viernes, 28 de mayo de 2010

-... (2)

-¿A qué va uno a la tumba de su padre? ¿A decirle qué? ¿Por qué va a decírselo ahí? ¿Qué tiene que decir una lápida que no esté ya escrito en ella? ¿Quién recibe las flores además del invierno? Está en el poema de entonces y no me desdigo. Ése -el cadáver- ya no es mi padre. Está en otra parte. No está ahí, en ese lugar en el que reside desde su muerte. Papá no está enterrado. No está en su tumba. Papá no ha muerto en todos los sentidos.
-...
-Sólo en uno.

miércoles, 26 de mayo de 2010

-Un hombre dejado de lado.

-Una mujer muy amada.
-Una mujer amada por muchos.
-Una mujer muy amada por muchos.
-Una mujer muchas veces muy amada por sí misma.
-Una mujer si muchos la amaron.
-Una mujer si nadie la amó.
-Una mujer virgen.
-Una mujer muy virgen.
-Una mujer virgen de muchos hombres.
-Una mujer virgen de sí misma.
-Una mujer virgen de quien la amó.
-Un hombre dejándose amar.
-Un hombre dejándose de amar.
-Un hombre dejado de amar.
-Un hombre dejado de amarse.
-Un hombre de amor dejado.
-Un hombre dejado de lado.
-Un hijo querido por sus padres.
-Un hijo querido por sus madres.
-Un hijo querido por sus hermanos.
-Un hijo único querido por sus hermanos.
-Un hijo querido por sus amados juguetes.
-Una familia como tantas.
-Una familia como pocas.
-Una familia como todas.
-Una familia como la mía.
-Una familia como las mías.
-Una familia como la que me temía.
-Una familia como la que me temió.
-Una familia como la que temo.
-Una familia como la que no tuve.
-Una perrita que los sobrevivió a todos.
-Paradójicamente, la única que no sale en la foto.

lunes, 24 de mayo de 2010

-¿El cuento o el amor?

-A las tres de la mañana. A orillas del Sena. Con un diamante en la mano y un cúter en el bolsillo. Por una ventana entré en el Museo de Arte Moderno de Paris.  (A orillas del Sena es improbable -el más difícil aún- entrar en un museo situado en otra ciudad que no sea París). Me llevé un Picasso y un Monet.  Necesariamente pequeños, para huir cómodamente con ellos enrollados bajo el brazo. Quedaron algunas imágenes grabadas por las cámaras de seguridad de ambos yéndose conmigo. Llevaba la cara tapada. Salí por la misma ventana por la que había entrado. Fuera me esperaba ella con el coche en marcha. Vivimos cerca del museo. Llegamos enseguida a casa. A mí no me gusta demasiado el champán- tampoco me gusta demasiado escribir champán en vez de champagne- pero soy respetuoso de los rituales. Y tal y como hicimos en ocasión del robo del Rothko en aquella exposición temporal en Roma; y después del paseo por Cuenca, de donde volvimos con Zobel en la maleta, descorché la botella. Los vecinos perspicaces -no sé si tenemos de esos- supieron tal vez  que acabábamos de ampliar nuestra pinacoteca. Luego hicimos el amor circundados por la belleza del genio de nuestros pintores. Acabamos hablando de la posibilidad de cambiar de piso. Sin alejarnos de las orillas del Sena, que son las orillas que más nos gustan. Son planes sin demasiado énfasis. Quizás algún día. Ella quería dormir. Mañana tiene que levantarse temprano. Le gustan sus clases de historia del arte. A sus alumnos también le gustan. A mí, menos. En concreto me fastidia la clase de mañana. A ella se le irá hablando con sus alumnos del robo de anoche. A mí, soportando la visita de mi madre. Al ver la noticia en la prensa, volverá a intentar, vanamente, convencerme de que me dedique a otra cosa. A algo que dé dinero.
-Me gusta. Demasiado ligero tal vez, pero me gusta.
-¿Ligero? Cuando no lo soy me llamas pretencioso.
-No seas tonto. Me ha encantado.
-¿El cuento o el amor?
-...
-Tú tampoco has estado nada mal.
-Me gusta no tomar pastillas para dormir. 
-A mí me encanta ser tu macho-somnífero.
-Hasta mañana.
-¿No puedes llamar y decir que te encuentras mal?
-Es tu madre. Debes aprender a sobrellevarla solo.


jueves, 20 de mayo de 2010

-A mí me resulta muy difícil distinguir la buena de la mala poesía.

Aun negados por la razón, los fantasmas se niegan a morir.
Alejandro Dolina.

Cuando oscurece siempre necesitas a alguien.
Enrique Vila-Matas.

-Qué sencillo resulta escribir mala poesía.
 -¿Lo dices por experiencia?
-Claro. Y no sólo por experiencia propia.
-...
-En realidad, cuando llegó ya estaba. Y cuando desapareció se quedó para siempre.
-Tenía cualidades que no son de este mundo.
-Ni de aquél.
-Pudiste desentrañarla pero su condición etérea lo hizo del todo imposible. ¿A que sí?
-La gran paradoja de los fantasmas: te enseñan el tangible túnel que conduce a sus entrañas, y cuando pareces convencido de que la has convencido, el túnel se vuelve humo, y te quedas mirando la voluta hasta que se desvanece. Más o menos al mismo ritmo decadente de tu erección.
-De frente parecen una aparición. Cuando se vuelven se convierten en perdición.
-Los fantasmas son la perdición de los mortales.
-A mí me resulta muy difícil distinguir la buena de la mala poesía.
-Con los fantasmas ocurre lo mismo.
-¿Lo crees realmente?
-No lo sé, pero me gustaba terminar así. Dejando constancia de que cuando oscurece siempre necesitas a alguien. Aunque sea un fantasma.
-Aunque sea un fantasma en vida.


viernes, 14 de mayo de 2010

-¿Qué pasa? Hay muchas literaturas y todas están en este menda.

-Me gustan las mujeres que no se preocupan por evidenciar sus encantos. Las que van como desafectadas de sí mismas. Las que no miran su reflejo al pasar frente a los escaparates. Me gustan las que no te dejan más opción que imaginártelas desnudas. Y no consigues hacerlo. Las no evidentes. Las invidentes de su mismidad. Las que te ciegan con todo lo que desconoces de ellas. No me gustan las adolescentes que no han conseguido superar su adolescencia. Hay pocas.
-Eso se lo pueden permitir las que están buenas.
-Joder.
-¿Qué pasa? Hay muchas literaturas y todas están en este menda.
-La elegancia es una condición de algunas almas. De algunos huesos. Esas mujeres de las que te hablo no son las buenas. Esas son las mejores.
-¿Y los hombres?
-También me gustan los que no se preocupan por evidenciar sus encantos.
-Ahora sí que nos ha quedado una entrada de mierda políticamente correcta.
-¿Tú crees?
 

martes, 11 de mayo de 2010

-Un sentido pésame.

-Todos tenemos nuestro trineo. Y aunque no hayas pensado en él durante los últimos cuarenta años de tu vida, lo tendrás en tu cabeza durante los últimos cuarenta segundos de tu vida.
-Un trineo, además. Un artilugio para deslizarse sobre la nieve. Sobre las nieves.
-¿Cuál será el último pensamiento? Hay que pensárselo bien. 
-Pensaré en el montoncito de su ropa.
-Pensaré en su desnudo al lado del montoncito.
-Pensaré una sensación sugerida por el montoncito, por ella sin ropa, por el color que hila la distancia que hay, que hubo, entre su ropa y su carne.
-Tal vez, sólo pienses en esa mancha de humedad en el techo de la habitación del hospital. Ni tan siquiera preocupado por encontrarle una forma. Una mancha con forma de mancha sin forma. Un último pensamiento banal. Intrascendente antes de trascender a la eternidad.
-El recorrido de los desechos violáceos de tu cuerpo atravesando la cánula hasta el frasco de cristal.
-Después de esta charla, tal vez ambos tengamos presente que el pensamiento final deberá tener un sentido.
-Un sentido pésame.
-Un postrer chiste malo para despedirse. Un juego de palabras.
-¿Pensaré una palabra? La forma de una palabra, quiero decir. Sólo el significante. La escritura. El trazo. ¿La palabra Adiós?
-¿La palabra Hola?
-Pensar en la fortuna incomprensible de compartir esta última habitación.
-Contigo.

miércoles, 5 de mayo de 2010

-...

-Ahora que lo pienso -antes no lo pensaba, de haberlo hecho jamás me hubiera adentrado en ella- la calle no existía. Y lo digo sabiendo que sigue estando allí, a unos cien metros de mi antigua casa de Buenos Aires. Tal vez el único irreal o inconcreto fuera el tramo oscuro. Negro. Me atraía  ser atravesado  por el miedo de atravesarla. Ese trecho también sigue estando donde estaba. Aquí, en este cuadrante del mapa de mi infancia. No sé si ahora está mejor iluminada que entonces (el progreso ilumina demasiado). En cualquier caso, a pesar de las pruebas en contrario, no existe la calle que me daba miedo. La que me llamaba desde el agujero de tiempo que había en la esquina opuesta. Podía llegar a mi casa por otro camino. El buen camino. Pero no me gustaría Bradbury si eludiera mi calle del miedo. Ni Zobel. Ni Rothko. Ni Cheever. Ni las malas mujeres que han sabido odiarme como dios sugiere. Ni mi amigo Pablo. Ni mi enemigo Roberto Villar. Ni Vila-Matas. Ni Lobo Antunes. Ni las películas que me hicieron llorar. Ni Woody Allen. Ni Drácula. Tendría que buscar en google referencias de un escritor llamado Borges, de un jugador apellidado Pelusa -como mi perrita, sacrificada con una inyección-. Mis lagunas formativas se hubieran llenado hasta el borde si hubiese pasado más veces por mi neblinosa calle. Si hubiera renunciado a mi hogar con mayor frecuencia canalla. Si no hubiese tardado tanto en confrontarme al miedoso futuro que me acercaba o alejaba de mi casa. Atravesaba la calle con la cabeza oculta bajo mis lloradas sábanas. Mordiendo las puntas de las solapas de mi pijama. Pisando desdeñoso las cucurachas que me quitinaron la infancia. ¿Quién, Kafka?, me preguntaría. Si yo no me hubiera metido en esa calle nocturna, ¿cón quién estaría ahora Carmen? Cuántos pasadizos habrían quedado sin penetrar de no haberla penetrado mirando sólo el paso siguiente. Cuántos de los rencores que acumulo en la recámara no habrían sido recolectados jamás. ¿Alguien cree que ella y yo habríamos conocido Praga si no le hubiese echado aterrorizados cojones a mi calle? Si a mí no me hubiera gustado y no gustado pero aún así gustado entrar y salir una y otra vez de la noche de la calle Deán Fúnes en el tramo que va -según consta en el catrastro- de la avenida Belgrano a la calle Venezuela, me hubiese ocurrido otra vida. Una vida contada por un cobarde que de niño, de adolescente, de mayor, prefería caminar por aceras luminosas. Sin mi calle yo no sería el hijo y el padre de Miguel. 
-...
-Si mi calle existiera yo no existiría.

lunes, 3 de mayo de 2010

¿Tuya?

-Compartimos una mujer.
-...
-Y eso desune lo suficiente. Primero fue suya. Luego, mía. Pero dejó de ser mía. Y después de un tiempo de no ser ni suya ni mía, volvió a ser suya.
-¿Por qué me cuentas eso?
-Porque eres mi mujer y no quiero que me vuelva a pasar.
-¿Tuya?
-Ya me entiendes.

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