lunes, 24 de enero de 2011

-Buenos Aires dos.


¡No sabes las ganas que tengo de verte!
Aquí estoy varado, sin plata y sin fe...
¡Quién sabe una noche me encare la muerte
y, chau Buenos Aires, no te vuelva a ver!

Enrique Cadícamo

-Tango. La pareja viajera fue a ver el concierto del Quinteto Real en el Torcuato Tasso (compartieron mesa con una pareja de desconocidos); a ella se le cayó el primer lagrimón instantes después de la primera nota. Subieron a tocar sólo dos canciones Horacio Salgán y Ubaldo de Lío. Salgán -el flaco, el piano- tiene noventa y cuatro años. De Lío -el gordo, la guitarra-, tal vez tenga unos ciento ocho. Pero al piano y a la guitarra parecen lo que son, dos grandes músicos con historia saliéndosele por los dedos.  (se despidieron de la pareja desconocida con quienes sólo brindaron y se despidieron.) Cenaron en el Club Social, un sitio que les recomendó su amigo F. Les gustó todo. Hasta la tarjetita que les trajeron con la cuenta. Él contuvo un gracias a la camarera, recordando lo que le había pasado el día anterior con el camarero de la parrilla.  (volverían la última noche, y se encontrarían con que la oscuridad era total en toda la calle. Sólo podían ofrecerles ensaladas. Se tomaron a risa la absoluta oscuridad argentina.) Pidieron un taxi porque el barrio estaba oscuro. La pareja se mueve por la entrañable ciudad entre la iluminación precaria y la imprevista oscuridad total. La oscuridad argentina. La medialuz porteña. El oscuro taxista, tarareando con sentimiento un reguetón salido de la radio, no ayuda a tranquilizarla a ella. ¿O el taxista del reguetón fue el de la madrugada del primero de enero? Pasaron la noche de fin de año con su amigo F y su familia. Lo pasaron muy bien. Una de sus perras sobrellevó los largos minutos de explosiones de cohetes desatada a las doce metida en la bañera, el otro perro enfrentándose rabioso al ruidoso ente proveniente de la calle, defendiéndonos de la alegría  (o el alivio esperanzado de haber llegado al final, de seguir aquí, allí.) de los demás. Salieron a caminar por Puerto Madero, ese invento que quedó bien. Un sitio que no existía, que era maleza y río, hace veinte años, cuando él se fue a un sitio que sí existía, en su familia,  en las cartas, y, comenzó a saberlo hace veinte años, en su futuro. Hablaron acerca de las diferentes maneras de celebrar la llegada del año nuevo. O de despedir el viejo. Acá ni uvas ni campanadas. Más ruido. Menos luz. Calor. Se acostaron a las cuatro de la mañana. Pactaron la intensidad del aire acondicionado de la habitación del hotel -disfrutan tanto de esos sitios impersonales, de paso-. Perdió él. Ella cree que ganó él. Desde la ventana del hotel se ve el obelisco. Y el horrendo luminoso atrezzo navideño que le han puesto. Apagan la luz. Duermen felices porque nadie apaga la luz por ellos.  Los amigos L y M, y sus dos hijas, los llevaron nuevamente a Puerto Maderio, esta vez de día. Alegría por estar con ellos. Si necesitas familia él te recomienda a sus amigos. El viajero aspira una especie de razonablemente bucólico sentimiento familiar que le encanta. L y M eran amigos también de su amigo N, también conocido como El Negro (en Argentina no es necesario ser de raza negra para que te llamen negro), pero ya no lo son. Hubo intento, hubo fracaso, de reunificación. El Negro les hace un asado, en la misma parrilla de su casa de la última vez. Lo importante es el ritual, dice hoy como repitiera hace dos años. Tiene razón. Beben una botella de vino español (Rioja) que aporta la pareja, antes de dar el primer bocado a la carne. Y otra, de vino argentino (uva Malbec, Mendoza) durante el asado. Con  chorizo, mollejas y chinchulines, que, después de la inminente visita al médico, el colesterol del viajero recordará entre lágrimas. Qué rica la carne del ritual.
-¿Qué es esto, un diario?
-Yo qué sé.
-¿En tercera persona?
-Buenos Aires dos.


miércoles, 19 de enero de 2011

-Volverá a verla.


Reconozco el hecho de que volveré a ver a Ingrid.
Igmar Bergman

-De un momento para otro. De un momento de vida, para otro momento de muerte. Es así como nacen los fantasmas. El parto, estrictamente, -es decir, sin contar los preliminares, la gestación que es la propia vida, desde que nacemos, desde que nacen nuestros antepasados- ocurre en un chispazo de segundo. Había vida y ahora hay fantasma. Le gusta pensar eso al viejo. Le gusta pensar que es así de simplemente como ocurren las cosas. Necesita creerse esa teoría. Su mujer, la mujer de su vida, murió hace hoy exactamente un año. Y sabe desde aquél día, cuantos días, meses, han pasado, han ido pasando, desde su muerte. Ahora, ahora mismo, sentado en el sofá, iluminado por libros más o menos tristes, solo pero no más solo que nunca, se repite la querida idea de la muerte y el fantasma.
-Volverá a verla.
-Tiene esa seguridad. Es feliz porque su desgracia está matizada por su querido ayer, y por su certero mañana.
-Cuando él se transforme en fantasma.
-Recuerda cada día los mensajes, las llamadas, en que decía a su amor las ganas que tenía de volver a verla. Sabiendo que, si la muerte no le estafaba la vida cualquier tarde, el reencuentro ocurriría dentro de unas pocas horas, minutos.

sábado, 15 de enero de 2011

-Salió del hotel temiendo ser seguido.

-Salió del hotel temiendo ser seguido.
-No tenía motivos para sentir lo que sentía, puesto que su única perseguidora posible dormía como un tronco en la cama que habían compartido durante horas.
-Se trataba de un sentimiento paranóico del que el hombre era plenamente consciente: estaba acostumbrado a sentir lo que sentía.
-Se metió en el taxi y pidió ir hasta el otro hotel, donde, presumía, lo estaba esperando la otra.
-La otra transformaría en la otra a la que acababa de dejar en la cama. Esa mujer haría que su paranoia se volatilizara con el aliento del primer beso.
-Mañana por la mañana ya vería a qué nuevo hotel se dirigía. Acompañado de ya se sabe qué sentimiento. Dejando desnuda, durmiendo, a la nueva ex mujer de su pasado reciente.
-A la mañana siguiente, salió del hotel temiendo ser seguida.
-No tenía motivos para sentir lo que sentía, puesto que su único perseguidor posible dormía como un tronco en la cama que habían compartido durante horas.
-Se trataba de un sentimiento paranóico del que la mujer era plenamente consciente: estaba acostumbrada a sentir lo que sentía.
-Se metió en el taxi y pidió ir hasta el otro hotel, donde, presumía, lo estaba esperando el otro.
-El otro transformaría en el otro al que acababa de dejar en la cama. Ese hombre haría que su paranoia se volatilizara con el aliento del primer beso.
-Mañana por la mañana ya vería a qué nuevo hotel se dirigía. Acompañada de ya se sabe qué sentimiento. Dejando desnudo, durmiendo, al nuevo ex hombre de su pasado reciente.
-Salió del hotel temiendo ser seguido.

miércoles, 12 de enero de 2011

-Buenos Aires.


Si querés escucharé a la BBC
aunque quieras que lo hagamos de noche.
Y si quieres darme un beso alguna vez
es posible que me suba a tu coche.
Pero no bombardéen Buenos Aires.

Charly García


-Calor. Lo primero que les dicen al llegar al aeropuerto, después de doce horas de vuelo y, tal vez, una de esperar las maletas (las cintas transportadores tienen otra forma de medir el tiempo, son como extraños relojes imprevisibles) fue que tal vez no llegaran al centro con el coche. Había huelga de nafta, de surtidores de nafta. El chófer confiaba en que llegarían, pero la dueña del coche no lo tenía tan claro. Enseguida se les informó que estaban sufriendo imprevistos cortes de luz. ¿Quiénes? Algunos. Todos. Cualquiera. Al final llegaron, después de cargar nafta en una estación de servicio que, no le pregunten por qué, vendía el preciado combustible. También tuvieron que atravesar, previo pago, claro, dos peajes. Él leyó una indicación en el listado de tarifas que llamó su atención. Durante las horas pico (en España, horas punta), te cobran treinta centavos más. Se lo comentó al chófer. Sí, le respondió.  La cola para atravesar el segundo peaje se alarga (no sólo las cintas transportadoras manejan el tiempo con estilo particular) y el chófer comenta que la gente está tranquila. Enseguida agrega que si todos se ponen a hacer sonar las bocinas, levantan las barreras y dejan pasar a todo el mundo sin pagar.  Hay una ley que sentencia que un conductor no puede esperar más de cierto tiempo (él no recuerda cuánto, pero eran minutos, y no eran muchos) para abonar y entonces atravesar un peaje (la bocina contra el manejo arbitrario del tiempo de uno). Él es argentino, aún así, y tan sólo dos años más tarde de la última visita, hay cosas que le siguen resultando extrañas hasta la carcajada. Llegaron al hotel e hicieron el primer amor. Salieron a la calle que siempre suele ser Corrientes. Con las horas de más y de menos ralentizándoles y acelerándoles la marcha. Y no tardan en comprarse el primero de los veinticinco libros que se traerán a Madrid. La consabida pizza de rúcula en Los Inmortales fue el primer manjar en caer. No, el primero fue una deliciosa ensalada rusa, que ella llamó ensaladilla, porque es española (Extrañamente, a la comida china, los chinos la llaman simplemente comida. Les Luthiers). La mayonesa (con ese toquecito a limón), que ambos llamaron mayonesa diferenciándose sólo en el énfasis con que pronuncian la ye, antes conocida como y griega, la forma de cortar las patatas, las zanahorias, no sé, riquísima. Al amigo de él, P, siempre le falto un tornillo (¿a quién no?) ahora, además, le falta un diente. Dura un rato la conmoción, pero se va camino de las risas que les siembra el pasado. Cenaron en una parrilla de la calle Corrientes a la que no era la primera vez que la pareja viajera entraba. Seguramente la próxima vez que se vean se reirán de cuando aquélla noche el camarero creyó por un momento (y el viajero argentino también) que podría quedarse con ochenta pesos de propina por un “gracias” que malinterpretó o bieninterpretó, según se vea, en el momento de pagar. Finalmente, el camarero (en Argentina, mozo) se decidió a traerles el vuelto. Se quedó con casi treinta pesos de propina. A estas alturas, la pareja ya podía concluir que el precio de la comida había subido mucho y que el de los libros se mantenía, más o menos, como hacía dos años. Todos rieron mucho esa noche.
-¿A qué viene esta parrafada?
-Buenos Aires.
-...
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