jueves, 29 de septiembre de 2011

-Gracias.

-Afuera puede que haya una ciudad frustrada. Tal vez un puente precioso del que solía arrojarse gente. Quizá cerca pase un río que casi no pasa. Hay gente que veo casi todos los días. Hay personajes que se encarnan a sí mismos cuando salen a la calle. Afuera puede que haya una ciudad que los turistas aprecian. Tal vez rincones en los que oculto un rincón para resguardarlo de mí. Quizá escalinatas alentadas por el dasaliento de un escalón tras otro. Hay mujeres que dicen querer lo que las contradice. Hay hombres que apuntan a no dar. Afuera puede haber una ciudad que mi hijo acaba de abandonar. Por primera vez en su vida y la mía, entra en casa con su llave estando yo dentro. Salgo de la cocina donde estoy preparando la comida para él y para mí, y nos encontramos en el pasillo. Acaba de llegar del instituto. Nos besamos. Dice que le ha ido bien. Pienso en lo inédito de la sensación de recibirlo a él que entra solo en casa. Parece que fuera lo más natural del mundo. Pero no lo es. Comemos. Hace los deberes. Escribo. Juega a la Play. Cae la tarde ciudad abajo. Hace unas pocas horas ha ocurrido algo que no había pasado nunca.
-Voy a decir algo para que sientas que no traicionas tu tantas veces traicionado formato diálogo.
-Gracias.
-De nada. Para qué están los amigos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

-Odia dibujar por encargo.

-El señor que no existe y que mi hijo Miguel dibujó displicentemente una tarde de sábado -como quien no quiere la biografía del que está dibujando- tiene una biografía entre un millón.
-Tiene cara de siglo 19.
-Y de tranvía 28.
-Ha sobrevivido a su esposa.
-Pero no a su hijo pequeño.
-Ni a la culpa de aquel accidente.
-¿Crees que el accidente ha devenido en ese rictus?
-A mí me parece evidente. Y también le parecía una consecuencia lógica a la que fuera su mujer.
-¿Sigue habiendo parejas cuyos integrantes mueren sucesivamente, con diferencia de meses, un año a lo sumo?
-Pídele a tu hijo que dibuje a una de esas hipotéticas parejas actuales. Y a ver.
-Odia dibujar por encargo.
-Eres su padre, sabrás obligarlo a que lo haga.
-Para ti es fácil decirlo.
-...
-Puedo acabar siendo pasto de sus trazos.
-No había pensado en eso.

Ilustración de Miguel Villar

jueves, 15 de septiembre de 2011

-Me siento a esperar.

-Antes de escribir lo que voy a escribir -si es que finalmente queda algo de lo escrito- me pregunto, me estoy preguntando, por qué escribo estas cosas aquí. En este formato. En lugar de no hacerlo en ningún otro.
-Me duele todo el cuerpo. No hay frase más vaga que me duele todo el cuerpo. Pues me duele todo el cuerpo. No exactamente todo. Sería imposible de soportar que realmente, en el grado que fuera, me doliera todo el cuerpo. Y yo sí puedo soportar este dolor de cuerpo. De todo el cuerpo. 
-Me duele desde hace dos días. Me duele desde después de la discusión. De la explosión de hace dos días. Exactamente, éste dolor, comenzó una noche más tarde.
-En cierto modo me duele todo el cuerpo porque en mi casa hay dos mujeres.
-Parecen tener sus dominios bien delimitados. Una, desde la entrada hasta la zona del salón. La otra, desde el salón hasta el balcón -incluye la habitación, la cama-. El salón es una especie de territorio difuso, tierra de todos y de nadie en la que ninguna de ellas se esfuerza por imponer su gobierno. Allí conviven. Convivimos.
-Me dolerá todo el cuerpo hasta que una de ellas -o ambas- haga algo por mi dolor.
-Sin proponérselo -porque no saben qué ni cómo ni por qué deberían firmarme el destino- el futuro de mi dolor está en sus manos. ¿Harán algo? ¿Me quedarán fuerzas para escribirlo?
-O muero de una lenta decadencia que me ablande por completo, que me ague, me licúe, y me permita,  finalmente, huir por el desagüe de la bañera; o exploto de explosión coronaria de una vez y para nunca.
-Me siento a esperar. 
-Una -o ambas- no puede tardar en decidirse.
-Cómodamente. Estoy tan cansado. Me duele tanto todo el cuerpo.
-Estoy a verlas venir.
-Se venía venir, decía mi hijo hasta hace bien poco.
-Hablo conmigo.
-¿Por qué me extraña tanto entonces que escriba en este formato en el que parece que somos dos quienes dialogamos?
-Escribo guiones, y otros signos de puntuación.

lunes, 12 de septiembre de 2011

-Ahora ya lo tengo todo claro.

-No serás como quería que fueras.
-Hay un desacuerdo inacordable.
-Seguiré siendo mayor que tú.
-Te envejeceré desde un plano cenital.
-Nuestros nervios tienen asegurado salirse de sus quicios.
-Sé oscuros los poemas anteriores.
-Y claroscuro que el actual es de amor.
-Sea eso lo que sea exista o no.
-Tengo claro que lo tienes claro.
-Y que me perdonarás haber callado por tu boca.

lunes, 5 de septiembre de 2011

-Qué gran mentira.

-Lo primero que encontró cuando salió a la calle fue una rata muerta en el portal de la pensión. Le dió una patadita displicente que la hizo descansar al lado del bordillo, en la calle, después de rodar suavemente por la acera. Pensó que el toque no se pierde nunca. Ese toque de derecha, con el exterior del empeine. No era la primera vez que encontraba una, y, como en ocasiones anteriores, su derecha mágica hizo lo que quiso con la rata muerta.
-Pensó en balones de fútbol y en cadáveres de ratas. Le pareció que esa conexión era una metáfora del recorrido de su vida profesional. Se rió para sus adentros ante un hallazgo que no pudo evitar apuntar en su libretita. Se detuvo a las puertas del bar de la esquina, entorpeciendo la salida a una octogenaria con malas pulgas: Toda mi vida es profesional. Cuando acabó se apartó de la puerta. Guardó la libreta y el lapicito mientras cruzaba una mirada con la señora. Y entonces supo que tenía malas pulgas.
-Como cada día le sobrevinieron cinco jugadas especiales. Especiales para él. Las recordaba todas. Y no sólo goles. También pases de gol. Y algunos toques que nadie registró ni siquiera en el momento en que ocurrieron, antaño. Cada día recordaba cinco jugadas diferentes. Más o menos trascendentes. Las recordaba con pelos y señales. Todo el día rememorando estas cinco, incluído algún que otro gol. Mañana volvería a marcar otros cinco goles, o a dar otros cinco últimos pases, o, simplemente cinco toques sutiles. Y pasado mañana otros cinco recuerdos con balón. Su vida era profesional tal vez porque cobraba por recordar lo que había sido. Le pagaban monedas anónimas. Bocatas lastimeros de los mismos bares de siempre. Cigarros de quienes decían recordar quién era el dueño de esa derecha mágica. Gente que lo había visto jugar, y creían haberlo visto mendigar.
-Algunos, a veces, le pedían hacerse una foto con él. Quisieran o no, él siempre les dejaba escrito en el aire El toque no se pierde nunca. 
-Qué gran mentira.
-Cuando volvió a su casa por la noche -medio borracho, porque lo primero que perdió cuando empezó a perder fue la posibilidad de emborracharse por completo- la rata ya no estaba. La acera parecía recién baldeada. Y la calle. Miró hacia arriba antes de meter la llave en la cerradura. Y se convenció de que llovía de un modo que, de no tener tantos toques bajo los que cobijarse, lo pondría muy triste a uno.


viernes, 2 de septiembre de 2011

-Ya estoy en la calle.

-Ahórrame el papeleo.
-Desnúdate.
-Dame de comerte.
-No enciendas el cigarro de después.
-Déjame decirte que ya conozco la salida.
-Evita preguntar si te llamaré.
-No te escucho.
-Ya estoy en la calle.
-Haciéndome preguntas absurdas.
-Del tipo ¿Por qué hago estas cosas contigo?
-El taxista me pregunta ¿Perdón?

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