-Tanto tengo por olvidar, que preferiría que mi memoria me jugase alguna mala pasada.
-La gata sí que me ha jugado una mala pasada anoche.
-Perdona, ¿has registrado la frase que te acabo de decir?
-Sí. Que te gustaría que la memoria te jugase una mala pasada.
-Que mi memoria me jugase una mala pasada.
-Sí, la he captado, la he entendio, me ha gustado.
-A veces, esa ansiedad por contar lo que te parece importante, o trascendente, o divertido, hace que tu oído baje su nivel de registro, digamos. Sólo te escuchas a ti.
-No creo que eso sea así. Pero intentaré estar más atento, más atento aún, a tus frases importantes, o trascendentes o divertidas. Y además prometo enfatizar mi interés por las mismas.
-Déjalo. ¿Qué te ha ocurrido anoche con la gata?
-¿Quieres que te lo cuente? ¿Realmente estás interesada? Puedo no contártelo. Tengo otras vías de escape para las cosas que tengo por decir. El blog. Mis apuntes. La novela. En fin.
-Soy todo oídos.
-¿Todo o toda? Has dicho todo.
-Te escucho.
-Me levanté de madrugada. Eran las cuatro. Cuando enfilé el pasillo en dirección al cuarto de baño, los diamantes de la gata me miraron desde el final. Enseguida me sobresaltó el pensamiento: pensé en cómo algo tan entrañable y querido, puede volverse amenazador, inquietante, inseguro. Todo depende de la luz. De la incidencia de la luz. Es como escribir. Por el día, los ojos de la gata hubiesen activado mis ganas de acariciarle la cabeza. En la oscuridad de las cuatro de la mañana, me frené en seco. Manoteé la pared buscando el interruptor. Cuando conseguí dar con él, la repentina luz pareció desilusionar a la gata. Sus pupilas se expandieron. Desapareció por la cocina. A mí se me atragantaron las ganas de hacer pis. Volví a la cama. Tú dormías como un tronco. Me daba miedo que despertaras. El corazón se me salía por la boca. Y parecía que también se me salía por otra parte. Pero era pis, no sangre lo que se agolpaba allí. Fue, también, en cierto modo, un momento erótico. Estabas preciosa así. Dormida.
-No sé cómo tomarme eso.
-Estabas preciosa. Soñando cosas que te escribieron la frase de la memoria. Tanto tengo por olvidar, que preferiría que mi memoria me jugase una mala pasada. ¿Era así, no?
Qué pedazo cabrón. Te imagino con una olivetti, gato, lápices, una ventana a la noche y lleno de musas sobrevolantes y pegajosas que te dan de beber con lo que nos quitan a los demás. Cómo puedes escribir siempre tan bien?
ResponderEliminarNo diré nada que desvirtúe tu fantasía. Hay que darle de comer a la leyenda. Muchas gracias por tu comentario, talentoso y querido Amigo.
ResponderEliminar¿La novela? ¿Estás escribiendo una novela?
ResponderEliminar¿De dónde sacas que estoy escribiendo una novela? Sí, estoy escribiendo una novela. Pero siempre estoy escibiendo una novela.
ResponderEliminarY no, no estorbas.
Ah, ya, lo de la novela lo sacas de la entrada. Pero no te creas todo lo que lees. O mejor sí, créetelo todo, que la única verdad es la ficción. Esto lo dice Paul Auster y todos nos quedamos con la boca abierta.
ResponderEliminarMis lápices ópticos y los diamantes de la gata. Todo encaja. Tal vez en una montura. Pero has escrito "entrañable". Multa. Veinte céntimos para la futura la Casa-Pensión del Bloguero Jubilado. Seremos patéticos viejecitos mirando embobados cómo suben los números del contador de visita de juguete que nos den las enfermeras. Que sean cincuenta céntimos.
ResponderEliminarContador de "Visitas". Multa para mí.
ResponderEliminarHas escrito "para la futura la Casa..." Dos millones de las futuras pesetas de multa.
ResponderEliminar¿Por qué no puedo escribir "entrañable", agente, por qué?
¡Que habrá cenado, amigo Blanco..!
ResponderEliminar(este comentario no corresponde a esta entrada; he borrado una entrada en mi blog sin advertir que había un comentario tuyo; restituida la entrada, he copiado tu comentario -patético apaño- al que contesto aquí: toda cultura es lacustre, la mía incluso "lacutre", pero uno disimula mientras la laguna sea salada...)
ResponderEliminar¡Lentejas, Baldanders!
ResponderEliminarGracias, JL. Sigamos disimulando.
Llevo leyendo tus posts todo el tiempo que tu blog me ha permitido y son estupendos. Pero éste de la gata y la memoria me ha gustado tanto como los del boxeador. Sigue con las lentejas.
ResponderEliminarQue caña de texto!! a mi tambien me gustaria que la memoria me jugase una mala pasada!!
ResponderEliminarPrefiero el sonido de las patitas y los ronquidos de mi perro al inquietante sigilo de los gatos... Pero, ahora que ya no está, lo que me inquieta es seguir oyendo sus ruidos en mi cabeza. No me importaría que mi memoria me jugara otra mala pasada...
ResponderEliminarFontenla. Le estoy dando vueltas a un post que cuente la interesantísima vida de La Gata Boxeadora.
ResponderEliminarMiette. Gracias.
Gracias por pasarte, Zoe, a pesar de los ruiditos en tu cabeza.