-A las tres de la mañana. A orillas del Sena. Con un diamante en la mano y un cúter en el bolsillo. Por una ventana entré en el Museo de Arte Moderno de Paris. (A orillas del Sena es improbable -el más difícil aún- entrar en un museo situado en otra ciudad que no sea París). Me llevé un Picasso y un Monet. Necesariamente pequeños, para huir cómodamente con ellos enrollados bajo el brazo. Quedaron algunas imágenes grabadas por las cámaras de seguridad de ambos yéndose conmigo. Llevaba la cara tapada. Salí por la misma ventana por la que había entrado. Fuera me esperaba ella con el coche en marcha. Vivimos cerca del museo. Llegamos enseguida a casa. A mí no me gusta demasiado el champán- tampoco me gusta demasiado escribir champán en vez de champagne- pero soy respetuoso de los rituales. Y tal y como hicimos en ocasión del robo del Rothko en aquella exposición temporal en Roma; y después del paseo por Cuenca, de donde volvimos con Zobel en la maleta, descorché la botella. Los vecinos perspicaces -no sé si tenemos de esos- supieron tal vez que acabábamos de ampliar nuestra pinacoteca. Luego hicimos el amor circundados por la belleza del genio de nuestros pintores. Acabamos hablando de la posibilidad de cambiar de piso. Sin alejarnos de las orillas del Sena, que son las orillas que más nos gustan. Son planes sin demasiado énfasis. Quizás algún día. Ella quería dormir. Mañana tiene que levantarse temprano. Le gustan sus clases de historia del arte. A sus alumnos también le gustan. A mí, menos. En concreto me fastidia la clase de mañana. A ella se le irá hablando con sus alumnos del robo de anoche. A mí, soportando la visita de mi madre. Al ver la noticia en la prensa, volverá a intentar, vanamente, convencerme de que me dedique a otra cosa. A algo que dé dinero.
-Me gusta. Demasiado ligero tal vez, pero me gusta.
-¿Ligero? Cuando no lo soy me llamas pretencioso.
-No seas tonto. Me ha encantado.
-¿El cuento o el amor?
-...
-¿El cuento o el amor?
-...
-Tú tampoco has estado nada mal.
-Me gusta no tomar pastillas para dormir.
-A mí me encanta ser tu macho-somnífero.
-Hasta mañana.
-¿No puedes llamar y decir que te encuentras mal?
Las madres siempre son madres, incluso cuando tu ya no eres su hijo.
ResponderEliminarApuesto, Blanco, a que al menos el cuadro de Zobel descansa en una pared del salón de tu casa y el de Rothko todavía duerme enrollado esperando a que le saques el artístico polvo de Roma y le busques el lugar perfecto.
ResponderEliminarSe te da bien robar, al menos a más de uno nos robas cada día un pedacito de nuestro tiempo haciendo que inevitablemente tengamos que entrar en tu blog para leerte. Resulta un placer ser tu víctima.
¡Así que fuiste tú!
ResponderEliminarYo sabía que eras algo sospechoso…
ResponderEliminarYo apuntalo lo que dice anónimo.
Tiene gracia lo que dicen los periódicos sobre el robo, porque suprimen dos placeres: el del riesgo de robar y el de tener algo único en nuestra colección (aparte de la propia madre, claro).
ResponderEliminarApuesto a que aún sigues brindando con champán escoltado por tus nuevas adquisiones.
ResponderEliminarCuando decidas ampliar de nuevo tu pinacoteca, avísame.
Ahora viene cuando me pregunto yo por qué caray he visto los rostros de Natalie Wood y Robert Wagner mientras leía lo que has escrito...
ResponderEliminarMe gustó, mucho... yo necesito urgentemente un macho-somnífero.
ResponderEliminarSaludos
Me hubiera apuntado al golpe. Ganas me dieron hace unos días en el Thyssen de llevarme un Rothko (con rojos, del 69) y unos nenúfares de Monet. Pero le hice una promesa a mi madre.
ResponderEliminarLo del macho somnífero.... interesante.
ResponderEliminarTu post aún más.
Un biquiño.
Jajaja, entro a decir lo del macho-somnífero y veo que lo han dicho ya dos antes que yo :P.
ResponderEliminarBueno, no siempre, pero los que -a veces- tenemos problemas de sueño no necesitamos más que una voz hablándonos al oído.
Pero, eso sí, tiene que ser "esa voz".
Saludos de martes mañana.
Eso si es una frase lapidaria..Si es que las madres...!!
ResponderEliminarEl cuento y el amor...son la misma cosa.
ResponderEliminarUn beso blanco, Blanco.
(y una copa de Krug Grande Cuvée)
Lo he disfrutado. Gracias.
ResponderEliminarTus entradas me roban el aliento, ladrón...
ResponderEliminarMensoa mal que mi madre no lee mi blog, Esgarracolchas.
ResponderEliminar¿Has estado en el salón de mi casa, Anonimo? ¿En mi habitación? ¿Eh?
Mi ego me pierde, Xibeliuss. Me estaría mejor callado, pero ya ves.
Cuidado a quien apuntalas, Jesús. Mucho cuidado.
Sí, María Jesús, se quedan en lo evidente. Buenísima observación.
Serás la primera en saberlo, Psique.
Porque eres una romántica, Madison.
Por cierto, no sé si se emitió acá, pero hace unos treinta años, en Argentina había una serie que se llamaba Ladrón sin destino, y el prota era Robert Wagner. Era un ladrón de guante blanco. Al que nunca pillaban, claro.
Están muy solicitados, Marcia. (Iba a escribir "estamos" pero me sobrepuse a mi argentinidad.)
No hay que prometerles nada, Daniel. Con Rothko y los nenúfares hubieras conquistado a Ángeles por fin. Pues nada, tendrás que seguir luchando por su amor. Con esos reparos tuyos por descapitalizar a la Baronesa, lo tienes chungo.
¿Qué os pasa a todas con lo del macho-somnífero, Carmela? ¿Tan mal dormís?
Otra. Ah, vale, que a ti te basta con la voz. Claro, y voy yo y me lo creo, Majo. Un saludo.
Menos mal que sólo hay una, Miette.
Gracias por el champán, Lena. ¿Porque invitas tú, no?
Gracias a ti, Recuerdos.
Que me sonrojo y se me nota, Jose.