados a este punto, creo que puede usted considerarse mi amigo.
-Eso debería decirlo yo, Yoni, y yo ni sé si yo soy mi amigo, amigo mío.
-Creo que de un momento a otro ocurrirá lo inevitable.
-Bésame entonces, tonto.
-Llámame Yoni, Guolquer, que tonto sólo me lo llamaba mi madre cuando mi padre no estaba en casa, cuando estaba, era él quien me llamaba tonto. Cuando estábamos los tres en casa... recordar me hace tanto daño.
-Te besaré sólo si tú me llamas Piter, Yoni.
-Piter.
-Yoni.
-...
-Necesitaba este beso.
-Sí, siempre es conveniente ser besado antes de que el diálogo nos explote en la boca.
-...
-He tenido una erección.
-No es evidente.
-Es que no la he tenido ahora, sino en diciembre del '85, Yoni.
-Yoni eres tú, yo soy Piter.
-No sé si creerte.
-El amor se basa en la confianza, Piter.
-Y dale con Piter.
-¿Qué estabas haciendo cuando lo del 23-F?
-Me alegra que me hagas esa pregunta, Piter.
-...
-...
-Cada vez me besas mejor, Yoni.

domingo, 20 de febrero de 2011

-Hay que ver.

-¿Así era el camino de piedritas? ¿Así se traducía a la vista el cris, cris de las pisadas? ¿Así era la forma de la discreción de la casa paterna? ¿Así era de serenamente imponente la puerta de entrada? ¿Así de madera eran las sombras que se proyectaban sobre el suelo antiguo al entrar? ¿Así era la pecera? ¿Así de colorines y vivaces eran los pequeños peces que intuía tal vez rojos? ¿Así de equívocos eran los caminos a seguir una vez puestos en la disyuntiva de ir hacia una de las habitaciones? ¿Así de mal elegía siempre? ¿Así de decidido me encamino ahora a buscarte? ¿Así era el cuerpo de Carmen? ¿Así la cara de Miguel? ¿Así era el tiempo pasado por las fotografías del recuerdo? ¿Así de negras eran mis gafas negras? ¿Así eran las cosas después de tantas preguntas a ciegas? ¿Así son?
-Hay que ver.

viernes, 11 de febrero de 2011

-Estás completamente loco.

-Tal vez ocurre que hemos dejado de vernos. De tanto convivir. Nos confundimos con nuestra vida. Nos nublamos. Nos nubarramos. Nos neblinamos. Hubo un día -pero no sabemos cual, yo arriesgo que aquélla tarde de hace dos años, cuando volvimos de la comida con Juan- en que comenzamos a eructar soterradamente la niebla que fuimos incorporando durante años. Diez o doce. Algunos de los cuales -estadísticamante, sumando horas de tardes, noches, etc.- fuimos felices y no sólo relativamente felices. Recuerdo la primera mañana en que fui consciente de la niebla. La niebla ya fuera de nosotros. Ocultándonos. Te entreví saliendo del baño. En realidad, estabas entrando.
-¿A qué viene todo esto?
-¿Ves lo que te digo? No estoy ahí, no estoy frente a ti. Estoy detrás.
-¿Qué dices?
-Que vivimos rodeados de espejos, por eso no sabes dónde estoy. Yo tampoco estoy seguro de por dónde andas ahora mismo. Aparentemente estás en todas partes. Estoy rodeado de vos y por eso no consigo verte entre esta turbidez.
-Estás completamente loco.
-Ojalá lo estuviera completamente. Pero no es mi culpa. Ni es tu culpa. Es culpa de la niebla.
-Duerme, anda.


viernes, 4 de febrero de 2011

-A algunos padres les cuesta hablar.

-Cuando yo tenía once años mi padre me ahorcó en un aeropuerto. Yo viajaba con mi madre. Él se quedaba. Mi vuelta estaba prevista para un mes más tarde. Pero él no pudo evitar ahorcarme entre lágrimas en el aeropuerto. Él sabía que era imposible evitar que me fuera. Pero también sabía que era imposible dejar de llorar y de abrazarme a la altura del cuello.
-A algunos padres les cuesta hablar.
-Mi padre habló esa tarde haciéndole una llave de amor a mi tráquea. Cada uno hace lo que puede con el idioma de que dispone. Yo abrazo a mi hijo casi a diario, para no verme abocado a ahorcarlo de amor una tarde en un aeropuerto.
-...
-Hay abrazos de donde no se vuelve. Si me permites la grandilocuencia.

martes, 1 de febrero de 2011

-Hacer un túnel.

-Hacer pan.
-Hacer el amor.
-Hacer el bien.
-Hacer el mal.
-Hacer lo posible.
-Hacer memoria.
-Hacer el tonto.
-Hacer un gol.
-Hacer tiempo.
-Hacer un lugar.
-Hacer más.
-Hacer pis.
-Hacer  las maletas.
-Hacer diana.
-Hacer aguadillas.
-Hacer el boca a boca.
-Hacer un truco.
-Hacer llover.
-Hacer llorar.
-Hacer reír.
-Hacer fuerza.
-Hacer sombra.
-Hacer un trato.
-Hacer algo.
-Hacer pesas.
-Hacer el vago.
-Hacer las paces.
-Hacer de tripas corazón.
-Hacer un dibujo.
-Hacer un gurruño.
-Hacer un mundo.
-Hacer huelga.
-Hacer reformas.
-Hacer burla.
-Hacer gracia.
-Hacer mutis por el foro.
-Hacer como que no.
-Hacer un túnel.
-Hacer sobremesa.
-Hacer la digestión.
-Hacer el trabajo sucio.
-Hacer de poli bueno.
-Hacer de tu capa un sayo.
-Hacer un nudo.
-Hacer saltar la banca.
-Hacer la "o" con un canuto.
-Acércate.

lunes, 24 de enero de 2011

-Buenos Aires dos.


¡No sabes las ganas que tengo de verte!
Aquí estoy varado, sin plata y sin fe...
¡Quién sabe una noche me encare la muerte
y, chau Buenos Aires, no te vuelva a ver!

Enrique Cadícamo

-Tango. La pareja viajera fue a ver el concierto del Quinteto Real en el Torcuato Tasso (compartieron mesa con una pareja de desconocidos); a ella se le cayó el primer lagrimón instantes después de la primera nota. Subieron a tocar sólo dos canciones Horacio Salgán y Ubaldo de Lío. Salgán -el flaco, el piano- tiene noventa y cuatro años. De Lío -el gordo, la guitarra-, tal vez tenga unos ciento ocho. Pero al piano y a la guitarra parecen lo que son, dos grandes músicos con historia saliéndosele por los dedos.  (se despidieron de la pareja desconocida con quienes sólo brindaron y se despidieron.) Cenaron en el Club Social, un sitio que les recomendó su amigo F. Les gustó todo. Hasta la tarjetita que les trajeron con la cuenta. Él contuvo un gracias a la camarera, recordando lo que le había pasado el día anterior con el camarero de la parrilla.  (volverían la última noche, y se encontrarían con que la oscuridad era total en toda la calle. Sólo podían ofrecerles ensaladas. Se tomaron a risa la absoluta oscuridad argentina.) Pidieron un taxi porque el barrio estaba oscuro. La pareja se mueve por la entrañable ciudad entre la iluminación precaria y la imprevista oscuridad total. La oscuridad argentina. La medialuz porteña. El oscuro taxista, tarareando con sentimiento un reguetón salido de la radio, no ayuda a tranquilizarla a ella. ¿O el taxista del reguetón fue el de la madrugada del primero de enero? Pasaron la noche de fin de año con su amigo F y su familia. Lo pasaron muy bien. Una de sus perras sobrellevó los largos minutos de explosiones de cohetes desatada a las doce metida en la bañera, el otro perro enfrentándose rabioso al ruidoso ente proveniente de la calle, defendiéndonos de la alegría  (o el alivio esperanzado de haber llegado al final, de seguir aquí, allí.) de los demás. Salieron a caminar por Puerto Madero, ese invento que quedó bien. Un sitio que no existía, que era maleza y río, hace veinte años, cuando él se fue a un sitio que sí existía, en su familia,  en las cartas, y, comenzó a saberlo hace veinte años, en su futuro. Hablaron acerca de las diferentes maneras de celebrar la llegada del año nuevo. O de despedir el viejo. Acá ni uvas ni campanadas. Más ruido. Menos luz. Calor. Se acostaron a las cuatro de la mañana. Pactaron la intensidad del aire acondicionado de la habitación del hotel -disfrutan tanto de esos sitios impersonales, de paso-. Perdió él. Ella cree que ganó él. Desde la ventana del hotel se ve el obelisco. Y el horrendo luminoso atrezzo navideño que le han puesto. Apagan la luz. Duermen felices porque nadie apaga la luz por ellos.  Los amigos L y M, y sus dos hijas, los llevaron nuevamente a Puerto Maderio, esta vez de día. Alegría por estar con ellos. Si necesitas familia él te recomienda a sus amigos. El viajero aspira una especie de razonablemente bucólico sentimiento familiar que le encanta. L y M eran amigos también de su amigo N, también conocido como El Negro (en Argentina no es necesario ser de raza negra para que te llamen negro), pero ya no lo son. Hubo intento, hubo fracaso, de reunificación. El Negro les hace un asado, en la misma parrilla de su casa de la última vez. Lo importante es el ritual, dice hoy como repitiera hace dos años. Tiene razón. Beben una botella de vino español (Rioja) que aporta la pareja, antes de dar el primer bocado a la carne. Y otra, de vino argentino (uva Malbec, Mendoza) durante el asado. Con  chorizo, mollejas y chinchulines, que, después de la inminente visita al médico, el colesterol del viajero recordará entre lágrimas. Qué rica la carne del ritual.
-¿Qué es esto, un diario?
-Yo qué sé.
-¿En tercera persona?
-Buenos Aires dos.


miércoles, 19 de enero de 2011

-Volverá a verla.


Reconozco el hecho de que volveré a ver a Ingrid.
Igmar Bergman

-De un momento para otro. De un momento de vida, para otro momento de muerte. Es así como nacen los fantasmas. El parto, estrictamente, -es decir, sin contar los preliminares, la gestación que es la propia vida, desde que nacemos, desde que nacen nuestros antepasados- ocurre en un chispazo de segundo. Había vida y ahora hay fantasma. Le gusta pensar eso al viejo. Le gusta pensar que es así de simplemente como ocurren las cosas. Necesita creerse esa teoría. Su mujer, la mujer de su vida, murió hace hoy exactamente un año. Y sabe desde aquél día, cuantos días, meses, han pasado, han ido pasando, desde su muerte. Ahora, ahora mismo, sentado en el sofá, iluminado por libros más o menos tristes, solo pero no más solo que nunca, se repite la querida idea de la muerte y el fantasma.
-Volverá a verla.
-Tiene esa seguridad. Es feliz porque su desgracia está matizada por su querido ayer, y por su certero mañana.
-Cuando él se transforme en fantasma.
-Recuerda cada día los mensajes, las llamadas, en que decía a su amor las ganas que tenía de volver a verla. Sabiendo que, si la muerte no le estafaba la vida cualquier tarde, el reencuentro ocurriría dentro de unas pocas horas, minutos.

sábado, 15 de enero de 2011

-Salió del hotel temiendo ser seguido.

-Salió del hotel temiendo ser seguido.
-No tenía motivos para sentir lo que sentía, puesto que su única perseguidora posible dormía como un tronco en la cama que habían compartido durante horas.
-Se trataba de un sentimiento paranóico del que el hombre era plenamente consciente: estaba acostumbrado a sentir lo que sentía.
-Se metió en el taxi y pidió ir hasta el otro hotel, donde, presumía, lo estaba esperando la otra.
-La otra transformaría en la otra a la que acababa de dejar en la cama. Esa mujer haría que su paranoia se volatilizara con el aliento del primer beso.
-Mañana por la mañana ya vería a qué nuevo hotel se dirigía. Acompañado de ya se sabe qué sentimiento. Dejando desnuda, durmiendo, a la nueva ex mujer de su pasado reciente.
-A la mañana siguiente, salió del hotel temiendo ser seguida.
-No tenía motivos para sentir lo que sentía, puesto que su único perseguidor posible dormía como un tronco en la cama que habían compartido durante horas.
-Se trataba de un sentimiento paranóico del que la mujer era plenamente consciente: estaba acostumbrada a sentir lo que sentía.
-Se metió en el taxi y pidió ir hasta el otro hotel, donde, presumía, lo estaba esperando el otro.
-El otro transformaría en el otro al que acababa de dejar en la cama. Ese hombre haría que su paranoia se volatilizara con el aliento del primer beso.
-Mañana por la mañana ya vería a qué nuevo hotel se dirigía. Acompañada de ya se sabe qué sentimiento. Dejando desnudo, durmiendo, al nuevo ex hombre de su pasado reciente.
-Salió del hotel temiendo ser seguido.

miércoles, 12 de enero de 2011

-Buenos Aires.


Si querés escucharé a la BBC
aunque quieras que lo hagamos de noche.
Y si quieres darme un beso alguna vez
es posible que me suba a tu coche.
Pero no bombardéen Buenos Aires.

Charly García


-Calor. Lo primero que les dicen al llegar al aeropuerto, después de doce horas de vuelo y, tal vez, una de esperar las maletas (las cintas transportadores tienen otra forma de medir el tiempo, son como extraños relojes imprevisibles) fue que tal vez no llegaran al centro con el coche. Había huelga de nafta, de surtidores de nafta. El chófer confiaba en que llegarían, pero la dueña del coche no lo tenía tan claro. Enseguida se les informó que estaban sufriendo imprevistos cortes de luz. ¿Quiénes? Algunos. Todos. Cualquiera. Al final llegaron, después de cargar nafta en una estación de servicio que, no le pregunten por qué, vendía el preciado combustible. También tuvieron que atravesar, previo pago, claro, dos peajes. Él leyó una indicación en el listado de tarifas que llamó su atención. Durante las horas pico (en España, horas punta), te cobran treinta centavos más. Se lo comentó al chófer. Sí, le respondió.  La cola para atravesar el segundo peaje se alarga (no sólo las cintas transportadoras manejan el tiempo con estilo particular) y el chófer comenta que la gente está tranquila. Enseguida agrega que si todos se ponen a hacer sonar las bocinas, levantan las barreras y dejan pasar a todo el mundo sin pagar.  Hay una ley que sentencia que un conductor no puede esperar más de cierto tiempo (él no recuerda cuánto, pero eran minutos, y no eran muchos) para abonar y entonces atravesar un peaje (la bocina contra el manejo arbitrario del tiempo de uno). Él es argentino, aún así, y tan sólo dos años más tarde de la última visita, hay cosas que le siguen resultando extrañas hasta la carcajada. Llegaron al hotel e hicieron el primer amor. Salieron a la calle que siempre suele ser Corrientes. Con las horas de más y de menos ralentizándoles y acelerándoles la marcha. Y no tardan en comprarse el primero de los veinticinco libros que se traerán a Madrid. La consabida pizza de rúcula en Los Inmortales fue el primer manjar en caer. No, el primero fue una deliciosa ensalada rusa, que ella llamó ensaladilla, porque es española (Extrañamente, a la comida china, los chinos la llaman simplemente comida. Les Luthiers). La mayonesa (con ese toquecito a limón), que ambos llamaron mayonesa diferenciándose sólo en el énfasis con que pronuncian la ye, antes conocida como y griega, la forma de cortar las patatas, las zanahorias, no sé, riquísima. Al amigo de él, P, siempre le falto un tornillo (¿a quién no?) ahora, además, le falta un diente. Dura un rato la conmoción, pero se va camino de las risas que les siembra el pasado. Cenaron en una parrilla de la calle Corrientes a la que no era la primera vez que la pareja viajera entraba. Seguramente la próxima vez que se vean se reirán de cuando aquélla noche el camarero creyó por un momento (y el viajero argentino también) que podría quedarse con ochenta pesos de propina por un “gracias” que malinterpretó o bieninterpretó, según se vea, en el momento de pagar. Finalmente, el camarero (en Argentina, mozo) se decidió a traerles el vuelto. Se quedó con casi treinta pesos de propina. A estas alturas, la pareja ya podía concluir que el precio de la comida había subido mucho y que el de los libros se mantenía, más o menos, como hacía dos años. Todos rieron mucho esa noche.
-¿A qué viene esta parrafada?
-Buenos Aires.
-...

sábado, 25 de diciembre de 2010

¿Entre vosotros?

-Le conté que había soñado con ella. Me creyó. Siempre creía mis mentiras.
-Tú creías que ella te las creía.
-Sí. Luego, cuando despertó, supe que era ella quien me había hecho creer que llevaba horas despierta.
-Bueno, a veces tú creías que te mentía. Y, a veces, no lo hacía.
-Era puntualmente sincera.
-Y tú puntualmente descreído. Sólo que en los momentos equivocados: le creías las mentiras y descreías de sus verdades.
-Esos malentendidos siempre dejaron claro lo que había entre nosotros.
-Y también entre nosotros.
-¿Entre vosotros?
-¿Nunca te lo contó?
-Sí, lo hizo. Pero no le creí.

domingo, 19 de diciembre de 2010

-El delfín justifica los medios.

-La posesión va por dentro.
-Papilla sixtina.
-Ahogar, dulce ahogar.
-Terapia de choped.
-Paladar y tomar.
-Emboca, cerrada.
-El Titanic no vió el hice ver.
-Ama de casa detenida por posesión de estupperfacientes.
-No espejo volver a verme.
-Órden de alojamiento.
-Nómadas lo que necesito.
-Falsa molestia.
-¿Estupras o trabajas?
-Hospedería que me hicierais un favor.
-Berlanga y después morir.
-Oveja preñada por lechal un polvo.
-En cuanto a la reproducción, no ha gonada.
-Comienzo a ser consciente de la ley de la grave edad.
-Curva serrada.
-Se fue sin despiadarse de mí.
-El delfín justifica los medios.

martes, 14 de diciembre de 2010

¿Ya?

-El nieto no llegaba a los dos años. El abuelo ya no cumplía los ochenta. Subieron con dficultad el alto escalón del tren, que la vejez y la primera infancia tornaron en altísimo. Sentó al niño -alzándolo con esfuerzo- en uno de los dos asientos contiguos. El abuelo se sentó a su lado. Le suspiró una sonrisa. El pequeño miró por la ventana. Miró a su abuelo y volvió a mirar por la ventana. Al aproximarse a la siguiente estación, el anciano se puso en pie. Esperó hasta que el tren se detuvo por completo. Ayudó al nieto a bajar de su asiento. Ya habían descendido cuatro o cinco viajeros, y comenzaban a subir otros dos o tres, cuando el abuelo y el nieto, trabajosamente, conseguían aterrizar en el andén. Una chica, desde arriba, les tendió una mano que ya no necesitaban. El abuelo -de aspecto joven, pero tal vez de interior maltrecho- le agradeció el gesto con un leve gesto de su mano y una sonrisa. El tren arrancó y ellos, lentamente, se encaminaron andén abajo. O arriba. La chica se sentó en el asiento que ocupara el abuelo. Nadie se sentó a su lado. Miró por la ventana. Todo el rato.
-¿Ya?
-Ya.

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