jueves, 10 de diciembre de 2009

-Kafka otra vez.

Dónde van los hombres, corren sin ver
buscan una casa donde secar su piel.
  ¿Dónde va la gente cuándo llueve? 
  Miguel Cantilo
-En el metro me ocurren historias que se bajan a encontrame.
-Un poco facilón el arranque, ¿no?
-Puedo intentar decirlo de otra forma, pero lo que me pasa en el metro es que me bajo a historias que pasan por debajo de la realidad. O que están metidas en otra realidad más viscosa o más esquiva. Como un órgano metiéndose y hurgando en otro órgano que por un lado parece apropiado para contenerlo, y a la vez parece apropiado para cercenarlo, o para deformarlo para siempre. Y no sé si yo soy el órgano que se introduce o el que recibe.
-¿Has estado viendo porno?
-La gente llevaba empapada todo el día. La lluvia caía igual de lenta desde hacía tres días. Estaba quedándome solo en el vagón. Pero no estaba solo. Lo que ocurre es que uno en la otra punta parecía condenado a dormirse hasta el fnal del trayecto. Y había otra, algo más cerca, condenada a no mirar a ninguna parte, como eludiendo cualquier posibilidad de invitar a nadie a malinterpretarle un destino viscoso en la mirada.
-Viscoso, otra vez viscoso. O tu historia resulta muy viscosa o muy decepcionante.
-El único que me enfrentaba con todo el cuerpo y con su mirada era el señor que ya no cumplia los setenta que tenía exactamente enfrente, separados sólo por el pasillo y por una herrumbrosa niebla que sólo los dos podíamos apreciar. Condenados también, a apreciarla. Estábamos metidos en esa otra realidad de la que te hablaba. Metidos desde no sé cuantos kilómetros o minutos. El metro hacía lo que tenía que hacer. Parar en las estaciones. Abrir las puertas. Cerrarlas. Avanzar. Pero el señor y yo no podíamos más que desatender al mundo. Era condición necesaria para que él fuera transformándose en otro y para que yo atestiguara esa transformación.
-Kafka otra vez.
-Decir que lo que ocurrió fue una metamorfosis es arriesgado. Cuando el por lo menos septuagenario acabó de mutar seguía siendo él. En apariencia y en su apariencia nada había cambiado. Pero el que se bajó en Gran Vía no era el mismo anciano que se había subido en Chamartín. Había pasado el tiempo del último tren del día.
-Es decir: no pasó nada.
-No pasó nada. Sólo que probablemente él ahora esté contándole a un amigo o a su esposa o a una amante o escribiéndose a sí mismo, lo que le ocurrió en el metro conmigo. O muriéndose.
-No sé si llamarla viscosa.

3 comentarios:

  1. Feliz Navidad igualmente, pásalo bien en compañía de tus seres queridos.

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  2. No uso el trasnporte público, vivo en un pueblo y tengo necesidad de utilizarlo de forma habitual, pero cuando lo hago, mientras espero la llegada del tren, observo. Me necanta observar. Y me sorprendo de ver a tanta gente apresurada, total para llegar a algún lugar que no desean.
    Si es así ¿para qué correr tanto?
    Que tengas buenas noches

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  3. Madison. Bueno, a lo mejor, algunos, se dan prisa para llegar a un lugar al que sí desean llegar. Que tengas buenos días.

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