-Línea uno. El vagón estaba medio lleno. Yo iba de Pinar de Chamartín a Tirso. Se subió pasando Plaza de Castilla. Tenía el violín hecho una birria. Se cierran las puertas. Empieza a tocar. Un buen gusto. Una clase. Desde luego, a años luz de cualquiera de los músicos que tocan en el metro, y eso que hay más de uno que no está mal. No quería abrumarte con su digitalización. No era un músico eximio, era un tipo eximio. Tocaba como si hubiera compuesto esa melodía para la mujer de su vida. Pero no era un tema suyo. Un tango.
-¿Cuál?
-No lo sé, sonaba a tango pero no supe
-Como dos extraños.
-¿Qué?
-Para hacerme una idea cabal voy a imaginar que tocaba Como dos extraños. Un tango. Letra de José María Contursi, música de Pedro Laurenz. 1940. Precioso. Tristísssimo.
-Vale. Pero ponía mucho de sí. No se limitaba a reproducir la melodía. Sumaba las sutilísimas notas de su sensibilidad. O quitaba las notas sensibleras que le sobraban a la música, no sé.
-Está bien. Me acobardó la soledad y el miedo enorme de morir lejos de ti...
-Vale, tocaba eso. Y lo tocaba de una manera que te embelesaba y a la vez te envolvía en una especie de somnolencia destinada a llevarte a alguna parte. Era como si todo el pasaje recordara la canción de cuna que la madre le había susurrado tantas noches. A mí, desde luego, se me vino mi madre encima, mi mamá de joven. El tipo, como si nada, tocaba con displicencia, no ponía cara de estar desvelando sus entrañas ni nada de eso.
-Qué gran error volverte a ver para llevarme destrozado el corazón...
-Todo ocurrió en un par de estaciones, seguramente. Cuando el violinista acabó y pasó entre nosotros con el monederito abierto esperando que le dejáramos alguna moneda, todos estábamos dormidos. No pudimos pagarle con nada.
-Y ahora que estoy frente a ti parecemos ya ves dos extraños...
-Yo me desperté en Iglesia y pareció como si todos hubiéramos despertado en Iglesia. Nos miramos extrañados de que hubiera pasado tan poco tiempo, tanto tiempo, y un violinista único.
-...
-¿Te ha gustado?
-Son mil fantasmas al volver burlándose de mí las horas de ese muerto ayer.
-¿Cuál?
-No lo sé, sonaba a tango pero no supe
-Como dos extraños.
-¿Qué?
-Para hacerme una idea cabal voy a imaginar que tocaba Como dos extraños. Un tango. Letra de José María Contursi, música de Pedro Laurenz. 1940. Precioso. Tristísssimo.
-Vale. Pero ponía mucho de sí. No se limitaba a reproducir la melodía. Sumaba las sutilísimas notas de su sensibilidad. O quitaba las notas sensibleras que le sobraban a la música, no sé.
-Está bien. Me acobardó la soledad y el miedo enorme de morir lejos de ti...
-Vale, tocaba eso. Y lo tocaba de una manera que te embelesaba y a la vez te envolvía en una especie de somnolencia destinada a llevarte a alguna parte. Era como si todo el pasaje recordara la canción de cuna que la madre le había susurrado tantas noches. A mí, desde luego, se me vino mi madre encima, mi mamá de joven. El tipo, como si nada, tocaba con displicencia, no ponía cara de estar desvelando sus entrañas ni nada de eso.
-Qué gran error volverte a ver para llevarme destrozado el corazón...
-Todo ocurrió en un par de estaciones, seguramente. Cuando el violinista acabó y pasó entre nosotros con el monederito abierto esperando que le dejáramos alguna moneda, todos estábamos dormidos. No pudimos pagarle con nada.
-Y ahora que estoy frente a ti parecemos ya ves dos extraños...
-Yo me desperté en Iglesia y pareció como si todos hubiéramos despertado en Iglesia. Nos miramos extrañados de que hubiera pasado tan poco tiempo, tanto tiempo, y un violinista único.
-...
-¿Te ha gustado?
-Son mil fantasmas al volver burlándose de mí las horas de ese muerto ayer.
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