miércoles, 30 de noviembre de 2011

-Una fantasía común.

-Hay gente que se disuelve. Empieza a desenfocarse levemente. Mientras busca justificaciones en la niebla, las gafas, o la caprichosa luz envenenando las sombras, sigue desvirtuándose. El espejo comienza a devolver sólo partes arbitrarias de rostro y cuerpo, y hace pasar al otro lado rasgos que se creían definitivos. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Parece que fue ayer. Los demás ya no se extrañan. Tu madre no se justifica por no haberte llamado, y tu hija da por hecho que el trabajo te ha retenido para siempre lejos del hogar. Tu esposa deja de buscar coartadas y trae a su amante a la casa que ya no mantienes. La ropa colgada en sus perchas se entiende cabalmente como una escenografía pretendidamente nostálgica que no hace llorar a nadie. El sepia de las fotos acelera de cero a un siglo en pocas semanas. Finalmente, un buen día, hay gente que desaparece. Desaparezco.
-Una fantasía común.

viernes, 25 de noviembre de 2011

-De esto no se sabe.

-Me da miedo la esperanza.
-Bueno, es un comienzo.
-Tetas pequeñas y cerebro grande. O viceversa. 
-Es otro comienzo.
-¿Por dónde empiezo?
-No sé. Tú eres el que sabe de esto.
-De esto no se sabe.
-Empiezo yo, entonces: mi chica maneja los silencios como nadie.
-Mi chica los maneja mejor.
-Tumbada al sol durante toda la noche.
-Llevo mal que la compartamos, pero llevo peor los chistes al respecto.
-Yo tampoco sé de qué me río.
-De tu amargo humor.
-Me da risa la esperanza.
-Yo tengo mis esperanzas puestas en un banco suizo.
-¿No crees que exista alguna posibilidad de que se decida por uno de nosotros, por uno de sus amantes femeninos o masculinos, por uno de esos objetos suyos?
-La esperanza es lo primero que se pierde.
-Bueno, no cantemos victoria, entonces. Pero cantemos.
-Empieza tú.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

-Se ruega puntualidad.

-Cada minuto mueren sesenta segundos en este país.
-Sí, sesenta.
-Y las cifras son notablemente similares en el resto del mundo.
-Nadie parece tomarse demasiado en serio esta catástrofe humanitaria.
-La Comunidad Europea sólo aplica parches vanos. En otoño atrasan los relojes una hora, pero seis meses más tarde parecen comprender lo inútil de la medida y vuelven a adelantar esa hora.
-En el reciente debate electoral, por ejemplo, no ha habido ni una sola mención al trágico tema de la mortandad de los segundos.
-Es más, en ninguno de los programas electorales de los partidos políticos del mundo se tiene en cuenta este drama.
-Tan sólo alguna organización no gubernamental, como Save the Seconds, lucha por paliar esta debacle de los segundos.
-Es inadmisible que en vez de apoyar las campañas de esta ONG, se la critique por exhibir crudamente los cadáveres de los segundos muertos.
-Lo cierto es que sesenta segundos siguen muriendo cada minuto de cada día, y no somos capaces de hacer nada.
-No esperemos ni un segundo más.
-Para mañana hay convocada una concentración frente al reloj de la Puerta del Sol de Madrid para despertar la consciencia de la gente ante esta matanza. Es a las siete de la tarde.
-Se ruega puntualidad.
-¡Salvemos a los segundos!

miércoles, 2 de noviembre de 2011

-La sirena.

-Obviamente no creo en ellas. Encontré la sirena varada en la playa de San Bernardo. Después de escribir esto consultaré la RAE. Buscaré el vocablo varado. Tal vez deberé cambiarlo. La sirena estaba en la playa, tal vez sólo descansando. O meditando. Eran las cinco y media de la mañana. No quiero contar lo que me había pasado hacía algunas horas, esa noche, esa madrugada que estaba ya yéndose. Digamos que acababa de tomar consciencia de que había perdido algo. Algo querido que se oscurecía  a medida que comenzaba a imponerse la luz que iluminaría aquel día. Desde lejos supe que aquello que estaba varado, o pensando, allí, era una sirena. Seguí mi camino. Acercándome a ella. No porque quisiera ir a su encuentro, sino porque la sirena tal vez varada estaba en mi camino. Yo volvía a casa. Ella también. Tal vez me observó de reojo. Se arrastró -si es que es eso lo que las sirenas hacen cuando se desplazan sobre la arena- hacia el mar. Tardó en perderse mar adentro. Creo no haberla incomodado demasiado. Lentamente volvió y yo volví. Me desnudé y dudé. Finalmente no entré en el mar. Me quedé en la orilla. Varado, cansado, meditando. Enseguida apareció en la playa una figura a lo lejos, tal vez proveniente del muelle. Acercándose hacia mí. Me vestí y me alejé de la sombra que se acercaba. Sin intentar  descifrarla. Digamos que hacía un par de horas que acababa de perder algo. Y hacía dos minutos que acababa de confirmar que las sirenas no existen. Salvo en la ficción. Que es el sitio en el que la realidad se escribe al salir del mar, de la niebla, de la tierra, de los volcanes, del cielo, de los estómagos, de los vapores de la memoria, del desamor.
-La sirena.
-Me metí en la ducha y pude ver un par de escamas tornasoladas desaparecer por el desagüe de la bañera. No me preguntes por qué, pero pensé en Bradbury.
-No necesito preguntarte por qué.
-Varada está bien.

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