miércoles, 2 de diciembre de 2009

-Te escucho.

-Tanto tengo por olvidar, que preferiría que mi memoria me jugase alguna mala pasada.
-La gata sí que me ha jugado una mala pasada anoche.
-Perdona, ¿has registrado la frase que te acabo de decir?
-Sí. Que te gustaría que la memoria te jugase una mala pasada.
-Que mi memoria me jugase una mala pasada.
-Sí, la he captado, la he entendio, me ha gustado.
-A veces, esa ansiedad por contar lo que te parece importante, o trascendente, o divertido, hace que tu oído baje su nivel de registro, digamos. Sólo te escuchas a ti.
-No creo que eso sea así. Pero intentaré estar más atento, más atento aún, a tus frases importantes, o trascendentes o divertidas. Y además prometo enfatizar mi interés por las mismas.
-Déjalo. ¿Qué te ha ocurrido anoche con la gata?
-¿Quieres que te lo cuente? ¿Realmente estás interesada? Puedo no contártelo. Tengo otras vías de escape para las cosas que tengo por decir. El blog. Mis apuntes. La novela. En fin.
-Soy todo oídos.
-¿Todo o toda? Has dicho todo.
-Te escucho.
-Me levanté de madrugada. Eran las cuatro. Cuando enfilé el pasillo en dirección al cuarto de baño, los diamantes de la gata me miraron desde el final. Enseguida me sobresaltó el pensamiento: pensé en cómo algo tan entrañable y querido, puede volverse amenazador, inquietante, inseguro. Todo depende de la luz. De la incidencia de la luz. Es como escribir. Por el día, los ojos de la gata hubiesen activado mis ganas de acariciarle la cabeza. En la oscuridad de las cuatro de la mañana, me frené en seco. Manoteé la pared buscando el interruptor. Cuando conseguí dar con él, la repentina luz pareció desilusionar a la gata. Sus pupilas se expandieron. Desapareció por la cocina. A mí se me atragantaron las ganas de hacer pis. Volví a la cama. Tú dormías como un tronco. Me daba miedo que despertaras. El corazón se me salía por la boca. Y parecía que también se me salía por otra parte. Pero era pis, no sangre lo que  se agolpaba allí. Fue, también, en cierto modo, un momento erótico. Estabas preciosa así. Dormida.
-No sé cómo tomarme eso.
-Estabas preciosa. Soñando cosas que te escribieron la frase de la memoria. Tanto tengo por olvidar, que preferiría que mi memoria me jugase una mala pasada. ¿Era así, no?


martes, 1 de diciembre de 2009

-No es poco.

-Tal vez pienses que es una carga demasiado pesada, andar por la vida con los párrafos de tu autobiografía que jamás escribirás en tu autobiografía.
-Tal vez lo piense, pero no lo pienso aún.
-No temas: tengo las espaldas anchas. Y la boca cerrada como una tumba.
-Busca otro símil: no hay nada más fácil de profanar que una tumba.
-Tengo las espaldas anchas. Y la boca cerrada como esa parte de ti.
-Tu sentido del humor me pone de buen humor. O, en el peor de los casos, me hace perdonarte y perdonarme mientras te sonrío la gracia.
-No es poco.
-No. Tú sabes que no es poco. Y cualquiera podrá leerlo en mi autobiografía. Mi amor.


viernes, 27 de noviembre de 2009

-Ay, tus silencios.

-Diga.
-Hola.
-Diga.
-¿Cuántas palabras, después de hola, tengo que decir para que me reconozcas?
-¿Quién eres?
-Soy aquella.
-...
-No cuelgues.
-Perdona, pero o me
-Diez años.
-¿Qué?
-Casi diez años.
-...
-Te he hecho sufrir demasiado como para que me hayas olvidado.
-Mira, no voy a seguir.
-También ha sufrido tu ex. Pero a ella le he perdido la pista. Como tú se la has perdido.
-¿Qué quieres?
-Uf, esperaba que me hicieras preguntas más interesantes. Tú, un guionista. Un dialoguista. A ver si con el correr de los minutos...
-No me interesa hablar contigo.
-Volver a hablar contigo. No es un mal título para una serie. O para un blog, como ese que tienes.
-...
-Ay, tus silencios.
-No voy a entrar otra vez en tu juego.
-No te engañes: nunca has salido de mi juego. Este intervalo. Todos estos años, también son parte del juego. Un juego paciente. Los paréntesis contienen algo. Forman parte del ritmo. ¿Te gusta cómo hablo ahora? Me he cultivado. Me he cuidado. Los paréntesis contienen algo. Ya no tengo para ti sólo el registro erótico que derivaba en soez, cada tarde. El registro que tanto te gustaba. Que tanto decías que no te gustaba.
-No necesito escucharte. Todo ha cambiado.
-Sí, es verdad. Toda ha cambiado tanto. Ahora estás deseando tener fuerzas suficientes, fuerzas apropiadas para colgar.
-Oye...
-...
-Oye, ya está, ya has hecho todo el daño que podías. Ya no puede dolerme que vuelvas.
-Vas mejorando, sí. Esta conversación está siendo grabada, como te dicen cuando llamas al banco. Luego, esta conversación será transcrita. No suspires. No cuelgues.
-...
-¡No cuelgues, cabrón!
-Te has cultivado, sí.
-No cuelgues. Debo pedirte algo.
-No, no debes pedirme nada. No debo darte nada.
-No cuelgues.
-...
-Te lo ruego.
-Voy a colgar.
-Sí, lo sé. No has cambiado nada.
-...



martes, 24 de noviembre de 2009

-Más oscuros.

-Cuando volví a verla, en uno de mis viajes al regreso imposible, en pleno necio empeño por recuperar lo para siempre perdido, cuando volví a verla, quiero decir, es decir: no quiero decir pero aun así digo, porque le va muy bien a mi melancólico estilo, cuando volví a verla después de tanto no haberla visto, ni extrañarla, cuando volví a verla ella tenía los dientes más oscuros.
-Más oscuros.
-Sí. O sólo más borrosos. Más borrosos que entonces.
-El sarro o la niebla.
-Cuando volvimos a vernos, estábamos a ambos lados del sarro o la niebla. Su sonrisa, paradógicamente, fue lo que me impidió dilucidarlo. Quise consolarme desesperadamente creyendo que era la luz, incidiendo malevolente sobre ella. Sobre nosotros. Pedí otro café esperanzado en que el tiempo cambiara la luz. Pero el tiempo no cambia.

lunes, 23 de noviembre de 2009

-Mi sentido pésame.

-Se trata de una especie de monólogo.
-Qué interesante.
-Un desvarío. Es un director joven. Un debutante. Los jóvenes debutan. Lamentablemente no pueden librarse de hacer algo por primera vez. Después, todo es, como mucho, por segunda vez.
-...
-Pretende que me pregunte en voz alta, que hable estúpidamente sola, en la soledad de mi habitación barroca, que es donde se supone que las actrices ancianas viven después de los setenta. Mi cama con donceles corroídos. Reflexionando en voz alta, diciéndoselo a nadie, preguntándome si el tiempo pasa o se queda.
-Qué interesante.
-Joven, por favor, no repita lo interesante que le parece la memez de escena que me han propuesto.
-Si no entiendo mal, usted haría de usted.
-Hacer de uno mismo sin resultar patético es un desafío que los actores suelen perder.
-Tómeselo como un homenaje en vida.
-¿En vida?
-Quiero decir que es bueno que una gloria como usted sea reconocida como tal mientras aún
-Puedo permitirme el lujo de decir que no. Siempre podré hacerlo. Aun agonizante podré negarme. Tengo setenta y cinco años y aún muchas erratas por cometer. Si me permite que se lo diga, joven.
-Por supuesto. No quisiera que me malinterpretara.
-Entre mis piernas se ha alojado lo más alto de los barrios bajos y lo más bajo de los barrios altos.
-...
-Ya sé que no viene a cuento. Simplemente se me acaba de ocurrir. Bueno, anoche. Y como usted suele apuntar lo que digo...
-¿Podría repetírmela?
-Entre mis piernas se ha alojado lo más alto de los barrios bajos y lo más bajo de los barrios altos.
-Es muy buena.
-Sí, sigo siendo muy buena en la cama.
-No, perdón, quiero decir la frase. Debería haberla incluído en su libro de memorias.
-Prefiero olvidar mis memorias, así como mis admiradores me han olvidado. O muerto.
-Paciencia. Hay libros que necesitan tiempo.
-Si algo tiene la autobiografía de una actriz de mi edad, es tiempo.
-Está usted sembrada.
-Será la muerte de mi gata, que me ha dejado una melancolía inspiradora antes de irse.
-¿Su gata ha muerto?
-Por eso mi secretaria no está. Ha ido a llevarla al veterinario. Ellos se encargan de deshacerse del cuerpo. No sé qué harán con él. ¿Por qué nunca pregunta por ella?
-Pues... no lo sé. Supongo que al estar casi siempre oculta, su gata
-Por mi secretaria, joven, ¿por qué nunca pregunta por mi secretaria?
-Pues...
-Su interés por ella es evidente. Tan evidente como su torpeza.
-Mi sentido pésame.
-Bobadas. Vivió muchos años. Fue serenamente feliz.
-De todos modos, lo siento.
-Ella volverá en una media hora. No hace falta que hablemos, mientras tanto.
-Bien.
-Tal vez si el director cambiara el texo, si me hiciera decir algo que valiera la pena, si comprendiera lo grande que soy, le diría que sí.


viernes, 20 de noviembre de 2009

-20 N.

-Veinte veces ene.
-Veinte veces No.
-Veinte enes enésimas.
-Veinte ene dos muertos.
-Españoles Franco y el Primo han muerto.
-Veinte N No te noviembres ni te caudilles.
-Veinte enemas.
-Veinte enemas más veinte.
-Veinte o no te vengas.
-Noviembre 20.
-Hace veinte noviembres.
-Noviembres veintes.
-Veinte vientres en noviembre.
-¿Veinte?
-Veinte.
-Ya serán menos.
-Ya son menos veinte.
-¡Cómo pasan los noviembres!
-De veinte en veinte.
-Veinte valles de los caídos noviembres.
-Veinte caídos veinte veces en más de veinte noviembres.
-Veinte noviembres caídos en el valle. 
-20 N.

jueves, 19 de noviembre de 2009

-No te prometo nada.

-Prometo no enumerarte la cantidad de promesas que no he cumplido.
-Empieza.
-Incumpliré la promesa de no prometerte nada bueno.  Bueno, o nada malo. Prometo discernirlo antes de prometértelo. Prometo no escribir símiles entre hojas y promesas, ambas otoñales. Las promesas son arrastradas por el viento. Prometo esperar a que amaine y recogerlas todas, menos las que se hayan perdido alcantarillas abajo. Prometo mudarlas a tu casa. Eso si rompes tu promesa de no confiarme tu nueva dirección. Si lo haces, prometo no molestarte de madrugada. Avisar antes de ir. No tomarme a mal tu negativa de recibirme. Prometo no partirle la cara en más de cuatro partes a la nueva promesa que se acuesta contigo. Prometo no establecer una relación que te obligue a prometerme que te comprometerás a recordarme las promesas incumplidas. Promete que me dajarás un mensaje en mi teléfono. Un comentario en esta entrada. Un silencio prometedor para escuchar en el instante previo a meter la llave. Girarla. Salir a la calle. Prométeme que me devolverás lo que no me debes. Prometo no volver a prometerte que me encargaré de que siempre recuerdes que toda promesa es vana. Que todo cuanto prometí y dejé de prometer configura la promesa de ser el hombre prometido de una mujer prometedora. No hagas promesas que vayas a cumplir. Prométeme que no volverás a mentirme con tu promesa de no volver a saber de mí jamás. Promételo.
-No te prometo nada.
-A ver si no es verdad.


martes, 17 de noviembre de 2009

¿Qué fue de ella?

-Me gustaba tenerla en la puta de la lengua. Me cobraba como si la tuviera viperina. La suya era la lengua más cara del mercado. Tenía las papilas aseguradas. Una lengua que te indicaba la puerta de saliva por la que no te quedaba más remedio que entrar. El resto te prohibían el beso en la boca. Ella te regalaba displicente el resto. Pero ni aun cuando explorabas otras partes con otras partes podías separarte de su aliento.
-Yo nunca fui de putas.
-Yo tampoco fui de más de una. Una lengua para jugar con el lenguaje. Una lengua donde la humedad nunca secaba.  Después de quince minutos te dejaba la lengua medio inútil, como cuando comienza a pasar el efecto de la anestesia del dentista. Hablabas con dificultad, aunque lo último que querías al salir de su boca era emitir sonido alguno.  Algunas veces, al irte, caías en la cuenta de que sólo las lenguas se habían encontrado. El desnudo había sido inútil.
-¿Qué fue de ella?
-La lengua ahora sólo lame la mano que le da de comer. El tópico del amor que redime a la lengua que lame los billetes de cualquiera se cumplió con ella. Dicen que el tipo la trata como a una reina. A cambio de que cada tres o cuatro noches se deje tratar como una puta.
-¿Crees que ha hecho un buen negocio al dejar el negocio?
-No lo sé, hace dos años que no hablo con su lengua.


jueves, 12 de noviembre de 2009

-Las guardo.

-Cuando vuelvo a ver su cara entre las de la gente, en el aeropuerto, apareciendo después del viaje. De regreso. Después de quince años juntos y de tantos viajes sin mí. Lo veo y lloro otra vez. Cada vez.
-Cuando mi hija me enlaza imprevistamente con los brazos y las piernitas. Sin venir a cuento me susurra al oído que me quiere. Dice te quiero como yo nunca se lo he dicho a mi madre. Sabedora del efecto que causa. Le gusta hacerme llorar así. De amor.
-Y río después, cuando nos abrazamos y el llanto se va retirando. Y ya no vuelvo a llorar hasta el próximo reencuentro en el aeropuerto. No lloro cuando se va. No río mientras no está. Y tarda quince días en borrárseme la sonrisa cuando compartimos todos esos días. Borrárseme, qué tonta.
-Y río cuando miro en sus ojos que mi niña ha conseguido su propósito. Y río más aún cuando ella ríe al confirmar que mis lágrimas están rodando.
-Y cuando estoy sola y me acuerdo de él. Ni río ni lloro.
-Y cuando la imagino repentinamente muerta. Muerta de una muerte estúpida que debería penalizar a la muerte para siempre, se me congelan todos los fluídos y los gestos. Ni río ni mar.
-Basta...
-Sí.
-¿Te importa que quitemos las fotos de ahí?
-Sí, mejor. Pero no las tires.
-Las guardo.
-Sí, guárdalas. Y dime dónde.
-Claro.


-Es lo que hay.

-¿Has acabado?
-Sí.
-Pues ahora escucha. Sólo escucha. No me interrumpas. No hables. No pongas caras. Sí, tú, tú pones caras. ¿Ves? Mírate. ¿Para qué tenemos tantos espejos? Atraviesas con cualquier incomodidad mi discurso. Pones piedritas cuando ando descalzo. Clavos cuando me pongo las botas. Revoloteas tus pupilas a la menor ocasión. Ante mi mejor ocasión. Eso, esa forma de preguntarte con los ojos cómo es posible que te esté diciendo algo semejante. Esos tics actorales. ¡No pongas caras! Esos tics con los que siembras tu contraataque. Calla. Calla de todas las formas posibles. Ni siquiera asientas en silencio. Te lo pido por favor.
-...
-Me gustas cuando eres savia. Pero sólo savia con uve. Cuando te crees sabia con be, eres necia con todas las letras.
-...
-Sólo quería decir eso sin ser interrumpido de ninguna de tus maneras.
-Esperaba algo más. Algo mejor. La ve, la ube, tus jueguitos de siempre...
-Es lo que hay.
-¿Has acabado?
-¿No se nota?


miércoles, 11 de noviembre de 2009

-No sé cómo seguir.

-Cuando Gregorio Sánchez no se despertó mañana alguna acompañado de la preciosa mujer con la que había anochecido las últimas mil y una madrugadas después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto que había olvidado el plural aprisionado entre la lycra roja y la piel de la ropa interior que cerró la puerta por fuera. Estaba tumbado sobre su espalda dura...
-¿Pasa algo?
-No sé cómo seguir.
-Te comprendo. No tiene nada de kafkiano: Si a mí me hubiera abandonado una cucaracha tan bella -en tantos sentidos- tampoco sabría cómo seguir.

viernes, 6 de noviembre de 2009

-No supongas.

-Para arrepentirme debería recordar. Sé lo que hice antes y lo que hice después.
-Ya te hemos dicho el durante.
-No recuerdo haberlo hecho.
-Para eso hemos vuelto a tu casa. ¿Recuerdas haberla arrastrado hasta aquí?
-Puede que haya ocurrido otra cosa. Un accidente que me exculpe. Que me exculpe un poco. No recuerdo haberla extrangulado.
-No te he preguntado eso.
-Sí, recuerdo que la arrastré hasta aquí.
-Hasta dónde exactamente.
-Hasta aquí, hasta el baño.
-¿Dónde la dejaste?
-Aquí dentro.
-Exactamente.
-Tumbada aquí, a lo largo de la bañera. Aquí.
-¿Con la cabeza hacia este lado?
-No. La cabeza aquí, las piernas hacia allí.
-¿Cómo estaba ella?
-No lo sé. Desvanecida, supongo.
-Me refiero a si estaba vestida o
-Desnuda, desnuda. Ya le dije que acabábamos de hacerlo.
-Pero no me dijiste si estaba desnuda o vestida.
-Desnuda. Completamente.
-¿Y tú?
-También.
-¿También qué?
-También estaba desnudo.
-¿Dónde estabas?
-Aquí.
-¿De pie?
-De pie. Después me agaché. Intenté rea
-¿Qué le cortaste primero?
-¿Qué?
-¿Qué le cortaste primero?
-No lo sé.
-Te agachaste para algo, ¿no?
-Sí. Tal vez para
-Habrás comenzado por alguna parte.
-La mano, supongo.
-No supongas.
-Quiero colaborar, pero para arrepentirme debería
-Me da igual que te arrepientas.
-A mí no.
-A tu novia sí.
-No éramos novios, exactamente.
-Limítate a contestar lo que te pregunto.
-No lo recuerdo todo.
-Limítate a recordar lo que te pregunto.
-Le cogí la mano... la apoyé aquí, en el borde de la bañera y con el cuchillo grande le
-¿Cuál de estos dos?
-El grande?
-¿Cuál es el grande?
-Este, el de la hoja ancha.
-...
-Luego
-¿Luego de qué?
-Luego de cortarle la mano. ¿Podemos parar un momento?
-¿Para qué?
-Me cuesta mucho esto. Me cuesta mucho recordar.
-¿Recordar qué?
-Por favor...
-Paramos tres minutos.
-...
-Exactamente.
-¿Puedo fumar?
-¿Fumabas mientras la cortabas?
-¿Eh?
-Que si fumabas mien
-No. Nunca fumaba en casa.
-No puedes fumar.

martes, 3 de noviembre de 2009

-¿Hoy cumples años, o algo así?

-A incierta edad uno acaba por saber que toda alegría es un sistema de calefacción de esos que van por debajo de los suelos. Cuando se enciende la alegría subterránea, también lo hace la tristeza que pisa la alfombra del salón. Entonces uno es el relleno de un sandwich de calidez. Allí envuelto, derritiéndose con su media sonrisa sobre el sillón. Se empastan alegría y tristeza, moldeando al instante un recuerdo que no te hace saltar ni las lágrimas ni la risa. Uno se acuerda de cuando a una incierta edad la melancolía parecía no existir. O existía pero no parecía melancolía. O era una melancolía bebé, dulcemente embaucadora. Ahora uno sonríe por motivos inconfesables, y se entristece por cuestiones que mejor no confesar para evitar enredarse en explicaciones que lo sacarían de este estado que tantos años pasados le ha costado conquistar.
-¿Hoy cumples años, o algo así?
-No. Cumple días la memoria del amor, supongo.
-Ah.


A cierta edad uno aprende que cualquier alegría aviva los rescoldos de la tristeza y que la melancolía envuelve los raptos jubilosos. A estas alturas uno se alegra con pequeñas cosas y se entristece por cosas que a casi nadie importan. 
 Daniel Domínguez.
http://laescueladelosdomingos.blogspot.com/search/label/Antonio%20Lobo%20Antunes

-Ay, cómo duele que no te dejen.

-Dice que me traicionó porque intentó traducirme. La muy traduttora traditora.
-Es inevitable traicionar si traduces, te lo digo yo, que no sé idiomas cuando me quito la ropa.
-Y era imposible -su palabra favorita- entenderme si no me pasaba a su lenguaje. Decía que sólo nos entendíamos cuando hablábamos el idioma universal, ese que por puntos finales pone orgasmos.
-Aún así se fue a escribir -o a leer- con otro.
-Siempre fue un culo inquieto. Ahora hay otro más que lo sabe.
-Ay, cómo duele que te dejen.
-Siempre fue un culo inquieto: nunca me dejó poner un punto final allí dentro.
-Ay, cómo duele que no te dejen.
-Cómo y cuánto.


lunes, 2 de noviembre de 2009

-Lenta.

-Día de los muertos.
-De algunos muertos.
-De según qué muertos.
-A otros, que les den. Sí.
-Días de nuestros muertos, los que no pueden descansar en paz -no consiguen simplemente morirse, como debería ocurrir- porque sin la parca no hay recuerdos que pervivan.
-Necesitamos a la muerte para que los muertos no se olviden de nosotros.
-No me ponen triste estos días de sembrar flores en los mármoles. La constancia que dejan cada año los telediarios y los calendarios. Me entristecen aquellos días en los que recuerdo que ayer no me acordé de mi padre, por ejemplo. Me pone triste comprobar que no pude sostener -un día más- la aseveración -mentirosa, entonces- de que no pasa un día desde el de su muerte en el que no me queme un puntito de piel con la chispa del recuerdo de mi viejo.
-No te pongas así.
-No estoy triste. Hoy no.
-Larga vida al rocanrol y a nuestros muertos queridos.
-Larga vida al jazz y a nuestras queridas muertas.
-Muerte al jálouen.
-Lenta.


viernes, 30 de octubre de 2009

-Hay días en los que a uno le apetece despertar lo menos posible.

-Me dijeron que hay gente -poquísima- que puede morir de la angustia que le provocan las pesadillas que no puede evitar soñar.
-El sueño de la razón produce monstruos. Ya lo dijo... alguien antes que yo.
-Es una enfermedad mortal. Como la vida. Como algunas vidas. Pero esta enfermedad te garantiza morirte de miedo. O de pánico. No sé cuál es la más alta gradación del miedo. Morirte del miedo más alto. Soñar despierto con no tener sueño. Terrible.
-Hay días en los que a uno le apetece despertar lo menos posible.
-Pues hay que irse a la cama con un background muy extenso, entonces. ¿Cómo es la vigilia de esos soñadores de pesadillas asesinas? ¿Soñarán despiertos con que el sueño no los venza? Casi tan terrible como dormir. No hay diferencia. A veces no hay diferencia entre vivir, dormir, soñar y no despertar. Que toda la muerte es sueño, y los sueños sueños eran.
-Para enfermedad terrorífica, la inmortalidad.
-De buena nos ha librado el creador -con C mayúscula- al habernos creado mortales.
-¿Qué creador?
-Da igual, no me jodas los finales de exhuberantes aires bíblicos.
-Perdón.
-Voy otra vez. De buena nos ha librado el creador -con C mayúscula- al habernos creado mortales.


martes, 27 de octubre de 2009

-Acabemos con este duelo.

-Era una actriz de poca monta. Todos estaban de acuerdo en eso, menos quienes habíamos pasado por su cama.
-Ocultaba sus defectos desnudándose.
-Ahora prefiero las que saben vestirse. Ésas son las que te hacen abandonar tu abandono.
-Hace años que no parto hacia una mujer. Me cansa moverme.
-A mí también. Pero tendrá que haber alguna que haga que canse más esperarla que correr a su encuentro.
-Acabemos con este duelo.
-¿Quién se ha muerto?
-Este duelo entre lamentables espadachines que somos. Tirándonos a matar frases a cuál más efectista. No matan a nadie. Son frases con la punta de la espada redondeada. Con el corchito en la punta.
-Recursos, amigo. Nunca minusvalores los recursos.
-Tonterías.
-¡Touché!
-Qué touché ni que hostias.


lunes, 26 de octubre de 2009

-Qué tema el retrogusto.

-El retrogusto son aquellos sabores que no recuerdo. O los vinos que nunca bebí. O el recuerdo de una botella vacía que -no sé muy bien por qué- el contenedor de los cristales decidió que era mejor no beberse.
-Yo recuerdo perfectamente los tamaños, colores y formas de la mujer con la que consumí mi borrachera de tetrabrick, aunque no recuerdo si -antes de no desnudarse- me quitó la ropa para que mi mona durmiera.
-Es imposible que tengamos tan semejantes retrogustos semejantes: somos semejantes, pero no tanto.
-Efectivamente, no somos tantos. Pero tampoco somos tan pocos.
-Qué tema el retrogusto.
-Si lo llego a saber, me lo bebo todo sin respirar. Sin volver a respirar.
-El retrogusto: ese gusto que ya no tenemos, porque uno, con el tiempo, cambia más que el vino.
-Tenemos que aprender a beber como cuando éramos abstemios.
-¿Estás seguro? ¿Qué será de este blog, entonces?
-¿Y antes de entonces, eh, qué será de este blog antes de entonces, cuando creíamos que el retrogusto era el eterno retorno de las faldas plisadas?
-Un placer.
-El retrogusto es mío.
-...O era.

-Tu amigo el boxeador.

-Mi amigo boxeador, a principios -a mediados también- de los años noventa, me enviaba desde Buenos Aires cintas de casete grabadas con su voz medio naturalmente hecha mierda, medio artificiosamente hecha mierda. Mensajes larguísimos -una vez me llegaron de una tacada tres cintas de noventa minutos- en las que me contaba lo que le venía a la cabeza, que era siempre -exactamente- lo que a mí me venía al corazón.
-Tu amigo el boxeador.
-Al que intimamente tanto envidias. No sé por qué.
-Ni yo. Siempre perdía sus peleas.
-Prácticamente todas. Me pegaron hasta en los recuerdos. Me pegaron hasta en el apellido. Me pegaron hasta en la memoria. Siempre me decía una o más de una de estas frases. Nunca le grabé una cinta. Yo le devolvía cartas que me iba a escribir al macdonals de Gran Vía y Montera. Odio los macdonals -¿por eso lo escribo así?-. Ahora. Le escribía cartas de un folio apenas. También hablábamos de vez en cuando, de bimestre en bimestre, por teléfono. Siempre era yo quien lo llamaba, desde una cabina. Juntaba monedas de cien pesetas, que alcanzaban para hablar bien poco. El que se quedaba con la palabra en la boca, siempre era él.
-...
-Conservo sus cintas -sesenta y dos-. Todas. Incluso la última. En la que nada me decía acerca de que sería la última.
-...
-Diez años. Más o menos. Cada tanto vuelvo a marcar su número de teléfono. El que fuera su número.


miércoles, 21 de octubre de 2009

-¿Qué será lo que busca el nadador que no para de nadar?

-El nadador parece estar hecho un mar de dudas. Sabe que uno no se baña dos veces en la misma piscina. Por eso no deja de entrar en sucesivas albercas que forman el río que Heráclito -que no vivía en un barrio acomodado de las afueras- y constructores y arquitectos del sueño americano –y de la siesta española- han trazado para él.
-¿Qué será lo que busca el nadador que no para de nadar?
-No parar de nadar. Eso busca. Porque sabe –lo sabe desde que se lanzara a las aguas de la primera piscina- que cuando salga del último de los estanques de la decadencia y llame a las puertas de su casa, nada –de nadar en la nada- de lo que había entonces saldrá a su encuentro.
-A mí me parece que Cheever está sobrevalorado.


-El lugar esquivo de tu cerebelo se llama cama.

-En un lugar de mi cerebelo, de cuyo nombre ya no consigo acordarme por mucho que lo intento, no hace muchas mañanas amanecía una moza que por toda armadura poseía una piel dormida sin recelos.
-El lugar esquivo de tu cerebelo se llama cama.
-Gracias.

martes, 20 de octubre de 2009

-¿Desatascar?

-No quieres saber lo que me pasa. Tampoco quieres que te lo oculte. Haga lo que haga, te molestas. Te enfadas. Te cargas todas las normas de entendimiento. Los ordenamientos que rigen las discusiones. El reglamento de la convivencia. Te vuelves insoportable. Ni comes ni dejas comer. Estoy atrapado en tu histeria. No entiendes ni quieres entender. Olvidas quién eres. O quizá es que sólo entonces, en el punto culminante de estas desquiciantes divergencias, eres completamente tú. No lo sé. El resto del tiempo, luchas contra ti misma. Tampoco quieres dejar de intentarlo. Tal vez porque sabes perfectamente quién y cómo eres. Insoportable.
-¿Literalmente, se lo dijiste literalmente?
-El concepto. El concepto era ese.
-¿Y ella qué contestó? Lo más literalmente que puedas, por favor.
-¿Eres víctima o victimista? Y yo: No entiendes nada. Y ella: ¿Histérica yo? ¿Tú recuerdas la semana que me diste cuando no encontrabas el sinónimo de desatascar que buscabas?
-¿Desatascar?
-Literalmente.
-No termino de comprenderte.
-Me da igual que no me comprendas. Son planos diferentes. A ti puedo mandarte a la mierda. Tú puedes mandarme a la mierda. Lo que se juega en la pareja no se juega en el plano de nuestra amistad. Mas-cu-li-na, además. Lo mismo ya no es lo mismo si te lo cuento a ti. Si me escuchas tú y no ella. ¿Es necesario que te aclare estas obviedades?
-Obviedad no tiene plural.
-Joder.
-¿Cómo acabó todo?
-Le dije que seguía teniendo unos pies preciosos.
-¿Así, sin venir a cuento?
-¿Que no venía a cuento? No entiendes nada.


lunes, 19 de octubre de 2009

-Pobre mujer.

-A mí sólo  me pega mi marido.
-Es una frase demasiado jodida. Empieza por contar otra cosa, y si eso, ya la cuelas promediando el relato. Esas cosas que haces, y que hacen creer a algunos -entre ellos a ti mismo- que eres bueno escribiendo diálogos.
-A mí sólo me pega mi marido.
-Y dale.
-La escuché yo. En su habitación. Me la dijo a mí. Mientras volteaba la foto de la mesilla -parte del ritual-. Te lo juro.
-¿Ibas a pegarle?
-No, idiota. Fue una advertencia. Por si se me ocurría. Una especie de declaración previa. Un preámbulo. Un aviso antes de empezar a quitarse la ropa.
-Pobre mujer.
-Eso pensé. Pobre mujer.


-No puedes necesitarlo.

-No lo consigo, papá.
-Tápate, hija.
-Perdona.
-Debes ocuparte más de ti. Estar pendiente de ti. Mírate.
-Me sé.
-¿Qué?
-No necesito mirarme.
-Deberías volver a vestirte. Vestirte y salir a la calle. Como si alguien te esperara. Como si alguien esperara verte bien. Debes dar señales de vida.
-Deberías oirte.
-Sólo quiero lo mejor para ti.
-Lo sé.
-Paciencia. Tiempo.
-No es eso. Sé lo que me falta.
-No puedes necesitarlo, hija.
-Crees que no debería necesitarlo, pero es lo único que me falta.
-Tienes todo el tiempo del mundo para recuperarte. La experiencia del secuestro ha sido terrible. Todos lo sabemos. Tu madre. Yo. Tienes toda nuestra comprensión.
-Lo tengo todo menos lo que necesito.
-No puedes necesitarlo.
-Cada día más.
-No puedes necesitar a ese hombre.
-Cada día.
-Ya han pasado seis meses. Tienes todo el tiempo del mundo, pero ya han pasado seis meses desde que pagamos el rescate. 
-...
-¿Cuánto tiempo necesitas para ponerte a olvidarlo, para comenzar a intentarlo, para volver ?
-Papá...
-Tápate, hija, por favor.
-Perdona.


jueves, 15 de octubre de 2009

-Sólo en algunos.

-Aprendiendo la vida en ninguna parte. Lecturas. Experiencias. Susurros. Imágenes. Genética. Malas canciones de compositores que predican con el mal ejemplo haciendo buenísimas pésimas canciones.
-Y hojas parroquiales cayendo del árbol de la vida sobre la acera del otoño.
-También.
-Blogs sobre sexo. La sensibilidad de los pezones derechos para los diestros y los izquierdos para los siniestros. La larga y corta cuestión del tamaño de los miembros masculinos de la Asociación de Damnificados por las Miradas Femeninas. La postergación de la eyaculación precoz para tiempos mejores. Etcétera.
-Etcétera, sobre todo.
-La vida está en todas partes.
-En la tele.
-Sobre todo.
-Y en los sobretodos.
-Sólo en algunos.

-De la última cena.

-No conduzco por carretera alguna sacando el brazo por alguna ventanilla.
-La publicidades tienen un lejano parecido con la realidad remunerada de los publicistas de éxito.
-Yo me creo que bebiendo ese whisky las mozas me merodearán.
-No me cabe ninguna duda.
-No hay más que comprobar el poder limpiador del lavavajillas a quien nadie es capaz de distraer de tan concentrado que está en lo suyo.
-Limpiando los restos.
-De la última cena.

miércoles, 14 de octubre de 2009

-Esto no lo lee nadie.

-Preferiría no hacerlo.
-Pues no lo hagas.
-Me obligo a tres o cuatro por semana.
-Esto no lo lee nadie.
-Gracias.
-Nadie echará de menos no encontrar nada hoy.
-Ni ayer, ni anteayer.
-Eso es. Nadie echará de menos no volver a encontrar nada.
-Creo que alguien, tal vez, perciba la sequía.
-No te preocupes por eso.
-Me preocupa mi sequía.
-Date una ducha.
-Tengo que colgar una entrada. Hoy.
-Escribe lo primero que se te ocurra.
-Siempre escribo lo pirmero que se me ocurre.
-Eso es mentira.
-O lo segundo.
-¿Y el dibujo? ¿La sequía llega a tu tableta gráfica?
-Puedo colgar alguno de los que ya tengo hechos.
-¿Aunque nada tenga que ver con la entrada?
-¿Qué entrada?
-Es cierto.
-Tengo un perrito y una chica desnuda.
-Cuelga la chica.
-Vale.


jueves, 8 de octubre de 2009

-Todas las fantasías sexuales son largamente acariciadas.

-Se trata de una fantasía sexual largamente acariciada por mí.
-Todas las fantasías sexuales son largamente acariciadas. 
-Esta, entonces, amor, muy largamente acariciada.
-Lo del trío ha sido un fracaso.
-Lo reconozco. En parte fue mi culpa, como bien sabes y sé que sabes. En parte por esa chica y su empeño en centrarse en
-Vale, vale. Ya sabes por qué ha fracasado. Por qué todas fracasarían.
-Discrepo, amor.
-El ámbito natural, el lugar sano en el que deben vivir y desarrollarse las fantasías sexuales, ese reducto en el que las largas caricias pueden ir y venir largamente a lo largo, ancho, y dentro de ellas, es, precisamente, el de la fantasía. Parece obvio. Es obvio. ¿Por qué te empeñas en sacarlas a pasear?
-Sólo una. Quiero sacar a pasear una de mis tantas fantasías. Y contigo. Quiero sacarla a pasear contigo. En este caso no habría terceras personas. Ni terceras tetas.
-Es imposibe. Además de ilegal. Es irrealizable. Además de inviable.
-Si irrealizable e inviable no son sinónimos...
-Sabes que me encanta ese lugar. Lo mucho que disfruté cuando estuvimos allí. Lo que significó y significa haber estado en esa habitación. Ese rato ya es inolvidable. Forma parte de la iconografía imborrable de nosotros como pareja.
-Así es. Sólo nos falta hacerlo sobre el diván.
-No puedes estar hablando en serio.
-Estoy deseando en serio, amor.
-Es como allanar la propiedad privada. Allanar la historia. Es como echarle una lata de pintura a la Gioconda.
-Lo dejaremos tal y como está.
-¿Cómo podría quedar como está después de haber follado sobre él? Nada quedaría igual después de eso. Debes admitirlo.
-Siempre alabas la increíble ausencia de arrugas cuando hago la cama.
-Eres muy buena alisando. Soterrando los rastros de la noche. Pero esto es diferente. Es imposible.
-No veo la imposibilidad por ninguna parte. Prometo soterrar como nunca.
-No.
-Conocemos la dirección.
-El número 20 de Maresfield Gardens.
-Los horarios. Tenemos el dinero para viajar. Londres es una ciudad que nos encanta. Disfrutaríamos de nuestra estancia.
-Ni siquiera voy a considerarlo.
-Hampstead es un barrio precioso. Además, podríamos pasar la noche en el museo y por la mañana visitar la parte norte del barrio. Nos debemos una visita a lo alto de la colina de Hampstead Park.
-Jamás accederé a cometer esa locura. Fracasaríamos. Nos frustraríamos.
-¿Qué mejor lugar para frustrarse que el diván de Freud?
-No insistas.
-Tienes la sexualidad aún más pequeña que el sexo.
-¿Eh?


miércoles, 7 de octubre de 2009

-Por fin un juguete roto sin paliativos.

-El boxeador –si es que los boxeadores, como los toreros o los diputados, de algún modo, siguen siéndolo aunque ya no lo sean- es atropellado por un autobús. A la salida de un partido en la cancha de Independiente de Avellaneda. Agoniza largamente sobre los adoquines. Pide que no lo dejen solo. Muere en un hospital del sur de la provincia de Buenos Aires. Fue, a un tiempo, Mono y Tigre. Los señoritos del ring-side lo despreciaban rebajándolo hasta primate. Para ellos era el Mono Gatica. Para la popular, para el pueblo -esa masa deseosa de supuestos malos ejemplos para tomar de ejemplo- en cambio, era el Tigre Gatica. En la memoria popular, paradójicamente, pervive como el Mono. Tal vez porque la derecha, a la larga, siempre se sale con la suya. El Mono fue un juguete roto.
-Por fin un juguete roto sin paliativos.
-Lustrabotas. Empezó peleando por unos pesos rápidas peleas regladas por una ordenación sin cláusulas escritas. Tres rounds en un tugurio, territorio de marineros desgajados del mar y putas adheridas a paredes pintadas de humedad.
-Al grano.
-Cuando le presentaron a Perón, Gatica le dio la mano diciéndole “Dos potencias se saludan”. De la mano del entonces presidente, Gatica llegó a Estados Unidos. Ike Williams lo facturó de vuelta desde el Madison Square Garden estampillándole tres expeditivos sopapos. Perdió el favor oficial, pero no el fervor popular. Escenificó junto a Alfredo Prada -que sí llegó a campeón argentino y que cuando se bajó del ring podía ir al banco a interesarse por sus ahorros- una especie de extraña amistad. En empate cerraron su estadística de golpes: ganaron tres peleas cada uno. Aunque El Mono perdió la última de las seis. Volvió a la villa miseria a empezar a cerrar el círculo. Prada puso un restaurante y le pagó a su viejo rival por dejarse humillar a la puerta del local, exponiéndolo como abrepuertas. Algunos le dejaban unas monedas de propina como antes le  habían dejado insultos y gestos de burlas simiescas desde las filas más cercanas al ring. Otro “amigo”, Martín Karadajián, empresario y luchador que regentaba una troupe de luchadores de catch –toda mi infancia y adolescencia viendo en la tele las peleas de Titanes en el Ring con todo su batallón de luchadores: El Mercenario Joe, El payaso Pepino, el
-Perdón, mejor guárdate a los titanes estos para La hora de la Nostalgia, un blog que, por lo que veo, no deberías tardar en inaugurar. Cómo estamos…
-El fotógrafo oficial de Karadajián y su mundo era el padre de un compañero de clase, a mis diez u once años.
-¿Ya?
-Por otras cuatro monedas, Karadajián representó otra derrota parodiando la parodia del Mono roto. Karadajián le ganó la farsa de pelea. Una inundación se llevó su chabola. El agua de los pobres empeñada en borrarlo todo. El Mono, años después de cobrar por perder, y mientras apenas si ganaba para sobrevivir, murió en la calle. En más de un sentido murió en la calle. El último músculo de su dignidad rogando que no lo dejaran solo. Tenía treinta y ocho años. Seguro que llovía lentamente. Treinta años más tarde, Osvaldo Soriano escribió una semblanza sobre su vida que hay que leer, como todo lo escrito por Soriano.



martes, 6 de octubre de 2009

-Te pongas como te pongas, son juguetes rotos.

-El boxeador le aguantó diez rounds a Alí. Hasta que no se aguantó más en pie. Recuerdo haber visto la pelea por la tele. Antes, le había hecho besar la lona -no pude resistirme a escribir esa expresión- a uno de los más grandes boxeadores de la historia. Poco, pero lo tiró. Lo llamaban Ringo. Encarnaba la versión tópica –muchas veces paródica- del porteño. Un poco la imagen que tienen en España de “lo argentino”. Para ser menos injusto habría que hablar siempre de “lo porteño”. Me parezco poco al boxeador. Pero tal vez lloré cuando ya no se pudo levantar a tiempo. Ringo era de Parque Patricios. Entrenaba en el club Huracán. Yo fui centenares de veces a jugar al fútbol a Parque Patricios, frente a Huracán, del que fui socio durante algunos años. Íbamos a la piscina y después a comer pizza a El Globito. Cerca, en el mismo barrio, con mi amigo, frecuentábamos el cine Rivas. Sesión continua. Ya no está. Ya no están. Ni el cine ni el amigo. Aunque para entonces el boxeador ya no se entrenaba en Huracán, o yo nunca lo ví. Aún no lo habían asesinado.
-Otro juguete roto.
-No exactamente.
-Todos tus juguetes rotos parecen estar en el límite de lo roto, o en el límite de lo juguete. Nunca son exactamente.
-Sí, son tipos limítrofes en más de un sentido.
-Te pongas como te pongas, son juguetes rotos.
-Dos frases del boxeador: 1. La experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado. 2. Cuando suena la campana te quedás solo. Te sacan hasta el banquito. Su familia tenía, y tal vez siga teniendo una funeraria en Parque Patricios. La regentaba un hermano. Tuvo fama, dinero, mujeres, Mercedes, y ese lujo hortera –allá diría grasa- con el que se embadurnaban los triunfadores de barrio. Seguía yendo a comer los ravioles del domingo a casa de su madre con la tranquilidad de que nadie, ninguno de los pibes que jamás conseguirían despegar, le harían un mínimo arañazo al cochazo inalcanzable aparcado en su casa de siempre.
-Estamos subiendo. Ahora viene la caída, ¿no? El típico recorrido del valle a la cima y de la cima a bajo tierra.
-El dueño de un burdel de Reno, el Mustang Ranch –continúa funcionando-, lo mandó a matar. El tipo se llamaba -continúa llamándose- Joe Conforte, nombre de mafioso difícilmente superable. El asesino, Willard Brymer, salió de rositas. (Shakespeare escribió el destino de todos nosotros. Después, un día, un sicario o uno que va por libre se encarga de ejecutarlo.) Los hechos permanecen en la nebulosa legal y literaria. Parece ser que Ringo se estaba tirando a la mujer del mafioso.
-Tirando no me parece una expresión muy apropiada. Es machista.
-Tirando es apropiadísima. Sexo. Infidelidad. Celos. Venganza. Etc. Todos los componentes de una buena o mala tragedia. De una buena o mala novela o película. La vida misma. La misma muerte.
-Vas de la pretensión literaria a la pretensión ensayística, al reportaje, a la pretensión sin pretensiones.
-Voy. El boxeador estaba casado, en Argentina. Tenía hijos. A su vez se había casado con una camarera del Mustang Ranch. Se había ti-ra-do a la mujer de Conforte. Desconozco en qué orden. Vivía en una casa rodante. Se lo cargaron a las seis de la mañana. (Siguiendo los designios establecidos por Shakespeare.) Joe Conforte está huido -¿puede uno estar huido?- de la justicia de EEUU. Vive en Brasil. ¿Qué habrá sido de la esposa del dueño del burdel? Tengo un cartel anunciando la pelea con Clay. Lo compré en un mercadillo de San Telmo. Es un souvenir de mi infancia.


lunes, 5 de octubre de 2009

-Un juguete roto.

-El boxeador tenía por mote El Intocable. Bajaba la guardia. Las manos sobre los muslos. O a las espaldas. Ofreciendo su cabeza. Los rivales no daban con ella. Los exponía al ridículo. Solían quedar como peleles. Como torpes atletas del desacompasamiento. No bailaba como Alí, aún siendo un peso welter. Se desplazaba poco. Sólo su cintura, su cabeza iba y venía huyendo de golpes que dejaban en el aire fugaces líneas cinéticas. Como en una viñeta de cómic. Acabo de volver a ver retazos de sus peleas en Youtube, y de comprobar que la mitificación continúa teniendo su irreprochable correspondencia con la realidad de aquel entonces. Fue campeón mundial. El doce de diciembre –el día que yo cumplía seis años- del ’68. Dicen que antes de la pelea se quedó dormido mientras le daban un masaje. Lo despertaron para subir a pelear. Después de nueve rounds, el rival japonés, desquiciado, desistió de seguir tirando zarpazos a la nada circundante. Defendió cinco o seis veces el título. Hasta que uno sí que encontró su cara. Su última pelea antes de retirarse fue una velada patética en un hotel de Bariloche –recuerdo haberla visto por la tele. Mientras él peleaba contra no sé quién -un paquete cómodo- la gente cenaba en mesas dispuestas alrededor del ring. Se hicieron chistes con las gotitas de sudor regando los platos de los comensales.
-Un juguete roto.
-No diría tanto.
-Un juguete roto, me encanta esa expresión.
-Nunca estuvo en la indigencia. Recuerdo una entrevista en la revista Goles. Vagamente. Tenía una mueblería. No se había convertido en un empresario más o menos exitoso. Eso sí. No tenía por qué, claro. La guita que había ganado la fue perdiendo en negocios volátiles. Más tarde leí que le habían asignado una subvención. No sé si vitalicia.
-Pues ya me dirás si eso no es un juguete roto.
-Recuerdo que se le entendía con mucho esfuerzo. Parecía como si jamás se quitara el protector bucal. Era de respuestas cortas. No creo que reflejo de una inteligencia corta. (¿Sus reflejos en el ring eran muestra de una cierta forma de inteligencia, o una inequívoca expresión instintiva?) Tenía fanáticos desatados. Otros lo criticaban porque le faltaba pegada. Porque interpretaba el boxeo de un modo “femenino”. Como si un torero utilizara el estoque sólo para rascarse la espalda. Evitaba las carnicerías. Chico Novarro incluyó un verso delicioso en una de sus canciones, una especie de tango más o menos moderno: Total esta noche, minga de yirar/que hoy pelea Loche en el Luna Park.
-Minga de yirar se podría traducir como paso de perder el tiempo por ahí.
-Algo así. Del gimnasio, cuando no le quedaba más remedio, entraba y salía arrastrando los pies. Nunca dejó de fumar. Murió en el 2005. Yo era fanático de El Intocable.
-Siempre te han gustado los juguetes rotos.
-Pesado.


viernes, 2 de octubre de 2009

-¿Más añicos pasados?

-No lo recuerdo con exactitud, pero todas las anécdotas ocurrieron entre los siete y los once años. Más o menos. Me estrellé contra la puerta de cristal. Se hizo añicos -los cristales no se rompen, se hacen añicos-. Mi cara no. Mi padre al otro lado, en la calle, puso cara de inevitabilidad. Todo porque corrí a abrirle la puerta, a recibirlo, y no pude frenar a tiempo. Rompí una enorme botella de aceite.  Llena. También la hice añicos. En el patio colindante al taller familiar de confección de pantalones en el que trabajaban mi madre y mi padre. Ella se mostró menos comprensiva que mi padre. No era de cristal -sino de cerámica, o material similar- la lámpara de pie que hice añicos al pretender cambiar de lugar, no recuerdo el motivo. Pero a efectos de este recuento de objetos desmenuzados en objetitos informes por mi torpeza o la de otros, cuenta como el cristal. Mi madre encarnando la imagen viva de la tragedia. Pegando ambos los pedacitos. La rearmamos y si no pretendías verla en detalle, apenas si se notaba que alguna vez la lámpara se había hecho añicos. Más cristal. Los sifones de soda, por aquél entonces, eran de cristal. Luego tuvieron una protección plástica o metálica. La chica que limpiaba, cargada de sábanas para colgar en la terraza, pasó junto al montón de sifones dispuestos ordenadamente en el descansillo de la escalera. La punta de una sábana tiró uno de los sifones que se hizo añicos escalones abajo. Explotó y un trozo de cristal viajó por el aire hasta morir sobre la mesa en la que yo dibujaba o escribía, mientras veía a ¿Ana? subir las escaleras. Mis reflejos me alejaron de la silla, de la mesa...  de la herida. Perdón por el remate exageradamente dramático.
-¿Más cristales?
-No recuerdo más cristales.
-¿Más añicos pasados?
-No por hoy.



jueves, 1 de octubre de 2009

-Y dejar las drogas, en serio te lo digo.

-Desaparecer.
-Sí, el suicidio es muuuy literario. Te pega todo el suicidio. Hablar, escribir acerca de él, romántico malditismo, blablablá...
-No entiendes. Desaparecer. Mezclarme con las cosas hasta hacerme invisible. Disolverme pero estar. Estar en todas partes.
-Dejar las drogas, ese debería ser tu cometido en la vida. No es muy literario, pero es que no quisiera que acabaras siucidándote.
-Estar donde no estoy. En todas las partes en las que no estoy. Ser todos los que no soy. Es un lastre tener mi historia, mi cara, mi pasado. Hacerme presente en todas y cada una de las... partículas exteriores a mí.
-Y dejar las drogas, en serio te lo digo.
-¿Cuándo me has visto drogarme, imbécil?
-Discreto si que eres.
-Lentamente. La lentitud es esencial. Pretender que se tiene toda la vida por delante es necesario. Reparar en cada minúscula situación. En cada cosita. Ser cabalmente consciente de cada paso que das.  Atento a los detalles. Todo son detalles. No hay más que detalles. Apreciar las posibilidades de ser un observador solemne. El matiz del matiz.  Las ventajas de una contraventana que no cierra. La luz que se filtra y te permite ver y no ver a un tiempo. Así durante el inexplicable, el inabarcable tiempo que sea necesario. Hasta desaparecer felizmente. Hasta conseguirlo por fin.
-Escribe, anda, escribe. Vuelvo más tarde.



miércoles, 30 de septiembre de 2009

-Empiezo a cansarme.

-Volver a nacer.
-Claro. ¿Quién no?
-Eso es lo que necesito.
-Empiezo a cansarme.
-Tener una experiencia fronteriza.
-Por favor.
-Un acontecimiento que me haga otro. Algo que modifique mi pasado y por tanto mi futuro.
-Perder la memoria, claro.
-Tener otra memoria.
-Si quieres te doy en la cabeza con una maza, como en los dibujitos animados. Pierdes la memoria y cuando hayas escrito algo que merezca la pena te doy otro mazazo y vuelves en ti.
-Yo también empiezo a cansarme, ¿vale?



martes, 29 de septiembre de 2009

-Hoy juega el Barça.

-¿Qué voy a querer?, lo que quieren todos los escritores que pretenden vérselas a cara descubierta con la literatura, con el mundo, con la poesía: nombrar las experiencias que todos conocemos, o creemos conocer, pero hacerlo de un modo desconocido, novedoso, propio.
-Ya. Ahora vas a derramar sobre mí el chiste del mundo interior, me lo veo venir.
-No volveré a repetirte que tengo un mundo interior, pero está dentro de alguien que no soy yo.
-Bravo. ¿Ya estás más tranquilo?
-Es una pretensión vana.
-¿Conseguir un estilo o que dejes de contarme tus pretenciosos cinco chistes de siempre?
-Oye: la amistad se cimenta sobre pilares menos sólidos de lo que
-Hoy juega el Barça.
-...
-¿En tu casa o en la mía?
-...
-¿En mis cuarenta y dos pulgadas o en tus veintiuna?
-¿Qué llevo?


lunes, 28 de septiembre de 2009

-No puedo dejar de escribir.

-No quiero ser un escritor.
-Estás consiguiendo tu objetivo.
-Pero me temo que la mejor manera de llegar a ser un escritor, es no pretendiéndolo.
-No sé si lo pretendes, pero lo intentas. Tú escribes.
-No puedo dejar de escribir.
-Bien. Entonces lo conseguirás. Es decir, no lo conseguirás.
-Eso es lo que quiero. Ser un escritor que no quiere serlo. Así lo seré.
-Que estos juegos de palabras no salgan de aquí. Por favor, hazte ese favor.


jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Ya estábamos juntos?

-Lo conocí cuando aún estaba bien. Aunque ya se drogaba, todavía no había caído en las drogas. Era guapo y vital. Sexualmente muy activo. Insaciable. Era muy divertido. No podías estar con él y no reírte, no sonreir.  Tenías que quererlo. Yo, además, no pude evitar amarlo.
-¿Tus ex novios llevaban bien que les hablaras así de tus ex novios?
-Cuando lo dejé, y créeme que me costó casi toda mi salud hacerlo, creí que me tenía merecido el castigo que me sobrevendría por cometer el sacrilegio de alejarme de un ser cómo él. Una no puede blasfemarle así a la vida y quedar impune.
-Pues haberte quedado.
-Pensé en volver. Lo pensé durante mucho tiempo después de habernos separado.
-¿Ya estábamos juntos?
-¿Juntos?
-Por favor, no me pidas que te defina juntos.
-Ya nos conocíamos. Ya nos habíamos acostado unas cuantas veces. Creo que, incluso, ya nos habíamos decepcionado un poco. No sé desde cuándo estamos juntos.
-Ve.
-No, no tiene sentido. No tiene ningún sentido para mí. Ni para él.
-No me importa.
-Sí, te importa. Por eso te agradezco que finjas que no te importa.
-No tienes nada que agradecerme. Lo comprendo.
-Que descanse en paz.
-Vale, pero si quieres ir, darle el pésame a su ex, no sé, un rato.
-...


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