-Me contó la anécdota -la llamó así: anécdota- sin darle trascendencia. Había más gente y no le importó. Esperó a ese mediodía, a que ese mediodía comiéramos con gente. No esperó a que estuviéramos solos, después de comer con gente. No esperó a la siesta. No adecuó el momento a tan descomunal confesión. Esperó a que fuéramos cuatro, a que estuviéramos comiendo despreocupadamente para contarlo, para, al decírselo también a los otros dos, decirme lo que me dijo. Algo que necesariamente tuvo que haberle dejado secuelas, marcas dentro, algo tan importante para su vida. Lo dejó caer durante esa comida, después de tantos años.
-Pero fue un intento, no se concretó.
-Eso da igual, no lo sé, ella contó lo que te acabo de contar, y como te lo acabo de contar. Y esos incidentes -el que le ocurrió, y después el cómo y el cuándo lo contó- son suficientes para comprender que aquello le ha afectado, y me ha afectado a mí. Para siempre. A mí en menor grado, claro, porque fue a ella a quien se lo hicieron.
-¿Lo hablasteis luego a solas?
-No.
-Vuestra vida sexual...
-Bien, no se ha visto afectada. Tal vez se ha visto favorecida.
-Tal vez no le ocurrió.
-Yo le creo.
-No digo que te haya mentido, quiero decir que tal vez se inventó esa verdad cuando era adolescente y luego, con los años, la incorporó. Ahora ya ni siquiera concibe plantearse si realmente le hicieron eso cuando tenía trece años.
-Puede ser.
-Después de tantos años.
-Lo que me preocupa es que lo vaya contando por ahí. También que haya tardado tantos años en contármelo, bueno, en hacérmelo saber, en realidad. Que lo haya hecho sin una mínima ceremonia, sin preparación alguna.
-Te molestan muchas cosas.
-No, me da igual.
-Eres su marido, es comprensible que estés molesto.
-Me merezco una cierta delicadeza, una elegancia.
-¿Por qué dices que te da igual, entonces?
-Porque me da igual.
-Deberías creerle.
-Te he dicho que le creo.
-Sí, eso es lo que me has dicho.
-No tiene la mayor importancia.
-La menor, querrás decir.
-Me da igual.
-¿Con quiénes estábais comiendo?
-No tiene la menor importancia.
-Pero fue un intento, no se concretó.
-Eso da igual, no lo sé, ella contó lo que te acabo de contar, y como te lo acabo de contar. Y esos incidentes -el que le ocurrió, y después el cómo y el cuándo lo contó- son suficientes para comprender que aquello le ha afectado, y me ha afectado a mí. Para siempre. A mí en menor grado, claro, porque fue a ella a quien se lo hicieron.
-¿Lo hablasteis luego a solas?
-No.
-Vuestra vida sexual...
-Bien, no se ha visto afectada. Tal vez se ha visto favorecida.
-Tal vez no le ocurrió.
-Yo le creo.
-No digo que te haya mentido, quiero decir que tal vez se inventó esa verdad cuando era adolescente y luego, con los años, la incorporó. Ahora ya ni siquiera concibe plantearse si realmente le hicieron eso cuando tenía trece años.
-Puede ser.
-Después de tantos años.
-Lo que me preocupa es que lo vaya contando por ahí. También que haya tardado tantos años en contármelo, bueno, en hacérmelo saber, en realidad. Que lo haya hecho sin una mínima ceremonia, sin preparación alguna.
-Te molestan muchas cosas.
-No, me da igual.
-Eres su marido, es comprensible que estés molesto.
-Me merezco una cierta delicadeza, una elegancia.
-¿Por qué dices que te da igual, entonces?
-Porque me da igual.
-Deberías creerle.
-Te he dicho que le creo.
-Sí, eso es lo que me has dicho.
-No tiene la mayor importancia.
-La menor, querrás decir.
-Me da igual.
-¿Con quiénes estábais comiendo?
-No tiene la menor importancia.
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