-¿Has acabado?
-Sí.
-Pues ahora escucha. Sólo escucha. No me interrumpas. No hables. No pongas caras. Sí, tú, tú pones caras. ¿Ves? Mírate. ¿Para qué tenemos tantos espejos? Atraviesas con cualquier incomodidad mi discurso. Pones piedritas cuando ando descalzo. Clavos cuando me pongo las botas. Revoloteas tus pupilas a la menor ocasión. Ante mi mejor ocasión. Eso, esa forma de preguntarte con los ojos cómo es posible que te esté diciendo algo semejante. Esos tics actorales. ¡No pongas caras! Esos tics con los que siembras tu contraataque. Calla. Calla de todas las formas posibles. Ni siquiera asientas en silencio. Te lo pido por favor.
-...
-Me gustas cuando eres savia. Pero sólo savia con uve. Cuando te crees sabia con be, eres necia con todas las letras.
-...
-Sólo quería decir eso sin ser interrumpido de ninguna de tus maneras.
-Esperaba algo más. Algo mejor. La ve, la ube, tus jueguitos de siempre...
-Es lo que hay.
-¿Has acabado?
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