lunes, 31 de agosto de 2009

-Hazme algo.

-Lo necesito. Tu compañero no me habla. Nunca me ha hablado.
-Es reservado y tiene miedo de hacer algo mal.
-No sé hasta cuándo estaré aquí.
-Tampoco nosotros lo sabemos. No es que no queramos decírtelo. Ya hablamos de esto.
-Sí, y me da igual el tiempo que falte. Ya te lo dije. Pero lo necesito.
-Después de los malentendidos de la primera semana, las cosas parecen haberse reconducido. Muy pronto est
-No importa. Estaré aquí el tiempo necesario. Sólo te ruego que
-No vuelvas a pedírmelo.
-Hazme algo.
-No puedo. Tengo una vida. Pretendo ser un profesional, como mi compañero.
-No te pido que me quites la venda, que enciendas la luz, que me desates las manos. Me da igual todo eso. Me quedaré quieta. Tienes que verlo como una medida terapéutica.
-No hago esas cosas. Menos a una niña como tú.
-¿Otra vez?
-Me da igual que tengas diecinueve. Ya sé que tienes diecinueve. Pero yo no soy así.
-¿Por qué tenéis tanto miedo? Os aseguro que no es una estratagema. Lo necesito. No me juzgues mal. Me da igual que me juzgues mal, pero no soy una enferma. No sabía que esto pudiera pasarme alguna vez. No sabía que lo llevaría razonablemente bien después de tantos días. Todo es excepcional. A nadie preparan para esto. Una no sabe lo que debe sentir. Yo no sabía que pudiera tener una necesidad como la que tengo. Además del agua, de la comida.
-Lo siento. Tranquilízate. Todos esperamos que esto acabe pronto.
-No lo veas como algo sexual. Por favor.
-Vendré en una hora a retirarte la comida.
-Y a atarme las manos otra vez.
-Lo siento.
-Por favor.
-…
-¿Crees que es agradable sentir esto? No disfruto. Padezco. Me siento culpable.
-Lo siento mucho.
-Haz algo, entonces.
-Volveré en una hora. Come. Descansa.


jueves, 27 de agosto de 2009

-Tranquila.

-Decir que ver eso, vivirlo, cambió mi concepción de las vacaciones sería una estupidez. Ni en broma, vamos. En realidad cambió mi concepción del mar. De la belleza. Me descubrió qué clase de persona soy. Mejor dicho, me descubrió que no soy la que creía ser. Aunque tampoco sé cómo soy ahora. Tal vez sé cómo seré.
-Tranquila.
-Estoy tranquila, siempre estuve tranquila. Mientras estaba ocurriendo estaba tranquila. Quizá sólo un poco inquieta porque alguien, algún supuesto buen samaritano, lo estropeara todo. Hubiera sido una verdadera pena, un desastre, que alguien, al intentar socorrerla la hubiera convertido en una ahogada más. Había muy poca gente en la playa y en el agua parecía que estábamos ella y yo. Solas. Supongo que se produjo algún extraño efecto que nos metió a ambas en esa burbuja. Lejos, seguramente, había más gente desparramada por el agua.
-¿Ella te vio?
-No, no lo creo, no sé. En cualquier caso, no estaba pendiente de nada. No luchaba. No se enfrentó a nada. Había un oleaje que no hubiera podido con ella si hubiese opuesto un mínimo de resistencia. Creo que por un momento, justo antes de que se tumbara sobre la superficie del mar, creí que era posible intentar algo, seducirla, conseguirla. Sabes que tengo cierta facilidad para ello. Pero comprendí, sobreponiéndome a mi patético instinto, que tampoco yo podía convertirla en un simple ligue. Tampoco yo debía salvarla. Se alejó lentamente. Estaba desnuda. Por lo menos de cintura para arriba lo estaba. Seguramente lo estaba por completo: para ejecutar tal cometido una se mete sin ropa.
-Seguro.
-Estuve allí durante muchos minutos. Mucho tiempo después de haberla perdido ya de vista. Muerta de frío. En el agua había reflejos del color de las rosas que te gustan.
-Burdeos.
-Sí, ese color que no es exactamente burdeos. Centelleaba el agua como si estuviera salpicada de pétalos con luz propia. Pétalos cambiantes, que parecían amenazar con derretirse y volvían sin embargo a conformarse, a hacerme creer que realmente eran pétalos y no un efecto de la luz. El sol desapareciendo. Temblando, entonces, fui hasta mi toalla. Me envolví en ella. Volví caminando lentamente al hotel. Sin sentir nada parecido a la culpa por no haber hecho nada. Por no haber movido un pelo. Me tumbé en la cama envuelta en la toalla y estuve despierta hasta la madrugada. Sin hambre de nada. Al otro día me levanté con su rostro en mi cabeza. Pensando en que jamás volveré a ver una escena tan bella como la de la tarde anterior en el mar. Pensando en qué se puede hacer para vivir con esa certeza.
-...
-Tranquila, hermanita.


miércoles, 26 de agosto de 2009

-Me gusta conducir por las ciudades.

-Y sin entender ni papa de inglés.
-¿Me está hablando en serio?
-Y tan en serio. Durante diez años. Las calles de Londres no tienen secretos para mi.
-¿Es verdad que les hacen hacer un curso?
-¿Usted tiene estudios?
-Pero no acabé la carrera.
-Acabar la carrera, extraña expresión para escuchar en un taxi. O todo lo contrario de extraña, ¿no?
-Sí...
-Pues yo estuve tres años, tres años estudiando para que me dieran la licencia de taxista en Londres. Prácticamente lo que es una carrera universitaria. Cada tarde de cada día. Aquí cualquiera lleva un taxi, pero en Inglaterra...
-No tiene nada de acento inglés.
-Ya le dije que no hablaba ni papa.
-¿Y cuándo volvió a España?
-Después de mi paso por Stuttgart.
-¿Estuvo viviendo en Alemania?
-¿Conoce Stuttgart?
-No.
-Es una ciudad muy interesante. Allí prima lo alemán.
-...
-Doce años estuve.
-¿A qué se dedicó?
-Taxi, taxi. Yo siempre he sido taxista.
-Es increíble.
-Me gusta conducir por las ciudades.
-Pero... ¿Qué edad tiene usted?
-Cuarenta. Recién cumplidos.
-Entonces, tiene que haber empezado muy joven. Diez años en Londres
-Más los tres de estudios.
-Y doce en Alemania. No me cuadran las cuentas. Se tuvo que haber ido de Madrid con
-Hay que saber aprovechar el tiempo. Esa, fíjese, es la gran enseñanza oriental que aprendí en Tokio. Para ellos el tiempo pasa de otra manera, no sé, le dan importancia a las cosas que verdade
-¿También vivió en Tokio?
-Allí coger el taxi es carísimo. Pero como hay tanta gente. Yo nunce he visto tanta gente metida en una ciu
-¿Cuántos años estuvo trabajando de taxista en Tokio?
-¿Conoce Tokio?
-No, no.
-Aquello es otra cultura. Nueve años. Es muy duro, porque al ser otra cultura. Ellos son más ancestrales, no como nosotros.
-¿Y... cuándo ha vuelto finalmente a Madrid, entonces?
-Soy un recién llegado, como si dijéramos. Esta ciudad ha cambiado muchísimo desde que me fui. Añooo... setenta y seis. Parece mentira.
-¿Setenta y seis?
-Setenta y seis.
-Pero entonces...
-Ahí va.
-¿Qué pasa?
-Que me he perdido. Pero no se preocupe, paro el reloj. ¿Usted no se ubica?
-Pues...
-Joder, esta ciudad parece otra.

lunes, 24 de agosto de 2009

-Se está imaginando la escena.

-Pretendían darme uno de esos masajes modernos.
-Con barro...
-Con vino, con chocolate. Qué vulgaridad. Hace meses que un hombre no me pone la mano encima. Y una mujer. He olvidado la última vez que una mujer me puso la mano encima. Mucho menos untada de algo.
-En sus memorias dice que Ava Gad
-Esa fue la penúltima vez.
-Ah.
-Se lo expliqué amablemente al tipejo del hotel -puedo ser muy amable si me empeño: soy una grande de las escena-, uno de esos relaciones públicas que no saben hablar, no saben sonreír, no saben seducir, y viven convencidos de que saben hacer todo eso.
-Seducir es un arte. Lo he aprendido viendo sus películas.
-¿Viéndome mí o a mis galanes?
-Eh...
-Ustedes los jóvenes, no saben afrontar las repreguntas. Le dije al idiota que pasaba de que me masajearan, hombre o mujer, con o sin vino en las manos.
-¿Le insinuó su bisexualidad al tipo del hotel?
-Soy demasiado mayor para insinuarle algo a palurdos sin encanto. Le dije claramente que si tenía algún ejemplar masculino o femenino que ofrecerme debía cumplir dos condiciones: no ser ni demasiado joven ni demasiado pagado de sí mismo: los jóvenes no saben hacerlo, imagínese si, además, son pagados de sí mismo.
-...
-Se está imaginando la escena.
-No, no.
-A las pocas horas el imbécil del hotel me dio la sorpresa del verano. Se presentó con una preciosa muchacha que rondaba los treinta y cinco, y con un joven no tan joven que seguramente ya no cumplía los cuarenta.
-...
-¿Quiere beber algo?
-No, no.
-Hoy mi secretaria no vendrá. No ha acertado con el día. Usted.
-No, no importa. Es decir, no me hubiera importado saludarla, pero
-Le falta imaginación, joven. La imaginación es necesaria para prever y prevenirse del futuro.
-...
-Olvídese de lo que acaba de oír, no es más que una frase enigmática sin sentido alguno y dicha a destiempo.
-No crea.
-El tipejo del hotel pretendía glosarme las virtudes de cada una de sus ofertas. Para que eligiera. Le pedí amablemente que se fuera. Cuando cerré la puerta en sus narices iba a recitarme los precios, las tarifas. Cuesta creerlo. La elegancia es una condición del alma.
-Página 46 de sus memorias.
-...
-...
-Deje de mover las manos. Hay que aprender a convivir con los silencios. El silencio es el compañero que a todos nos espera.
-Página 102, y lleva usted razón.
-Hacían una bellísima pareja. Después de todo, el tipejo había dado en el clavo, si me permite la expresión.
-Sólo era incompetente en la forma, no en el fondo.
-¿A usted le gusta mirar?
-¿Mirar?
-Sí, mirar.
-Me gusta, sí, me gusta mucho mirar.
-A mí también. Hay ocasiones en las que una debe limitarse a mirar.
-...
-Ella no, pero él había visto alguna de mis películas. Lo noté ni bien comenzó a desnudarla. Y no me pregunte en qué lo noté, por favor joven, no me lo pregunte.

jueves, 20 de agosto de 2009

-No juegues sucio: Coelho es una excepción.

-La horda de las gordas.
-¿Cómo te puede gustar esa mierda?
-¿La has visto?
-No. Ni la veré.
-Yo no tengo tus prejuicios. Es la ventaja de no ser un intelectual. Que puedes ir al cine a ver La horda de las gordas sin ocultarte tras unas gafas negras.
-No voy porque es machista, es misógina, es
-¿La has visto?
-...
-Yo puedo criticar lo que escribes porque lo he leído.
-Yo no he leído a Paulo Coelho y puedo afirmar que no me gusta.
-No juegues sucio: Coelho es una excepción.
-La misma razón por la que no vas a ver pelis como La horda de las gordas, es la que hace que te resistas a llevar bermudas.
-¿Has bebido?
-No, pero sabes que lo hago, que no me importa mostrarme borracho en público. Tú, con esos aires que te das, con esa imagen que mantener, no te permites permitirte hacer esas cosas, si me permites que te lo diga.
-El de los juegos de palabras soy yo.
-Sí, yo soy el que se parte la caja con La horda de las gordas. No sabes lo que te pierdes.

miércoles, 19 de agosto de 2009

-Yo no soy el niño que tú crees.

-Yo no soy el niño que tú crees.
-¿Eso le dijiste?
-Sí.
-¿Y él cómo reaccionó?
-Aceptó que eso pudiera ser posible. Es un buen padre.
-¿Cuántos años tenías entonces?
-Diez años. Algo más de diez años.
-¿Lo recuerdas?
-Perfectamente. La charla ha ocurrido hace diez días. Algo más de diez días.

-Yo lo guardo todo: tickets, folletos, bolsas de papel para vomitar en los aviones.

-Se me olvidan, se me olvidan casi por completo, por eso tengo que escribir lo que el viaje me ha dictado. Frases sueltas, algún cuentito, diálogos.
-Yo lo guardo todo: tickets, folletos, bolsas de papel para vomitar en los aviones.
-Tengo un amigo que dibuja o pinta lo que va viendo. Lo mandas a Lisboa, y cuando vuelve y miras sus acuarelas, confirmas que ha estado en una ciudad que tal vez conozcas pero en la que tú no has estado.
-Ya. Has estado en Lisboa, pero no en la de los dibujos de tu amigo.
-Yo escribo cosas. No suelen hacer mención directa al lugar, a la calle, al barrio, a la anécdota, al callejón donde nos resguardamos de la lluvia. Si tú lees el cuentito de las animadoras, por ejemplo
-No lo he leído.
-Aún no lo he escrito. Cuando lo leas, no necesariamente deducirás que está sugerido por mi estancia en un hotel de Tenerife. Si lees lo de la chica que tocaba el saxo, puede que aciertes al afirmar que la acción transcurre en Estocolmo, de donde hemos vuelto hace unos días. Pero puede que no.
-Que no escribes un diario de viaje, quieres decir.
-Quiero decir que uno viaja para dejar alguna forma de constancia de que, a unos cuantos kilómetros, le han ocurrido las mismas cosas que podía haber vivido sin salir de casa. Para viajar hay que perderse. Y yo en casa me extravío todos los días.
-Pero viajar es maravilloso. Incluso fuera de tu casa.
-Ya lo creo. A uno le ocurren muchas cosas que se le ocurren.

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