-No llega y no se ha marchado y ya no viene por aquí y la última vez que la vi llovía y no me explico cómo ha podido no suceder. Aunque me encuentre en el lugar apropiado para volverme insondable. En mi lugar. En la recepción que antes, alguna vez, le pareció una bonita antesala. Pensando en la inspiración como en una mujer vestida de blanco. Y después de negro. Con y sin ropa. Y más tarde como un concepto que no es femenino ni masculino ni es nada. Una forma informe. Ni siquiera mi hijo puede dibujarla. Y entonces cuando sé que en realidad no es nada pero existe, comprendo que llevo quince minutos comprendiendo que tal como no ha venido no se ha marchado dejándome impiadosa esta cara de imbécil que utilizo para mirar los lápices, bolis y rotuladores -la mayoría inútiles- que tengo en la lata que hace de portalápices. Que desde hace tantos años hace de portalápices. Tal y como yo hago de escritor. Me quedo como un bobalicón mirándome la impostura. Entonces toca levantarse a beber agua para no creerse vacío. A veces vuelvo y percibo algo rondándome. No diré que una idea nueva -¿quién necesita una idea nueva, habiendo tantas buenísimas ideas antiguas dispuestas a hacerte creer que son una inédita ocurrencia tuya?-, pero sí una baba del diablo por la que dejarse babear. Pienso martes un buen día para el amor pienso en noches perdidas y en el hervor que purifica el agua que no he de beber y también puedo pensar que nunca la he conocido o que las fotos en blanco y negro son en realidad fotos grises y que no sé por qué no se las llama así: grises. A veces vuelvo y percibo. A veces no vuelvo.
-Sí, eso es lo que viene siendo la inspiración.
-Y también es lo que siendo no viene. Y lo que viniendo no es. Y también es lo que no siendo ni viniendo tal vez venga y sea.
-Para hacer juegos de palabras no la necesitas.
-Soy un tipo afortunado.
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