viernes, 2 de marzo de 2012

-Eliseo.

-Eliseo vivió una vida no sé yo qué decirte. Tenía otras vidas para elegir, pero los recién nacidos están bastante limitados a la hora de seleccionar su destino. (Se viene frase de lo más filosófica.) Los hombres -y las mujeres- se equivocan pronto. (Fin de frase de lo más filosófica.) Poco se sabe de Eliseo antes de entrar a trabajar en la pizzería de las afueras de Oslo. Puedes verla aún si vas lo suficientemente borracho por esas calles osloscences de dios. Contaba con veintinueve años -no la pizzería, sino Eliseo-, aunque tenía más. A la semana de entrar a trabajar allí, ya estaba harto de despachar pizzas Cuatro Quesos y Cuatro Estaciones. Inventó la pizza Cuatro Jinetes, y eso marcó el comienzo del fin, acaecido veintitrés minutos después. Vagó por la ciudad sin conocer el idioma. Los idiomas. Ningún idioma. Esa carencia, todo hay que decirlo, había potenciado sus habilidades gesticulatorias. ¡Cómo gesticulaba Eliseo! No le servía para hacerse entender, pero, eso sí, ¡cómo gesticulaba Eliseo! Una joven invidente se lo llevó por delante, y, enseguida, se lo llevó a su casa -a la casa de ella-, y convivió con él sin ver la hora de que Eliseo se aprovechara sexualmente -también de ella-, hecho que ocurrió ni bien traspasar el umbral de su piso oslotense. Cuando la joven recuperó la vista, decidió cambiar de postura ante la vida que tenía encima, que era la vida de Eliseo.  Vivieron felices durante una década, o, como le gustaba decir a Eliseo, durante ciento cuatro años. La ex ciega decidió recuperar el tiempo perdido y volvió a no ver. Culpable, Eliseo se arrojó desde lo alto del cabecero de la cama que compartían -un día dormía él, otro día dormía ella- después de preguntarle -a través de la mímica- a la joven cuál era su nombre -el de ella-. Ella respondió: Eliseo. Éste le aclaró -mímicamente otra vez-: El tuyo. Ella sonrió con esa sonrisa que tenía y le dijo: Nunca digo mi nombre en la primera cita. Respetuoso, Eliseo no gesticuló ni mú. Respiró hondo y se arrojó, entonces, desde lo alto del cabecero -de hierro-. Cayó de pie sobre suelo osloeta. Ella creyó percibir el típico ruido que hacen los suicidas al caer, pero negó con la cabeza en silencio. Y en oscuridad. Pasados los años, Eliseo dijo Ay, bajito, moviendo las manos muy poco. Ella, que por entonces compartía su vida -de ella- con un lanzador de jabalinas -esas mamíferas- se acordó de un novio que tuvo. Aunque no consiguió recordar su nombre. El de él.

 

5 comentarios:

  1. Qué divinos los gentilicios.

    Y la pizza Cuatro jinetes...

    Se me ocurren mil epítetos para esa pizza.

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  2. Siempre divertido y ocurrente, me gusta sobre todo el -inciso para la frase de lo más filosófica- un abrazo

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  3. Eliso, qué gran lanzador de si mismo.
    Saludos

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