martes, 3 de noviembre de 2009

-Ay, cómo duele que no te dejen.

-Dice que me traicionó porque intentó traducirme. La muy traduttora traditora.
-Es inevitable traicionar si traduces, te lo digo yo, que no sé idiomas cuando me quito la ropa.
-Y era imposible -su palabra favorita- entenderme si no me pasaba a su lenguaje. Decía que sólo nos entendíamos cuando hablábamos el idioma universal, ese que por puntos finales pone orgasmos.
-Aún así se fue a escribir -o a leer- con otro.
-Siempre fue un culo inquieto. Ahora hay otro más que lo sabe.
-Ay, cómo duele que te dejen.
-Siempre fue un culo inquieto: nunca me dejó poner un punto final allí dentro.
-Ay, cómo duele que no te dejen.
-Cómo y cuánto.


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