-No lo recuerdo con exactitud, pero todas las anécdotas ocurrieron entre los siete y los once años. Más o menos. Me estrellé contra la puerta de cristal. Se hizo añicos -los cristales no se rompen, se hacen añicos-. Mi cara no. Mi padre al otro lado, en la calle, puso cara de inevitabilidad. Todo porque corrí a abrirle la puerta, a recibirlo, y no pude frenar a tiempo. Rompí una enorme botella de aceite. Llena. También la hice añicos. En el patio colindante al taller familiar de confección de pantalones en el que trabajaban mi madre y mi padre. Ella se mostró menos comprensiva que mi padre. No era de cristal -sino de cerámica, o material similar- la lámpara de pie que hice añicos al pretender cambiar de lugar, no recuerdo el motivo. Pero a efectos de este recuento de objetos desmenuzados en objetitos informes por mi torpeza o la de otros, cuenta como el cristal. Mi madre encarnando la imagen viva de la tragedia. Pegando ambos los pedacitos. La rearmamos y si no pretendías verla en detalle, apenas si se notaba que alguna vez la lámpara se había hecho añicos. Más cristal. Los sifones de soda, por aquél entonces, eran de cristal. Luego tuvieron una protección plástica o metálica. La chica que limpiaba, cargada de sábanas para colgar en la terraza, pasó junto al montón de sifones dispuestos ordenadamente en el descansillo de la escalera. La punta de una sábana tiró uno de los sifones que se hizo añicos escalones abajo. Explotó y un trozo de cristal viajó por el aire hasta morir sobre la mesa en la que yo dibujaba o escribía, mientras veía a ¿Ana? subir las escaleras. Mis reflejos me alejaron de la silla, de la mesa... de la herida. Perdón por el remate exageradamente dramático.
-¿Más cristales?
-No recuerdo más cristales.
-¿Más añicos pasados?
Andaba por ahí y me encontré en aquí y me dije este tipo escribe bien y no tiene comentarios y me fui para abajo a los otros diálogos y vi que eran buenos y que tampoco tenían comentarios y me dije este tipo no tiene comentarios porque escribe demasiado bien.
ResponderEliminarQue se joda entonces.
O no.
¡Los de Ives..! En mi barrio el sodero traía otros, los que desarmábamos para sacarle el tubito y usarlos como cerbatanas con las bolitas de los aligustres. Si, añicos pasados...
ResponderEliminarLas de Quilmes de litro también explotaban.
Gracias a ambos por sus comentarios sudacas -ojo, que yo tambien soy de allá-.
ResponderEliminarSanti, una cosita: Parece mentira las cosas que veo/por las calles de Montevideo. Me pasearé por tu blog, y, en el próximo viaje, por tu ciudad. O me jodo y no me paseo nada.
Baldanders: los de mi casa tampoco eran Ives. Por cierto, yo era amigo del nieto del tipo que inventó las protecciones para los sifones. No patentó el invento y, por supuesto, no vió un sope.
Gracias, Señores.