jueves, 27 de agosto de 2009

-Tranquila.

-Decir que ver eso, vivirlo, cambió mi concepción de las vacaciones sería una estupidez. Ni en broma, vamos. En realidad cambió mi concepción del mar. De la belleza. Me descubrió qué clase de persona soy. Mejor dicho, me descubrió que no soy la que creía ser. Aunque tampoco sé cómo soy ahora. Tal vez sé cómo seré.
-Tranquila.
-Estoy tranquila, siempre estuve tranquila. Mientras estaba ocurriendo estaba tranquila. Quizá sólo un poco inquieta porque alguien, algún supuesto buen samaritano, lo estropeara todo. Hubiera sido una verdadera pena, un desastre, que alguien, al intentar socorrerla la hubiera convertido en una ahogada más. Había muy poca gente en la playa y en el agua parecía que estábamos ella y yo. Solas. Supongo que se produjo algún extraño efecto que nos metió a ambas en esa burbuja. Lejos, seguramente, había más gente desparramada por el agua.
-¿Ella te vio?
-No, no lo creo, no sé. En cualquier caso, no estaba pendiente de nada. No luchaba. No se enfrentó a nada. Había un oleaje que no hubiera podido con ella si hubiese opuesto un mínimo de resistencia. Creo que por un momento, justo antes de que se tumbara sobre la superficie del mar, creí que era posible intentar algo, seducirla, conseguirla. Sabes que tengo cierta facilidad para ello. Pero comprendí, sobreponiéndome a mi patético instinto, que tampoco yo podía convertirla en un simple ligue. Tampoco yo debía salvarla. Se alejó lentamente. Estaba desnuda. Por lo menos de cintura para arriba lo estaba. Seguramente lo estaba por completo: para ejecutar tal cometido una se mete sin ropa.
-Seguro.
-Estuve allí durante muchos minutos. Mucho tiempo después de haberla perdido ya de vista. Muerta de frío. En el agua había reflejos del color de las rosas que te gustan.
-Burdeos.
-Sí, ese color que no es exactamente burdeos. Centelleaba el agua como si estuviera salpicada de pétalos con luz propia. Pétalos cambiantes, que parecían amenazar con derretirse y volvían sin embargo a conformarse, a hacerme creer que realmente eran pétalos y no un efecto de la luz. El sol desapareciendo. Temblando, entonces, fui hasta mi toalla. Me envolví en ella. Volví caminando lentamente al hotel. Sin sentir nada parecido a la culpa por no haber hecho nada. Por no haber movido un pelo. Me tumbé en la cama envuelta en la toalla y estuve despierta hasta la madrugada. Sin hambre de nada. Al otro día me levanté con su rostro en mi cabeza. Pensando en que jamás volveré a ver una escena tan bella como la de la tarde anterior en el mar. Pensando en qué se puede hacer para vivir con esa certeza.
-...
-Tranquila, hermanita.


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