miércoles, 23 de diciembre de 2009

-No sé qué decir.

-Herrumbre. Lodazal. Óxido. Llamo a las puertas de palabras que no me atienden. Almohada. Pesadumbre. Neblinoso. Escondidas tras los vocablos, acechantes tras mi falta de talento, tras la triste última preposición. ¿Cuál es el antónimo más certero de falta de talento? Esperan que me marche sin haber cometido contra ellas ningún intento de ordenarlas bella y sinceramente. Pacientes, esperan quedarse a solas. Cuchichear entre ellas, cada vez en voz más alta. Hasta llegar a la cima de las voces. Y desde allí arriba lanzar sus risas complacientes montaña abajo. El alud me sorpenderá de espaldas. Sin darme tiempo a gritarles mi venganza. A aplicarles mi media sonrisa. A humillarlas haciéndole saber lo que ya saben. Que sin mí, ellas no son nada. Herrumbre. Lodazal. Óxido. Y todas las demás. En polvo os convertiréis si no abro la boca, el cuaderno, Word, mi lápiz. Boca abajo bajo las voces. Sin poder pronunciar palabra. ¿Cuál es el antónimo más cabal de sepultado?
-No sé qué decir.
-Ya has dicho lo imprescindible para que esto sea un diálogo.
-A veces me siento utilizado.


lunes, 21 de diciembre de 2009

-No tiene importancia.

-¿Por qué ahora?
-Surgió. No sé.
-Por favor.
-No tiene importancia.
-Tú no crees que no tenga importancia. Si has esperado cinco años y... tres meses para decírmelo, es que la tiene.
-No hay ninguna intención detrás.
-Por favor.
-Piénsalo. Sinceramente, no es importante. No cambia nada.
-...
-No me seas niño.
-Y tú no me seas tramposa. No crees que mi actitud sea infantil. Crees que diciéndome que soy infantil me atacas por un flanco que me duele. Que me deja sin aire. Esa forma tuya de callarme la boca.
-No sigas.
-Deberías sincerarte.
-No te he mentido.
-Deberías decirme por qué ahora. Por qué has tardado cinco años y tres meses en contarme que te habías acostado con un ciego.
-¿No te sientes ridículo al escucharte decir esa frase?
-No.
-Deberías. Repítela.
-Pero contesta.
-Fue hace ocho años.
-Pero contesta.
-No tengo ninguna razón. No hay plan, amor.
-No te lo crees ni tú.
-Un ciego.
-No fue nada. Ha sido una vez. O dos. No tiene importancia.
-¿No fue nada? Ha habido una guerra mundial. O dos. No tiene importancia.
-Venga, por favor. Subamos a verlo.
-Me voy a la cama.
-Pero... ¿Cuánto tardaste tú en contarme lo de las hermanas?
-¿Eh?
-Lo de la noche de fin de año con las hermanitas.
-Es incomparable. Y te lo dije dentro del primer añ
-Ah, que las confesiones de historias pasadas valen si se hacen dentro de los primeros trescientos sesen
-Déjalo.
-Venga, amor.
-...
-Querías verlo.
-Hasta mañana.
-Por favor, olvídalo, no ha dejado ningún rastro.
-...
-Amor, anda. Subamos a ver el eclipse.
-Ya no quiero verlo.


jueves, 17 de diciembre de 2009

¿Allí dónde?

-Es la última vez que se lo pregunto.
-No le creo. Lo dice sin convicción. Las cualidades que le han hecho creer que tiene le harán insistir y volver a preguntármelo, una y otra vez.
-No me gusta la actitud que tiene.
-También pensarán eso de mí quienes he dejado allí.
-¿Allí dónde?
-Créame que comprendo que no me crea, pero no sé dónde. He venido a un sitio que desconozco desde uno que he olvidado. Misión cumplida.
-Negándose a identificarse sólo hará que demoremos algo más en averiguar su identidad. Nada más.
-Averiguar mi identidad es un empeño vano por su parte. Es también un vano empeño por la mía.
-Vamos, usted no puede ser de muy lejos. Hablamos el mismo idioma, aunque su acento...
-Idioma. Acento. A esto llamo yo tirar de la lengua, si me permite la gracia. Pero está bien. Creo que las palabras nos incomunican, pero los tonos, las intenciones, el aire entre los dientes y los vocablos pueden acercarnos. Un poco.
-En otro ámbito, con una cerveza de por medio, me interesaría por su absurda cháchara, pero compréndame, no estoy aquí para compren... Perdón, ya ha hecho usted un juego de palabras parecido a este hace un momento.
-No se conduela de sí mismo. Es un sargento que aprende rápido. No hay muchos que puedan vanagloriarse de lo mismo.
-Sabemos que ha huído. Que ha dejado atrás... cosas. Una familia. O un amor. O simplemente una memoria. 
-¿Sinceramente cree que uno puede alejarse de algo o de todo eso?
-Tomar distancia.
-Me cae usted muy bien, sargento. Me gustaría ayudarlo. Colaborar con su trabajo. Ponérselo fácil. Pero no sé qué hago aquí. Tampoco sé qué hacía allí.
-¿Allí dónde?
-Lea la transcripción de esta charla, sargento. Quince o veinte líneas más arriba. Se encontará con la misma frase que acaba de decir. No se sienta mal, o torpe, o ineficaz: ¿Quién no se repite unas veinte líneas más tarde?
-¿Se ha ido para no repetirse? ¿Ha huído de eso? ¿No quiere que le ayudemos a saber quién es? ¿A volver?
-Nos estamos conociendo. Además, por lo que se ve, y por lo que ya no alcanzo a ver, soy un hombre nuevo.
-Eso parece.
-Y usted también. Usted también es un hombre nuevo, sargento.
-No me deja otra salida.
-Calma, uno no deja de repetir los mecanismos incorporados a su oficio de un momento para otro.
-Tendrá que pasar la noche en comisaría.
-Uno no puede chasquear los dedos y decidir que ya no cumplirá con su deber.
-Tengo que tomarle las huellas digitales.
-Uno no se escapa así cómo así de una cárcel tan largamente construída.
-Primero el pulgar derecho.
-Lleva su tiempo.


lunes, 14 de diciembre de 2009

-Afuera nieva.

-Lo que mi mente vaga, comodona, adaptadísima a mi medio y a mi miedo espera de mí esta mañana, es que escriba algo que tenga que ver con la nieve. Que la nieve me inspire, o que me haga creer que me inspira. Que escriba la palabra nieve, metida en algún contexto. Nieva en Madrid. Mi cabeza cree que debo acusar este hecho, aunque no es tan infrecuente. Si viviera y nevara en Buenos Aires, mi cabeza ni siquiera haría el esfuercito de chasquearme una chispita inspiradora. Allá no nieva nunca. Bueno, el año pasado nevó. O hace dos años. La vez anterior había sido setenta años atrás. Más o menos. Escribiría sobre la nevada en Buenos Aires. Aunque mi cerebro no quisiera.
-Mis uñas.
-¿Eh?
-Puedes escribir acerca de mis uñas. Si no quieres dejarte influenciar por el poder -o el no poder- de tu mente.
-¿Tus uñas? 
-Siempre, mis uñas de los pies, me fueron pintadas por otros.
-Afuera nieva.
-Fuera nieva.
-Soy argentino. Para nosotros afuera está bien. Somos más de afuera.
-Mi madre. Mi hermana. Mis novios. Tú. A mis uñas las pintan los demás.
-Sabes que no es una actividad de la que disfrute especialmente.
-No vuelvas a argumentar que tengo treinta y cinco años.
-Treinta y seis.
-Que ya va siendo hora de enterrar viejas costumbres.
-O malherirlas.
-Mi hermana no me cuestiona. De vez en cuando, lo sabes, ella sigue pintándome las uñas de los pies.
-Sí, lo sé. Supongo que a ella le hace ilusión. Pues que te las siga pintando ella. No me opongo.
-Te alejas.
-...
-Negarte a pintármelas, lo sabes, te aleja de mí.
-No repitas que lo sé en medio de cada frase. No lo sé. No lo creo.
-Te alejas si no me complaces. Si no atiendes a mis caprichos.
-Vale.
-Gracias.
-Ten.
-Sabías que iba a transigir.
-Sí.
-Quieta.
-¿Te gustan mis pies?
-¿Tus pies o los dedos de tus pies?
-Déjalo.
-Está dejando de nevar.
-...
-Afuera.

El dibujo no es mío. ¿A que lo habíais notado? Es de Solano López, dibujante de El Eternauta. ¿Bueno, eh?

viernes, 11 de diciembre de 2009

-Me tiran más tus dos carretas.

-Me cansé por lo civil. 
-Me separé por lo habitual. 
-Me habitué por no salir. 
-Me piré por el portal.
-Me suicidé por nembutal. 
-Me lavé lo estomacal. 
-Me aseguré por lo social. 
-Me pequé por lo venial.
-Me desnudé por demodé. 
-Me atracaste con tu tráquea. 
-Me fileteaste tu felatio. 
-Te atragantaste con mi fé.
-Me engañaste con mi hermano. 
-Me maldije por ser dos. 
-Me cagué en José Santiago. 
-Me quedé a pesar de vos.
-Me apago analógico. 
-Me enciendo enológico. 
-Me parece lo lógico. 
-Apagar la tele encender el bouquet.
-Me acuerdo de Alzheimer. 
-Me olvido de ti. 
-Me ciego de verte.
-Me voy de Madrid.
-Me oscuro de día. 
-Me aclaro por fin. 
-Me brillo de luto. 
-Me muero sin mí.
-Me Sabino por Serrat. 
-Me tanguizo por Gardel. 
-Me avergüenzo por cantar. 
-Me John Lennon Ringo Starr.
-Me Buenos Aires querido. 
-Cuando me vulvas a ver.
-No habrá más penes ni olvidos. 
-Ni más ropa por tender.
-Me tiran más tus dos carretas. 
-Me amanezco menos temprano. 
-Consuelo de muchas mi mal de pocas. 
-Me siento volando mi pájaro en mano.
-Me divorcié por lo legal.
-Me endeudé por más de mil. 
-Me revolví por lo amoral. 
-Me vengué por lo militar.
-Me disculpo por rimar tan mal. 
-Ah, ¿iba de rimar?

jueves, 10 de diciembre de 2009

-Kafka otra vez.

Dónde van los hombres, corren sin ver
buscan una casa donde secar su piel.
  ¿Dónde va la gente cuándo llueve? 
  Miguel Cantilo
-En el metro me ocurren historias que se bajan a encontrame.
-Un poco facilón el arranque, ¿no?
-Puedo intentar decirlo de otra forma, pero lo que me pasa en el metro es que me bajo a historias que pasan por debajo de la realidad. O que están metidas en otra realidad más viscosa o más esquiva. Como un órgano metiéndose y hurgando en otro órgano que por un lado parece apropiado para contenerlo, y a la vez parece apropiado para cercenarlo, o para deformarlo para siempre. Y no sé si yo soy el órgano que se introduce o el que recibe.
-¿Has estado viendo porno?
-La gente llevaba empapada todo el día. La lluvia caía igual de lenta desde hacía tres días. Estaba quedándome solo en el vagón. Pero no estaba solo. Lo que ocurre es que uno en la otra punta parecía condenado a dormirse hasta el fnal del trayecto. Y había otra, algo más cerca, condenada a no mirar a ninguna parte, como eludiendo cualquier posibilidad de invitar a nadie a malinterpretarle un destino viscoso en la mirada.
-Viscoso, otra vez viscoso. O tu historia resulta muy viscosa o muy decepcionante.
-El único que me enfrentaba con todo el cuerpo y con su mirada era el señor que ya no cumplia los setenta que tenía exactamente enfrente, separados sólo por el pasillo y por una herrumbrosa niebla que sólo los dos podíamos apreciar. Condenados también, a apreciarla. Estábamos metidos en esa otra realidad de la que te hablaba. Metidos desde no sé cuantos kilómetros o minutos. El metro hacía lo que tenía que hacer. Parar en las estaciones. Abrir las puertas. Cerrarlas. Avanzar. Pero el señor y yo no podíamos más que desatender al mundo. Era condición necesaria para que él fuera transformándose en otro y para que yo atestiguara esa transformación.
-Kafka otra vez.
-Decir que lo que ocurrió fue una metamorfosis es arriesgado. Cuando el por lo menos septuagenario acabó de mutar seguía siendo él. En apariencia y en su apariencia nada había cambiado. Pero el que se bajó en Gran Vía no era el mismo anciano que se había subido en Chamartín. Había pasado el tiempo del último tren del día.
-Es decir: no pasó nada.
-No pasó nada. Sólo que probablemente él ahora esté contándole a un amigo o a su esposa o a una amante o escribiéndose a sí mismo, lo que le ocurrió en el metro conmigo. O muriéndose.
-No sé si llamarla viscosa.

lunes, 7 de diciembre de 2009

-Somos Papi, Popó y Piripi.

-Bien, hablemos.
-¿Empiezo yo?
-De nosotros tres, el que quieres hablar eres tú.
-Sí, bueno, es que, somos una familia, creo que tenemos que acordar estas cosas entre nosotros.
-¿Vas a volver a repetirnos tus... ideas independentistas?
-Llegó la hora. Ya no soy un niño.
-No, no lo eres.
-Si no llevo a cabo mi proyecto ahora, ¿cuándo lo haré?
-Yo sigo sin comprender tu postura.
-Yo tampoco.
-No entendemos este empeño tuyo.
-Somos una familia, tú lo acabas de decir.
-Somos Papi, Popó y Piripi.
-Si tú te vas no podremos ser sólo Papi y Piripi.
-¿Por qué no?
-Somos más que la suma de las partes, Popó.
-Somos un trío. Desde hace veinte años somos un trío.
-No somos tres. Somos uno.
-Yo necesito saber si puedo ser uno sin vosotros dos.
-No te entiendo.
-No te entendemos.
-Podríais reemplazarme. Yo creo que tu hijo podría ser Piripito.
-No quiere dedicarse a esto. Ya lo sabes, por favor. ¿Cuántas veces lo hemos hablado?
-Él debería comprender que a veces hay que sacrificarse por la familia.
-Pues tú, con tu postura, estás sacrificando a la familia.
-Y, desde luego, que lo sepas, tú no puedes ser sólo Popó.
-No podemos hacer la guerra cada uno por nuestro lado.
-Porque somos tres lados. Tres.
-Tú, solo, no eres nada.
-Tengo que probarme. Tal vez tengáis razón, pero tengo que probarme.
-¿Los monólogos de Popó?
-¿Por qué no?
-Caerás muy mal al público.
-Siempre serás el que se ha ido. Y al irse ha destrozado el triángulo. 
-Papi, Piripi, vamos a ver, no nos engañemos: nuestra estrella comienza a declinar. O ya ha declinado, y seguimos viviendo de los reflejos de una luminosidad en realidad ya perdida.
-¿Por qué hablas así?
-¿Tus pretendidos monólogos serán así de coñazos? Reflejos de una luninosidad...
-Comprendo que estéis molestos, pero ya está decidido.
-¿Lo vas a dejar?
-¿Vas a dejarnos?
-Tengo que hacerlo, hermanos. No me lo pongáis más difícil.
-Como quieras.
-No vamos a rogarte que te quedes.
-Quiero hacer algo más... adulto.
-Claro.
-Esta nariz, creédme, esta nariz roja ya no es mía. No la siento como mía. Es como si se me cayera. Como sí...
-Dámela.
-¿Qué?
-Devuélvenos la nariz.
-Pensé que podría quedármela.
-Ya no es tuya. Acabas de decirlo.
-Ya no la necesitas.
-Ten...
-...
-...
-Puedo esperar un poco. Para hacerlo bien. Podemos dar un comunicado de prensa para ir preparan
-No, así está bien.
-Has renunciado a tu nariz.
-Eres libre, Popó.
-Ya no eres un payaso.


viernes, 4 de diciembre de 2009

-Palabras mayores.

-La gente mata por razones sólidas.
-Te entiendo.
-La frase no es mía.
-No importa.
-Es de Chandler. O de Hammett. Los confundo.
-Al ser negros los dos.
-¿Cuándo dices que me entiendes, te refieres a que aceptas que tu destino es el que voy a infligirte?
-Entiendo tu reacción, y te conozco: me gustaría saber cómo hacerte desistir. Porque uno se acostumbra a no perder la vida. Pero sé que no te ahorrarás esa bala.
-Tengo que hacerlo, Bloch.
-Crees que debes hacerlo, Suárez. Y es muy difícil luchar contra las creencias personales.
-Imposible.
-Espero que también la entiendas a ella.
-La quiero, no me pidas, además, que la entienda.
-También es verdad.
-Arrodíllate.
-Preferiría tumbarme.
-De acuerdo. Dame tu nuca, con el resto de tu cuerpo haz lo que quieras.
-Así, boca abajo. Bien.
-Yo también prefiero no mirar, pero me sobrepondré: quiero ser certero.
-Gracias por apuntar bien.
-No te preocupes.
-Haz un esfuerzo por perdonarla. Tiene las piernas tan largas que es inevitable que comiencen en tu cama y acaben en la mía. Sus extremidades canalizan una pulsión extrema. Nada puede hacer ella por contener el impulso de llevarse algo a la boca, si me permites la expresión. Hay una humedad ancestral que pugna por ser sofocada.
-Es una zorra.
-Qué bien se te dan las metáforas, Suárez.
-Gracias, Bloch.
-Sólo piensa que el amor no es algo que estuviera en juego.
-¿El amor? ¿ Cómo se te aocurre que yo...? El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no es.
-¿Chandler?
-Lacan.
-Palabras mayores.
-Creo que es de Lacan. No me hagas caso.
-De acuerdo, Suárez.
-¿Algo más?
-No, está bien así.
-Pues...
-Siempre supe que moriría un viernes, amigo.
-¿Esa es tuya, no?
-Sí. Para un final.
-Está muy bien para tu final, Bloch.


miércoles, 2 de diciembre de 2009

-Te escucho.

-Tanto tengo por olvidar, que preferiría que mi memoria me jugase alguna mala pasada.
-La gata sí que me ha jugado una mala pasada anoche.
-Perdona, ¿has registrado la frase que te acabo de decir?
-Sí. Que te gustaría que la memoria te jugase una mala pasada.
-Que mi memoria me jugase una mala pasada.
-Sí, la he captado, la he entendio, me ha gustado.
-A veces, esa ansiedad por contar lo que te parece importante, o trascendente, o divertido, hace que tu oído baje su nivel de registro, digamos. Sólo te escuchas a ti.
-No creo que eso sea así. Pero intentaré estar más atento, más atento aún, a tus frases importantes, o trascendentes o divertidas. Y además prometo enfatizar mi interés por las mismas.
-Déjalo. ¿Qué te ha ocurrido anoche con la gata?
-¿Quieres que te lo cuente? ¿Realmente estás interesada? Puedo no contártelo. Tengo otras vías de escape para las cosas que tengo por decir. El blog. Mis apuntes. La novela. En fin.
-Soy todo oídos.
-¿Todo o toda? Has dicho todo.
-Te escucho.
-Me levanté de madrugada. Eran las cuatro. Cuando enfilé el pasillo en dirección al cuarto de baño, los diamantes de la gata me miraron desde el final. Enseguida me sobresaltó el pensamiento: pensé en cómo algo tan entrañable y querido, puede volverse amenazador, inquietante, inseguro. Todo depende de la luz. De la incidencia de la luz. Es como escribir. Por el día, los ojos de la gata hubiesen activado mis ganas de acariciarle la cabeza. En la oscuridad de las cuatro de la mañana, me frené en seco. Manoteé la pared buscando el interruptor. Cuando conseguí dar con él, la repentina luz pareció desilusionar a la gata. Sus pupilas se expandieron. Desapareció por la cocina. A mí se me atragantaron las ganas de hacer pis. Volví a la cama. Tú dormías como un tronco. Me daba miedo que despertaras. El corazón se me salía por la boca. Y parecía que también se me salía por otra parte. Pero era pis, no sangre lo que  se agolpaba allí. Fue, también, en cierto modo, un momento erótico. Estabas preciosa así. Dormida.
-No sé cómo tomarme eso.
-Estabas preciosa. Soñando cosas que te escribieron la frase de la memoria. Tanto tengo por olvidar, que preferiría que mi memoria me jugase una mala pasada. ¿Era así, no?


martes, 1 de diciembre de 2009

-No es poco.

-Tal vez pienses que es una carga demasiado pesada, andar por la vida con los párrafos de tu autobiografía que jamás escribirás en tu autobiografía.
-Tal vez lo piense, pero no lo pienso aún.
-No temas: tengo las espaldas anchas. Y la boca cerrada como una tumba.
-Busca otro símil: no hay nada más fácil de profanar que una tumba.
-Tengo las espaldas anchas. Y la boca cerrada como esa parte de ti.
-Tu sentido del humor me pone de buen humor. O, en el peor de los casos, me hace perdonarte y perdonarme mientras te sonrío la gracia.
-No es poco.
-No. Tú sabes que no es poco. Y cualquiera podrá leerlo en mi autobiografía. Mi amor.


Related Posts with Thumbnails