martes, 30 de junio de 2009

-No estés tan seguro de no ser poeta.

-¿Por qué hay tan pocos cardiólogos poetas?, si es que hay alguno.
-Porque ellos sólo conocen el músculo.
-Y nosotros
-¿Nosotros? Oye, que yo no soy poeta.
-Yo tampoco, pero sé que los cardiólogos y los contables tienen la misma autoridad moral para hablar de los males del corazón: ninguna. Algunos asesinos, todos los niños y cualquiera que sepa que las metáforas no resisten by-passes, pueden escribir los versos que quieran que tendrán todo mi respeto y reconocimiento.
-Uf, pensé que sólo beberíamos unas cervezas y hablaríamos de fútbol.
-No estés tan seguro de no ser poeta.
-Que no, te lo digo yo: ya no soy un niño, ya no soy un asesino, y tampoco sé cuál es el plural de by-pass.
-Da igual. Después de tantos años de amistad, sabes que el corazón es un reloj, un calendario, un sudario, un incendio y rescoldos, un pasado y otro pasado más, una roca y los miles de millones de arenitas que la conforman. Es cualquier cosa menos un músculo.
-Bueno, perdona, pero, además, el corazón puede ser un infarto. Y no hay infarto sin músculo.
-Un infarto es un mal poema.
-Buah. Kaká ha pasado el reconocimiento médico: le perdonarían que no sea poeta, pero no que tenga un soplo en el corazón.
-Camarero. Dos cañas, por favor.

-A mí la gente que le habla a las plantas, francamente.

-Cualquiera que tenga un perro, un gato, un canario, o una pitón no ha de extrañarse de que los humanos les hablemos a los animales. Sin esperar respuesta. Bueno, todos esos bichos te miran, y uno cree que nos dicen cosas. Traducimos a nuestro placer. Traductor-traidor.
-A mí la gente que le habla a las plantas, francamente.
-Esa es gente que no espera una respuesta. O espera una respuesta a medio plazo: que la plantita crezca sana, por ejemplo, que responda de ese modo a las palabras del dueño, transformando su monólogo en una forma de diálogo.
-A mí las plantas se me mueren. Es porque no creo en ellas.
-A mí se me mueren los perros. Tuve una perrita, hace un montón de años. Le salió algo, un tumor, y tuvieron que matarla de una inyección. Lloré menos de lo previsto. Más tarde tuve otro perrito, no era mío, lo heredé de una relación, era su perro, un perro horrible, feo, histérico, insoportable: un perro de mierda.
-Te lo cargaste de tanto odiarlo.
-Lo atropelló un coche que yo no conducía, pero desde entonces cobré consciencia del poder del pensamiento.
-¿Y tu novia?
-Nuestra relación no sobrevivió a la muerte de su perro. Afortunadamente: con la culpa que sobrellevaba por haber pisado telepáticamente el acelerador, yo no hubiera sido capaz de cortar.
-Hay que tener plantas en las que no creas. Es lo mejor.

viernes, 26 de junio de 2009

-¿Cuándo se lo vas a decir a papá?

-Mira, mira.
-...
-Despierta.
-Qué.
-Han vuelto.
-¿Quiénes?
-Mira.
-Sí. Pero.
-¡Ella es otra!
-Sí, no es su mujer.
-No sabemos si están o si estaban casados.
-Da igual. Esta es más joven.
-Sabe, él sabe que estamos mirando.
-Sí, quiere contarnos la novedad de su rubia.
-¿Te parece guapa?
-Mucho.
-¿Más que su mujer?
-Sí.
-Pues parece que vamos a ver si lo hacen mejor.
-Últimamente...
-Sí, ya no era lo mismo, pero acuérdate de las primeras veces.
-Se la lleva al sofá.
-Quiere que la veamos bien. Nos está encuadrando a su nuevo tesorito.
-Ella es guapísima.
-Está buenísima, sí.
-Él necesitaba recuperar aquella alegría.
-Me da pena su ex.
-Un clavo se quita con otro.
-Eso es una chorrada.
-Pero mira qué ganas le pone.
-Es que ella está...
-Laia.
-¿Qué?
-¿Cuándo se lo vas a decir a papá?
-No empieces, déjame mirar.
-No repitas eso de que hasta que no estés segura.
-La tía tiene las piernas larguísimas.
-A papá le va a importar poco que seas lesbiana.
-A mí me importa poco lo que le importe a papá.
-Antes de que cuentes hasta diez se pone a la rubia encima.
-Uno... dos... tres... cuatro...
-Deberías decírselo antes de que mamá se te adelante.
-Cinco... seis...
-¡Ahora!
-Sí.
-El gordo es muy previsible.
-Pero ella no lo sabe.
-Aún no.
-Es cuestión de tiempo.
-¡Qué bien se mueve la rubia!
-Esta le va a durar menos que su ex.
-Papá será muy comprensivo contigo.
-¿Ya? El gordo está desentrenado.
-Es que la rubia es una máquina letal.
-Joder, Elsa, hablas como un tío.
-Venga, hermanita, vamos a dormir.
-Mañana se lo digo.
-Sí, ya.
-Me gusta que nunca las desnude del todo.
-Hasta mañana.
-¿No me crees, no?
-...
-El gordo apagó la luz.
-Qué rápido.
-No es feliz.
-Está bajando las persianas.
-No quiere que veamos que no es feliz.

-Pues me voy.

-En las noticias acaban de decir que un violador no tendrá que entrar en la cárcel. También han dicho que un niño ha muerto de una manera estúpida, mientras jugaba al fútbol. Los enfermos tienen más posibilidades de seguir viviendo que los niños sanos. Y de ser razonablemente libres, además.
-¿Nada de eso te resulta inspirador?
-Sabes que cuando me duele el cuello se me instaura una especie de modorra, de adormecimiento que puede durarme un día entero.
-¿Y si te digo que me voy donde tú no puedas verme ni yo pueda leerte?
-Eso ayudaría a mi rabia y a mi tisteza.
-Pues me voy.
-No funciona sólo con decirlo. Tendrás que irte.
-Pues me fui.

miércoles, 24 de junio de 2009

-No tengo a nadie en el mundo a quien llamar hermano.

-No tengo a nadie en el mundo a quien llamar hermano.
-Eso nos pasa a todos los hijos únicos.
-Eso nos pasa a unos cuantos, simplemente.
-No sé si eso es tan grave.
-No. Ni siquiera es un poco triste.
-Bueno, tampoco diría que no es un poco triste.
-Compensaría no tener a nadie en el mundo a quien llamar hijo de puta.

martes, 23 de junio de 2009

-Disfruté mucho de Viena.

-¿Cuál era, la 2014 o la 2041?
-No lo recuerdo.
-La 14. Creo.
-Me acuerdo de Praga, sabes que recuerdo Praga perfectamente, todo lo que hicimos allí -no sólo el incidente por el que nos persiguen- pero no recuerdo el número de la habitación.
-Viena, te pregunto por el número de la habitación de Viena.
-No lo recuerdo.
-Pasamos por allí sin pena ni gloria.
-Disfruté mucho de Viena.
-Pero no dejamos nuestra marca.
-Fuimos a descansar.
-¿En qué habitación descansamos? Esfuérzate.
-No consigo recordarlo.
-No tienes buena memoria para los números de nuestras habitaciones.
-Mira quién fue a hablar.
-La de Praga era la 408.
-No lo recuerdo.
-Es importante.
-Pon otro número.
-No podría poner otro sabiendo que no es el número.
-Los lectores no te lo echarán en cara.
-Me dan igual los lectores. Tal vez fuera la 2041. Recuerdo perfectamente la habitación. ¿Tendremos la factura por ahí?
-No lo creo.
-Si no tienes memoria deberías guardar los papeles.
-Era la 2014.
-¿Estás segura?
-Completamente.
-Quieres que me calle, que no te pregunte más, que ponga cualquier número, que acabe de una puñetera vez la novela.
-Sí, me gustaría que volviéramos a salir a caminar por ahí al atardecer, tranquilamente, como si no tuviéramos conciencia.
-Prepara la maleta.
-¿Qué?
-Pon cuatro cosas.
-...
-Nos vamos a Viena.
-Pero... la semana que viene iremos a Londres.
-Bien. Desde Viena huiremos a Londres, sin pasar por Madrid.
-Prometiste que ya nunca
-Puedo ir solo.
-Sabes que no te dejaría ir sin mí.
-Entonces prepara la maleta.
-¿La negra?
-¿Y lo preguntas? Claro. Nadie repara en nuestra maleta negra. Ni esos inútiles aparatos a los que nada se les escapa.

jueves, 18 de junio de 2009

-Tu verdad está en la morgue.

-Hay momentos en los que no puedes no mentir. Hay momentos en los que es inevitable decir la verdad. Ahora, por ejemplo, no puedes seguir mintiendo. Te va la vida en ello.
-No estoy obligado a declarar en mi contra. Pero tengo absurdos principios que me obligan a decir la verdad, y mi verdad siempre declara en mi contra.
-Tu verdad está en la morgue.
-Y tu mentira no ha podido evitarlo.
-Todas estas palabras, esta palabrería...
-Lo habéis leído todo. Todo está ahí.
-Son sólo diarios.
-Mi diario, libretas, las servilletas. El mensajito en la botella. Habéis arramblado con todo. Con toda mi verdad por escrito.
-Eso no prueba nada. Prueba que dejas ficciones por ahí.
-Por cierto, espero que me devolváis todos mis papeles: no tengo copia.
-Se hará lo que dictamine la ley, los protocolos. Soy un policía íntegro.
-¿Y me llamas mentiroso? Para ser un poli íntegro hay que ser un mentiroso ímprobo.
-No te pongas chulo, escritor de mierda, y confiesa de una puñetera vez.
-¿Estás grabando este interrogatorio?
-Estoy haciendo lo que tengo que hacer.
-Es que confesando soy mejor por escrito.
-Pues escríbela.
-Ya está escrita. ¿Cómo coño tengo que decírtelo?: mi confesión está en esos textos que me habéis robado.
-Son pruebas, y no te los hemos robado.
-Pues no tengo nada más que decir que lo dicho en esos folios.
-Estoy perdiendo la paciencia.
-Peor es lo mío, que estoy perdiendo mis escritos.
-Son pruebas.
-Yo ya me he confesado.
-No has dicho nada.
-No has entenido nada. Y no has entendido porque no basta con saber leer. Además, hay que saber leer.
-Te pudrirás aquí dentro.


-¿Cómo acabó la historia?

-Lo peor eran las noches, porque la culpa dormía por el día. Durante casi dos años estuve perdiendo el tiempo por las calles en lugar de ir al colegio. Había repetido primer año y se lo oculté a mis padres. Ellos creían que había pasado a segundo. Confiaban. Y después creyeron que había pasado a tercero. Ciegamente. Aún no había aprobado primero.
-¿Qué hacías?
-Nada reprobable. Mentir. Caminar. Descansar. Tomar un café. Pasar calor y frío. Temer. Cambiar de barrio. No alejarme demasiado de casa. Perder el tiempo.
-Qué extraño.
-Sí perder el tiempo es una extraña expresión. Durante ese tiempo aprendí que perder el tiempo es una extraña expresión.
-¿Cómo acabó la historia?
-No acabó. Pasó tanto tiempo. Y pasó de tan extraño modo.
-No acabo de comprender.
-Ni yo.

-Se espera mejor aquí.

-Chaval, ¿qué haces aquí?
-...Esperar.
-¿No deberías estar en el cole?
-Se espera mejor aquí.
-¿Lo saben tus padres?
-No lo admitirían.
-Claro: a estas horas deberías estar en el cole.
-Ellos no admitirían que aquí se espera mejor.
-No es la primera vez que te veo por aquí a estas horas.
-Ya sabe lo que hago aquí a estas horas.
-...
-¿No va a preguntarme qué espero?
-Llega el 148, ¿lo coges?
-No.

martes, 16 de junio de 2009

-Soy un tipo afortunado.

-No llega y no se ha marchado y ya no viene por aquí y la última vez que la vi llovía y no me explico cómo ha podido no suceder. Aunque me encuentre en el lugar apropiado para volverme insondable. En mi lugar. En la recepción que antes, alguna vez, le pareció una bonita antesala. Pensando en la inspiración como en una mujer vestida de blanco. Y después de negro. Con y sin ropa. Y más tarde como un concepto que no es femenino ni masculino ni es nada. Una forma informe. Ni siquiera mi hijo puede dibujarla. Y entonces cuando sé que en realidad no es nada pero existe, comprendo que llevo quince minutos comprendiendo que tal como no ha venido no se ha marchado dejándome impiadosa esta cara de imbécil que utilizo para mirar los lápices, bolis y rotuladores -la mayoría inútiles- que tengo en la lata que hace de portalápices. Que desde hace tantos años hace de portalápices. Tal y como yo hago de escritor. Me quedo como un bobalicón mirándome la impostura. Entonces toca levantarse a beber agua para no creerse vacío. A veces vuelvo y percibo algo rondándome. No diré que una idea nueva -¿quién necesita una idea nueva, habiendo tantas buenísimas ideas antiguas dispuestas a hacerte creer que son una inédita ocurrencia tuya?-, pero sí una baba del diablo por la que dejarse babear. Pienso martes un buen día para el amor pienso en noches perdidas y en el hervor que purifica el agua que no he de beber y también puedo pensar que nunca la he conocido o que las fotos en blanco y negro son en realidad fotos grises y que no sé por qué no se las llama así: grises. A veces vuelvo y percibo. A veces no vuelvo.
-Sí, eso es lo que viene siendo la inspiración.
-Y también es lo que siendo no viene. Y lo que viniendo no es. Y también es lo que no siendo ni viniendo tal vez venga y sea.
-Para hacer juegos de palabras no la necesitas.
-Soy un tipo afortunado.

lunes, 15 de junio de 2009

-Esa frase también deberías apuntarla.

-Si quieres que te cuente lo que tú me contabas, lo haré.
-No puedo quitarme sus gafas de encima.
-Debes apuntar esa frase.
-Es lo único que recuerdo. Lo único que recuerdo con solidez. El resto son neblinas.
-Mejor. Mejor que hayas conseguido olvidarlo.
-Recuerdo sus gafas. No he conseguido olvidarlo.
-Deberías poder. Por completo.
-Vagamente creo saber cómo se llamaba, pero no me atrevo a nombrarlo. Su cuerpo se confunde con otros que he conocido, sin embargo hay singularidades que deben serle propias, hay partes que insisten.
-Es bueno para ti que ya no recuerdes su carácter.
-Era un hombre con las ideas claras. Tenía claras sus oscuras ideas, ¿no?
-Esa frase también deberías apuntarla.
-No consigo medir el tiempo que ha pasado. Desde que se fue. Desde que llegó a mi vida. Y a esta casa. Creo recordar que fue casi simultáneo: llegó a mí y aquí. Seguramente me quiso. De un modo inédito, supongo. De mis amores obvios guardo fiel memoria. Del dueño de las gafas sólo conservo el fehaciente recuerdo de sus gafas.
-Te dará poemas. Me parece bien si así consigues no enfermarte.
-No consigo olvidarme completamente de un hombre al que tuve que haber querido. No sé cuándo ni hasta cuando ni cómo ni... No me ha dejado regalos ni notas. ¿Cómo me tocaba? Y yo. ¿Supe quererlo? Estoy casi segura de poder describir su espalda.
-Si realmente quieres que te cuente lo que tú me contabas, lo haré.
-No, déjalo.
-Como quieras, hermanita.
-Quedate a dormir esta noche.
-Pero quita sus gafas de la mesilla, por favor.
-No me pidas eso. Tú duerme en mi lado, yo dormiré en el suyo.

viernes, 12 de junio de 2009

-...Han abierto las piscinas municipales.

-Mi paso por la cárcel, tal vez.
-Óscar.
-Mi primer amor.
-...
-Me crucé por la calle con Barishnikov. Por La Latina, una tarde. Ahí puede haber algo.
-No estás seguro de que fuera él.
-Oye, un primer amor sí que tuve. Sé lo que es eso. No importa si fui correspondido o no.
-Aún guardas la cartita en la que queda claro que no has sido correspondido.
-Pero he sido correspondencia.
-...
-Algo así, con humor. Aquí hay mucha tradición de humor absurdo. Tono. Berlanga. Gila. Jardiel Poncela.
-Absurdo pero con gracia.
-Para escribir no es necesario que te pasen cosas.
-Es mejor que te hayan pasado. Se nota, el poso se nota.
-Era él, era Barishnikov, seguro. Casi con toda seguridad. Puedo escribir sobre esa duda. La duda es inquietante.
-Prueba.
-Y de mi paso por la cárcel tengo muchísimo que decir.
-Nunca has estado en la cárcel.
-Pero en Argentina, cuando tenía quince o dieciséis años, me paró la poli y me interrogó. Me puso en apuros. Es una experiencia muy cercana. Me marcó.
-Eso no marca a nadie.
-El sentimiento necesario. De aquella experiencia puedo extraer el sentimiento necesario. Para escribir se necesita el sentimiento necesario.
-Puedes escribir sobre lo que te venga en gana, Óscar.
-El tema es el peso. El peso de lo que cuentes.
-Lo de la cárcel parece lo más pesado.
-¿Qué coño sé yo acerca de la cárcel?
-Hay que sentarse y escribir. No le des más vueltas y ponte a escribir.
-Me faltan experiencias.
-Pero también imaginación.
-La relación con mi padre, a lo mejor.
-Ponte. Y a ver.
-¿Crees que mi biografía puede interesarle a alguien?
-Autobiografía.
-Sí, mi vida. ¿Crees que puede interesarle a
-No.
-El humor, el humor. "Mi novia me ha dejado por carta: no he sido correspondido, pero he sido correspondencia".
-...
-¿Cómo lo ves?
-...Han abierto las piscinas municipales.
-De pequeño me gustaba la ciencia ficción. Bueno, en realidad me gustaba lo fantástico. Tengo que releer a Bradbury.
-El hombre ilustrado.
-Sí. No sé. Ahí no hay ni un puto chiste. No sé. La duda. El tema puede ser la persistencia de la duda.
-No sé.

jueves, 11 de junio de 2009

-¿Sabes idiomas?

-Antes las veía dobladas, de chico, claro. Después las empecé a ver subtituladas.
-Las prefiero con subtítulos.
-Ya, pero espera. Ahora las sigo viendo subtituladas pero tapo los subtítulos. Es un poco incómodo, pero con un libro o un cuaderno, y si no te importa que los de al lado piensen que eres un imbécil, y el de adelante no se mueve demasiado, se pueden ver películas subtituladas sin subtítulos.
-¿Sabes idiomas?
-¿Qué gracia tendría si los supiera? Mi inglés es casi inexistente. Y el resto los desconozco por completo. No te puedo recomendar ninguna película, porque voy mucho al cine pero me invento los diálogos.
-Claro.
-¿Quieres que vayamos de todos modos?
-Sí, vamos.
-¿Qué quieres ir a ver?
-Cualquiera menos una de acción.
-A mí tampoco me gustan: aún sin ver los diálogos sabes de qué van.
-Ah, y quiero que sepas que odio el cine español.
-Tú también. Tú también me gustas.


miércoles, 10 de junio de 2009

-Deberías aprender a defenderte mejor.

-A mí me sirve levantarme y contársela, me aclaro.
-Sí, muchos rituales tienes tú.
-Me sirve. Mi abuela friega y yo le cuento mi pelea de anoche.
-Con la cara hecha un cristo, como siempre.
-Sí, claro, la cara que me ponen después de cada pelea. ¿Qué tiene de raro?
-Deberías aprender a defenderte mejor.
-No empieces. He visto muchas veces los vídeos esos de las peleas de Cassius Clay, pero yo soy Ramiro Gómez, me defiendo y ataco lo que puedo.
-Pero has vuelto a perder.
-¿Vuelto, cómo que vuelto? He perdido. Anoche he perdido, sin más.
-¿Cuánto hace que no le cuentas a tu abuela una victoria por las mañanas?
-Hace dos meses le gané al negrito.
-Por puntos y en fallo discutidísimo.
-Tú...
-Discutidísimo, Ramiro, esa noche fui a verte.
-Tú eres un contable.
-¿Qué?
-Te dedicas a otra parte de la vida.
-¿Qué opina tu novia?
-Otra contable.
-¿Qué coño dices de contable?
-Números, letras, planillas, tecleáis, hacéis cuentas, repasáis, os preocupa que no cuadren las sumas, o las restas, tenéis todo el tiempo del mundo para encontrar dónde está el fallo, os alegráis cuando por fin, después de cuatro horas de darle al 5 y al 9 y a los otros números, a las tres de la mañana podéis daros por satisfechos, y os vais a la cama, y dormís felices durante dos o tres horas. No usáis el cuerpo para vivir. Sois unos fríos contables de mierda. Yo soy un boxeador. Un boxeador sin ordenador ni reloj.
-Vete al médico.
-¿Sabes lo que es un jab, eh, sabes lo que es un jab, por ejemplo? No te digo si sabes jabear, sino simplemente si sabes describir lo que es un jab.
-Sabes que lo sé.
-Dime, dime qué es un jab.
-Es un golpe que se utiliza para mantener la distancia, o para iniciar una combinación, o como golpe de engaño, para “inquietar” al rival. Es como un directo pero de menor fuerza de impacto y normalmente de izquierda en boxeadores de guardia diestra, como tú.
-¿Lo ves?: un contable. Tú no entiendes nada de boxeo. Mi abuela tampoco, pero se limita a negar con la cabeza mientras friega los cacharros del desayuno. Y hasta que no termino de contarle mi pelea de anoche ella no acaba de fregar.

lunes, 8 de junio de 2009

-Al menos está claro que ha sido un suicidio.

-Era especial. Para mí lo sigue siendo.
-Muy especial. Lo supe cuando murió.
-Su muerte ha sido su mejor especialidad.
-Después de cinco años aún nadie se pone de acuerdo.
-Ninguno de sus amantes puede hacer prevalecer su versión del hecho sobre la de los demás.
-Es por ese énfasis vano que ponen en seguir queriéndola después de muerta.
-Por seguir poseyéndola, más bien. Eso no tiene que ver con el amor.
-Sí, tiene que ver con el amor propio de los amantes. ¿O tú no quieres de ese modo a tu mujer?
-Espero que mi mujer muera de muerte natural. Serena y natural muerte después de mi muerte, también natural y serena.
-Como comprenderás, ella no podía morir de ese modo.
-No, ella no soportaría defraudar a ninguno de sus tres amantes.
-Está bien, es muy literario, pero no creo que ellos quisieran que ella acabará así. ¿Por qué no puedes pensar que la querían bien -tan bien como tú quieres a tu mujer- y deseaban para ella una muerte igual de mansa y quieta como la que tú deseas para la tuya?
-Porque eran tres relaciones enfermas. O literarias, como dices tú. Cada uno de ellos la quería para sí, eran rivales. Por eso insisten en que tenga la muerte que ellos han decidido.
-Al menos está claro que ha sido un suicidio.
-Acerca de eso no hay dudas. ¿Crees que ellos hubieran soportado que ella muriera por otra vía?
-¿Tú con cuál versión comulgas?
-Con ninguna.
-¿Defiendes una cuarta vía?
-Sabes que sí.
-La versión uno: se disparó un tiro en el corazón. La versión dos: se envenenó en la cama. La versión tres: se cortó las venas en la bañera.
-La versión cuatro: los dejó para siempre esperando en el bar y desde hace cinco años duerme conmigo.
-Te olvidas que han encontrado su cadáver en la casa.
-¿Tú lo has visto?
-No, claro que no.
-Y tú olvidas que han hallado con vida los cadáveres de sus tres ex amantes sentados a sendas mesas del bar.
-¿Tú los has visto?
-Cada día. Ella y yo los vemos cada día al despertar. No es agradable, pero haciendo el amor cada mañana conseguimos hacer soportable la escena.
-Estás como una cabra.
-Y tú te mueres de envidia: ella siempre te ha gustado.

-Ya se verá.

-A veces te mira como si dentro de ella hubiera un hombre o una mujer viendo a través de ella, mirándote de un extaño modo maléfico, o beatífico, pero no del todo humano. Ocurre cuando tú la miras sabiendo que probablemente sea el único animal capaz de contener dentro de sí a alguien similar a ti, es decir, alguien chungo en más de un sentido, y también bondadoso en, por lo menos, un sentido. Si la miras fijamente es imposible no fantasear con la idea de que dentro de mi gata hay la mente de un tipo -o de una tipa- capaz de intimidarte si consigues sostenerle la mirada durante más de cinco segundos. No tiene nada que ver con seducción, ni con hipnosis, tiene que ver con el estremecimiento de estar mirándote a ti mismo desde dentro de ti mismo. Hay que tener mucho cuidado con el animal que metes en casa.
-Me gusta.
-¿Sí? Un poco recargado.
-Pero poco. ¿Es de la novela que estás escribiendo?
-No, lo escribí para el blog.
-¿Y qué vas a dibujar?
-Ya se verá.
-¿Ojos?
-Ya se verá.
-Dibuja algo menos literal.

viernes, 5 de junio de 2009

-Pensaré en ello.

-¿Usted cree?
-Como se lo digo: es el mejor.
-...
-¿Y usted qué cree?
-No sé, en realidad no tengo opinión.
-No me lo creo. Tiene que haber pensado en él millones de veces.
-No crea.
-Todo el mundo tiene una opinión al respecto.
-Puede ser.
-Llega a la gente. Vende mucho. Envidia. Por eso a ustedes no les gusta.
-¿A nosotros?
-¿Se cree con mejor criterio que el mío?
-No es eso.
-¿Le parece que no soy merecedor de compartir mis opiniones con un intelectual como usted?
-Yo no soy un intelectual.
-Llevo quince años en este oficio: reconozco a los intelectuales mentirosos en cuanto los veo.
-¿A qué llama usted intelectual?
-¿Y usted a qué llama taxista?
-Supongo que ustedes son más fáciles de definir.
-Vaya respuesta.
-En la esquina, por favor.
-Son trece con veinte.
-Tenga. Está bien.
-Pues yo no tengo ninguna duda al respecto.
-Pensaré en ello.
-No piense, léalo: Paulo Coelho es el mejor.
-Pensaré en ello.
-Gilipollas.


miércoles, 3 de junio de 2009

-Tal vez no le ocurrió.

-Me contó la anécdota -la llamó así: anécdota- sin darle trascendencia. Había más gente y no le importó. Esperó a ese mediodía, a que ese mediodía comiéramos con gente. No esperó a que estuviéramos solos, después de comer con gente. No esperó a la siesta. No adecuó el momento a tan descomunal confesión. Esperó a que fuéramos cuatro, a que estuviéramos comiendo despreocupadamente para contarlo, para, al decírselo también a los otros dos, decirme lo que me dijo. Algo que necesariamente tuvo que haberle dejado secuelas, marcas dentro, algo tan importante para su vida. Lo dejó caer durante esa comida, después de tantos años.
-Pero fue un intento, no se concretó.
-Eso da igual, no lo sé, ella contó lo que te acabo de contar, y como te lo acabo de contar. Y esos incidentes -el que le ocurrió, y después el cómo y el cuándo lo contó- son suficientes para comprender que aquello le ha afectado, y me ha afectado a mí. Para siempre. A mí en menor grado, claro, porque fue a ella a quien se lo hicieron.
-¿Lo hablasteis luego a solas?
-No.
-Vuestra vida sexual...
-Bien, no se ha visto afectada. Tal vez se ha visto favorecida.
-Tal vez no le ocurrió.
-Yo le creo.
-No digo que te haya mentido, quiero decir que tal vez se inventó esa verdad cuando era adolescente y luego, con los años, la incorporó. Ahora ya ni siquiera concibe plantearse si realmente le hicieron eso cuando tenía trece años.
-Puede ser.
-Después de tantos años.
-Lo que me preocupa es que lo vaya contando por ahí. También que haya tardado tantos años en contármelo, bueno, en hacérmelo saber, en realidad. Que lo haya hecho sin una mínima ceremonia, sin preparación alguna.
-Te molestan muchas cosas.
-No, me da igual.
-Eres su marido, es comprensible que estés molesto.
-Me merezco una cierta delicadeza, una elegancia.
-¿Por qué dices que te da igual, entonces?
-Porque me da igual.
-Deberías creerle.
-Te he dicho que le creo.
-Sí, eso es lo que me has dicho.
-No tiene la mayor importancia.
-La menor, querrás decir.
-Me da igual.
-¿Con quiénes estábais comiendo?
-No tiene la menor importancia.

-No creo que pueda hacer algo así.

-Estaba pensando en ti.
-Siempre que llamas dices que estabas pensando en mí.
-Cuando pienso en ti, te llamo.
-La última vez que lo hiciste fue... unos tres meses atrás.
-Te llamo cuando pienso intensamente en ti.
-No debes hacerlo.
-No puedo evitar pensar intensamente en ti.
-Con frecuencia trimestral.
-Todos los días pienso en ti, tardo meses en decidirme a llamarte.
-No deberías llamarme nunca más.
-No puedo dejar de pensar en ti.
-No llames para decírmelo.
-No creo que pueda hacer algo así.
-Piensa en mí y no vuelvas a llamarme cuando pienses intensamente en mí.
-¿Pretendes que me ponga en tu lugar?
-Ahora voy a colgar.
-Volveré a llamarte, no puedo evitarlo.
-...
-Colgaré yo primero.


lunes, 1 de junio de 2009

-Pero te sigue llamando.

-¿Cuántos hemos quedado?
-Tal vez habría que plantear la pregunta de otra manera.
-No, así está bien. De los que éramos, cuántos quedamos. Creo que me entiendes.
-Te entiendo, sólo que creo que hay algunos que no están con nosotros, se han alejado, pero tampoco podríamos decir que se hayan ido.
-Tú y yo seguimos, ¿no?
-Es evidente que sí. Si algunos siguen juntos somos nosotros.
-A ti, cada tanto, te llama ella.
-Sí, me llama, pero últimamente ni lo cojo.
-Pero te sigue llamando.
-No quisiera sacar el tema, pero si uno de nosotros dos mantuvo durante mucho tiempo el vínculo con alguno de nuestros, digamos, amigos, has sido tú.
-Eso se acabó.
-No es un reproche. No me interpretes mal. El problema es que los recuerdos nunca pierden el sentido de la vista.
-Tanquilo.
-Por eso te decía que tal vez la pregunta no es fácil de formular. Somos un grupo, un grupo cuyos componentes se mezclaron de modos extraños, perversos incluso, dando lugar a
-Tampoco te pongas así.
-Intento analizar lo que ocurrió con este grupo de amigos.
-Siempre sospeché que tú y
-Eso ya lo hablamos, lo aclaramos, me creíste.
-Te creo, te sigo creyendo, son simples celos, supongo, eso que dices del sentido de la vista de los recuerdos. Ella era tan guapa. O es tan guapa.
-Pero nunca pasó nada.
-Nada más que el beso. Vale.
-Siguen estando por ahí, ¿no?
-No, yo he olvidado completamente a los que, a la persona con quien tuve algo antes de tener algo contigo.
-Habla tranquilamente. Puedes decir las cosas sin usar la fórmula "la persona con quien tuve algo".
-Odio cuando haces ese gesto de "comillas" con las manos.
-Perdona. Quiero decir que no hace falta que tomes precauciones: todos sabemos de quién hablamos cuando no utilizamos su nombre propio, ¿no?
-Yo sé de quién callas.
-Por favor, seamos serios.
-Perdona, celos.
-No tienes motivos.
-Lo sé, ni tú.
-También lo sé.
-Entonces no queda nadie, se puede decir que de todos ellos y de todas ellas no queda nadie.
-Aunque queden, por ahí, con sus mensajes de correo, sus móviles y sus inevitables conexiones familiares.
-Deja a mi hermana en paz.
-Puedes atender sus llamadas, no pasa nada, todos estamos ya en otro nivel.
-Desde luego que sí, aquello, aquella amistad ya es otra cosa.
-Por supuesto.
-Mi amor: ya somos mayores como para comprender que ninguno de nosotros estuvo sólo en manos de una única persona.
-¿Puedes repetir eso lentamente?
-Claro que puedo.

-No conozco a ninguna Claudia. (2)

-Te hace mal, sí.
-No, recordarte no me hace ni bien ni mal. Pero comprende que puede hacerme mal si continúo demorándome en esta conversación.
-Sigues sin querer enfrentarte cara a cara con la verdad.
-La verdad es que sí, pero no es nada personal.
-Te conozco muy bien. Y nuevamente debo decirte que no has cambiado nada. Esas frases.
-Perdona, Claudia, no quiero parecer descortés, porque no lo soy, pero si mal no recuerdo
-Es que recuerdas mal.
-Bien, sí, pues si mal recuerdo, sólo estuvimos juntos una vez, una noche, de hace
-Doce años, semana arriba, semana abajo.
-Entonces, digamos que no somos personas que tengamos un trato de... no nos conocemos de nada, Claudia.
-Probablemente yo sea una de las personas que más te conoce en el mundo. Además de aquella intensísima relación que tuvimos
-Una noche.
-Además de aquella intensísima relación que tuvimos, he leído y releído todas y cada una de tus novelas. Por no mencionar nuevamente lo de la pajarita. ¿Le has regalado alguna otra pajarita roja a alguna otra?
-Claudia.
-¿Has homenajeado a alguna otra convirtiéndola en un personaje eterno como has hecho conmigo al encarnarme en la puta Claudia?
-Esto es muy incómodo para mí.
-Me recuerdas, tú también me recuerdas. Me recuerdas y me conoces. Mi marido tiene motivos para sentirse celoso de ti.
-No, dile que no los tiene. Por favor, dile que no.
-Le mentiré, no te preocupes. Le mentiré. Aunque es muy sensible. Es un escritor muy sensible. Mejor que tú, pero muy sensible. ¿No quieres saber su nombre?
-Lo siento, debo irme.
-Puedo decirte su nombre. Tal vez lo hayas leído.
-Ha sido un encuentro curioso.
-Seguro que lo has leído. Es bastante conocido. Tiene obra publicada en español.
-Adiós, Claudia.
-Aquí es muy famoso. Bastante famoso.
-Adiós.
-¿Puedo decirte su nombre?
-...
-¡¿Puedo gritártelo?!

-No conozco a ninguna Claudia.

-¿Qué haces aquí?
-...
-No has cambiado nada.
-Eso no es verdad.
-¿Cuánto tiempo ha pasado?
-Perdona.
-Ya te lo digo yo: doce años. Semana más, semana menos.
-Creo que te confundes.
-¿Crees que no te acuerdas de mi?
-No. Sí.
-Haz memoria, por favor. Estoy algo más gorda, pero sólo algo.
-Yo te veo igual: no te recuerdo.
-No has cambiado nada. Eras un cínico encantador.
-Eso tampoco es verdad.
-¿Por qué lo has hecho?
-Creo que me tengo que bajar en esta.
-Yo también. ¿Te importa que vayamos charlando? Te invito a un café.
-No, gracias.
-Te agradezco mucho que lo hayas hecho.
-Mira, creo que hay un error.
-Nadie me había convertido en personaje. Ni siquiera mi marido.
-...
-Y eso que escribe bastante mejor que tú. Bueno, tal vez por esa razón es que mi marido no me ha convertido en persnaje.
-¿Cómo sabes que escribo?
-Te sigo.
-¿Por qué me sigues, adónde me sigues?
-Desde que comenzaste a publicar. Es un honor, en serio. Aunque me hayas convertido en puta.
-¿En puta?
-¿Vas a decirme que el personaje de Claudia no está basado en mí?
-¿Quién es Caludia? ¿Quién eres tú?
-Mi nombre es Claudia, y el de mi personaje también.
-No conozco a ninguna Claudia.
-En tu primera novela, El bufón hierático -vaya título-, el prota se encuentra a su vecina de escalera ejerciendo la prostitución en la calle, nunca se habían dirigido la palabra, hasta que él la aborda en la calle, y aunque ambos saben quién es quién, hacen como que no, y él se convierte en su cliente, y con frecuencia casi diaria
-¿Yo he escrito esa mierda?
-Sí. Y no es una mierda. Claudia es un personaje muy bien construído.
-Discúlpame, no quise ofenderte, no quiero, pero ese personaje no está basado en ti, ni siquiera sé quién eres.
-Sé que no me has olvidado, nunca podrás hacerlo, porque yo soy la puta Claudia y eso ya no puedes cambiarlo ni tú, que eres el autor.
-No he vuelto a leer esa novela. Es horrible. No recuerdo ese personaje. Tampoco a ti. Gracias por leerme, en cualquier caso.
-A mi marido tu última novela es la que menos le gusta. Empezando por el titulo. A mí me gusta, bastante: La lección del insomne.
-¿Ya la has leído?
-No es la mejor.
-Gracias.
-Pero tampoco es la bazofia que dice mi marido. Lo mueven los celos.
-Tracción a celos.
-No has cambiado nada.
-Bueno...
-¿No quieres saber por qué mi marido siente celos de ti?
-Claudia...
-¿Me recuerdas, ya me recuerdas?
-Recuerdo que acabas de decirme que te llamas Claudia.
-Ahora me dirás que te están esperando.
-Si no te digo eso tendré que mentirte.
-¿Cómo te ha ido la vida?
-¿La vida?
-Desde que lo dejamos.
-Estoy un poco aturdido. No creo haber dejado nada que fuera tuyo o mío.
-Conservo la pajarita.
-No me ayudas.
-La pajarita roja que me regalaste la primera noche.
-...
-Me la pusiste después de...
-Sé quien eres. Sí, lo recuerdo. Única noche.
-¡Qué alegría!
-Ya. Lo que pasa es que creo que tu memoria ha seguido trabajando conmigo desde entonces.
-Y la tuya me ha hecho desaparecer.
-No, desaparecer, no, ya ves que recuerdo que tuve una pajarita roja, que ya no la tengo, que se la regalé hace mucho tiempo a una chica que conocí una noche.
-¿Qué haces en Londres?
-Pues... he venido a visitar a alguien.
-¿Dónde paras?
-No. No paro. Voy de aquí para allá.
-¿Te hace mal recordarme?
-No te recuerdo.
-¿Te hace mal no recordarme?
-Discúlpame, recuerda que llevo prisa.
Related Posts with Thumbnails