-Las había de bronce, de mármol, de escayola. Algunas estaban completas. Había también restos. Partes. Se podía ver el polvo del ajetreo del día asentándose. Había que mirar fijamente la nada, pero se podía.
-...
-Se quedó encerrado ocho o nueve horas, pero sólo se sintió así durante la primera. Acabó rezando para que no amaneciera.
-No te entiendo.
-Cogió el llamador de bronce de la puerta pensando en el resto de cuerpo de bronce. Era una de esas manos que al cogerlas y golpearlas contra la puerta generan un extraño encadenamiento con tu mano. Sientes una especie de poder. Es tu mano, pero no es tu mano quien llama para que le abran. ¿Era la mano de un hombre o la de una mujer? ¿A qué otra puerta llama la otra mano de bronce del cuerpo de bronce del que se desgajó esta mano? Golpeó la puerta con el llamador de bronce con tal cuidado de no dañar la mano, que apenas si produjo algún sonido dentro de la casa.
-¿Por qué hablas de ti en tercera persona?
-¿Hago eso?
-Sí.
-Llamé muy tenuemente a tu puerta.
-Desde luego, no me enteré que habías llamado. Sólo una vez.
-Me fui, incapaz de volver a llamar a la puerta con la mano de bronce.
-Pues te estaba esperando. Me había cambiado. No tenía demasiadas esperanzas de poder trazar juntos una historia. Aunque fuera la historia común de unas cuantas horas nocturnas.
-Ni siquiera fue eso.
-No. Y eso que me había arreglado especialmente. Aunque no tan especialmente como para que hubieras notado que me había arreglado espcialmente para ti, claro.
-Claro.
-Pero ni siquiera pudiste alcanzar a presentir que tal vez me había arreglado especialmente para ti.
-No. Tienes una mano demasiado bonita como para que lo nuestro fuera posible ni tan siquiera durante... ¿cómo dijiste?
-Unas pocas horas nocturnas.
-Eso. Tienes una mano demasiado bonita que no quise dañar. Imagina que me hubiese quedado con tu mano de bronce en mi mano.
-Eres extraño.
-Eso dicen. En mi casa tengo un timbre de lo más vulgar...
-Creo que debo colgar.
-Aquella noche comprendí que no hay nada más suave y esponjoso que algunas partes de algunas estatuas.
-Yo podría haberme quedado muy quieta, quizás.
-¿Sigue entrando esa luz por la claraboya de tu escalera?
-Supongo que sí. Voy a colgar.
-No lo hagas.
-...
-Cuelgo yo primero.
-Como quieras.
-Me da escalofríos oír ese sonido.
-Eres muy extraño. Aún para mí.
-Ese sonido final.
-...
El golpe seco del llamador en el tope frena tanto al que llama como al llamado. Un timbre rompe el silencio del interior alterando la paz. Los nudillos siguen siendo el mecanismo más suave para que te abran el alma.
ResponderEliminarmola.
ResponderEliminarSi que mola, y mucho.
ResponderEliminarla imagen acompaña además.
ResponderEliminarMe encantan esas manos.
ResponderEliminarSi es un guión me pareceria interesante si viera las imagenes al estilo David Lynch, que es mas menos el tipo de director que rememoro al leer esto.
ResponderEliminarSi no es David Lynch entonces esto es fome. Y eso es probable porque en realidad no tengo la sensibilidad necesaria para entender esas jodidas conversaciones detalladas que para nada me resultan importantes. Como leí en otro blog, quizá lo que prefiero es un poco de ironia y violencia intelectual.
Algo mas primitivo, incendiario, atrevido.
No dos chicos intelectuales besandose.
Ojala David Lynch te encuentre.
:)
Las mejores historias suelen darse en unas pocas horas nocturnas, ...sin estatuas.
ResponderEliminarMe sumo al mola.
ResponderEliminarBlanco, me tienes muy olvidada!!!
Hazme caso, las mujeres siempre tienen razón y el tipo era extraño... ¡mira que preferir un museo a una cita!
ResponderEliminarLos llamadores son cosas extrañamente violentas y más en manos de tipos extraños.
ResponderEliminarUn saludo
Blanco, tú harás lo que te dé la gana, pero echo de menos tus respuestas. Si no lo digo reviento.
ResponderEliminarUn abrazo.
P.S. Hagas lo que hagas, yo te seguiré leyendo y comentando, pero te extraño, que lo sepas.
Hola, Blanco, entré a tu blog por un contacto, me pareció muy bueno, no quería salir sin decírtelo. Voy a seguirte. Aprovecho la oportunidad para invitarte al mío que es de literatura.
ResponderEliminarUn abrazo desde Argentina.
Humberto.
www.humbertodib.blogspot.com
Mi hija Teresa, de tres años. Voy a contarle un cuento por la noche y me dice. “yo te cuento primero uno a ti”,” vale”, le digo yo.
ResponderEliminarY empieza:
-Era de nocheee. Huuu!
-En un castillooo. Huuu!
-Cojo un cuchillooo. Huuu!
-…
-Y unto mantequilla, unto mantequilla, en la tostadilla.
Sin tiempo, pero por aquí ando, Blanco, un fuerte abrazo.
:D
ResponderEliminar"Qué le habrían hecho mis manos...
¿qué le habrían hecho?"
Un abrazo grande, maestro.