-El retrogusto son aquellos sabores que no recuerdo. O los vinos que nunca bebí. O el recuerdo de una botella vacía que -no sé muy bien por qué- el contenedor de los cristales decidió que era mejor no beberse.
-Yo recuerdo perfectamente los tamaños, colores y formas de la mujer con la que consumí mi borrachera de tetrabrick, aunque no recuerdo si -antes de no desnudarse- me quitó la ropa para que mi mona durmiera.
-Es imposible que tengamos tan semejantes retrogustos semejantes: somos semejantes, pero no tanto.
-Efectivamente, no somos tantos. Pero tampoco somos tan pocos.
-Qué tema el retrogusto.
-Si lo llego a saber, me lo bebo todo sin respirar. Sin volver a respirar.
-El retrogusto: ese gusto que ya no tenemos, porque uno, con el tiempo, cambia más que el vino.
-Tenemos que aprender a beber como cuando éramos abstemios.
-¿Estás seguro? ¿Qué será de este blog, entonces?
-¿Y antes de entonces, eh, qué será de este blog antes de entonces, cuando creíamos que el retrogusto era el eterno retorno de las faldas plisadas?
-Un placer.
-El retrogusto es mío.
-...O era.
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