miércoles, 23 de septiembre de 2009

-Aprendo rápido.

-Estoy desencantado contigo.
-¿Desencantado?
-Sí.
-¿Dónde aprendiste esa palabra?
-Cuándo la aprendí, querrás decir.
-¿Cuándo?
-Cuando supe que no podría hacer nada por evitar aprender de ti cosas que no quiero saber, papá.
-Tan joven y ya desencantado.
-¿Tan joven? No creerás que este es mi primer desencantamiento, ¿no?
-No, claro.
-Aprendo rápido.
-De todos modos, te quiero.
-Yo también. Faltaría más.
-¿Faltaría más? ¿De dónde sacas esas expresiones?
-Mamá lo dice mucho. De ahí, supongo.


martes, 22 de septiembre de 2009

-Intenta dormir.

-¿Pero qué?
-No lo sé, algo.
-Pero...
-Si lo supiera no sería un presentimiento.
-Haz un esfuerzo, venga, es tarde.
-Tú también deberías estar preocupado.
-¿Por qué?
-¿Te lo tengo que repetir? También tiene que ver contigo.
-No te preocupes por mí: yo no tengo ningún presentimiento.
-No lo entiendes. Por eso puedes dormir.
-Estoy cansado, simplemente, por eso puedo.
-Algo va a pasar. Nos va a pasar.
-Tranquila, nada malo puede ocurrirnos.
-No rebatas lo que puedo presentir, porque ni yo lo sé.
-Intenta dormir.
-Mañana el presentimiento se revelará,  entonces sabremos cuán grave era para ti y para mí. Mañana lamentarás haber dormido mientras yo me helaba rodeada de mi presagio. ¿Qué harás con toda esa culpa mañana?
-Mañana no ocurrirá nada malo. Sólo que tendrás mucho sueño por haber dejado que te embaucara una idea estúpida.
-El estúpido, el desalmado, eres tú. Tal vez mañana seremos otra cosa, y lo único que haces al respecto es darme la espalda.
-Necesito dormir.
-Eres afortunado. Yo no sé qué certeza necesito para dejar de presentir.
-Inténtalo. Intenta dormir.
-¿Estarás aquí cuando despierte?
-No preguntes tonterías.
-¿Y yo, estaré cuando tú despiertes?
-Por favor, amor.
-¿Cómo puedes estar tan seguro de todo?
-...
-No sé cómo puedes.


lunes, 21 de septiembre de 2009

-Más allá.

-¿Y qué es aquello?
-¿Aquello? ¿A qué te refieres?
-A eso. Todo eso.
-No sé. ¿El mar, te refieres al mar? Eso es el mar.
-No, te pregunto por aquello. Más allá del mar.
-¿El horizonte?
-Más allá.
-No sé a qué te refieres. ¿El cielo?
-Más allá, mucho más allá.
-El universo.
-No. Más.
-¿La nada?
-¿La nada?
-¿Preguntas por lo que está más allá, más, y más allá?
-La nada, sí. No sigas. La nada está bien. Me gusta que se llame la nada.
-La nada entonces, hijo.
-Volvamos siempre a esta playa, papá.
-Claro.
-Nada.
-...
-¿Podemos cambiarle el nombre a la gata?
-...

viernes, 18 de septiembre de 2009

-Jamás antes leído en el metro.

-El vagón estaba semi vacío. O semi lleno, sí, antes de que lo digas.
-Ya no me dejas ni acotar.
-Todos íbamos sentados y quedaban asientos sin ocupar. La gente leía, pero de eso me di cuenta cuando el tipo del impermeable desfasado, el sombrero percudido y la antigua maletita de cuero marrón claro se levantó de su sitio y se sentó al lado del señor que estaba casi exactamente frente a mí, leyendo a Bradbury. Un hecho a todas luces excepcional: nadie lee a Bradbury en el metro.
-Osada afirmación, si me permites, que ya sé que no.
-El de la maleta le sonreía descaradamente al lector de Bradbury, quien tardó un instante en desconcentrarse y en mirar la sonrisa del hombre de la gabardina, quien hurgó en su maleta y extrajo un libro. El desconcertado Bradburyano vio esa acción de reojo, pero enfrentó su mirada al comprobar que el viejo  no dejaba de blandir un libro a esacasos centímetros de su cara, invitándole con descaro a que reparara en él. Yo también lo hice. Era una colección de cuentos de Arthur Machen, con la portada bastante maltratada por el uso. El hombre del sombrero hizo que Bradbury cogiera el libro de Machen. Lo consiguió sin emitir sonido. Comprendí enseguida que se lo estaba regalando, y que después de un ligero gesto que mezclaba amabilidad, agradecimiento y no puedo aceptarlo, Bradbury lo cogió. Entonces el viejo se levantó maleta en mano y fue a sentarse a la vera de la chica que leía a mi lado. Reparé en que la chica leía -no puede ser, pensé- a Cheever: Crónica de los Wapshot.
-Te extrañó sobremanera que una mujer leyera a John Cheever en el metro, claro.
-Sobremanera. La chica no había observado lo que acababa de ocurrir frente a sus ojos hacía un momento, con Bradbury. Eso, o disimuló muy bien. El del sombrero puso sonriente ante los ojos de la chica un ejemplar usado de Catedral, de Raymond Carver. La chica levantó la mirada de Cheever y la posó en Carver, y, enseguida, en el señor Maleta. Hay sonrisas que convencen a la primera, se sobreponen a todo, deshacen malentendidos, seducen hipnóticamente. La chica Cheever tenía ya en sus manitas una Catedral. El viejo de los libros pareció incorporarse con apremio. Se dirigió hacia la puerta donde, apoyado contra una de las hojas de la misma, un chico, un joven, leía Vidas minúsculas, de Alfred Polgar.
-Jamás antes leído en el metro.
-Leído en el metro algunos años atrás por mí. El tren comenzó a desacelerar, a entrar en la estación de La Latina. Cuando se abrieron las puertas, el chico, además del de Polgar, tenía otro libro en sus manos: La habitación del poeta, de Robert Walser, sin contraportada, me pareció. Cuando se cerraron las puertas, el viejo caminaba sonriente por el andén en dirección a vete a saber dónde. El señor Bradbury, la chica Cheever, el chico Polgar y yo, el Iletrado Imperdonable, lo seguimos con la mirada hasta que el túnel nos tragó otra vez. Te juro que así fue como ocurrieron las cosas. Tardé dos estaciones en darme cuenta de que también yo tenía que haberme bajado en La Latina.
-Muy bonita la historia.
-No sabes cuánto lamenté no llevar un libro en las manos.
 -Demasiado bonita.
-¿Qué me hubiera dejado el de la maleta si me hubiese visto con el Doctor Pasavento, de Vila-Matas, por ejemplo?



jueves, 17 de septiembre de 2009

-Hoy no te pillo.

-El bosque está lleno de lobos solitarios que no se hablan. Se dicen con las miradas que son lobos solitarios y que o comprendes lo que te está diciendo ese chispazo fugaz de su ojos, o ahí te quedas, lobo solitario de mierda.
-Alegóricos estamos.
-Cuando entres en el bosque y veas a los lobos mirarte, ya me cuentas.
-Hoy no te pillo.
-Hoy se cumple otro aniversario de tu no pillarme.
-Joder.
-Los lobos solitarios fundarán un subrepticio sindicato en el que agruparse en manadas de lobos que se ignoran. Pondrán la primera piedra en un claro oscurísmo del bosque. Allí podrán intercambiar sus miradas solitarias sin que nadie les sugiera que, en el fondo, necesitan encontrar a alguien a quien rendir su soledad para siempre.
-¿Te encuentras solo?
-...
-¿Te encuentras mal acompañado?
-...
-¿Buscas loba?
-...

miércoles, 16 de septiembre de 2009

-A veces se nota que no hay método.

-¿Cómo lo haces?
-No hay método. Me siento y empiezo.
-A veces se nota que no hay método.
-Bien.
-A veces no se nota demasiado, lo que no quiere decir que me guste.
-Te comprendo. Ahora, por ejemplo, se puede apreciar que estoy tanteando, como caminando en penumbras: quiero encontrar el camino, y al mismo tiempo, procuro no golpearme la cabeza contra algún escollo.  Dura unas cuantas líneas.
-Se nota, sí.
-Lo notas porque acabo de decírtelo, si no, no te enterarías.
-No subestimes mi capacidad de ver la telaraña casi imperceptible en la que entretejes lo que escribes.
-Lo de telaraña casi imperceptible, perdona que te lo diga, es...
-Claro, pero si se te hubiera ocurrido a ti y lo leyera en tu blog, te inquietaría un poco que no te dijera que me ha gustado.
-Puede ser.
-...
-Poco futuro parece tener este diálogo.
-Tira de método. Ah, claro, que no tienes.
-Monólogos. Se me dan bien. Debería probar con los monólogos.
-Cabrón.

martes, 15 de septiembre de 2009

-Ningún tipo.

-¿Vosotras qué erais?
-No hable en pasado, por favor.
-¿Amigas?
-Compañeras de habitación.
-Sólo durante el verano.
-Sí. Este verano, y el anterior.
-¿Dormíais solas?
-Sí, las dos, aquí.
-¿Las reconoces?
-Sí.
-¿Eran suyas?
-Tiene un sujetador a juego.
-¿También lo llevaba puesto?
-Siempre va con la ropa interior a juego.
-¿Qué más sabes de ella?
-…
-¿No salíais juntas?
-A veces.
-¿Anoche?
-No.
-¿Habías discutido?
-¿Qué? No. No discutimos. ¿Por qué íbamos a discutir?
-No sé, las amigas discuten, a veces.
-Nosotras no.
-Ajá.
-No éramos amigas.
-Pero teníais bastante intimidad. Todas las noches. El verano pasado. Este.
-Trabajamos aquí, en el mismo hotel. Éramos compañeras de trabajo. Compañeras de habitación.
-¿Íbais a la playa por la noche?
-A veces.
-¿Dórmíais allí?
-¿Dormir? No.
-¿Dormíais juntas aquí?
-¿Juntas?
-Sí, juntas.
-Compartíamos esta habitación. Esa es su cama. Esta, la mía.
-¿Tenía novio, tu amiga?
-No.
-¿Novia?
-No. No lo sé.
-¿Y tú?
-¿Yo qué?
-¿Tienes algún tipo de pareja?
-Ningún tipo.
-¿Tenéis amigas entre las otras animadoras del hotel?
-Yo no.
-¿Y ella?
-Ella es más… abierta.
-¿Te molesta que ella sea más abierta?
-Me da igual. No somos amigas.
-No te vayas muy lejos, ¿vale?
-Trabajo aquí. No me iré hasta que acabe el verano.
-No te molesto más, por hoy.
-¿Cree que la encontrarán?
-¿Viva?
-Sí.
-¿Estás segura de que llevaba el sujetador a juego?
-Segurísima.
-No te molesto más.

jueves, 10 de septiembre de 2009

-Esas cosas no se piden.

-Es la sexta vez que lo hacemos, y nada.
-Tienen otro tempo.
-Pues mi tempo es oro.
-Nosotros los tíos parcializamos, pero la totalidad es más que la suma de las partes.
-Ella parte y reparte y después de seis veces sigue quedándose con la mejor parte, sigue sin darme esa parte que tanto le gusta a esa parte de mí que necesita que una parte de la relación se base en que ella le haga eso a mis partes.
-¿No pones en práctica estos juegos de palabras cuando estáis en la cama, no?
-¿Cómo se te ocurre?
-Ni se te ocurra. Los tíos somos más pornográficos. La pornografía se basa en el primer plano, en dejar fuera de plano el resto. La pornografía huye de la totalidad. Como tú.
-Haces que suene como algo malo.
-No me hagas caso, es que leí algo así hace unos días, no sé dónde. Lo que tienes que hacer es obligarla con sutileza.
-El problema es que me lo paso tan bien cuando lo hacemos, que me doy cuenta de que no me ha hecho lo que quiero que me haga cuando está saliendo por la puerta.
-¿Has probado a pedírselo sin tapujos?
-Ya me conoces: No sé hacer nada sin tapujos.
-A lo mejor está pidiéndote a gritos que se lo pidas a gritos.
-Esas cosas no se piden.
-Pues entonces espera a que ocurra, simplemente.
-Mi paciencia tiene un límite.
-¿Y cómo vas a plantearle un ultimátum si te lo pasas tan bien, si tienes tapujos, si no quieres pedírselo a gritos?
-Tengo que empezar a sufrir más y a disfrutar menos.
-Eso suele forzar las situaciones, sí.
-Lo percibirá. No querrá perderme. Finalmente, lo hará.
-Sí, ponerla entre la espada y la pared suele funcionar.
-También puede ocurrir que si la pongo entre la espada y la pared, elija pared.
-El amor es riesgo.
-¿Amor? Cuando finalmente me lo haga, empezaremos a hablar de amor. Por ahora, esto es sexo. Puro y duro.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

-Escalofríos.

-Lo comprendí anoche. Después de cinco años de convivencia, imprevistamente, lo comprendí anoche: En lo que me resta de vida, no volveré a acostarme con otra mujer que no sea ella.
-…
-Escalofríos.
-¿De alegría?
-…

martes, 8 de septiembre de 2009

-Te abandonó en el mar.

-Me dijo que hacer el amor requiere un gran esfuerzo físico.
-¿Eso te dijo?
-Le contesté que todo amor es físico.
-Bien dicho. Y un poco químico, también.
-Espera. Siguió. Me dijo que hacer el amor conmigo era como torear de salón.
-Huy, ¿te lo aclaró o te abandonó a la deriva en el mar de las múltiples interpretaciones?
-Tómatelo cómo quieras, me dijo.
-Te abandonó en el mar.
-Sí.
-Esperaba más de ella, la verdad.
-Yo también.

viernes, 4 de septiembre de 2009

-No lo lamentes.

-Llegó la hora.
-…
-Vamos a ir en coche. Será una media hora de viaje. Te dejaremos en un sitio resguardado. Tendrás que esperar una hora, aproximadamente, para que vayan a recogerte. Te quitaremos la venda de los ojos. Te dejaremos los pies y las manos libres, pero no te muevas del sitio. Les daremos las señas exactas para que te recojan ahí.
-Tranquilo: no lo echaré a perder.
-Lamentamos mucho que se haya estirado más de lo previsto.
-No lo lamentes.
-Esperamos que, dentro de todo, te hayas encontrado a
-Pareces un gerente de hotel.
-…
-¿Has sonreído?
-Tienes razón. Parezco el gerente de un hotel.
-¿Juan vendrá con nosotros en el coche?
-Sí.
-¿Me hablará por fin?
-No lo sé.
-¿Ya tenéis el dinero del rescate, no?
-Claro.
-¿Os cambiará la vida?
-Para siempre.
-A Juan no sé, pero a ti seguirá faltándote algo.
-Por supuesto. Pero también me sobrará algo.
-Menos mal que dijiste esa frase tan pero que tan práctica. Nuestra última charla estaba cogiendo un caminito de lo más cursi.
-…
-Me gusta cuando intuyo que sonríes.
-¿Vamos?
-Vamos.
-…
-Cuando me desatéis las manos y los pies, por favor…
-…
-…hazlo tú.

jueves, 3 de septiembre de 2009

-Nunca estuve en Estocolmo.

-¿Sabes de dónde viene lo de Síndrome de Estocolmo?
-Sí, unos rehenes en un atraco a un banco de Estocolmo. Tres mujeres y un hombre. Estuvieron cinco días. Cuando todo acabó, se
-Claro, cómo no vas a saberlo. Eres un profesional.
-Lo soy, sí.
-Nunca estuve en Estocolmo.
-Eres joven.
-¿Dónde estamos?
-¿Qué?
-¿En qué ciudad?
-No me preguntes eso.
-¿Qué importa que me entere de que estamos en tal o cuál sitio?
-Todo importa.
-¿Cuántos días llevo aquí?
-Por favor, Elena.
-¿Estás casado?
-No lo estás haciendo bien.
-Tú tampoco. Y eso que no dejo de recordarte lo que deberías hacerme. Eres un carcelero lamentable.
-Todo acabará muy pronto.
-No te confundas conmigo.
-No me confundo. Te comprendo.
-No me comprendas, tampoco. No sé si aquí, entre nosotros, está entrando a jugar algún síndrome. Pero el de Estocolmo, ni lo sueñes.
-Lo sé. No te preocupes.
-No me preocupo. Preocúpate tú si sientes que en esta habitación crees haber encontrado algo que te faltaba.
-Soy un profesional. No temas.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

-Estás muy delgada.

-Sí, he dormido bien. Es lo que quieres oír, ¿no?
-Te lo pregunto porque me intereso sinceramente.
-Crees que teniendo una actitud atenta conmigo, tu alma va a redimirte de haberme hecho esto.
-No es eso, Elena. Sé que está mal.
-No, no crees que esté mal.
-Sí, lo creo. También lo cree tu familia. Por eso nos dedicamos a esto. Quitarle temporalmente la libertad a una persona funciona.
-No sabes si será temporalmente.
-Todo saldrá bien. Sabes que el error cometido al principio de todo esto ha sido que contactaran con la policía. Ahora se necesita algo más de tiempo.
-Sí, ya lo sé. No haces más que repetirme que todo saldrá bien, que se necesita tiempo, que no puedes darme tu mano. Sabes que hay días que no me importa ponerme en tu lugar. Pero hay otros en los que me da igual qué clase de hombre seas.
-Lo comprendo. Te portas muy bien.
-No me hables como a una hija, imbécil.
-Lo siento.
-Tú no sientes nada. No sientes piedad. No eres desalmado. Sólo ejecutas tu parte.
-Te trato lo mejor que las circunstancias me
-Chorradas.
-Juan ya no viene. Te afectaba muchísimo que mi compañero no hablara cuando entraba aquí. Bien, pues yo… Para mí es un esfuerzo. Mis horarios se han trastocado.
-Me da igual que vengas tú, o Juan, o nadie. No esperes que te agradezca tu gesto humanitario. Sigo necesitando que me acaricies y tú sigues trayéndome comida y agua, como has hecho desde el primer día.
-Por favor, no empieces otra vez. No me pidas cosas que no puedo darte.
-Llévate las cosas. Quiero dormir.
-Deberías comer un poco más.
-Y tú deberías irte a la mierda.
-Estás muy delgada.
-Gilipollas.

martes, 1 de septiembre de 2009

-No retires los platos aún.

-¿Eres Juan?
-…
-¿Te llamas Juan? Eso me ha dicho Raúl. Es lo único que me ha dicho de ti.
-…
-Ninguno de los dos os llamáis como decís, ¿no?
-…
-No deberíais preveniros tanto contra mí. Aunque os viera la cara, supiera vuestros nombres reales, vuestros apellidos, conociera vuestras biografías… No te estoy pidiendo que me quites la venda, que me desates, que me dejes llamar a mis padres. Juan, o como te llames, oye. Háblame. Dime hola. Dime Elena.
-…
-No retires los platos aún.
-…
-No hables, si no quieres. Pero no te vayas todavía. Escúchame. No cierres. Dile a Raúl que venga. Dile que no volveré a pedirle que me toque. He reflexionado. Lo comprendo. Ya no necesito nada. Está bien así. Me basta con la comida. El agua. ¡No! No cierres. Dile a alguien que venga. No es necesario que hable. No hace falta que me toque la cara. No me importa quedarme aquí hasta que se acabe todo esto. En serio. Podéis estar aquí conmigo. Todo el tiempo. Confiad. Yo nunca sabré nada de vosotros dos.

lunes, 31 de agosto de 2009

-Hazme algo.

-Lo necesito. Tu compañero no me habla. Nunca me ha hablado.
-Es reservado y tiene miedo de hacer algo mal.
-No sé hasta cuándo estaré aquí.
-Tampoco nosotros lo sabemos. No es que no queramos decírtelo. Ya hablamos de esto.
-Sí, y me da igual el tiempo que falte. Ya te lo dije. Pero lo necesito.
-Después de los malentendidos de la primera semana, las cosas parecen haberse reconducido. Muy pronto est
-No importa. Estaré aquí el tiempo necesario. Sólo te ruego que
-No vuelvas a pedírmelo.
-Hazme algo.
-No puedo. Tengo una vida. Pretendo ser un profesional, como mi compañero.
-No te pido que me quites la venda, que enciendas la luz, que me desates las manos. Me da igual todo eso. Me quedaré quieta. Tienes que verlo como una medida terapéutica.
-No hago esas cosas. Menos a una niña como tú.
-¿Otra vez?
-Me da igual que tengas diecinueve. Ya sé que tienes diecinueve. Pero yo no soy así.
-¿Por qué tenéis tanto miedo? Os aseguro que no es una estratagema. Lo necesito. No me juzgues mal. Me da igual que me juzgues mal, pero no soy una enferma. No sabía que esto pudiera pasarme alguna vez. No sabía que lo llevaría razonablemente bien después de tantos días. Todo es excepcional. A nadie preparan para esto. Una no sabe lo que debe sentir. Yo no sabía que pudiera tener una necesidad como la que tengo. Además del agua, de la comida.
-Lo siento. Tranquilízate. Todos esperamos que esto acabe pronto.
-No lo veas como algo sexual. Por favor.
-Vendré en una hora a retirarte la comida.
-Y a atarme las manos otra vez.
-Lo siento.
-Por favor.
-…
-¿Crees que es agradable sentir esto? No disfruto. Padezco. Me siento culpable.
-Lo siento mucho.
-Haz algo, entonces.
-Volveré en una hora. Come. Descansa.


jueves, 27 de agosto de 2009

-Tranquila.

-Decir que ver eso, vivirlo, cambió mi concepción de las vacaciones sería una estupidez. Ni en broma, vamos. En realidad cambió mi concepción del mar. De la belleza. Me descubrió qué clase de persona soy. Mejor dicho, me descubrió que no soy la que creía ser. Aunque tampoco sé cómo soy ahora. Tal vez sé cómo seré.
-Tranquila.
-Estoy tranquila, siempre estuve tranquila. Mientras estaba ocurriendo estaba tranquila. Quizá sólo un poco inquieta porque alguien, algún supuesto buen samaritano, lo estropeara todo. Hubiera sido una verdadera pena, un desastre, que alguien, al intentar socorrerla la hubiera convertido en una ahogada más. Había muy poca gente en la playa y en el agua parecía que estábamos ella y yo. Solas. Supongo que se produjo algún extraño efecto que nos metió a ambas en esa burbuja. Lejos, seguramente, había más gente desparramada por el agua.
-¿Ella te vio?
-No, no lo creo, no sé. En cualquier caso, no estaba pendiente de nada. No luchaba. No se enfrentó a nada. Había un oleaje que no hubiera podido con ella si hubiese opuesto un mínimo de resistencia. Creo que por un momento, justo antes de que se tumbara sobre la superficie del mar, creí que era posible intentar algo, seducirla, conseguirla. Sabes que tengo cierta facilidad para ello. Pero comprendí, sobreponiéndome a mi patético instinto, que tampoco yo podía convertirla en un simple ligue. Tampoco yo debía salvarla. Se alejó lentamente. Estaba desnuda. Por lo menos de cintura para arriba lo estaba. Seguramente lo estaba por completo: para ejecutar tal cometido una se mete sin ropa.
-Seguro.
-Estuve allí durante muchos minutos. Mucho tiempo después de haberla perdido ya de vista. Muerta de frío. En el agua había reflejos del color de las rosas que te gustan.
-Burdeos.
-Sí, ese color que no es exactamente burdeos. Centelleaba el agua como si estuviera salpicada de pétalos con luz propia. Pétalos cambiantes, que parecían amenazar con derretirse y volvían sin embargo a conformarse, a hacerme creer que realmente eran pétalos y no un efecto de la luz. El sol desapareciendo. Temblando, entonces, fui hasta mi toalla. Me envolví en ella. Volví caminando lentamente al hotel. Sin sentir nada parecido a la culpa por no haber hecho nada. Por no haber movido un pelo. Me tumbé en la cama envuelta en la toalla y estuve despierta hasta la madrugada. Sin hambre de nada. Al otro día me levanté con su rostro en mi cabeza. Pensando en que jamás volveré a ver una escena tan bella como la de la tarde anterior en el mar. Pensando en qué se puede hacer para vivir con esa certeza.
-...
-Tranquila, hermanita.


miércoles, 26 de agosto de 2009

-Me gusta conducir por las ciudades.

-Y sin entender ni papa de inglés.
-¿Me está hablando en serio?
-Y tan en serio. Durante diez años. Las calles de Londres no tienen secretos para mi.
-¿Es verdad que les hacen hacer un curso?
-¿Usted tiene estudios?
-Pero no acabé la carrera.
-Acabar la carrera, extraña expresión para escuchar en un taxi. O todo lo contrario de extraña, ¿no?
-Sí...
-Pues yo estuve tres años, tres años estudiando para que me dieran la licencia de taxista en Londres. Prácticamente lo que es una carrera universitaria. Cada tarde de cada día. Aquí cualquiera lleva un taxi, pero en Inglaterra...
-No tiene nada de acento inglés.
-Ya le dije que no hablaba ni papa.
-¿Y cuándo volvió a España?
-Después de mi paso por Stuttgart.
-¿Estuvo viviendo en Alemania?
-¿Conoce Stuttgart?
-No.
-Es una ciudad muy interesante. Allí prima lo alemán.
-...
-Doce años estuve.
-¿A qué se dedicó?
-Taxi, taxi. Yo siempre he sido taxista.
-Es increíble.
-Me gusta conducir por las ciudades.
-Pero... ¿Qué edad tiene usted?
-Cuarenta. Recién cumplidos.
-Entonces, tiene que haber empezado muy joven. Diez años en Londres
-Más los tres de estudios.
-Y doce en Alemania. No me cuadran las cuentas. Se tuvo que haber ido de Madrid con
-Hay que saber aprovechar el tiempo. Esa, fíjese, es la gran enseñanza oriental que aprendí en Tokio. Para ellos el tiempo pasa de otra manera, no sé, le dan importancia a las cosas que verdade
-¿También vivió en Tokio?
-Allí coger el taxi es carísimo. Pero como hay tanta gente. Yo nunce he visto tanta gente metida en una ciu
-¿Cuántos años estuvo trabajando de taxista en Tokio?
-¿Conoce Tokio?
-No, no.
-Aquello es otra cultura. Nueve años. Es muy duro, porque al ser otra cultura. Ellos son más ancestrales, no como nosotros.
-¿Y... cuándo ha vuelto finalmente a Madrid, entonces?
-Soy un recién llegado, como si dijéramos. Esta ciudad ha cambiado muchísimo desde que me fui. Añooo... setenta y seis. Parece mentira.
-¿Setenta y seis?
-Setenta y seis.
-Pero entonces...
-Ahí va.
-¿Qué pasa?
-Que me he perdido. Pero no se preocupe, paro el reloj. ¿Usted no se ubica?
-Pues...
-Joder, esta ciudad parece otra.

lunes, 24 de agosto de 2009

-Se está imaginando la escena.

-Pretendían darme uno de esos masajes modernos.
-Con barro...
-Con vino, con chocolate. Qué vulgaridad. Hace meses que un hombre no me pone la mano encima. Y una mujer. He olvidado la última vez que una mujer me puso la mano encima. Mucho menos untada de algo.
-En sus memorias dice que Ava Gad
-Esa fue la penúltima vez.
-Ah.
-Se lo expliqué amablemente al tipejo del hotel -puedo ser muy amable si me empeño: soy una grande de las escena-, uno de esos relaciones públicas que no saben hablar, no saben sonreír, no saben seducir, y viven convencidos de que saben hacer todo eso.
-Seducir es un arte. Lo he aprendido viendo sus películas.
-¿Viéndome mí o a mis galanes?
-Eh...
-Ustedes los jóvenes, no saben afrontar las repreguntas. Le dije al idiota que pasaba de que me masajearan, hombre o mujer, con o sin vino en las manos.
-¿Le insinuó su bisexualidad al tipo del hotel?
-Soy demasiado mayor para insinuarle algo a palurdos sin encanto. Le dije claramente que si tenía algún ejemplar masculino o femenino que ofrecerme debía cumplir dos condiciones: no ser ni demasiado joven ni demasiado pagado de sí mismo: los jóvenes no saben hacerlo, imagínese si, además, son pagados de sí mismo.
-...
-Se está imaginando la escena.
-No, no.
-A las pocas horas el imbécil del hotel me dio la sorpresa del verano. Se presentó con una preciosa muchacha que rondaba los treinta y cinco, y con un joven no tan joven que seguramente ya no cumplía los cuarenta.
-...
-¿Quiere beber algo?
-No, no.
-Hoy mi secretaria no vendrá. No ha acertado con el día. Usted.
-No, no importa. Es decir, no me hubiera importado saludarla, pero
-Le falta imaginación, joven. La imaginación es necesaria para prever y prevenirse del futuro.
-...
-Olvídese de lo que acaba de oír, no es más que una frase enigmática sin sentido alguno y dicha a destiempo.
-No crea.
-El tipejo del hotel pretendía glosarme las virtudes de cada una de sus ofertas. Para que eligiera. Le pedí amablemente que se fuera. Cuando cerré la puerta en sus narices iba a recitarme los precios, las tarifas. Cuesta creerlo. La elegancia es una condición del alma.
-Página 46 de sus memorias.
-...
-...
-Deje de mover las manos. Hay que aprender a convivir con los silencios. El silencio es el compañero que a todos nos espera.
-Página 102, y lleva usted razón.
-Hacían una bellísima pareja. Después de todo, el tipejo había dado en el clavo, si me permite la expresión.
-Sólo era incompetente en la forma, no en el fondo.
-¿A usted le gusta mirar?
-¿Mirar?
-Sí, mirar.
-Me gusta, sí, me gusta mucho mirar.
-A mí también. Hay ocasiones en las que una debe limitarse a mirar.
-...
-Ella no, pero él había visto alguna de mis películas. Lo noté ni bien comenzó a desnudarla. Y no me pregunte en qué lo noté, por favor joven, no me lo pregunte.

jueves, 20 de agosto de 2009

-No juegues sucio: Coelho es una excepción.

-La horda de las gordas.
-¿Cómo te puede gustar esa mierda?
-¿La has visto?
-No. Ni la veré.
-Yo no tengo tus prejuicios. Es la ventaja de no ser un intelectual. Que puedes ir al cine a ver La horda de las gordas sin ocultarte tras unas gafas negras.
-No voy porque es machista, es misógina, es
-¿La has visto?
-...
-Yo puedo criticar lo que escribes porque lo he leído.
-Yo no he leído a Paulo Coelho y puedo afirmar que no me gusta.
-No juegues sucio: Coelho es una excepción.
-La misma razón por la que no vas a ver pelis como La horda de las gordas, es la que hace que te resistas a llevar bermudas.
-¿Has bebido?
-No, pero sabes que lo hago, que no me importa mostrarme borracho en público. Tú, con esos aires que te das, con esa imagen que mantener, no te permites permitirte hacer esas cosas, si me permites que te lo diga.
-El de los juegos de palabras soy yo.
-Sí, yo soy el que se parte la caja con La horda de las gordas. No sabes lo que te pierdes.

miércoles, 19 de agosto de 2009

-Yo no soy el niño que tú crees.

-Yo no soy el niño que tú crees.
-¿Eso le dijiste?
-Sí.
-¿Y él cómo reaccionó?
-Aceptó que eso pudiera ser posible. Es un buen padre.
-¿Cuántos años tenías entonces?
-Diez años. Algo más de diez años.
-¿Lo recuerdas?
-Perfectamente. La charla ha ocurrido hace diez días. Algo más de diez días.

-Yo lo guardo todo: tickets, folletos, bolsas de papel para vomitar en los aviones.

-Se me olvidan, se me olvidan casi por completo, por eso tengo que escribir lo que el viaje me ha dictado. Frases sueltas, algún cuentito, diálogos.
-Yo lo guardo todo: tickets, folletos, bolsas de papel para vomitar en los aviones.
-Tengo un amigo que dibuja o pinta lo que va viendo. Lo mandas a Lisboa, y cuando vuelve y miras sus acuarelas, confirmas que ha estado en una ciudad que tal vez conozcas pero en la que tú no has estado.
-Ya. Has estado en Lisboa, pero no en la de los dibujos de tu amigo.
-Yo escribo cosas. No suelen hacer mención directa al lugar, a la calle, al barrio, a la anécdota, al callejón donde nos resguardamos de la lluvia. Si tú lees el cuentito de las animadoras, por ejemplo
-No lo he leído.
-Aún no lo he escrito. Cuando lo leas, no necesariamente deducirás que está sugerido por mi estancia en un hotel de Tenerife. Si lees lo de la chica que tocaba el saxo, puede que aciertes al afirmar que la acción transcurre en Estocolmo, de donde hemos vuelto hace unos días. Pero puede que no.
-Que no escribes un diario de viaje, quieres decir.
-Quiero decir que uno viaja para dejar alguna forma de constancia de que, a unos cuantos kilómetros, le han ocurrido las mismas cosas que podía haber vivido sin salir de casa. Para viajar hay que perderse. Y yo en casa me extravío todos los días.
-Pero viajar es maravilloso. Incluso fuera de tu casa.
-Ya lo creo. A uno le ocurren muchas cosas que se le ocurren.

jueves, 30 de julio de 2009

-Es broma.

-Dedicamos más tiempo y esfuerzo a destruir las relaciones -las parejas, las amistades- que a salvarlas.
-¿Me estás queriendo decir algo?
-Sólo que ponemos menos empeño en rescatar que en hundir.
-Eso ya me lo has dicho.
-No estoy hablando en concreto de nosotros dos.
-Pero también de nosotros dos.
-¿Tienes frío?
-No.
-Se te han erizados los pelitos.
-Es por la charla que se nos viene encima.
-No somos tan especiales, después de todo. No estamos hechos de otro material.
-Si hay que empeñarse en salvar una relación, es que esa relación no tiene salvación. ¿Hay una palabra más horrible que conservar?
-Esa postura era la que yo ejercía: el amor no se construye día a día, ni siquiera noche a noche. El amor surge, asalta imprevistamente. El desamor también. No son procesos. Son apariciones. Pensaba eso hasta que te conocí. Y funcionaba: no conseguí salvar ninguna de mis relaciones. Como es obvio. Pero siempre se materializaba otra repentina aparición.
-No creo que haya que dedicar el mismo tiempo y esfuerzo a salvar que a construir. Una infidelidad puede ocurrir en un abrir y cerrar de ojos y no haría falta más que eso para que nuestro matrimonio, por ejemplo, se acabara, ¿no?
-Haría falta que me enterara de que me has sido infiel.
-No, se acabaría aunque tú no te enteraras.
-Tienes frío.
-No tienen frío: mis pezones quieren hacerte saber que hay conversaciones que los conmueven.
-¿Te acuerdas del poema de los...
-No separo tus pezones de quien eres. Tus tobillos pueden tener... idéntica perversa intención que tu mirada.
-Lo recuerdas.
-Claro. Cómo olvidar que no lo has escrito para mí.
-No recuerdo para quién. Yo era muy joven.
-También ella.
-Tal vez para nadie. Para mí.
-Claro.
-Estoy exahusto. Después de lo que acabas de hacerme, creo que hasta te perdonaría por unas horas que me hubieras sido infiel. Espero que este tremendo esmero que acabas de poner en complacerme no sea hijo de la culpa.
-Tú sí que eres un auténtico hijo de culpa.
-Es broma.
-Pues el cigarrillo que voy a fumarme va en serio.
-Puedes incendiar la habitación, si quieres.
-He cambiado tanto. Antes fumaba por lo menos tres cigarrillos seguidos después de hacerlo.
-Antes engañabas a tus amantes. Ahora, sólo me recuerdas una y otra vez que engañabas a tus amantes.
-...
-Me sigue gustando tanto tu sonrisa...
-Eso es porque sigues viéndome con buenos ojos. Y porque hemos aprendido a ver nuestra vida con puntos suspensivos.
-Cuando llevábamos diez años juntos, jamás creí que llegaríamos a llevar veinte.
-He aprendido a empeorar con el tiempo.
-Te quiero.
-Yo también.
-Qué frío.

martes, 28 de julio de 2009

-El camarero tiene cara de buena persona.

-Buenos días: soy el mal.
-Buenos días: a veces, yo también.
-Me gusta su sentido del humor.
-Puede sentarse. Si no le gustara también podría sentarse: no guardo rencor a quienes no aprecian una parte de mí.
-Gracias.
-¿Es usted el Mal con mayúsculas?
-No, por favor: el Mal con mayúsculas es un pedante. Yo soy el mal de andar por casa. El verdadero. El de "no hay mal que por bien no venga". Soy el mal que da esperanzas. Vanas, claro. Soy terrible. Un encanto. Me hago querer. Ya sabe lo que dicen: "Mal de muchos..."
-¿Quiere tomar algo?
-Gracias. Me bebería una cerveza. Bien fría.
-Yo también me la bebería. El mal se irá sin pagar, supongo.
-Soy demasiado elegante para realizar una acción tan vulgar. El mal invita a la primera y a la última.
-Buenas. ¿Qué van a tomar los señores?
-Dos cervezas.
-La mía bien fría, por favor.
-La mía también.
-De acuerdo.
-El camarero tiene cara de buena persona.
-Si el mal lo dice, no tengo nada que rebatir.
-No me sobreestime. Yo también me equivoco. A veces el mal que provoco en uno tiene un efecto beneficioso en otro. Son los daños colaterales de mi oficio.
-No sufra. No le mentaré las guerras, las enfermedades, el terrorismo.
-La estupidez. Gracias. Prefiero las maldades sutiles, imperceptibles, tibias. Aunque, claro, no puedo dejar de ejercer el mal de brocha gorda. Hay que comer.
-Aquí las tienen, bien frías.
-Gracias.
-Gracias.
-Es verdad, tiene cara de buena persona el camarero.
-Las apariencias engañan, créame, ese engaño es la base de mi existencia.
-Entiendo: lo bueno de lo malo es que parezca bueno.
-Le gustan los juegos de palabras.
-Sí. Ya le dije que, a veces, yo también soy el mal. Le pido disculpas.
-No tiene por qué disculparse.
-¿Y tengo algo que temer?
-Brindemos.
-Por el mal bien entendido.
-Es usted muy amable.
-Si usted lo dice.
-¿Quiere picar algo?
-Me estoy quitando de picar. Sobre todo en compañía del dueño del veneno.
-No. No tiene nada que temer. Sé controlarme. Sé descansar.
-Salud.
-...
-Riquísima.
-Ah, la necesitaba más que pecar.
-El mal tenía la boca seca.
-Me gusta el título. Escríbala.
-No creo que dé más que para un cuento.
-¿Un cuento? Bien, vale... ¿Para cuándo cree que lo tendrá listo?
-Una semana, veinte años...
-Una semana, veinte años... ¿En serio que no quiere picar nada?
-En serio. No se lo tome a mal.
-¡Camarero! Otra ronda.
-...
-Definitivamente, el camarero tiene cara de buena persona.


lunes, 27 de julio de 2009

-Casi nunca la miro.

-Pues no conozco a nadie más.
-Seguramente entre los miles de millones de
-Pero no es habitual. La gente no hace eso.
-La gente hace de todo.
-No es habitual que uno lleve en la cartera una foto de sí mismo.
-Excluyendo la del dni.
-Una foto de cuando tenías, ¿cuántos?
-No sé, meses.
-A tus cuarenta años, llevas encima una fotografía de cuando eras un bebé.
-No hay por qué intentar encontrarle un sentido a todo. Que no digo yo que no lo tenga.
-Lo tiene. Lo tiene.
-También llevo una foto de tu cara. ¿Otro sinsentido?
-Eso es normal. Soy tu mujer.
-El concepto de lo normal es
-Déjalo.
-¿Estás celosa de mí porque, además de una foto de ti, llevo una foto de mí?
-Eres idiota.
-Puedo dejar de llevar mi foto en mi cartera. Mi foto no significa nada para mí, cariño.
-Déjalo, en serio.
-La saco de la cartera.
-No lo hagas.
-No me importa no llevarla encima, en serio.
-Eres idiota.
-Casi nunca la miro.
-Déjalo, ¿quieres?
-Como quieras. Pero que sepas que puedo pasar perfectamente de mi foto. No la necesito para vivir. Era un bebé muy mono, ¿no crees?

-Conozco a esa mujer mejor que al callejero de esta ciudad.

-Siga a ese coche.
-Buenos días.
-Buenos días. Siga a ese coche.
-¿A cuál, al rojo?
-No al Renault.
-...
-Tenga cuidado, doblará en la próxima.
-...
-Creo que sospecha que la seguimos.
-¿La?
-Sí, es una mujer.
-¿Y por qué sospecha que ella sabe que la
-Conozco a esa mujer mejor que al callejero de esta ciudad.
-Esa frase me va mejor mí, que llevo veinte años en el taxi.
-Yo llevo veintiún años persiguiéndola por las calles de Madrid.
-Demasiados.
-Ya lo creo.
-¿Compensa?
-El semáforo, no se quede atrás.
-Tranquilo. Es raro que no hayamos coincidido antes.
-Atento, que vuelve a torcer en la siguiente.
-Sí que la conoce, sí.
-Ahora se detendrá en el número 19.
-¿Nosotros que hacemos?
-Me bajo aquí.
-Está entrando en la casa.
-Claro.
-Seis con cuarenta.
-Tenga.
-No ha llamado al portero. Tiene llave.
-Claro.
-Tenga la vuelta.
-Quédese con el cambio.
-Gracias. Espero que nos volvamos a ver.
-No lo creo, la semana que viene nos mudamos a Barcelona.
-...
-Adiós.

miércoles, 22 de julio de 2009

-Están esperando una respuesta.

-Gratis, pretenden que vaya gratis.
-Es una desconsideración.
-Una desconsideración es que me ofrezcan poco dinero. Esto es un escupitajo en toda mi cara.
-Tal vez debiera dejar que la propuesta se asiente, reflexionar un
-Soy demasiado mayor para reflexionar, joven. Y si me lo permite, es usted demasiado anciano para tener la edad que tiene. Que reflexionen los contables, yo soy una estrella.
-El programa tiene mucha audiencia.
-Y yo muchísima dignidad.
-Comprendo.
-No hay nada más importante que la dignidad. Sin dignidad somos insectos.
-Lleva usted razón.
-Más que un santo. Cualquiera que hubiera leído mis memorias se habría abstenido de hacerme ese ofrecimiento. Pero no leen. Los que trabajan en la tele son como los que ven la tele: no leen. Mucho menos literatura de calidad.
-O sea que ha declinado la invitación.
-¿Declinado? Yo no me he declinado ni para hacerle sexo oral a Toni Curtis, joven.
-Quiero decir que
-Ya sé lo que quiere decir. Mi secretaria está negociando con esos zoquetes. ¡Ethel!
-Es muy guapa su secretaria.
-¿Señora?
-¿Alguna novedad, querida?
-Un reloj. Un reloj valorado en ciento cincuenta euros. Estarían dispuestos a tener ese detalle con
-¿Un reloj? Esa gente es estúpida.
-Dicen que no pueden pagar. Que los otros invitados irán en taxi, que como deferencia hacia usted vendrá a recogerla un coche de producción.
-Sólo faltaría.
-Voy a hacer otra llamada, señora, a ver si arañamos algo mejor.
-Vaya, querida, vaya.
-Parece una secretaria muy eficiente.
-Olvídese, joven, está casada.
-No, si yo no lo decía con niguna intención.
-Ya le he dicho alguna vez que intención es precisamente lo que hay que tener.
-Sí, ya me lo ha dicho alguna vez.
-Supongo que, como poco, vendrían a recogerme en un Mercedes.
-Lo desconozco.
-La elegancia es una condición excluyente: se tiene o no se tiene. Esta gentuza...
-...
-Señora...
-Dime, querida.
-Dos relojes. No están dispuestos a más.
-Necios.
-Están esperando una respuesta.
-Las condiciones.
-Sí, las han aceptado.
-¿Las tres?
-Camerino para usted sola, agua mineral en botella de cristal y zumo de naranja.
-Exprimido.
-Han dicho que sí.
-Gracias, querida.
-¿Entonces irá?
-Me van a oír, vaya si me van oír.
-Veré el programa.
-¡Ethel, querida, prepare el vestido rojo, por favor!
-¡De acuerdo, señora!
-¿Se pondrá el vestido que llevó en Entrañas de hiel?
-Muy bien, joven, veo que ha leído usted mis memorias.
-Son una maravilla.
-¿Ahora que sabe que está casada vendrá menos por aquí?
-...

martes, 21 de julio de 2009

-Como dos extraños.

-Línea uno. El vagón estaba medio lleno. Yo iba de Pinar de Chamartín a Tirso. Se subió pasando Plaza de Castilla. Tenía el violín hecho una birria. Se cierran las puertas. Empieza a tocar. Un buen gusto. Una clase. Desde luego, a años luz de cualquiera de los músicos que tocan en el metro, y eso que hay más de uno que no está mal. No quería abrumarte con su digitalización. No era un músico eximio, era un tipo eximio. Tocaba como si hubiera compuesto esa melodía para la mujer de su vida. Pero no era un tema suyo. Un tango.
-¿Cuál?
-No lo sé, sonaba a tango pero no supe
-Como dos extraños.
-¿Qué?
-Para hacerme una idea cabal voy a imaginar que tocaba Como dos extraños. Un tango. Letra de José María Contursi, música de Pedro Laurenz. 1940. Precioso. Tristísssimo.
-Vale. Pero ponía mucho de sí. No se limitaba a reproducir la melodía. Sumaba las sutilísimas notas de su sensibilidad. O quitaba las notas sensibleras que le sobraban a la música, no sé.
-Está bien. Me acobardó la soledad y el miedo enorme de morir lejos de ti...
-Vale, tocaba eso. Y lo tocaba de una manera que te embelesaba y a la vez te envolvía en una especie de somnolencia destinada a llevarte a alguna parte. Era como si todo el pasaje recordara la canción de cuna que la madre le había susurrado tantas noches. A mí, desde luego, se me vino mi madre encima, mi mamá de joven. El tipo, como si nada, tocaba con displicencia, no ponía cara de estar desvelando sus entrañas ni nada de eso.
-Qué gran error volverte a ver para llevarme destrozado el corazón...
-Todo ocurrió en un par de estaciones, seguramente. Cuando el violinista acabó y pasó entre nosotros con el monederito abierto esperando que le dejáramos alguna moneda, todos estábamos dormidos. No pudimos pagarle con nada.
-Y ahora que estoy frente a ti parecemos ya ves dos extraños...
-Yo me desperté en Iglesia y pareció como si todos hubiéramos despertado en Iglesia. Nos miramos extrañados de que hubiera pasado tan poco tiempo, tanto tiempo, y un violinista único.
-...
-¿Te ha gustado?
-Son mil fantasmas al volver burlándose de mí las horas de ese muerto ayer.

lunes, 20 de julio de 2009

-No estoy tatuada.

-Discúlpame, pero, sinceramente, no me creo que no estés tatuada.
-¿Perdone?
-Puedes tutearme. También puedes no hablarme, claro.
-Te tuteo una vez para decirte que no quiero hablarte.
-Estupendo. Si no me lo aclaras seguiré pensando que tienes algún tatuaje. Y sé dónde.
-Tengo algún novio y ningunas ganas de seguir con este juego.
-No quiero incomodarte, y si no te importa que siga pensando que estás tatuada, continúo leyendo mi libro y no te molesto más.
-No estoy tatuada.
-Bien. Seguiré leyendo. Callado. Otorgando que me has dicho la verdad.
-Me da igual que no me creas. Lo importante es que sigas con tu libro.
-Carver.
-...
-Deberías leerlo.
-Conozco a Carver.
-Nadie conoce a nadie. Yo, por ejemplo, creía conocerte un tatuaje que dices no tener, en un sitio que -eso sí que no puedes negármelo- tienes.
-En la espalda, muy abajo, tengo tatuado un nombre.
-Que empieza por la letra erre.
-Sí...
-Me llamo Raúl.
-Raymond. Tengo tatuado Raymond.
-Por Carver, claro.
-Qué sabrás tú.
-Y tú nunca sabrás lo que sé.
-Deberías seguir leyendo a Carver.
-¿Cómo te llamas?
-Debo irme.
-Estaré aquí cuando vuelvas de Londres.
-No viajo a Londres.
-Claro, claro. Y yo no tengo tatuado tu nombre en mi brazo.
-Claro que no.
-Tengo ventanilla. Si quieres te la cambio por tu pasillo.
-No viajo a Londres.
-Tampoco yo, señorita Carver, tampoco yo.
-...
-Supongo que también te gustará Chéjov.

-¿Quieres decir que las transparencias engañan?

-No puedes ser tan soberbio como para decir eso.
-Es una forma de hablar.
-Si lo piensas un poco.
-Si lo pienso un poco no te dirijo la palabra.
-No se puede conocer a alguien.
-Llevamos años, ¿cuántos?, un montón de años juntos. Somos amigos.
-Da igual. Dan igual los años. Da igual que tú te creas muy receptivo, muy perspicaz, muy lo que quieras.
-Pues yo te conozco, tío. Sé quien eres.
-Es imposible conocer a alguien.
-A ti no es imposible conocerte. ¿Quién coño te crees que eres?
-Da igual. No importa quién coño creas tú que soy. En cualquier caso seré otro. Seré de otra forma.
-Pues a mí me gustaría estar seguro de que me conoces, ¿sabes?
-Lo siento: yo a ti no te conozco.
-Vete a la mierda.
-Eso no quiere decir que no te quiera.
-¿Quieres decir que las transparencias engañan?
-¿Es un chiste?
-Claro. No eres el único capacitado para hacer estúpidos juegos de palabras.
-Las apariencias son las únicas que no engañan. Lo que engaña es lo que no son las apariencias.
-¿Qué estás leyendo? Déjalo, lee al Stieg Larsson.
-¿Tú crees que tu madre te conoce?
-...
-Y supuestamente debería conocerte como si te hubiera parido.
-Deja a mi madre en paz.
-¿Cómo vas a conocerme si ni siquiera yo sé que hay debajo de mis apariencias? ¿Dónde se acaban? ¿Cuándo empieza la apariencia que no es apariencia?
-Me duele la cabeza.
-Tú me conoces aparentemente.
-¿Has oído lo que acabo de decirte, profundo de superficie? Te conozco: eres un profundo de superficie. Te tengo caladísimo, eso es lo que tú eres. No lo que yo creo que eres: eso es lo que saben que eres todos los que te conocen un poquito. No mucho como yo, un poquito.
-Me gusta lo de profundo de superficie.
-Tú eres eso. Te lo digo yo, que te conozco como la palma de tu mano.
-Hoy estás sembrado.

miércoles, 15 de julio de 2009

-Deberás decir algo porque este blog va de diálogos, no de monólogos.

-¿Y si todo esto, toda esta vida que nos traemos entre manos, todas esas peleas a casi muerte, todos esos besos a tiro desecho; si todo lo que nos pasó y nos pasará por encima y por debajo, todo el pasado sembrándose minuto a minuto a minuto para que tú escribas aquel relato prometido y yo un verso que sobreviva al atardecer de mi vida y al amanecer de la tuya; si todos nuestros honestos y tramposos -y aún así honestos- juegos de palabras tendentes a entendernos en mitad de este florido y/o desolador empeño amoroso, todos estos espejismos que no nos tragamos ni pa'trás y esas paredes contra las que nos damos de bruces con infantil tozudez; si la encarnación en nuestras carnes fundidas de las letras de todos los tangos, si no habrá más penas ni olvidos, si era más fresca que el río naranjo en flor, si qué gran error volverte a ver, si fuiste hondamente mía y llovía y llovía, si todo eso -quiero decir antes de que me pierda y tenga que desandar los renglones a ver dónde he dejado caer el último punto y coma- se debiera llanamente a que juntos, una mañana que no acababa de llover, visitamos el museo judío de Praga?
-...
-Deberás decir algo porque este blog va de diálogos, no de monólogos.
-Creía que todo esto se debía a que un mediodía comimos en un sencillo y bello restaurante de Orvietto.
-Pues has vivido equivocada, amor mío, amore, pebeta de mi barrio. Por lo menos, hasta que un relato tuyo me desmienta.

martes, 14 de julio de 2009

-Preferimos no saberlo.

-Me pareció más brillante. Más brillante que la otra vez.
-Baldean. Acaban de baldear mi calle, por eso.
-Será eso. La otra vez que vine era de noche, y no me pareció que brillara.
-La baldean al caer la tarde, y no todos los días.
-Da una linda sensación de frescor.
-¿Sí?
-Sí. Es una bonita antesala, llegar hasta aquí por el camino de tu acera brillante.
-¿Y a qué has venido?
-He venido a seguir intentándolo.
-Las cosas siguen igual.
-¿Igual de bien para ti e igual de mal para mí?
-Así es: sigo viviendo con alguien.
-Me parece todo tan repentino que se me hace mentira.
-Pues es verdad.
-Hace apenas dos meses que tú y
-Dos meses puede ser mucho tiempo. Cuando nos conocimos, dos meses también era mucho tiempo. O tal vez poco tiempo que dió mucho de sí. En dos meses nos conocimos, en dos meses nos fuimos a vivir juntos, yo tardé en quedarme embarazada dos meses, y ese fue el tiempo que tú necesitaste para comprender que te habías equivocado.
-Es la segunda vez que vengo a decirte que me equivoqué entonces, cuando creía que
-Sigo viviendo con él. El bebé nacerá el mes que viene. Seguiré viviendo aquí. La calle estará brillante dependiendo del día y la hora que lo intentes por tercera vez. No será la vencida, eso tenlo por seguro.
-¿Ya sabes si será niño o niña?
-Preferimos no saberlo.
-Yo también.

lunes, 13 de julio de 2009

-¿A los polis les gustan las series de polis?

-Claro que sé dónde vivo.
-¿Y tus padres?
-Ellos también saben dónde vivo.
-Son las once de la noche.
-Conozco estas horas como la palma de mi mano.
-Es muy tarde y hace mucho frío para que estés aquí, solo.
-¿Conoce la palma de su mano?
-...
-Es una frase estúpida. ¿Quién conoce la palma de su mano?
-No deberías estar aquí a estas... No deberías estar aquí.
-Vivo cerca. Estoy paseando.
-Te acompañó a tu casa.
-Como quiera.
-¿Cuántos años tienes?
-Si me acompaña en silencio, mejor.
-Como quieras.
-Si fueran realmente buenos, no necesitarían hacer tantas preguntas para averiguar lo que quieren saber.
-...
-¿A los polis les gustan las series de polis?
-Casi no veo la tele.
-Es aquella. La casa verde.
-¿Tus padres duermen?
-Como troncos.
-¿Tienes llaves?
-Desde los nueve.
-¿Cuántos años tienes?
-...
-Esperaré a que entres.
-Como quiera.

viernes, 10 de julio de 2009

-Cada día que pasa mi vida me parece más larga.

-Ustedes los jóvenes creen que entre la prehistoria y el momento actual no hay nada. Hay un hueco, un vacío.
-Eso es una exageración, si me lo permite. Tal vez algunos jóvenes.
-Los años cuarenta y los cincuenta han sido mis mejores.
-Lo sé.
-No, usted sólo ha visto mis películas, y no todas.
-Todas.
-No joven, no: sólo ha visto las que se comercializaron. De las privadas, las prohibidas, soy la única espectadora sobreviviente.
-¿Hay películas prohibidas?
-Todos mis amantes han muerto hace tanto tiempo. Los buenos amantes, quiero decir.
-En su autobografía no dice nada de esas películas proh
-Yo nunca me he desnudado en la pantalla gigante. Sólo en camas gigantes. Ay, qué pena que esta frase no se me haya ocurrido antes. ¿Cree que los de la editorial me dejarán meterla en la segunda edición de mis memorias?
-¿Quiere decir que existen imágenes suyas desnuda que nunca se han visto?
-Sólo en camas gigantes.
-...
-Sí, joven. Unas dos horas repartidas a través de veinte años y ocho amantes. Han habido más que ocho, pero sólo hay imágenes de ocho.
-Me deja usted de piedra.
-¿De piedra? Vaya expresión más extraña en boca de un joven. Los cuarenta y los cincuenta han sido mis mejores años. La belleza de mi cuerpo era inconcebible. Por eso les costaba tanto tocarme la primera vez.
-Lo he leído, sí.
-Cada vez recuerdo más y más cosas. ¿Cree que los de la editorial tendrán a bien publicar una segunda parte de mis memorias?
-...
-Cada día que pasa mi vida me parece más larga.
-Esa frase también es buena.
-Bueno, todas las vidas son más largas cada día que pasa.
-Espero que no le parezca una pregunta irrespetuosa, pero
-Ni hablar, joven, ni hablar. Olvídelo. Esas películas sólo tienen una espectadora posible.
-Claro.
-En décadas posteriores también he tenido amantes, no vaya usted a creer. Pero aquellos años... Ustedes los jóvenes desconocen la belleza.
-Tal vez algunos jóvenes.

miércoles, 8 de julio de 2009

-No todo el mundo vale para esto.

-Sigo sintiéndome capaz, pero necesito tiempo.
-Creo que se te ha acabado el crédito.
-Lo he intentado, con todas mis fuerzas.
-Hay que hacerlo, en ese punto se acabaron los ensayos.
-¿Qué te han dicho?
-Imagínate.
-¿Están muy cabreados?
-Es tu segundo fracaso.
-Yo soy el primero al que le jode no responder a las expectativas de la cúpula.
-Hablas demasiado. Le das demasiadas vueltas.
-Lo sé.
-No eres un intelectual.
-Lo sé, lo sé, soy un hombre de acción.
-Que no se atreve a apretar el gatillo.
-Latente. Hombre de acción latente. Está dentro de mí. Queriendo expresarse. Queriendo salir para servir a la causa. Soy un fanático. Dentro de mí hay un soldado. Un soldado desesperado por poder hacerlo.
-Tus fracasos nos han puesto en evidencia y en peligro a todos nosotros. ¿Dónde ha acabado Carlos después de lo que hiciste el mes pas
-¡No dejo de pensar en eso! Cada noche. Por eso debo redimirme.
-¿Redimirte? Hablas demasiado. Lo de ayer es imperdonable, no van a dejar que
-¡Lo tenía! Has visto cómo le apunté.
-Claro que lo vi. Y él también te vió. Se dio la vuelta, supo que medio segundo antes le estabas apuntando a la nuca, y también supo que no podrías.
-Cuando me miró lo tenía encañonado entre los ojos. Hubiera causado el mismo efecto que en la nuca.
-Pero lo miraste, sí, ya me lo repetiste veinte veces.
-Ese ha sido mi fallo, mirarle a los ojos.
-Por favor, eso es una ñonería. Déjalo, déjalo, por el bien de todos nosotros.
-He aprendido. Sé lo que no tengo que hacer.
-Te ha reconocido. Y esos dos que estaban al lado también. Desaparece. Y no vuelvas.
-Uno aprende de los errores.
-Esto no es una academia. A ese momento hay que llegar aprendido. Acabaste abrazado a aquél árbol, vomitando.
-Por favor, diles que lo haré, que la próxima vez lo haré. Dentro de mí hay un soldado. Sólo quiero liberarlo. Por favor, ¿qué será de mi vida si no consigo liberar al soldado?
-No todo el mundo vale para esto.
-Pero él sabe, mi soldado me dice cada noche, todas las noches, que ha nacido para esto. Para redimirme un día, un día epifánico en el que sabré por fin cuál es mi cometido en esta vida, aunque la pierda al instante siguiente. Es un fanático que vive para salir de mí y liberarnos a todos de la opresión a que nos some
-¿Epifánico? ¡Joder! Hablas demasiado.

martes, 7 de julio de 2009

-Creo que hemos bebido demasiado.

-En la actualidad, los músicos de jazz viven tanto como cualquier mortal. Incluso como cualquier músico de country.
-Ya no los hacen como antes. Ni se deshacen como antes.
-Creo que hemos bebido demasiado.
-¿Lo dices por la conversación?
-Lo digo por lo vacías que encuentro ambas botellas.
-Tú lo dices por la causa, y yo lo decía por los efectos.
-Sí, definitivamente hemos bebido demasiado.
-Lo dices por las botellas.

-Esa también es una buena primera frase.

-Lo peor del insomnio no es no poder dormir, sino no tener a nadie a quien despertar.
-Me gusta.
-Pero no sé cómo seguir.
-Tranquilo, nunca sabes cómo seguir.
-Ahora tampoco.
-¿Quieres café?
-Por favor.
-Utiliza alguno de tus trucos.
-Voy contigo.
-Tienes muchos recursos.
-Me sobreestimas.
-Te estimo mucho, sí.
-Puedo identificar mis trucos, pero una vez que los he utilizado.
-Esa también es una buena primera frase.
-¿Sí? Puedo identificar mis trucos, pero una vez que los he utilizado.
-Suena un poco vacía, o llena de pretenciosidad, pero si tienes una buena segunda frase.
-La tengo: Lo peor del insomnio no es no poder dormir, sino no poder
-¿Lo quieres solo?
-Cortadito.
-Me gustan tus diminutivos.
-Puedo identificar mis truquitos, pero una vez que
-Tengo que ir al dentista.
-Sí, tal vez debería empezar por algo más banal. Lo banal inquieta, siembra inquietud. Tengo que ir al dentista.
-Tu café.
-Gracias, amor.
-¿Nos queda Nolotil?

lunes, 6 de julio de 2009

-Mesillas de noche (2)

-El primer condón que me puse cumplió un objetivo para el que no fue diseñado. A solas. Me lo coloqué para mí. No había nadie más en el cuarto de baño. Aparentemente, no sirvió para lo que sirven.
-Fue un ensayo previo.
-Todos los ensayos son previos.
-No te disperses.
-Años antes de colocármelo para darle sentido a su cometido, el de evitar existencias.
-No te pongas pomposamente literario que estamos solos, soy tu amigo, y sólo soporto esas frases por escrito.
-Sobraba casi todo el condón. De no sostenerlo con mis dedos se hubiera caído al suelo, mi pene no hubiera podido hacer nada por evitarlo. Era excitante. Era un condón de mi padre destinado a ser utilizado por él. Con mi madre.
-Bueno.
-Sí, también era excitante pensar que papá utilizaba los condones para hacerlo con otra. Con otras. Supongo que no los dejaría tan a la mano de mamá si no los utilizara con ella, pero tal vez papá tenía una confianza ciega en que su esposa no ejercería las intromisiones que ejercía su hijo en su mesilla de noche.
-Mesita de luz.
-El caso es que antes de que saliera otro líquido que no fuera pis de mi pequeño miembro, la decisión de haber llegado al punto máximo de la excitación era arbitraria. Después de un rato, aunque la excitación no hubiera conocido su pico -desconocía cuál era su pico-, se daba por acabada la función. Lo decidías tú, o el ruido de llaves en la puerta de casa. Tenía sus ventajas que el deseo desatado no decidiera por ti, como ocurriría luego, a lo largo del resto de la vida. Cuando la excitación conoce por fin su pico, el deseo pasa a ser comandado por un general dictatorial, pero amigo, que te obliga a hacer cosas que quieres.
-Me he perdido.
-Arrojé el condón impoluto al váter. Me desdigo de lo que te dije hace un momento: el látex sí había cumplido un objetivo, el que le asignamos los varones prepúberes, una función, mi función. La única que podía llevar a cabo un preservativo a mis diez años.
-¿Diez tenías?
-Sí. Poco más o menos.
-Yo empecé a interesarme por los condones cuando papá me descubrió una cajita en mi mesita de luz.
-...

-Mesillas de noche.

-La de papá estaba en el lado más alejado de la puerta. Para llegar hasta ella debía rodear la cama.
-¿Cómo las llaman en España?, una vez me lo dijiste.
-Mesillas de noche.
-Eso, mesillas de noche. Mesitas de luz, como las llamamos en Argentina, tiene más sentido.
-Bueno, aquí tienen trajes de luces. Los toreros.
-¿Se iluminan en la oscuridad?
-No, brillan en la claridad.
-Tampoco parece que tenga demasiado sentido.
-Suponía que en los cajones de la mesita de luz de papá encontraría siempre cosas más interesantes que en los de mamá. Revisaba también la de mamá de vez en cuando. Era más sencillo, más aburrido y más previsible. La suya estaba cercana a la puerta de la habitación, pero no te podía ver desde fuera, debía entrar, te daba tiempo a cerrar el cajón, llegado el caso. La de papá estaba más expuesta, en cuanto entrabas a casa, si mirabas hacia la izquierda, podías verla, aún sin entrar al dormitorio. No es que en la mesita de luz de papá esperara encontrar repentinos tesoros extraordinarios. O sí, sí esperaba eso. En cualquier caso, parecían observarse ciertos sutilísimos cambios cada vez que hurgaba en ella. Cuando no se hacía presente una novedad fulgurante: dinero, un documento incomprensible y por ello inquietante, y, por supuesto, la primera vez que hallé la cajita. En la de mamá siempre había lo mismo y dispuesto del mismo modo. Parecía como si, en toda la casa, la única que no tuviera nada que ocultar fuera ella.
-Las madres carecen de misterio.
-Sí. Y tal vez cuenten con ello para llevar una apacible doble vida.
-¿Qué me quieres decir?
-Que los busqué en la mesita de luz de papá.
-Lógico. ¿Y los encontraste?
-Claro. Se llamaban Pantera.
-Tiene sentido, ¿ves?, esa marca de condones tiene sentido.

jueves, 2 de julio de 2009

-Tres mil ahora y tres mil después del trabajo.

-¿La tienes?
-¿Y tú el dinero?
-Claro.
-Es de mi abuelo. Una garantía. La cuida más que a la abuela.
-Pero el no sabrá que
-No, claro. Deberías confiar más en mí.
-¿Te parece que confío poco? Eres el único que lo sabe. Eres mi brazo ejecutor.
-Por eso. Deberías confiar en mí, y en mi abuelo.
-Tres mil ahora y tres mil después del trabajo. Ten.
-De acuerdo. Gracias.
-Pero no quiero que lo dejes inválido, ni en coma. Si respira, aunque sea lo único que pueda hacer, me devuelves esos tres mil.
-Tienes un problema, tío. Un problema de confianza. Una amistad no se puede cimentar en
-Oye, que tú mucha amistad pero me estás cobrando. Y una pasta.
-Lo primero que debe saber un amigo es separar los negocios de la amistad.
-Déjalo. Hazlo. Hazlo bien.
-El arma de mi abuelo no me permitirá fallar.
-¿Qué pistola es?
-Una Luger.
-Pero...
-La tiene cuidadísima. La mima más que a mi abue
-Esa la usaban los alemanes en la segunda guerra mundial.
-Y en la primera. La de mi abuelo es de la primera.
-Joder.
-Tranquilo, pongo las manos en el fuego por mi abuelo.
-Tú no me conoces, ¿vale? Si no lo consigues, si te pillan, si
-Yo a ti no te conozco de nada. ¿Somos amigos o no somos amigos?
-Joder.
-La confianza es la base de la amistad, tío.
Related Posts with Thumbnails