martes, 26 de abril de 2011

-Es el mejor.

-¿Quién puede culparme por odiarlo? Es lógico que tenga este sentimiento. No concibo consumirme en otro. Sería un enfermo si no sintiera lo que siento. Si no lo sintiera en este grado. Lo odio con todas mis fuerzas. Lo odio con mi única fuerza. La que dedico a odiarlo.  Soy débil, inconstante, fláccido para todo lo demás. Nunca podré ser como él. Nunca. ¿No es motivo más que suficiente para odiarlo del modo en que lo odio? Tengo una sólida razón para odiarlo: Me dedico a lo mismo y... ¿lo has oído?
-Sí, claro.
-Por muy amigo mío que seas no puedes decirme que no es el mejor. No te creería. Creería que eres un necio. Un imbécil.
-Es el mejor.
-Ya puedo dedicar todas las horas de mi vida a superar su excelencia. Ya puedo hacer lo imposible. Ya puedo matarlo. Nunca seré mejor que él.
-Pero tú eres muy bueno. Eres brillante.
-No te patetices.
-No es que quiera consolarte, lo creo de verdad.
-Sé que lo crees. También yo lo creo. Soy muy bueno. Y comparado con casi todos, puedo, y más de una noche, resultar genial. Pero te estoy hablando de
-Ya lo sé.
-otra cosa.
-Ya.
-Te hablo de eso. Eso.
-...
-Eso que yo jamás tendré.

lunes, 11 de abril de 2011

-En Lisboa hay tiendas extrañas.

-En Lisboa hay ancianas asomadas a sus ventanas. Algunas, acompañadas por sus tal vez también ancianas mascotas. Parecen reclamos turísticos auspiciados por el ayuntamiento. La pareja viajera robó una foto a una de las ancianas al borde de su ventana subrayada por una de su bragas tendidas justito delante de ella.
-En Lisboa las cuestas te machacan los gemelos. Por contra, a pesar de lo irregular de sus veredas, de las calvas en el empedrado, de los tropezones que éstas propician, se resbala menos que, por ejemplo, en las piedras que pisas al cruzar la, por otro lado preciosa -tal vez no se lo parezca a los mendigos que duermen bajo sus soportales- Plaza Mayor de Madrid. La pareja viajera, cuando no viaja, atraviesa por lo menos un par de veces al día el emblema madrileño. Siempre, sobre todo por las mañanas, con la plaza recién baldeada, el integrante varón de la pareja resbala dos o tres veces al cruzarla.
-En Lisboa se pueden comer y beber manjares. Elaborados y vulgares. Hay sapateiras enormes que parece que nunca acabarás de comer. Hay vinos de denominaciones de origen que, por sus nombres, parecen cercanas -Douro, Alentejo, Ribateixo-, que le dejan al paladar de uno ganas de abrir otra botella.
-En Lisboa hay camareros que no se dan prisa.
-En Lisboa hay barrios y lugares en esos barrios -Príncipe Real, Plaza de las Flores, Lapa- en los que a la pareja viajera no le importaría morar.
-En Lisboa hay gente serenamente amable.
-En Lisboa hay preciosas casas decadentísimas.
-En Lisboa hay azulejos que parecen más o menos similares y ninguno es igual.
-En Lisboa hay tiendas extrañas.
-En Lisboa hay cinco o seis puntos clave que todo turista no puede dejar de visitar y que la pareja viajera, en este viaje, desdeñó.
-En Lisboa Pessoa, Tabucchi, Lobo Antunes.
-En Lisboa fueron felices disfrutando, además de el uno del otro, de una ciudad que parece a punto de disolverse, o de comenzar finalmente a concretarse.
-En Lisboa se encarna el Limbo.
-Hay gente a la que Lisboa no le gusta nada.

martes, 5 de abril de 2011

-Eso explica algunas cosas.

-¿Nunca?
-Nunca, Esmit, nunca.
-Claro.
-¿Claro qué?
-Eso explica algunas cosas.
-¿Quieres decir, cosas, sexuales, cosas íntimas, nuestras, de cama?
-Eeehhh, no era eso en lo que pensaba, Guolquer, pero ahora que lo dices.
-Odio el psicoanálisis, Esmit, y las castañas asadas.
-Ah, se siente, recuerda el juramenteo: En la salud y en la enfermedad, hasta que las metáforas os separen.
-No sabes cuánto me arrepiento.
-No me extraña si es verdad lo que acabas de confesarme.
-No es una confesión.
-No me jodas, Guolquer: se trata de una confesión en toda regla. Una confesión de esas que
-¡No, por favor, apaga eso!
-Piensa un poco menos en ti y un poco más en la Posteridad, por favor.
-Dale al plei.
-Ya.
-Cuando niño, 
-Espera, espera.
-Joder, Esmit.
-Tenemos que comprar otra. Las teclas ya... Venga ahora sí.
-Cuando niño nunca marqué un gol. Nunca jamás. Y eso que era el dueño de la pelota. De las sucesivas pelotas con las que yo y mis interesados amiguitos jugábamos al fútbol.
-Es volver a oirte, Guolquer, es volver a oirte... y...
-Necesito curarme.
-Oye, lo que dijiste antes, de nuestro sexo y eso...
-Sí.
-Es una verdad como una casa así de grande.
-Sabes cómo hacerme sentir bien.
-...
-Una vez casi marqué. Lamiendo el poste pasó...
-Es una pena que no haya entrado. Todo hubiera sido tan diferente entre nosotros, Guolquer...

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