viernes, 27 de noviembre de 2009

-Ay, tus silencios.

-Diga.
-Hola.
-Diga.
-¿Cuántas palabras, después de hola, tengo que decir para que me reconozcas?
-¿Quién eres?
-Soy aquella.
-...
-No cuelgues.
-Perdona, pero o me
-Diez años.
-¿Qué?
-Casi diez años.
-...
-Te he hecho sufrir demasiado como para que me hayas olvidado.
-Mira, no voy a seguir.
-También ha sufrido tu ex. Pero a ella le he perdido la pista. Como tú se la has perdido.
-¿Qué quieres?
-Uf, esperaba que me hicieras preguntas más interesantes. Tú, un guionista. Un dialoguista. A ver si con el correr de los minutos...
-No me interesa hablar contigo.
-Volver a hablar contigo. No es un mal título para una serie. O para un blog, como ese que tienes.
-...
-Ay, tus silencios.
-No voy a entrar otra vez en tu juego.
-No te engañes: nunca has salido de mi juego. Este intervalo. Todos estos años, también son parte del juego. Un juego paciente. Los paréntesis contienen algo. Forman parte del ritmo. ¿Te gusta cómo hablo ahora? Me he cultivado. Me he cuidado. Los paréntesis contienen algo. Ya no tengo para ti sólo el registro erótico que derivaba en soez, cada tarde. El registro que tanto te gustaba. Que tanto decías que no te gustaba.
-No necesito escucharte. Todo ha cambiado.
-Sí, es verdad. Toda ha cambiado tanto. Ahora estás deseando tener fuerzas suficientes, fuerzas apropiadas para colgar.
-Oye...
-...
-Oye, ya está, ya has hecho todo el daño que podías. Ya no puede dolerme que vuelvas.
-Vas mejorando, sí. Esta conversación está siendo grabada, como te dicen cuando llamas al banco. Luego, esta conversación será transcrita. No suspires. No cuelgues.
-...
-¡No cuelgues, cabrón!
-Te has cultivado, sí.
-No cuelgues. Debo pedirte algo.
-No, no debes pedirme nada. No debo darte nada.
-No cuelgues.
-...
-Te lo ruego.
-Voy a colgar.
-Sí, lo sé. No has cambiado nada.
-...



martes, 24 de noviembre de 2009

-Más oscuros.

-Cuando volví a verla, en uno de mis viajes al regreso imposible, en pleno necio empeño por recuperar lo para siempre perdido, cuando volví a verla, quiero decir, es decir: no quiero decir pero aun así digo, porque le va muy bien a mi melancólico estilo, cuando volví a verla después de tanto no haberla visto, ni extrañarla, cuando volví a verla ella tenía los dientes más oscuros.
-Más oscuros.
-Sí. O sólo más borrosos. Más borrosos que entonces.
-El sarro o la niebla.
-Cuando volvimos a vernos, estábamos a ambos lados del sarro o la niebla. Su sonrisa, paradógicamente, fue lo que me impidió dilucidarlo. Quise consolarme desesperadamente creyendo que era la luz, incidiendo malevolente sobre ella. Sobre nosotros. Pedí otro café esperanzado en que el tiempo cambiara la luz. Pero el tiempo no cambia.

lunes, 23 de noviembre de 2009

-Mi sentido pésame.

-Se trata de una especie de monólogo.
-Qué interesante.
-Un desvarío. Es un director joven. Un debutante. Los jóvenes debutan. Lamentablemente no pueden librarse de hacer algo por primera vez. Después, todo es, como mucho, por segunda vez.
-...
-Pretende que me pregunte en voz alta, que hable estúpidamente sola, en la soledad de mi habitación barroca, que es donde se supone que las actrices ancianas viven después de los setenta. Mi cama con donceles corroídos. Reflexionando en voz alta, diciéndoselo a nadie, preguntándome si el tiempo pasa o se queda.
-Qué interesante.
-Joven, por favor, no repita lo interesante que le parece la memez de escena que me han propuesto.
-Si no entiendo mal, usted haría de usted.
-Hacer de uno mismo sin resultar patético es un desafío que los actores suelen perder.
-Tómeselo como un homenaje en vida.
-¿En vida?
-Quiero decir que es bueno que una gloria como usted sea reconocida como tal mientras aún
-Puedo permitirme el lujo de decir que no. Siempre podré hacerlo. Aun agonizante podré negarme. Tengo setenta y cinco años y aún muchas erratas por cometer. Si me permite que se lo diga, joven.
-Por supuesto. No quisiera que me malinterpretara.
-Entre mis piernas se ha alojado lo más alto de los barrios bajos y lo más bajo de los barrios altos.
-...
-Ya sé que no viene a cuento. Simplemente se me acaba de ocurrir. Bueno, anoche. Y como usted suele apuntar lo que digo...
-¿Podría repetírmela?
-Entre mis piernas se ha alojado lo más alto de los barrios bajos y lo más bajo de los barrios altos.
-Es muy buena.
-Sí, sigo siendo muy buena en la cama.
-No, perdón, quiero decir la frase. Debería haberla incluído en su libro de memorias.
-Prefiero olvidar mis memorias, así como mis admiradores me han olvidado. O muerto.
-Paciencia. Hay libros que necesitan tiempo.
-Si algo tiene la autobiografía de una actriz de mi edad, es tiempo.
-Está usted sembrada.
-Será la muerte de mi gata, que me ha dejado una melancolía inspiradora antes de irse.
-¿Su gata ha muerto?
-Por eso mi secretaria no está. Ha ido a llevarla al veterinario. Ellos se encargan de deshacerse del cuerpo. No sé qué harán con él. ¿Por qué nunca pregunta por ella?
-Pues... no lo sé. Supongo que al estar casi siempre oculta, su gata
-Por mi secretaria, joven, ¿por qué nunca pregunta por mi secretaria?
-Pues...
-Su interés por ella es evidente. Tan evidente como su torpeza.
-Mi sentido pésame.
-Bobadas. Vivió muchos años. Fue serenamente feliz.
-De todos modos, lo siento.
-Ella volverá en una media hora. No hace falta que hablemos, mientras tanto.
-Bien.
-Tal vez si el director cambiara el texo, si me hiciera decir algo que valiera la pena, si comprendiera lo grande que soy, le diría que sí.


viernes, 20 de noviembre de 2009

-20 N.

-Veinte veces ene.
-Veinte veces No.
-Veinte enes enésimas.
-Veinte ene dos muertos.
-Españoles Franco y el Primo han muerto.
-Veinte N No te noviembres ni te caudilles.
-Veinte enemas.
-Veinte enemas más veinte.
-Veinte o no te vengas.
-Noviembre 20.
-Hace veinte noviembres.
-Noviembres veintes.
-Veinte vientres en noviembre.
-¿Veinte?
-Veinte.
-Ya serán menos.
-Ya son menos veinte.
-¡Cómo pasan los noviembres!
-De veinte en veinte.
-Veinte valles de los caídos noviembres.
-Veinte caídos veinte veces en más de veinte noviembres.
-Veinte noviembres caídos en el valle. 
-20 N.

jueves, 19 de noviembre de 2009

-No te prometo nada.

-Prometo no enumerarte la cantidad de promesas que no he cumplido.
-Empieza.
-Incumpliré la promesa de no prometerte nada bueno.  Bueno, o nada malo. Prometo discernirlo antes de prometértelo. Prometo no escribir símiles entre hojas y promesas, ambas otoñales. Las promesas son arrastradas por el viento. Prometo esperar a que amaine y recogerlas todas, menos las que se hayan perdido alcantarillas abajo. Prometo mudarlas a tu casa. Eso si rompes tu promesa de no confiarme tu nueva dirección. Si lo haces, prometo no molestarte de madrugada. Avisar antes de ir. No tomarme a mal tu negativa de recibirme. Prometo no partirle la cara en más de cuatro partes a la nueva promesa que se acuesta contigo. Prometo no establecer una relación que te obligue a prometerme que te comprometerás a recordarme las promesas incumplidas. Promete que me dajarás un mensaje en mi teléfono. Un comentario en esta entrada. Un silencio prometedor para escuchar en el instante previo a meter la llave. Girarla. Salir a la calle. Prométeme que me devolverás lo que no me debes. Prometo no volver a prometerte que me encargaré de que siempre recuerdes que toda promesa es vana. Que todo cuanto prometí y dejé de prometer configura la promesa de ser el hombre prometido de una mujer prometedora. No hagas promesas que vayas a cumplir. Prométeme que no volverás a mentirme con tu promesa de no volver a saber de mí jamás. Promételo.
-No te prometo nada.
-A ver si no es verdad.


martes, 17 de noviembre de 2009

¿Qué fue de ella?

-Me gustaba tenerla en la puta de la lengua. Me cobraba como si la tuviera viperina. La suya era la lengua más cara del mercado. Tenía las papilas aseguradas. Una lengua que te indicaba la puerta de saliva por la que no te quedaba más remedio que entrar. El resto te prohibían el beso en la boca. Ella te regalaba displicente el resto. Pero ni aun cuando explorabas otras partes con otras partes podías separarte de su aliento.
-Yo nunca fui de putas.
-Yo tampoco fui de más de una. Una lengua para jugar con el lenguaje. Una lengua donde la humedad nunca secaba.  Después de quince minutos te dejaba la lengua medio inútil, como cuando comienza a pasar el efecto de la anestesia del dentista. Hablabas con dificultad, aunque lo último que querías al salir de su boca era emitir sonido alguno.  Algunas veces, al irte, caías en la cuenta de que sólo las lenguas se habían encontrado. El desnudo había sido inútil.
-¿Qué fue de ella?
-La lengua ahora sólo lame la mano que le da de comer. El tópico del amor que redime a la lengua que lame los billetes de cualquiera se cumplió con ella. Dicen que el tipo la trata como a una reina. A cambio de que cada tres o cuatro noches se deje tratar como una puta.
-¿Crees que ha hecho un buen negocio al dejar el negocio?
-No lo sé, hace dos años que no hablo con su lengua.


jueves, 12 de noviembre de 2009

-Las guardo.

-Cuando vuelvo a ver su cara entre las de la gente, en el aeropuerto, apareciendo después del viaje. De regreso. Después de quince años juntos y de tantos viajes sin mí. Lo veo y lloro otra vez. Cada vez.
-Cuando mi hija me enlaza imprevistamente con los brazos y las piernitas. Sin venir a cuento me susurra al oído que me quiere. Dice te quiero como yo nunca se lo he dicho a mi madre. Sabedora del efecto que causa. Le gusta hacerme llorar así. De amor.
-Y río después, cuando nos abrazamos y el llanto se va retirando. Y ya no vuelvo a llorar hasta el próximo reencuentro en el aeropuerto. No lloro cuando se va. No río mientras no está. Y tarda quince días en borrárseme la sonrisa cuando compartimos todos esos días. Borrárseme, qué tonta.
-Y río cuando miro en sus ojos que mi niña ha conseguido su propósito. Y río más aún cuando ella ríe al confirmar que mis lágrimas están rodando.
-Y cuando estoy sola y me acuerdo de él. Ni río ni lloro.
-Y cuando la imagino repentinamente muerta. Muerta de una muerte estúpida que debería penalizar a la muerte para siempre, se me congelan todos los fluídos y los gestos. Ni río ni mar.
-Basta...
-Sí.
-¿Te importa que quitemos las fotos de ahí?
-Sí, mejor. Pero no las tires.
-Las guardo.
-Sí, guárdalas. Y dime dónde.
-Claro.


-Es lo que hay.

-¿Has acabado?
-Sí.
-Pues ahora escucha. Sólo escucha. No me interrumpas. No hables. No pongas caras. Sí, tú, tú pones caras. ¿Ves? Mírate. ¿Para qué tenemos tantos espejos? Atraviesas con cualquier incomodidad mi discurso. Pones piedritas cuando ando descalzo. Clavos cuando me pongo las botas. Revoloteas tus pupilas a la menor ocasión. Ante mi mejor ocasión. Eso, esa forma de preguntarte con los ojos cómo es posible que te esté diciendo algo semejante. Esos tics actorales. ¡No pongas caras! Esos tics con los que siembras tu contraataque. Calla. Calla de todas las formas posibles. Ni siquiera asientas en silencio. Te lo pido por favor.
-...
-Me gustas cuando eres savia. Pero sólo savia con uve. Cuando te crees sabia con be, eres necia con todas las letras.
-...
-Sólo quería decir eso sin ser interrumpido de ninguna de tus maneras.
-Esperaba algo más. Algo mejor. La ve, la ube, tus jueguitos de siempre...
-Es lo que hay.
-¿Has acabado?
-¿No se nota?


miércoles, 11 de noviembre de 2009

-No sé cómo seguir.

-Cuando Gregorio Sánchez no se despertó mañana alguna acompañado de la preciosa mujer con la que había anochecido las últimas mil y una madrugadas después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto que había olvidado el plural aprisionado entre la lycra roja y la piel de la ropa interior que cerró la puerta por fuera. Estaba tumbado sobre su espalda dura...
-¿Pasa algo?
-No sé cómo seguir.
-Te comprendo. No tiene nada de kafkiano: Si a mí me hubiera abandonado una cucaracha tan bella -en tantos sentidos- tampoco sabría cómo seguir.

viernes, 6 de noviembre de 2009

-No supongas.

-Para arrepentirme debería recordar. Sé lo que hice antes y lo que hice después.
-Ya te hemos dicho el durante.
-No recuerdo haberlo hecho.
-Para eso hemos vuelto a tu casa. ¿Recuerdas haberla arrastrado hasta aquí?
-Puede que haya ocurrido otra cosa. Un accidente que me exculpe. Que me exculpe un poco. No recuerdo haberla extrangulado.
-No te he preguntado eso.
-Sí, recuerdo que la arrastré hasta aquí.
-Hasta dónde exactamente.
-Hasta aquí, hasta el baño.
-¿Dónde la dejaste?
-Aquí dentro.
-Exactamente.
-Tumbada aquí, a lo largo de la bañera. Aquí.
-¿Con la cabeza hacia este lado?
-No. La cabeza aquí, las piernas hacia allí.
-¿Cómo estaba ella?
-No lo sé. Desvanecida, supongo.
-Me refiero a si estaba vestida o
-Desnuda, desnuda. Ya le dije que acabábamos de hacerlo.
-Pero no me dijiste si estaba desnuda o vestida.
-Desnuda. Completamente.
-¿Y tú?
-También.
-¿También qué?
-También estaba desnudo.
-¿Dónde estabas?
-Aquí.
-¿De pie?
-De pie. Después me agaché. Intenté rea
-¿Qué le cortaste primero?
-¿Qué?
-¿Qué le cortaste primero?
-No lo sé.
-Te agachaste para algo, ¿no?
-Sí. Tal vez para
-Habrás comenzado por alguna parte.
-La mano, supongo.
-No supongas.
-Quiero colaborar, pero para arrepentirme debería
-Me da igual que te arrepientas.
-A mí no.
-A tu novia sí.
-No éramos novios, exactamente.
-Limítate a contestar lo que te pregunto.
-No lo recuerdo todo.
-Limítate a recordar lo que te pregunto.
-Le cogí la mano... la apoyé aquí, en el borde de la bañera y con el cuchillo grande le
-¿Cuál de estos dos?
-El grande?
-¿Cuál es el grande?
-Este, el de la hoja ancha.
-...
-Luego
-¿Luego de qué?
-Luego de cortarle la mano. ¿Podemos parar un momento?
-¿Para qué?
-Me cuesta mucho esto. Me cuesta mucho recordar.
-¿Recordar qué?
-Por favor...
-Paramos tres minutos.
-...
-Exactamente.
-¿Puedo fumar?
-¿Fumabas mientras la cortabas?
-¿Eh?
-Que si fumabas mien
-No. Nunca fumaba en casa.
-No puedes fumar.

martes, 3 de noviembre de 2009

-¿Hoy cumples años, o algo así?

-A incierta edad uno acaba por saber que toda alegría es un sistema de calefacción de esos que van por debajo de los suelos. Cuando se enciende la alegría subterránea, también lo hace la tristeza que pisa la alfombra del salón. Entonces uno es el relleno de un sandwich de calidez. Allí envuelto, derritiéndose con su media sonrisa sobre el sillón. Se empastan alegría y tristeza, moldeando al instante un recuerdo que no te hace saltar ni las lágrimas ni la risa. Uno se acuerda de cuando a una incierta edad la melancolía parecía no existir. O existía pero no parecía melancolía. O era una melancolía bebé, dulcemente embaucadora. Ahora uno sonríe por motivos inconfesables, y se entristece por cuestiones que mejor no confesar para evitar enredarse en explicaciones que lo sacarían de este estado que tantos años pasados le ha costado conquistar.
-¿Hoy cumples años, o algo así?
-No. Cumple días la memoria del amor, supongo.
-Ah.


A cierta edad uno aprende que cualquier alegría aviva los rescoldos de la tristeza y que la melancolía envuelve los raptos jubilosos. A estas alturas uno se alegra con pequeñas cosas y se entristece por cosas que a casi nadie importan. 
 Daniel Domínguez.
http://laescueladelosdomingos.blogspot.com/search/label/Antonio%20Lobo%20Antunes

-Ay, cómo duele que no te dejen.

-Dice que me traicionó porque intentó traducirme. La muy traduttora traditora.
-Es inevitable traicionar si traduces, te lo digo yo, que no sé idiomas cuando me quito la ropa.
-Y era imposible -su palabra favorita- entenderme si no me pasaba a su lenguaje. Decía que sólo nos entendíamos cuando hablábamos el idioma universal, ese que por puntos finales pone orgasmos.
-Aún así se fue a escribir -o a leer- con otro.
-Siempre fue un culo inquieto. Ahora hay otro más que lo sabe.
-Ay, cómo duele que te dejen.
-Siempre fue un culo inquieto: nunca me dejó poner un punto final allí dentro.
-Ay, cómo duele que no te dejen.
-Cómo y cuánto.


lunes, 2 de noviembre de 2009

-Lenta.

-Día de los muertos.
-De algunos muertos.
-De según qué muertos.
-A otros, que les den. Sí.
-Días de nuestros muertos, los que no pueden descansar en paz -no consiguen simplemente morirse, como debería ocurrir- porque sin la parca no hay recuerdos que pervivan.
-Necesitamos a la muerte para que los muertos no se olviden de nosotros.
-No me ponen triste estos días de sembrar flores en los mármoles. La constancia que dejan cada año los telediarios y los calendarios. Me entristecen aquellos días en los que recuerdo que ayer no me acordé de mi padre, por ejemplo. Me pone triste comprobar que no pude sostener -un día más- la aseveración -mentirosa, entonces- de que no pasa un día desde el de su muerte en el que no me queme un puntito de piel con la chispa del recuerdo de mi viejo.
-No te pongas así.
-No estoy triste. Hoy no.
-Larga vida al rocanrol y a nuestros muertos queridos.
-Larga vida al jazz y a nuestras queridas muertas.
-Muerte al jálouen.
-Lenta.


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